Un tórrido viento azota las flores,
las plantas muertas del verano
y las raíces de la salud frágil,
sin una sola gota para la sed de mi alma,
seca como las presas de este cuerpo.
Sediento se ahoga en su vacío cruel,
la sombra de las ramas apenas cubre
mi lánguida silueta de solitario trazo,
y él me zarandea como a una hoja suelta
y azota mis esfuerzos sin piedad alguna.
Oculta tras el cristal de la humillación
esquivo al viento, su impune soberbia,
con las nubes se confunde la luna
y un buitre la mira con alas de rabia,
igual a las mías. Ambas suplicamos agua.
Acaricio suave la piel del recuerdo,
tersa, clara, con vigor de hiedra;
beso mis manos marchitas de ahora
y una recóndita lágrima moja la muerte
al revolotear puntual sobre mi pecho hundido.
Detente viento… Échate a mi lado,
déjame escribir con tinta universal mis últimos versos,
después, con estos poemas, me entregarás a esa vida.
© Manuel Brescané