La carretera se me
abre entre las
pestañas.
Va dibujándose a trozos entre mis muslos cansados.
Son las tres de la tarde y no he comido nada desde las ocho.
El camión que va delante tiene un color extraño.
De pronto el aire se convierte en una canción.
Una nana…
El camión aminora el paso mientras de sus ruedas van pariéndose unas alas de algodón.
Me froto los
ojos y me
pellizco el iris;
pero lasalas
siguen creciendo.
Entonces, la puerta trasera del camión se abre,
y mi mundo (hasta ahora lleno de asfalto)
se llena de nieve de raso.
Imaginad la escena:
la música de nana. Medio cantada medio llorada.
Mi vellovolando frenéticamente por el coche (erizado) y
las canicas blancas de raso inundando el aire,
saliendo del camión como si fueran llamas en un dulce infierno.
De pronto siento un pinchazo profundo.
Tanto que casi tengo que dejar el volante.
Contemplo, atónita,
como lasesferas diminutas se van inyectando en mi sangre mientras me originan una transfusión de placer (cambian mi cansancio por paz).
—La sangre roja huye de mi coche despavorida—.
Grito excitada dentro de este cielo de titanio y moqueta.
Estoy endemoniadamente feliz en este estado de no sangre,
de no olvido,
de no recuerdo,
de no odio,
de sí esperanza.
Se quema
de amor el mundo…
pienso sonriendo
mientras las alas
del camión
se han replegado
en un abrazo
sólo para mí.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azucar»
Blog de la autora