Lope en silueta
Fervor. Es la palabra que mejor condensa el espíritu de estos escritos que Azorín consagra al Fénix de los Ingenios. No hay medias tintas. No hay contención en el elogio. “Son él y Cervantes los dos más descollados personajes de nuestras letras”, afirma en la página 11. “Lope es inmenso”, anota a continuación. “Todo está en Lope”, consigna con aplauso. Y de tal suerte son las alabanzas y tan elevados se yerguen los ditirambos que, incluso cuando hay que aproximarse a determinados comportamientos inmorales del potro gallardo que va sin freno, Azorín encuentra la disculpa elegante: “Se coloca de un salto fuera del clima moral corriente. Sus coetáneos viven en un clima y él vive en otro. En ese otro clima moral, Lope pasa con facilidad y fluidez de un estado a otro estado” (p.18). O, dicho con más llaneza: que el dramaturgo se pasa las normas por el arco del triunfo y que hace bien. No se puede ser más claro, ni más tolerante, ni más encomiástico.
Da igual que don Luis de Góngora lo desprecie (“Góngora se piensa superior a Lope y se siente inferior”, p.22), porque el Fénix no le devuelve el sentimiento (“A Góngora no le ha odiado nunca Lope. Lope no tiene tiempo de odiar”, p.44). Da igual que sus enemigos literarios le prodiguen sus saetas: Lope les contesta de la forma más irritante posible: escribiendo cada día mejor. Su imaginación parece no tener fin; su pluma no conoce desmayos. Y esto se demuestra sobradamente en libros como La Dorotea, el libro de “más atrevida invención verbal en nuestra lengua” (p.43).
Libro entusiasta y de lectura agradabilísima.
Rubén Castillo