
Su primer contacto con drogas
El chico está sentado frente a mí, con la mochila abierta y la mirada fija en el suelo.
Entre los cuadernos, una bolsita pequeña.
—No es mía —dice rápido—. Se la guardaba a un amigo.
No le levanto la voz. Saco el acta de decomiso y anoto la hora.
Mientras escribo, le explico que la sustancia será enviada a Consumo para su análisis, que avisaremos a sus padres y que deberán firmar el acta.
Le hablo despacio, sin dureza, para que entienda que esto no es un castigo, sino un punto de partida.
—¿Y si es la primera vez? —pregunta, casi en un susurro.
—Entonces pueden hacer un curso de sensibilización o un taller reeducativo. Si lo completas, no habrá multa.
Asiente, pero sus ojos siguen fijos en la bolsa.
Cierro el acta y la coloco a un lado.
—¿Sabes qué pasa cuando uno guarda lo de otros? —le digo.
Niega con la cabeza.
—Que acaba quedándose también con su miedo.
Cuando salimos del despacho, el pasillo huele a desinfectante y a recreo.
Camina delante de mí, más despacio, como si pesara menos.
Sebas Tià

Tan real como la vida misma
Una anécdota que parece sencilla… me gustaría leer más, así, como la vida misma.
Muy bien contado.