Te quiero
Después de un ciclo
quisiera nacer una vez más,
para hablar con el hombre que me dijo:
«te quiero».
Nos arrastramos fuera de la cuna
y chapoteamos en el fango
de nuestros propios huesos.
¿Y el alivio de la muerte dónde está?
Detrás asoma la vida tercamente.
¿Dónde la gracia en olvidar,
si han de plantarse más y más recuerdos?
Cantar a media voz, luego callar…
Reír con ojos empapados de lágrimas…
Sí, somos huérfanos. ¿Para qué regresar
a los brazos que, lánguidos, cayeron,
vencidos por la repetición de un hado eterno,
roto en mil alternancias, blanco y negro?
Cada epifanía es un velo
de mayor y más sutil refinamiento.
Pero quiero saber
si esas palabras derrotaron la crueldad del ciclo:
si el círculo perfecto no enterró,
en mi interior,
el cadáver de un secreto
cada vez más vivo.
Eco de mi voz, espejo de mi espíritu,
guardado en imposible dimensión,
donde no se extingue el rumor
del último «te quiero»
en labios de mi ejército latente,
en cada madre, padre, amigo,
incluso en los susurros
de una criatura inclinada ante un lago muy quieto.
¿Quién soy yo para negar
mi existencia en mi propio deseo?
Aunque sea inexplicable,
¡completar el ciclo y volver a nacer!
En algún rincón de este planeta,
en las grietas candentes, o en los picos
donde anidan las águilas,
más arriba de todas las estrellas…
Describiré un círculo perfecto
y volveré
a los vastos parajes sin mácula,
en queste inveterada,
buscando aquello, sólo aquello,
que jamás traicionó el poderoso silencio
de un peregrinaje concebido
para unirse a esa frase…
Yo sé que alguna vez,
rodeada del clamor del fuego,
cuyas lenguas inmortales se agitan
sin descanso y se asfixian
en la ruina de su víctima, la carne,
tocaré con mi frente
la placidez acuática de un rostro,
y me diré en voz baja:
«te quiero»…
Estel