Virus. Por María José Moreno

Virus

Virus

Sir Arthur Rolling llevaba caminando por la selva cuatro días. Según el mapa que consultaba cada pocos metros, enseguida daría con la ansiada tumba. Toda una vida dedicada a encontrar los restos de una tribu perdida que adoraba al dios sol y de la que se decía que era tanta su riqueza que la exhibían por los caminos.
Había atravesado tres fronteras buscado a quien supiera el significado de aquel mapa que había hallado entre las pertenencias de un misionero muerto de una desconocida enfermedad.
En la selva todo eran ruidos, llevaba tanto tiempo andado por ella que casi ni lo percibía, por eso llamó su atención que de pronto se hiciera un silencio sepulcral, justo cuando llegaba a la zona marcada con una «x» en el plano. Se paró de golpe y oteó a su alrededor. No le fue difícil descubrir una cueva escondida entre la maleza tapada por una piedra. Con un fuerte rama hizo palanca hasta que consiguió una pequeña abertura. Se adentró por los pasadizos oscuros y fríos apenas iluminados por la antorcha que portaba. Unos minutos caminando y llegó a una especie de sala. Acercó la llama y contempló cientos de cadáveres momificados apilados, formando una pirámide en cuyo vértice reposaban el rey y la reina. A su alrededor, como si fuera una barrera que los protegiera, estaba el gran tesoro: utensilios de todas clases de oro y plata labrados y adornados de piedras preciosas, abalorios, joyas… Su emoción era tan grande que se sentó en el suelo a contemplar el espectáculo. Cuando se repuso franqueó la barrera para ver mejor las momias y en especial a la reina. Sus rasgos eran de gran belleza a pesar del tiempo y la momificación. El caballero se sintió tan atraído por ella que le acarició el rostro.
La maldición que pesaba sobre aquellos restos se puso en marcha. En su piel quedó prendido el tan temible virus que a pesar de los siglos vivía en la reseca piel para proteger a su reina de los intrusos.
A sir Arthur lo encontraron muerto en mitad de la selva, sangraba por la boca. Los que lo portearon hasta el poblado cercano se contaminaron y así se desencadenó la mayor plaga que el mundo ha soportado desde que es mundo. Solo sobrevivimos unos pocos, los que huimos en naves espaciales y que ahora buscamos una tierra donde asentarnos.

Harold cerró el libro de cuentos y arropó a su princesita que dormía desde hace tiempo. Salió del dormitorio y fue hasta el salón, se tumbó delante del gran ventanal junto a Jodi. Les gustaba contemplar las estrellas antes de ir a dormir.

María José Moreno

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