Zavalita. Por Anita Noire

Zavalita

 

Zavalita

«Nos han dejado sin secretos, mi amor. Esa soy yo, esclavo y amor, tu ofrenda. Abierta en canal como una tórtola por el cuchillo del amor. Rajada y latiendo, yo. Lenta masturbación, yo. Chorro de almíbar, yo.
Elogio de la Madrastra. Mario Vargas LLosa

Sin ser un momento para hacer extravagancias de vez en cuando se me ocurren algunas. Recuerdo que Sophie Calle decidió adoptar una cabina telefónica en algún cruce, no recuerdo cuál, de la calle Greenwich. En mi caso, después de semanas tomando el café en casa he salido para tomarme el primero en la cafetería de la esquina. No puede considerarse una excentricidad. Fase 1 – día 1, todo en orden. Esperaba encontrarme más parroquia, toda apostada en las mesas de la terraza y separadas por los dos metros de rigor, pero la sorpresa, sin ser mayúscula, sí que ha sido sorpresiva. Nadie sentado, nadie pidiendo a voces un café para llevar. Detrás de la barra, la espalda de un tipo que ordena botellas y aparta unos cupones del mes de marzo a los que no alcanzo ver la terminación. Están pasados, casi caducados y sin premio, lo sé porque es el mismo chico que ahora pasa la bayeta sobre un mostrador vacío y reluciente,  quien, abriendo mucho los ojos, lo dice como si en lugar de un par de metros nos separara una vida.

Le pido un café, no lo quiero para llevar, lo quiero para sentarme y sentir la tensión que me produce cada vez que veo el autobús doblar la esquina y el olor a neumáticos se pega al hocico. Me lo deja sobre la mesa, sin distancia de rigor. Normal, para respetarla tendría que lanzármelo y no está la cosa ni siquiera para eso. Dos abuelos pasan con la mascarilla apuntalada bajo la nariz y un perro se mea en la esquina. El camarero resopla y sale con un botellín con el que rocía el orín. Nadie, nadie se acerca a la terraza, ni siquiera la atracción que a veces ejerce el ver  a alguien sentando hace el efecto. Igual es la invisibilidad madura. Yo qué sé. Me acuerdo de Sophie Calle y su adopción de la cabina. Podría adoptar la terraza, o la barra niquelada o incluso el perro meón si se dejara. Pero la cosa tampoco está para las gilipolleces que se me pasan por la cabeza, solo hay hueco para preguntarse, como dijo aquél: “¿En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?».

 

Anita Noire

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