Sobre Poeta sucumbiendo bajo un alud de ollas de acero inoxidable, de Manuel de Mágina. Por Elena Marqués

Poeta sucumbiendo bajo un alud de ollas de acero inoxidablePor esta vez, lector, no te enfrentas al título propio de un poemario, ni a versos escanciados buscando las cosquillas sensibles de los habituales descifradores del arte de la Lírica. Sin embargo, nada mejor que sucumbir a este alud de verdades como puños, a estas letras eminentemente femeninas dirigidas a mí y a todas aquellas que a veces quieren, y consiguen, asir la sartén por el mango.

Me refiero, sobre todo, a la primera parte que conforma este libro, Un tiempo de mujeres, en el que ya desde el poema inicial empecé a sentirme celosa por ese «Ahora» que imponía el autor, eludiendo a su interlocutora para entregarse al mundo, «amar a otras mujeres, no morir en ti». Pensé que en esa herida establecía (al menos conmigo) una distancia insalvable.

Nada más lejos.

Manuel de Mágina se acerca y se entrega en cada uno de los poemas sucesivos, orándole al amor para no desfallecer en el silencio, besando como antídoto, trepando torres altas de princesas o a pie de campesina de Millet, en un encuentro en el que a veces la otra parte se ausenta («Toda esta tarde contigo, aunque tú no estaba»), pero nunca el aroma que la envuelve, que ha de ser del jazmín de la nostalgia o de la noche.

Hasta aquí parece que me contradigo. Besos y jazmines. Poesía amorosa a la manera acostumbrada.

Sin embargo, al finalizar un errático y doblemente solitario paseo espacial, los paisajes se  urbanizan y humanizan, bien en la estrechez de una cocina con sus sonidos propios («música o sintonía de lo cotidiano»), o entre hormigón y chatarra y la ropa tendida, donde las parvas labores de una mujer y todas sus cadenas se esfuman como una mala mentira.

El lenguaje de este libro da espacio a la palabra malsonante, al neologismo, al improperio; nos abofetea mientras ejecuta un solo de batería que incluso ha trascendido en cómic (a manos de Dorotea Fulde) o pasea por el súper pensando en «un polvo fino y blanco, del que te pegas una raya» para desafiar a un niño difícil al que, por arte (o malas artes) del amor, cuyo ovillo del tiempo «es grande y tiene muchas vueltas», al final siempre encuentra (y toca y paladea) en la inmensidad de su mar propio o en un cauce sin límites.

Manuel de MáginaManuel de Mágina, amante de la Literatura, y, más que eso, enamorado perdidamente de Ella, nos brinda una poesía sensual y sexual, valiente y  efectiva, donde «la verdadera heroína, la más grande», prefiere definirse como «madre y poeta»; donde se establecen continuos diálogos y preguntas no siempre respondidas, sin olvidar esa imprescindible y amable concesión a la locura del «Hombre Subido a una Antena de Telecomunicaciones» ocupado en interceptar la contrariedad o la ausencia, captando en su situación privilegiada el paisaje que oculta valses y sueños y otras tantas locuras de ojos verdes.

He de confesar que en algún momento, en su lectura, me ha faltado el resuello, me he sentido perro deambulando y en los huesos esperando la caricia de la luna inclinada y el desfile de aves que migran hacia el sur.

Por eso es todo un acierto que, tras esa tensión de laberinto, desemboquen los versos, apenas un puñado, en «El Huerto de las 180 Calabazas», donde predomina la luz de los cielos de otoño y el rumor de las aguas de la lluvia en la alberca.

Y creo, aunque Manuel no quiera confesarlo, que él también necesita este final apacible para enfrentar la vida diaria.

Pues, al fin y al cabo, sin la poesía, ¿qué nos espera sino el invierno?

 

Elena Marqués
Dama literatura 2013

Más información del libro Poeta sucumbiendo bajo un alud de ollas de acero inoxidable

6 comentarios:

  1. Todavía sonrío al recordar lo primero que pensé cuando tuve el libro de Manuel en mis manos. No sé por qué, creí que se refería a que los poetas de siempre, los tradicionales, se veían obligados a sucumbir ante la avalancha de esos versos más modernos que ‘chirrían’ como cubiertos sobre el acero de una olla inoxidable.
    Un amigo común me explicó que no era una metáfora. Manuel hablaba de las mujeres poetas que deben lidiar su rutina entre versos y cacharros, medias de seda y aspiradoras 😉 De forma inexorable (que no i-no-xi-da-ble 😉 ) me sentí identificada y conectada con el bello lirismo que se vierte en cada una de sus páginas.
    Hace ya algún tiempo que soy una fonámbula de mis propias letras. Cada día debo hacer unas cuantas acrobacias para que esa avalancha de cazuelas no las reste protagonismo o las sepulte. Mis dedos se vuelven tentáculos y se mueven frenéticos sobre el teclado al tiempo que sazonan una sopa, pican cebolla o cortan patatas 🙂 Sí, debo alimentar a mi familia, ¡pero también tengo que continuar mis historias para que los personajes no se me claven en las entrañas.

    “Algo hay de irreverente en todo gesto (o gesta) poético-a. Al fin y al cabo, el lirismo es un caballero que se queja de un mundo rasposo con un ramo de rosas en una mano y un florín en la otra. O una dama que se vuelve a repasar los labios con carmín después de ‘vomitar’ su insatisfacción. Prosa y poesía son aguas distintas que confluyen en el mismo cauce pese a la gelidez del invierno; bajo la placa de hielo siguen bullendo nuestros anhelos, desesperanzas y frustraciones”.

    Felicidades a Manuel por empatizar con un cachito del complejo universo femenino. Muy recomendable su lectura. Y felicidades a Elena Marqués por sus reconocimientos en este Café de Lujo al que tanto quiero y admiro.

    Mar Solana.

  2. Manuel de Mágina

    No deseo más que descubrirme ante lo que dices, Mar. No ya por lo que de mí y del libro dices, sino por lo que, en general, y de modo tan brillante, argumentas. No te quepa duda: tu presencia es de las que hacen de este café un lujo.

  3. Elena Marqués

    Muchas gracias, Mar. Y que sepas que sigo tu sección con gran interés. Hasta ahora he sido de pocos comentarios, pero la verdad es que se le coge el gustillo.
    Nos veremos, pues, o nos leeremos, más a menudo.
    Un abrazo.

  4. Manuel de Mágina

    Tengo necesidad de subrayar un par de frases -literarias, magníficas- que has intercalado en tu comentario, Mar. La primera, refiriéndote a tus propias letras: «Cada día debo hacer unas cuantas acrobacias para que esa avalancha de cazuelas no las reste protagonismo o las sepulte» Y la segunda: «Sí, debo alimentar a mi familia, ¡pero también tengo que continuar mis historias para que los personajes no se me claven en las entrañas!» ¡Cuánto de acierto hay en esas dos declaraciones!

    • Gracias, Manuel (también por cerrarme ‘entrañas’ con su correspondiente signo 😉 despistes de las prisas…) De todas formas, me siguen faltando horas y sobrando cazuelas; no me sale la ecuación 😀

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