Nº9- La Taberna Fundadores. Por Earvin

Madrid, 1618

     A la hora menguante de otra calurosa noche de julio la taberna de los Fundadores era un bullicio de risotadas, ruido de huesos de Juan Tarafe rebotando en las paredes y rumor de conversaciones de los gariteros que se arremolinaban en torno a las mesas donde ora se tiraban dados, ora se araba con bueyes-seis granos juego, matantes tengo, llevo los palos vacíos, la calle del puerto es mía, envido y demás lances propios del catecismo-, algunos con más fortuna que otros. Arrullado por el jaleo, Mateo Alonso, teniente de alguaciles de los cuarteles de Madrid, bebió de un trago azumbre y medio de vino turco sin poder evitar un suspiro de melancolía. No hacía mucho tiempo él había sido uno de los principales en darle a la baraja, sobre todo en los juegos de estocada, llamados así por la rapidez con la que un hombre se quedaba sin dinero, habla ni aliento, pero de eso hacía ya un año, cuando se vio obligado a abandonar sus costumbres. <<Años pasados, años felices>>, se lamentó el antiguo soldado mientras alzaba el vaso en un improvisado brindis con el reflejo pálido, casi irreconocible, que le devolvía el espejo, el de un hombre taciturno y piel macilenta, vencido por una enfermedad que le estaba matando lentamente.

Con la vista perdida en el fondo de la jarra, como si buscara allí la solución a sus problemas, Alonso hizo un gesto con la mano y la tabernera, una joven de pelo negro, hombros al descubierto y falda abierta por delante con vuelo, se acercó contoneando el navío con tanta gracia que los bravos que abarrotaban las mesas olvidaron por un momento brechas y naipes para mirarla.

     -Buena clientela esta noche-dijo el teniente de alguaciles mientras extendía el vaso.

     -Lo mejor de cada casa-respondió la chica, guiñando un ojo.

     Durante el verano de 1618 la Taberna de Fundadores, situada a la espalda del convento de Santo Tomás, se había convertido en el lugar preferido por cicarazates, vivandores, apóstoles, picadores, templones, lechuzas, cachucheros, daifas de poco manto y demás gente de la noche que solían aflorar a la caída del sol en torno a los sifones de tinto, moscatel pardillo y vino blanco para dar lustre a uno de los lugares más sórdidos de aquella ciudad tan peligrosa como apasionante, en cuyas paredes agrietadas aparecían recubiertas de epigramas escritos por clientes insignes-todo el que fuera capaz de salir de allí derecho merecía el calificativo de tal- que, aprovechando la soltura de lengua e ingenio que proporcionaba el elixir de Baco, expresaban con palabras el espíritu e idiosincrasia del Madrid del XVII.

Es Madrid ciudad bravía

que, entre antiguas y modernas,

tiene 300 tabernas

y una sola librería

     Alumbrado por una vela cuya luz macilenta le ocultaba el rostro de nariz para arriba, Alonso, cuya fidelidad tabernera durante años le aseguraba cada noche una reserva junto a la puerta trasera que se solía emplear para cuando había que salir al grito de “peñas y buen tiempo”, echó un vistazo alrededor. Siempre le había gustado ver cómo se comportaba la gente en según qué lugares y circunstancias y desde aquel sitio disponía de una vista privilegiada de todas las mesas: rabizas subastando el broquel, hombres embozados jugando a las cartas con una mano mientras se tanteaban con la otra la vizcaína que llevaban oculta en las cachas de las botas-estaba prohibido portar armas en la taberna- o bebedores silenciosos cuyos rostros se perdían entre las sombras del juego de luces ambarinas de los hachones formaban la clientela de aquel tugurio, acostumbrada al pestilente olor a sudor, orines y vino rancio que impregnaban sus paredes; una fauna, en definitiva, que siempre prometía noches salpicadas de risas, amores furtivos y, sobre todo, buenas peleas, como la que se estaba iniciando en ese momento en una de mesas contiguas, donde dos bravos se trocaban verbos por un dado.

     -¡O vuacé retira la insidia de que las brechas están amoladas o juro por mis dos y por mis cuatro que de este tugurio uno sale como hidalgo y el otro con los pies por delante!

     El que hablaba a gritos era un rufo imberbe con acento del norte que a Alonso se le antojó que, por su mocedad, aún debía tener pocas muescas en su toledana. El que acusaba, sin embargo, parecía más hecho, tanto por edad como por cuajo; así lo atestiguaban los araños que le marcaban la cara, confirmando sin palabras que aquel era un matachín de a muchos ducados la estocada.

     Al poco de iniciarse la riña, los dos hombres pasaron de los votos a tal y mentís por la barba a ponerse uno frente a otro en actitud desafiante y pedir las temerarias. Con el rostro oculto a medias por el vaivén de la vela, y viendo el rumbo que iban tomando los acontecimientos, Alonso suspiró con desgana antes de llevarse el último sorbo de vino a la boca; según su experiencia, aquello tenía todos lo visos de acabar en un lance de hierros con posterior mojada de por medio y, por consiguiente, más trabajo para él, y esa noche no estaba de humor. Antes de levantarse, el teniente de alguaciles besó el jarro y, tras asegurarse que la de Juanes estaba en su sitio, se fue directo hasta la mesa.

     -No se alborote el aula, caballeros-dijo mientras colocaba la mano en el pomo de la espada para que esta levantara la capa por detrás, a lo bravo-, que no hay necesidad de colorear la noche de rojo.

     Con el bodegón alborotado, el vascongado echó un pie atrás, inquieto, mientras el otro se acercó a la mesa para escurrir el barroso sin perder la calma, estudiando el devenir de los acontecimientos.

     -¡No se entrometa vuacé, que me sobra hierro para dos!-espetó el joven.

     Pese al desaire, Alonso ignoró el comentario, dirigiéndose en esta ocasión al de mayor temple aunque sin perder de vista al otro.

     -Vuecencia sabe lo que tiene delante-dijo Alonso, haciendo un gesto con la cabeza-: mucho cazador para tan poca pieza.

     El barbirrucio sonrió a medias antes de responder, mostrando varias oquedades en la dentadura. Una sonrisa peligrosa, dedujo Alonso.

     -¿Puedo saber quién me lo pide?

     -Baste decir que el hierro se oxida cerca de los vallerifes del Sepan Cuantos, con su teniente a la cabeza-dijo Alonso con una inclinación de cabeza-, y a mí me da que vuacé debería cuidar su espada si no quiere apalear sardinas en las galeras del rey o, si se tercia, indigestarse de esparto en la Plaza de la Paja, que ya se sabe que al gentío le gusta más un ahorcamiento que comer con los dedos.

     Al descubrirse su oficio, el gesto del veterano se transformó. Con disimulo retiró la mano de la cintura donde ocultaba una vizcaína para, a continuación, encogerse de hombros y amagar una mueca que pretendía ser sonrisa conciliadora mientras clavaba los ojos en el joven que, apoyado contra la pared y alternando la mirada a uno y otro, se mantenía muy Bernardo. Muy apitonado, pensó Alonso.

     -Pues va a ser que vuecencia tenía razón, vascongado-dijo tras unos segundos-. Que salió 5 y no 6.

     Bajo la atenta mirada de todos los gariteros, el de los araños abandonó la taberna. Nada más desaparecer por la puerta, Alonso se volvió hacia el imberbe, y, antes de que este pudiera hablar, se puso frente a él, alzándole el dedo índice en actitud reprobatoria.

     -En cuanto a vuecencia, meta el sonante en la sacocha y gástelo en la manfla de al lado o en misa de doce, que eso me da una higa, pero aquí no.

Y dicho esto, el joven empezó a recoger su dinero entre el cuchicheo de la clientela, regresando la calma a la Taberna de Fundadores.

—-

     Cuando en la taberna ya no quedaban más que tres borrachos y un engibador exigiendo el cairo de la jornada a una acechona, Alonso apuró el último sorbo de vino y, mientras dejaba un Juan Platero sobre la mesa, se colocó la capa con una sola mano antes de salir a la calle. Afuera la noche refrescaba, así que se arriscó la abuela y empezó a caminar con mucho ruido de hierro por la calle de Toledo, rompiendo el soniche de las calles que, engullidas por la noche, aguardaban en soledad el nuevo día. Al poco rato, nada más torcer por la calle del Arcabuz, la diminuta luz de un candil, unida al rumor insistente de un grupo de hombres en torno a un cadáver le obligó a detenerse.

     -Aquí la autoridad-dijo sin mucha convicción-. ¿Qué sucede?

     -Acaban de emboscar a este rufo, teniente-dijo uno de los curiosos, que nada más ver a Alonso le reconoció- y le han trinchado los aparejos de una estocada.

     -¿Alguien vio algo?

     -Al escuchar ruido de hierros mis compañeros y yo nos acercamos, pero cuando llegamos al muerto ya lo habían aviado y el matachín estaba tomando peñas de longares calle arriba, donde le esperaba una montura.

     Alonso asintió lentamente mientras se acercaba al difunto, que estaba tirado boca arriba. Nada más verle lo reconoció de inmediato: era el joven vascongado de la taberna.

     -¿Dijo algo antes de morir?

     -Se ha ido por la posta tan rápido que no le ha dado tiempo a pedir confesión ni óleos.

     A lo lejos se empezaron a escuchar los pasos de los corchetes, lo que facilitaba a Alonso una salida rápida de aquel callejón. Allí ya poco se podía hacer, así que continuó su camino mientras se felicitaba de que la Villa y Corte saliera ganando al perder a dos miembros de la ilustre relación de hombres peligrosos de la noche madrileña; a uno porque lo habían apiolado y a otro porque, como veterano que era, sabría que los ducados mejor gastados eran aquellos que se invertían en lugares donde nadie preguntaba su procedencia, por lo que lo más probable era que a esas horas el barbirrucio de los araños estuviera ya emprendiendo el viaje-solo de ida- a Sevilla.

La luna se iba deslizando lentamente entre alguna nube solitaria, dejando al lucero del alba como el punto más brillante en el cielo. El aceite de los pocos candiles que alumbraban la calle se agotaba, proyectando la sombra del teniente de alguaciles sobre el empedrado hasta que llegó a una callejuela oscura como boca de lobo. Haciendo ademán de detenerse, Alonso se preguntó si la muerte sería así: tenebrosa y lúgubre.

     -¡Basta ya!-se recriminó a sí mismo por aquella debilidad, impropia de alguien a quien la Cierta le había estado acechando desde que tuvo edad para alzar una espada. Cada día de su vida se había despertado sabiendo que aquel podía ser el último, asumiendo esa incertidumbre con toda naturalidad, pero lo que no había previsto era que su propio cuerpo fuera el que le llevara a la sepultura a través de una lenta enfermedad.

     Una suave brisa le acarició el rostro empapado de sudor, ayudando a tranquilizarle. Ya más recompuesto, suspiró hondo y, antes de perderse en la noche, sonrió con amargura. Los vapores del vino ya habían desaparecido por completo, dejando paso a la lucidez de un pensamiento que fue repitiendo lentamente y en voz alta: <<morir solo puede significar haber vivido>>.  Y a fe que suya que lo había hecho, se dijo. Mateo Alonso, antiguo soldado al servicio del rey, hoy teniente de alguaciles de los cuarteles de Madrid, querido por unos, odiado por otros y respetado por todos, con más batallas ganadas que perdidas, más vino azumbrado que agua tenía el mar y más mujeres amadas que rejas tenía la cárcel de la Villa, se enfrentaría a La Chata tal y como había afrontado la vida: derecho, con andar arrufaldado y zambo. Y cuando la Muerte, como amante celosa que era, viniera a su encuentro, él, que no nunca había sabido vivir sin disfrutar de unos labios, se pondría frente a ella, cara a cara, decidido a no desperdiciar la ocasión de ver qué tal besaba.

 

 

25 comentarios

  1. Enhorabuena, Earwin. Tu relato es hermoso,lleno de sabor, una delicia. Gracias y suerte en la final

  2. hola, aunque aun no lo he leido, sabes que me gustarà…..espero que tengas suerte y los jueces valoren el trabajo y tesón que pones en todos tus trabajos….enhorabuena por haber sido elegido…….mj

  3. Enhorabuena,Earvin, por tu relato que me ha transportado al siglo de oro, y al diccionario a buscar bastantes palabras!

  4. Te felicito por estar entre los diez finalistas.
    Abrazo.

  5. Enhorabuena, Earvin. Un esfuerzo bien premiado. Hasta el duelo final, un abrazo.

  6. Mucha suerte en la final ¿Sabrá moverse Alonso en este siglo de chatarra? Sí, seguro que sí. No temerá a la crisis quien supo buscarle los labios a la Chata.

  7. Mi enhorabuena por tu relato y por el reconocimiento que has tenido del jurado.
    Mucha suerte.

  8. ¡Magnifico relato, me encanto!

    Me transportó a otra epoca.

    Fenomenal el final; a ver que tal besa la muerte.

    Gracias por compartirlo.

  9. Me han trinchado con los aparejos de sus palabras Earvin. He disfrutado este magnífico relato de principio a fin.
    Enhorabuena y suerte

  10. Izas, rabizas y colipaterras. Desde Don Camilo no había vuelto a leer: rabizas.
    El relato no me gustó, pero reconozco el esfuerzo.
    Suerte.

  11. Un buen trabajo que nos lleva de la mano a otras épocas.
    Bien hecho.

  12. Earvin, no estará en el siglo pero el oro lo lleva en la pluma. Una sorpesa grata encontrar en este concurso esta gozada de relato. Enhorabuena.

  13. Ricardo C. de León.

    ¿Por qué esa alusión constante a Pérez Reverte? ¿Tiene el monopolio de los relatos del Siglo de Oro?. Me gusta el relato, como lo cuenta, el personaje y la historia. Enhorabuena, espero que el jurado sepa valorarlo porque este relato es una joya.

  14. Earvin, yo tengo que agradecerte el que me hayas llevado de la mano a ese Madrid lejano, a ese tugurio lleno de hombres de otros tiempos y el haberme dejado beber un trago de vino con Mateo Alonso mientras respiraba el aire sucio de la taberna y miraba jugar a esos hombres; el ambiente está tan bien conseguido que cuesta trabajo volver a estos tiempos. Cuando lo haces, caes en la cuenta de lo poco que ha cambiado el ser humano, porque el final escuchas y sientes el miedo, del hombre aguerrido, a la enfermedad.El teniente de alguaciles de los cuarteles de Madrid hubiera preferido besar a la chata con la espada en la mano, pero el destino le entregará a la muerte mermado por la larga enfermedad.
    Sólo puedo decirte que me ha encantado.

  15. Un gran trabajo de vocabulario que nos devuelve al Madrid de las tabernas.

  16. Un esfuerzo reseñable, desde luego, el de construir un relato así. Si entre el jurado hay admiradores de esa literatura, tienes puesto asegurado entre los finalistas. Y como no sé de pesas ni medidas, yo no le habría encontrado ni un fallo. Felicitaciones y un saludo.

  17. Me uno a los elogios de los comentaristas anteriores. El autor o autora parece habernos dejado embobados a todos, más que por la trama, por el lenguaje ofrecido, que no sé si será reverteriano, pero seguro que es earviniano.

  18. El estilo que sirve de modelo -más cuando es tan trabajoso- y la calidad técnica de la ejecución casi eclipsan la historia. Pero daría para un buen debate sobre influencias, homenajes, copias y plagios. Felicidades.

  19. Muy bien escrito. Muy de Género.Por encima de la página se asoman todos los Lazarillos, Guzmanes de Alfaraches, Rinconetes, los valentones de Cervantes y toda la gallofa del siglo XVII que tan bien describe D. Arturo Pérez Reverte. Muy bien escrito, como decía. Un solo pero: me parece que beberse azumbre y medio de vino de un trago, es demasiado.

  20. Magnífico relato al estilo revertiano, pero no por eso deja de tener calidad.

    El último párrafo inmejorable.

  21. «Se acercó contoneando el navío con tanta gracia…» Y el último párrafo me ha encantado.

    ¡Enhorabuena y suerte!

  22. En efecto, historia de maneras revertianas que no se distancia un pelo de las revertianas. Al menos un servidor no ha encontrado diferencias.
    Excelentes textura y factura, Earvin.
    Magnífico.

  23. Sinceramente he de reconocer que estaba a la espera de que algún comentarista dejara la opinión más justa, en cuanto a la calidad, de este trabajo.Como he visto que han dejado el más acertado y que comparto, solamente me queda llevármelo y anotarlo en mi lista de favoritos, pero en un lugar privilegiado.

    Espero su seudónimo entre los finalistas.

    Pd:Hay conventos que también fueron tabernas.

  24. El Pérfido Samaritano

    Magnífico tributo a la literatura del Siglo de Oro. Impecable el manejo del vocabulario, las descripciones, la recreación del ambiente,… La metáfora «se acercó contoneando el navío con tanta gracia…», deliciosa. Enhorabuena Earvin (¿o debería decir Arturo Pérez-Reverte?)

  25. Reconozco que solo conozco (sin conocer su nombre, ni tan siquiera su rostro) a una persona que escribe así.

    Enhorabuena, es un grandioso trabajo. Muy trabajado, eso es indiscutible.

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