En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
Pobre Juan. No sabía cuándo había decidido olvidar todo aquello que le resultaba desagradable. Solo tenía memoria para las cosas que le importaban, como los libros leídos y disfrutados, como las personas que significaban algo para él, en su gran mayoría desaparecidas, o los parajes que habían formado parte de su existencia. Por lo tanto, siendo poseedor de la memoria selectiva más selectiva del mundo era muy difícil comprenderlo y sobre todo hacía complicado vivir con él.
Lo que más le desagradaba era la tecnología. Decía no comprender cómo podían salir voces de un trozo de metal plateado y se ponía especialmente agresivo con aquel aparato al que todo el mundo adoraba y que ocupaba el lugar más importante en el salón. Mientras cenaban todos estaban pendientes del “altar”, de lo que se podía ver y oír en aquel artefacto. En más de una ocasión Juan, asustado por las guerras que se libraban dentro del “trasto”, asqueado por la visión de cuerpos mutilados y sanguinolentos, niños con enormes ojos y moscas en la comisura de los labios, había arremetido contra aquel cacharro inhumano, al igual que Don Quijote arremetió contra los molinos de viento. Pero siempre volvía la diabólica máquina más grande, más negra, más plana.
— Papá no puedes destrozar la televisión, lo que pasa ahí dentro no es real. Tú no puedes frenarlo, ahí solo cuentan las cosas que pasan en el mundo.
— Entonces sí que es real y tú cenas y comes mientras ves esas barbaridades. ¿Cómo puede nadie vivir y dormir viendo lo que ahí sale? ¿Por qué os ponéis delante de ese bicho y fagocitáis sus porquerías?
Ya pensaban en casa que lo mejor era llevarlo a algún centro en el que pudieran hacerse cargo de él. Un sitio bonito y con jardines del que no pudiera salir, por no hacerse daño, y que ellos pudieran ir a verlo de vez en cuando para poder tener la conciencia tranquila.
Pero Juan no se movería de su casa. No era él el que vivía en casa ajena, eran los demás los que habitaban con él.
— Papá, ¿no te gustaría vivir con gente de tu edad en una residencia preciosa?
— Hijo, si quieres deshacerte de mí lo tienes fácil, te vas tú. ¿Acaso te piensas que por tener años soy tonto? Una residencia con jardines… vergüenza debería darte.
— Padre no es fácil vivir contigo, reconócelo.
— No es agradable vivir con vosotros. Os pasáis la vida mirando a través de ese aparato cómo viven los demás; viendo guerras, hambres, desahucios, viendo cómo un grupo de gente que no se conoce viven juntos, follan juntos, pelean, se insultan se odian y se engañan, no vivís la vida, viajáis dentro del monstruo sentados en el sofá, discutís por lo que ahí dentro pasa y defendéis a vuestros ídolos a costa de vuestra propia familia. No conocéis vuestro entorno y soñáis con ir a lugares remotos que salen de esa pantalla.
En cuanto a vuestros hijos; hablan a través del pequeño aparato, cruzan las calles mirando su imagen escribiendo incesantemente, sonriendo como idiotas cuando suena la música de la respuesta, no hablan con el que tienen al lado sino con el que está lejos. En realidad no hablan con nadie. No tienen un perro que les espere cuando regresan, uno que se levante sobre sus cuartos traseros y que les dé la bienvenida, uno que pida una caricia de piel y lama sus manos. Tienen una mascota dentro del bicho, que reclama su atención de vez en cuando, que se cura en un momento con una pócima mágica, que no se muere nunca, ni de pena ni de soledad.
Yo tuve un galgo y había más humanidad en sus ojos que en todas las pantallas del mundo.
Esta es mi casa, no seré yo quien cambie de vida. A mí no me hace falta.
Buenas tardes, Patagón.
Si en algún momento tu personaje, o tú mismo, decide crear un ejército de quijotes que, lanza en ristre, arremetan contra esos aparatos del demonio que ya no sirven ni para colocar muñequitas vestidas de faralaes, o martillo en mano se dediquen a pulverizar esos aparatos emisores de pitidos, no dudéis en contactar conmigo. Algo me dice que somos legión. Mucha suerte.
Y ,por supuesto, muchas gracias por tu voto.
Si yo fuera él me iría a la perrera y llenaría la casa de galgos, o de cualquier otra raza, da igual,
Quizá alguno se interesara por los canes y «pasara» del Tamagochi y el Pou.
Gracias por leerlo
¡Hola, Patagón! ¿Y cómo sigue en tu mente? ¿Se cargará a esa bestia negra con poderes hipnóticos en una repentina batalla de autodefensa? Tendrían la excusa perfecta para enviarlo a un centro por su locura…
Me he quedado con ganas de leer más. 😉
¡Suerte, Patagón!
Una reflexión sobre la tecnología supliendo al afecto humano. Surte.
Muy original utilizar una figura clásica en relación con las nuevas tecnologías, los molinos de este siglo. Me gusta el toque ocurrente a la vez que amargo que se aprecia.
Muy bien reflejada la perplejidad que invade a cualquier persona sensata que se pare a reflexionar. No es loco Don Quijote, lo son los bachilleres, barberos y sobrinas que pretenden «protegerle».
Muy agudo el relato. Suerte.
Lo más original es utilizar la figura del comienzo de «El Quijote» como punto de partida del relato (o acaso reflexión en negro sobre blanco) y luego referencia del protagonista.
El resto es sobre todo un desahogo explícito contra la tecnología mentalmente abrasiva. Podrían haberse sacado a colación docenas de otros artilugios vampirizantes, pero bueno, con los que se citan aquí ya vamos listos. Hoy en día son los más visibles y comunes.
En la redacción el autor no se complica la vida y como instrumento narrativo despliega una escena hogareña, cotidiana, perfectamente reconocible, sostenida mediante pensamientos y diálogos de vocabulario sencillo. Empática para cualquier lector.
Las dos últimas frases son por sí solas otro desahogo, pero éste teñido de nostalgia y con una reivindicación contundente como bajada del telón.
Patagón, te imagino ahora mismo (ya sé que tú eres solamente el escritor-narrador) sentadito en un autobús donde mas del sesenta por ciento del personal va maniobrando con sus móviles, sonriendo cuando han escrito algo gracioso o llamando a su madre para que arrime las alubias al fuego porque ya están llegando. Y la verdad, me entra una risa deportiva. Se te ve venir con la referencia al Quijote (algunos críticos literarios dicen que habla de la búsqueda del ideal en lo real, aunque a ti, y perdóname, no te veo en esa tesitura) y su lucha por la libertad verdadera.
En fin, podría decirte, usando un tono trágico, que los lamentos de Juan me llegan al alma. Pero esto es así desde hace tanto tiempo que es mejor apuntarse a esa otra que dice que “si no puedes con tu enemigo, únete a él”. Y te diré por qué, Patagón. Estoy hasta el gorro de oír lo mismo que le dice su hijo a Juan: “no es fácil vivir contigo, reconócelo”.
Suerte, Patagón
Hola, Patagón.
Nos has presentado al Quijote del siglo XXI, que, desde su aparente locura, denuncia el sinsentido del mal uso de las tecnologías.
Un relato que hace reflexionar y muy bueno como literatura.
gracias a todos aquellos que se tomen el tiempo suficiente para leer y comentar los relatos
Interesante y acertada crítica de la sociedad actual. Juan, tan idealista como don Quijote, luchando contra una tecnología que lo domina todo y lleva camino de convertirnos en seres (casi) prefabricados y con sentimientos de plástico. Mucha suerte.
hola Patagón :
Sobre todo una historia de cordura , de coherencia , que ensalza los verdaderos valores humanos y mete el dedo en no pocas llagas. Tremenda crítica, yo diría que mas que a la tecnología a nuestrAs actitudes y usos en muchos de los casos.
Me encanta el personaje, me gusta mucho como lo cuentas y me encanta el mensaje.
Felicidades.
Uma historia bien crítica con el abuso de la tecnología y las noticias.El colmo es que lo quieran echar de su casa. Muy bueno 🙂