Aquel día hacía mucho viento. Un viento cálido y persistente. Ella no pudo resistir más, estaba desesperada, acuciada por la vida que había llevado. Cogió el coche y huyó de la ciudad. La circulación era espesa en las inmediaciones, los carriles estaban congestionados, pero poco a poco se alejó por la autovía, hasta encontrar aquella ruta que recordaba. Condujo su BMW temerariamente por una carretera que ascendía a la montaña, mientras trataba de no pensar. Había roto con su marido, había dejado el cargo en el banco y su carrera rutilante ya no era nada, toda su vida había quedado en un engaño imposible de solucionar. Rechazaba recapacitar lo más mínimo, aferrándose cada vez más fuerte al volante. Se sentía rota, deshecha, plenamente frustrada. Una amargura insoportable la ahogaba. Su vida pasaba por delante del morro del coche, reflejándose en el impecable capot, como un film vertiginoso compuesto por imágenes amalgamadas en una realidad engañosa, aclarada de forma brutal en un resumen de motivos, vacíos y aborrecibles, que la sumergían en una depresión inaguantable. Al limpiarse las lágrimas con la mano, emborronó la pintura de sus ojos y a la vez desdibujó el carmín que perfilaba sus labios. Tenía la certeza, estaba convencida que se había acabado todo, que su vida no tenía ya salida. Y con las mismas se arrancó el collar con aquellos diamantes tan exclusivos, regalo de su último cumpleaños, y lo tiró por la ventanilla.
Había estado en las manos de su marido desde el primer momento, él la había encumbrado, él la había sostenido en aquella vorágine económica, manipulando los entresijos del banco y aprovechándose de sus capacidades para corromperla. Ella lo había hecho todo por amor, sentía por él un amor enfermizo, férreo, obsesivo, pero ya hacía tiempo que su relación no pasaba de un matrimonio socialmente correcto, y la convivencia se había convertido en un infierno, en un hogar triste y desolado, repleto de lujos superfluos y falsos paradigmas. Y había aguantado la violencia por ese sentimiento ciego, que le hacía soportar continuas humillaciones en privado. Los golpes curaban con la medicina que proporcionaba la bebida, con su influencia se había convertido casi en una alcohólica, cuando él ya lo era de más. Los moratones quedan maquillados con el perdón y el deseo de que todo se solucionara en un futuro redimido. Pero ya no iba a ver otra ocasión, el último trago del coctel más amargo que había bebido nunca, le había proporcionado la solución. Había pasado la noche en la barra del bar, en el club privado al que pertenecían. Él no había ido a buscarla, como otras noches, para pedirle de nuevo perdón, estaba demasiado borracho.
Ella se lo comunicó por teléfono, esa misma mañana, con un arrebato de autoridad que nunca había podido utilizar, mientras el reía cínicamente, creyendo que no sería capaz. En un arrebato de valor arrojo su Smartphone a una alcantarilla, para evitar oír los últimos insultos que le dedicaba. Lo abandonaba para siempre. Ni un reproche más, ni una paliza más, nunca volvería hacer el amor después de sufrir como sufría. No volvería a perderse en ese laberinto sicológico, ante las miradas indulgentes de los camareros del club, sorbiendo tragos del coctel de la soledad, hasta el amanecer, con aquella música absurda de jazz que nunca dejaba de sonar.
El banco había quebrado y, gracias a su marido, ella era la principal responsable, pero eso no le importaba. El amor había ascendido al primer puesto. Si por ella hubiera sido, el amor, siempre hubiera estado ahí, en el primer lugar. Era lo que esperaba, amor, cariño, no volver a la soledad de la barra del club. Había esperado mucho tiempo para que él cambiara, pero lo que había cambiado había sido el mundo, siempre en su contra, cada vez convertido en un enemigo más implacable. Y sabía de más que su marido nunca permitiría que lo abandonara, la buscaría hasta la fin del mundo y la haría volver a su redil, mansamente, porque él era capaz de todo, porque con su mirada la dominaba como a una niña y ella no podía resistirse a su encanto, a su fiereza y a su poder. Incluso sabía que se dejaría matar, que no se resistiría a uno de sus arrebatos de celos inventados, que un golpe de gracia acabaría con su vida por una tonta sospecha de adulterio.
El BMW se agarraba a las curvas con la fuerza de su infalible mecánica, ante la velocidad que exigía el motor, y su dueña no paró de pisar a fondo el acelerador hasta llegar al punto más alto de la carretera. Allí se bajó del coche y se descalzó, mientras se quitaba el blazer. Cogió los zapatos, aquellos zapatos que tanto le gustaban y que tanto pagó por ellos, y los arrojó, todo lo lejos que pudo, despreciándolos. Parecía recapacitar sobre su situación de una forma convulsa. Guidada por la ansiedad, se alejó del coche, desabrochó el cierre de la cadena de su Rolex de oro, aquel que le habían regalado en la última convención bancaria, donde fue protagonista, y lo hizo trizas golpeándolo contra una piedra.
Decidida, subió la ladera hasta alcanzar la cumbre del promontorio donde se hallaba. Desde allí contempló el extenso espacio que dominaba aquella altura y esbozó en su rostro una expresión de gozo, hasta que la fuerza del viento le hizo cerrar los ojos. Delante de ella el espacio no tenía límites y el viento soplaba sin ninguna barrera, con todo su poder. Parecía reflexionar profundamente. Por unos instantes miró hacia atrás, pero detrás de ella no venía nadie. Luego sus ojos se entristecieron. Su pelo se levantaba tanto como su falda. La melena dorada, estandarte de su sensualidad, le ondeaba al viento con fuerza, mientras su falda verde se agitaba por el torbellino que provocaba el viento, mostrando la belleza de sus piernas. Dio unos pasos más hacia delante, su cuerpo entero parecía que iba a volar. Desde allí, las nubes, el valle y las montañas se veían diferentes. La fuerza del viento aumentaba aún más en el borde de aquel abismo natural. La blusa se le abrió hasta que saltaron todos los botones, mientras su falda se agitaba azotada por el poder del viento.
Se asomó todo lo que pudo al precipicio, apurando la última roca con unos últimos pasitos. Su cuerpo llegó a estremecerse sintiendo las fuertes ráfagas que alcanzaban aquella magnifica altura. Unos instantes más y su falda perdió el broche que la sujetaba a la cintura, de modo que salió volando como una cometa, sin que sus manos pudieran evitarlo. Se asustó, dudó unos instantes, pero su voluntad superó las reticencias que sentía. Y descalza y medio desnuda se sintió llena de energía, amparándose en una resignación determinante, tan poderosa como el viento, y se inclinó en el vacío con los brazos abiertos, de forma que la propia fuerza del viento la sostenía, impidiéndole caer. Así permaneció con los ojos cerrados, el rostro serio, como si quisiera dormir y soñar para siempre con algo nuevo. Cerró los ojos con más fuerza y apretó los labios, contrayendo todo la cara, certificando que había tomado la decisión más trascendente de su vida. Y su rostro entero expresó la necesidad de volar para alcanzar un espacio más enorme aún que aquel, un lugar inalcanzable, liberador y sin retorno posible.
La idea de volar, de dejarse llevar, de escapar, de todo y de todos, aunque no se sepa hacia dónde. Es algo que me fascina y lo has relatado de una forma extraordinaria. Me ha llamado la atención porque yo misma pensé en un final similar de viento y ráfagas de nieve en el relato que presenté. Hay quien lo ve como una forma de acabar; otros, como un nuevo comienzo.
Toda la suerte del mundo.
Hermosa reflexión sobre el maltrato a la mujer.Todos somos un
poco culpables de este problema que nos transporta a un mundo
de incultura y animalismo.Gracias al autor por recordarnos que
hay un largo camino por recorrer y sembrar en nuestras conciencias el compromiso y la obligación de involucrarnos en
tanacuciante problema. Enhorabuena al autor.
Ojala que el camino se acorte pronto y la sociedad cambie,y nos pongamos a escribir de otras cosas.
En busca de la denuncia podemos caer en lo mil veces dicho. No obstante hay que repetir, una y otra vez, basta ya!!!
Se nota tu lucha por mostrar la desesperación del personaje.
Suerte.
Se trata de llegar a la raíz del problema,para que de la cara, diciendo a la vez: ¡¡Basta ya!! de forma insistente. Duna tienes toda la razón.
No soy experta en el arte de la escritura pero lo que he leído me gusta.Si eres hombre has sabido ponerte en la piel de una mujer maltratada y utilizada en todos los sentidos.Te felicito y sobre todo por la forma tan correcta y coherente de admitir las criticas.Mucha suerte de corazón.
Gracias Fina por tu comentario. ¿Qué decir?… Sobre las críticas las considero muy beneficiosas para tener una perspectiva de lo que se escribe. Luego, opino lo siguiente: Seamos mujer o hombre, todos tenemos que ponernos en la piel de la persona maltratada.
Me ha gustado mucho, creo que sabes definir todo por lo que pasa una mujer maltratada y humillada por su marido pasa.Como dice » Ferula » con ganas de decirle que en la vida hay soluciones y que se puede empezar de nuevo.Un saludo y todo mi apoyo para tu relato.
El tema de la historia no es nuevo, ni mucho menos, pero sí que es inusual que se utilice un fenómeno meteorológico, el viento, como un personaje más del argumento (por cierto, un viento huracanado, como poco, si es capaz de arrancar botones de camisa y acabar desnudando a la mujer…). El segundo personaje no humano tal vez sea ese garito al que la protagonista acude para ahogar su desgracia a golpe de dosis de alcohol. Ambos elementos son muy cinematográficos. Salvo por estos dos personajes poco habituales, sobre todo el primero, una situación de ese estilo ha sido tratada con frecuencia en novela, cine, ópera, etc. Aquí está enfocada con seriedad, empeño, recursos certeros y una prosa muy visual.
En cuanto a la redacción, salvo en los dos últimos párrafos yo creo que no se atiene a la regla, inherente al concepto de relato, de la economía de medios. El autor o autora se detiene en describir minuciosamente detalles y datos que poco o nada aportan al lector en el seguimiento de la acción, ya que de cuál es el problema y de lo que pasa por la mente de la mujer nos hemos enterado a las primeras de cambio (quizá demasiado pronto). Se vuelve a caer en el discurso de explicar más que sugerir. Tal superávit de palabras lastra el ritmo del conjunto. Y con respecto a la ortografía, ciertas frases agradecerían un repaso de manicura.
De entrada, agradezco mucho tu comentario y tu critica. La posibilidad de poder responderte me lleva a considerar, primero, que escribir sobre un tema nuevo es complicado y tal vez volvamos una y otra vez sobre los asuntos universales. Segundo, yo no consideraría al fenómeno del viento como un personaje del relato, sino más bien parte activa de un escenario violento, que causa un efecto perturbador,incluso enloquecedor, y a la vez desencadenante, como la gota que colma un vaso excesivamente lleno. Tercero, me pregunto:¿Dónde están las reglas? Si las hay, es algo que me encantaría saltarme cada vez que escribo un relato, sobre todo si consigo plasmar lo que quiero. Cuarto, quizás en cuanto a la ropa de la protagonista, tal vez se me pasó decir que vestía ropas de diseño, de un tejido liviano y vaporoso, cuya debilidad no pudo resistir la excesiva fuerza del viento(de ráfagas de más de 80 km.)cuyos botones eran casi meros adornos. Quinto,… explicar, sugerir: ahí está el dilema. Luego, pedir perdón por lo que dices de la ortografía, que tal vez sea fruto de la pasión traicionera del pensamiento, que siempre va por delante de la escritura, apremiando en demasía. Muchas gracias por leer mi relato. Saludos.
Me he sentido al lado de la protagonista, con ganas de decirle que en la vida hay soluciones y que se puede empezar de nuevo. Me gusta. Suerte con el relato.
Bueno, lo dices en tu último comentario, Ophrys: “un relato cargado de emotividad al ver tantas noticias tan amargas”. Pero las noticias son sólo eso, noticias, y no conviene tragárselas todas, acaso sea mejor quedarse sólo con alguna, más cercana, e intentar hacer algo por ayudar. En el aspecto puramente literario, si me permites, creo que hubiera venido bien un último vistazo, hay errores fácilmente detectables con una simple lectura: “contrayendo todo la cara” o “la buscaría hasta la fin del mundo”.
Perdona mi intromisión y suerte, Ophrys.
Hola Enara, muchas gracias por desearme suerte. Sobre tu comentario, el cual también agradezco,quizás la emotividad en este caso este cargada de demasiadas cosas negativas, pero lo que está claro es que las noticias ponen de manifiesto la realidad y no es cuestión de tragárselas o no. Si pasan cosas así y las difunden no creo que mientan. Por otro lado, ya me gustaría poder ayudar más activamente y no con solo palabras, pero mi interés en hacer el relato «Un día de viento» a estado en recrear el resultado de una relación insoportable, muy pobremente desde luego, aplicando algo de fuerza literaria y mostrando un simbolismo común en nuestras sociedad, con los bienes que la protagonista se va desprendiendo. En cuanto a esos errores que dices puede que tengas razón, quizás la cara no se pueda contraer entera, tal vez hubiera quedado mejor: contrajo todos los músculos de su cara; y sobre lo de la fin del mundo, se ve que es una costumbre adquirida no sé cómo, puede que hubiera quedado mejor: el fin del mundo. Respecto a tu intromisión la veo más que justificada. Te mando mis saludos más cordiales.
Tu relato rezuma pesimismo,y al parecer la protagonista no puede salir de su situación desesperada. Naturalmente es una opción, que respeto.
El final del relato queda en el aire, con el viento, que cada cual saque sus conclusiones, el relato quizás sugiera eso, pero hay que tener en cuenta que la realidad, desgraciadamente, es peor, y lo que cuento narra un hecho inventado y a la vez cargado de la emotividad que siento al ver tanta noticia tan amarga. Es un día de mucho viento, espero que ese viento amaine pronto para todas las mujeres que sufren. Saludos. Me ha gustado mucho tu comentario.
me gusta como relatas hay momentos que estoy dentro de lo que esta sucediendo pero el suicidio es lo ultimo, mucha suerte
Esta claro, el suicidio nunca, pero se puede encontrar la libertad en la naturaleza,en nuestra propia naturaleza, y cambiar el rumbo de las cosas.
Ophrys podría destacarte muchas cosas del relato pero hay una, que a mi personalmente me ha llegado con mucha fuerza.
Esas imágenes que propones de la protagonista totalmente a merced del viento y su simbolismo de libertad, frente a la tremenda angustia de la mujer, me han llegado, me han transmitido una intensidad bárbara.
Te deseo mucha suerte,felicidades.
Gracias, me alegra mucho que lo comprendas así, es lo mismo que pensé y sentí yo al escribirlo. Saludos.
Cuanta angustia y rabia. Como dice Gaia el desamor recorre todas las clases sociales.
Suerte
Los malos tratos cruzan todas las clases sociales. Cuánto desamor puede haber bajo el engañoso brillo social y cuánta vaciedad. De ahí al vacío. ¡Qué pena de vidas! Mucha suerte.
Gracias, tienes toda la razón por desgracia es así.
Gracias. NO debemos cansarnos de denunciarlo.