Elogio de la Elocuencia
Hay frases memorables escritas para discursos memorables que quedan y quedarán en el legado político pero también en el baúl emocional de las generaciones actuales y de las venideras. Frases como “Yes we can” de Barack Obama o “I have a dream” de Martín L. King han pasado de ser mera jerga a convertirse en los slogans más escuchados de toda una campaña política, en títulos para una canción e incluso en propio slang en el caso de “Yes we can”.
No obstante, muy pocos personajes de la historia han sido tocados por la varita mágica o no tan mágica (todo es entrenable) de la Elocuencia. Incluso afamados comunicadores han tenido y tienen sus carencias en el «know how». Al pronunciar Winston Churchill, en su discurso a la Cámara de los Comunes el 13 de Mayo de 1940, las cuatro palabras “blood, sweat, effort and tears” y no las tres de las que todo el mundo se ha hecho eco, “blood, sweat and tears”, no cayó en la cuenta que el número tres tiene de hecho un poder comunicativo más efectista que el número cuatro. Tampoco y sorprende, se percató de que estaba pecando de redundante al emplear seguidas las palabras “sudor y esfuerzo”. Bien es cierto, sin embargo que W.Churchill está considerado una de las más grandes figuras políticas.
Tal vez haya sido la necesidad acuciante e imperiosa, no ya del saber hacer, que también, sino del saber comunicar lo que uno ha hecho, hace o pretende hacer en el futuro, la que haya traído a la palestra el poder insólito de la buena comunicación. Y con esto me refiero a la COMUNICACIÓN con mayúsculas, donde la voz, los gestos, el tono, la emoción, el mensaje, la imagen y la buena preparación del orador vayan inevitablemente de la mano.
Nos tenemos que remontar a la Antigua Grecia y a Calíope, musa de la poesía épica y de la elocuencia, y al gran Demóstenes para conocer el origen de la buena oratoria. Demóstenes tenía, al igual que el rey inglés Jorge VI, un problema añadido de tartamudez del que siendo muchas veces mofa, logró mejorar. Se dice de él que se ponía piedras en la lengua, o que iba a la playa a hablar y que a veces le gritaba al sol para finalmente revelar el gran secreto para hablar en público, que no era otro que “dicción, dicción y dicción”.
Y no sólo Grecia e Inglaterra han dado buenos oradores. Pensemos en Mohandas Gandhi, Martin Luther King, Ronald Reagan, Robespierre, John F. Kennedy o Hitler que ensayaba frente al espejo, con ese estilo suyo tan arrollador y mediático, estudiado hasta el milímetro aunque con consecuencias, como ya es sabido, tan devastadoras para la Humanidad.
Tampoco hay que irse fuera de nuestras fronteras para encontrar personajes de nuestra propia historia reciente como Dolores Ibárruri (la Pasionaria) o Adolfo Suárez entre otros aunque estos otros sean más bien pocos.
No exageramos si contamos a los buenos comunicadores con los dedos de una mano. Se habrán dado cuenta que sobran las frases manidas o las superficialidades en un terreno especialmente abonado para ellas; también están de más las imprecisas y redundantes repeticiones en las que algunos están tan curtidos y de las que se hace incluso gala. Hace falta llegar más a la gente, emocionar sobre razonar, más referencias personales y menos generales, mejor y más conocimiento y preparación frente a la ignominia que domina el escenario público expuesto a grandes dosis de, por lo rancia, inmerecida dialéctica. No me desdigo en el hecho de que nos merecemos otra clase de oratoria. ¿Intentaremos al menos como el rey inglés afrontar este difícil pero asumible partido? El reto es nuestro. Sólo es necesario identificar y reconocer nuestras carencias en el habla, teorizarlas, practicar mucho y adquirir la habilidad. Lo agradeceremos. Nos lo agradecerán.
USUE MENDAZA
Soy una gran aficionada a la lectura y a la buena literatura. Esa que te engancha poco a poco y te enriquece y te hace sentir cómoda con la atracción a sus páginas.
Me ha gustado mucho el artículo de Usue, porque con la base de la comunicación genial compañera es la elocuencia.
Gracias