Cordón umbilical
No puedo olvidar la sencillez y comodidad de la placenta mullida que me abraza desde antes de tener conciencia cuando no era más que un cigoto con ínfulas de embrión. Era imposible no ronronear al compás del tarareo de mama yendo de aquí para allá.
Un día, creo que fue un lunes cuando mama no entonó su copla preferida, en ese momento, tras un corto e interminable silencio, de pronto cambio las notas melódicas por gemidos y contracciones que, removieron mi estancia poniéndome cabeza abajo.
Sentí por primera vez la violencia en el momento que me extraían. Fuera de mi burbuja la temperatura no era cálida, la luz blanca me cegaba, y ensordecí en un concierto de voces agudas.
Al volver la vista hacia la carnicería, advertí que tan solo bastó un corte certero para finalizar la intensa función, el bisturí afilado con precisión había sajado mí hogar.
De un borbotón en sangre y líquido amniótico me echaron a una vida centrada en la búsqueda del cordón umbilical robado, pero si lograba encontrarlo, sabía que, tirando de él, en el otro extremo estaría esperando mama.
© Jordi Rosiñol.