Sota
Brillante color canela, el pelo corto y duro, las orejas a medio caer, yace con el morro sentado sobre sus manos, sus ojos lucen del color de la miel, están llenos de vida sencilla. En ellos, pequeños y profundos se puede leer la bondad del animal tumbado en la manta, se muestra afable ante el trasiego habitual de la Gran Vía de Barcelona, la perra hace gala de su linaje mestizo.
Sota, era el nombre que le acompaño en su vida, nombre corto y silente. Lo escogió su compañero cuando la encontró vagando sola, famélica, y con el rabo entre las piernas, el nombre fue todo un acierto, le describía tanto a él como a Sota, los dos permanecían debajo, y bajo las miradas de los transeúntes del barrio, qué, inclinándose al pasar, dejaban escapar una sonrisa de buenos días cada mañana. Él, siempre laborioso, sentado en un cartón recién estrenado, hilaba tiras de cuero, confeccionaba pulseras que alimentaban el par de estómagos hambrientos. Apoyados en la misma fachada pasaban los días sin calendario, las horas sin reloj, y la vida sin prisas. Allí, debajo del resto del mundo Sota era feliz con su compañero, con él nunca le faltaba el cariño, ni a Tauri tampoco, ella se lo ofrecía a borbotones y lo expresaba a lametones.
Hacía tan solo un par de mañanas, dos bienintencionadas muchachas de los servicios sociales fueron recibidas con alegría comedida por Sota y Tauri. En cuclillas las dos, una de ellas con entusiasmo contenido explicaba los avances para que ocuparan una vivienda social antes de la inminente Navidad, la otra absorta de su cometido acaricia la cabeza de la perra, que no para de mover el rabo como si entendiera la buena noticia que les traían.
Descontando mentalmente el tiempo que les quedaba para la mudanza, Tauri impasible seguía trenza que te trenza el cuero, mientras Sota se echaba un buen y acostumbrado sueño mañanero. Dormía placidamente hasta que, unos gritos, casi encima de su hocico la despertaron. Muerta de miedo ladraba como nunca lo había hecho antes, unos hombres de azul zarandeaban a su compañero. Como el avaro del cuento de Charles Dickens, varios señores Scrooge vestidos de azul arrastraban a Tauri hasta el medio de la calzada, temerosa, sus propios ladridos retumbaban en el interior de su cabeza, el pulso le iba a estallar, ella no era un perro de presa, no sabia luchar, no entendía que pasaba, solo sufría de terror ante la violencia.
Fue un instante, un estallido, un sólo estruendo secó su garganta, y aplasto su cabeza contra una de las baldosas de la acera, podía ver de reojo sin parpadear el dibujo del famoso “panot de la flor barcelonesa” que tanto le gustaba, con el otro ojo aún veía como Tauri retorcía el cuerpo, y gesticulaba el rostro sin cesar de llorar, pero ella, ya no lo oía, el silencio retumbaba mientras la paz invadía poco a poco su ser, nada más que la cola ondeaba de un lado a otro despidiéndose de su corta pero feliz vida debajo, en su manta, con su cacharro del agua y mirando trenzar a su compañero desde el suelo.
Ya llegaron y pasaron las navidades, y aquel piso social sigue si habitar, les esperará en vano una eternidad. Esta Nochebuena pudimos ver a Sota, y no hizo falta mirar abajo, ahora cuando busquemos la estrella de Navidad, o el trineo de Santa Claus, veremos un nuevo punto luminoso en el cielo, es la estrella de Dalt, que junto a otros muchos asteroides caninos nos señalan el camino de los deseos de paz y amor en el mundo a los humanos.
©Texto: Jordi Rosiñol Lorenzo
*Sota (debajo en catalán)
*Dalt (Arriba en catalán)