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29- Waterloo Punto 1815. Por Lovecraft

En la suite 612 de La Belle Alliance, un dubitativo Napoleón Bonaparte tamborileaba con los dedos sobre el touchpad de su portátil de última generación. El parpadeo del cursor en el último campo del formulario ejercía sobre el general un efecto casi hipnótico:

«Introduce tu contraseña».

            Aquella solicitud era una clara invitación a finalizar su registro. Tras unos minutos de indecisión, se le iluminó el semblante y tecleó nervioso la palabra de paso escogida. La elección se le antojó una ocurrencia muy atinada, dado el inminente acontecimiento histórico del que sería principal protagonista:

«Waterloo.1815».

           El emperador francés pulsó sobre el botón «Regístrate» y omitió con prisas las primeras pantallas de opciones, que le parecieron superfluas, hasta llegar a la ventana inicial, donde recibió el saludo estándar para los nuevos usuarios:

«Bienvenido a SocialNet, Napo_Bonaparte. ¿Qué estás pensando?».

            Para inaugurar la cuenta recién creada, eligió como primer estado una sentencia que llevaba tiempo madurando:

«Il y a des empires, des royaumes, le monde entier ou rien de rien entre un batalle gagnée et un bataille perdue».

            El Mariscal Ney, al que gustaba alardear de sus conocimientos informáticos («nivel de usuario avanzado», informaba con petulancia a sus interlocutores), convenció al emperador de la utilidad estratégica de este tipo de herramientas. Siguiendo sus indicaciones, Bonaparte localizó la sección «Personas que quizá conozcas» y se aplicó a enviar solicitudes de amistad a todos los usuarios que figuraban en el interminable listado. Allí aparecían, junto a cientos de desconocidos, el propio Michel Ney y su conmilitón el mariscal Emmanuel de Grouchy, Antoine Drouot, el general Maurice Étienne, É. A. C. J. Mortier, Dominique Vandamme, el también general Georges Mounton (a la sazón conde de Lobau) y hasta el mismísimo Fabrizio del Dongo junto al miserable sargento Thenardier. Napoleón no hizo distinciones entre unos y otros, sino que se dedicó con frenesí a activar el enlace «Añadir a mis amigos» hasta que agotó una onomástica que parecía interminable.

            Su actividad era tan absorbente que al principio no se percató del cambio, pero enseguida advirtió que, a la izquierda de la pantalla, bajo el epígrafe «Amigos», el número de estos iba aumentando de forma imparable. Media hora más tarde, no menos de 120.000 prosélitos habían aceptado su solicitud de amistad, entre generales, oficiales de diferente rango, cazadores, pontoneros, dragones, granaderos, húsares, artilleros, voltigeurs y miembros dela Vieja Guardia Imperial (muchos de ellos galardonados por él mismo, en anteriores campañas, con la Legión de Honor).

            Napoleón decidió que ese era el momento de compartir el primer comentario en su muro. Una encendida arenga a todos sus seguidores sería el mejor acicate para enfrentarse con honor y fiera determinación a los ejércitos que la Séptima Coaliciónhabía reunido para rechazar a lArmée du Nord:

«Napo_Bonaparte. Amados hijos de la Francia eterna: puede que los enemigos nos superen en número, pero os aseguro que aun así tenemos noventa probabilidades sobre cien a nuestro favor. Ese petimetre inglés ha jugado ya su suerte y el resultado está a nuestro favor. Él es un mal comandante, sus tropas son unas malas tropas y derrotarlas será tan fácil como degustar una ración de chocolate con churros madrileños».

             El discurso consiguió enseguida su efecto alentador. La primera señal sólo fue un tímido «A Jean-Baptiste Drouet le gusta esto», pero dos minutos más tarde, tras actualizar la página, a éste se le habían unido el general conde Édouard J. B. Milhaud con el Cuarto Cuerpo de Caballería, Jerónimo Bonaparte comandando una división del Cuerpo de Reille, los veteranos de Quiot al completo y 85.000 personas más. Una adhesión tan cuantiosa levantó sobremanera el ánimo del emperador.

              Hacía tiempo que El Comandante en Jefe de las Tropas Revolucionarias fingía padecer una úlcera gástrica que le obligaba a mantener su mano derecha oculta sobre el vientre, con el objeto de mitigar los supuestos dolores que aquella patología le provocaba. En realidad, esta falsa dolencia no era más que un subterfugio para disimular, escondido en el hueco del puño, un pendrive donde almacenaba numerosa información de interés táctico junto a bastante otra de carácter personal. Napoleón insertó el aparatito en el primer puerto USB libre y comenzó a subir fotos a un álbum recién creado, con intenciones claramente propagandísticas.

             El primer upload fue una de sus imágenes predilectas, captada por el fotógrafo de cámara, Jacques-Louis David. Se trataba de un retrato ecuestre donde El Salvador de la República y de la Patria aparecía cruzando el paso alpino de Saint-Bernard (en su versión de Belvedere, que como todo entendido sabía era la única que nunca precisó de retoque digital alguno).

             Siguieron a aquella varios cientos de «jotapegés» donde fue etiquetando con meticulosidad a todos sus adeptos. Pero no fue del todo sincero. Bajo la foto que Meissonier le tomara años atrás junto a su alto mando tras la derrota en la batalla de Laon, incluyó un comentario engañoso que rezaba: «De vuelta a París, victoriosos, después de darles lo suyo a esos “guiris” de patillas largas y piel encarnada». Y en otra de las muchas instantáneas en las que el afamado Appiani plasmó al otrora general de brigada, primer cónsul y rey de Italia, Napoléon manipuló el siguiente comentario: «Apoteosis de Bonaparte. Celebrando la aplastante victoria en Waterloo con una monumental “fiestuki”. ¡Vive l’Empereur!».

              Lo siguiente fue convocar unos cuantos eventos falsos con los que pretendía dirigir los movimientos de sus tropas y confundir al mismo tiempo a los mandos enemigos:

«Napo_Bonaparte te invita a un “macrobotellón” en las aldeas de Quatre Bras y Ligny el próximo 16 de junio a eso de las 13:00 a.m. Habrá armagnac y Saint-Nectaire a tutti pleni (más de lo primero que de lo segundo)».

             Ignorantes pero animados por las falsas expectativas, las alas derecha e izquierda del ejército francés avanzaron hacia los objetivos señalados, convencidos de que aquella marcha se convertiría en un paseo militar. El amanecer del día 17, sin embargo, sorprendió al estratega con un puñado de desalentadoras notificaciones:

«Ney_Miguelón. Mierda de party. Ni coñac ni la madre que lo parió. Un puñado de hooligans británicos ocupaban ya la arena de la “celebreision”. Nos aplicamos a conciencia para desalojar el escenario. Inteligencia asegura que trasladan su fiesta a otra explanada, entre el castillo de Hougoumont y los huertos dela Haye Sainte».

«Manu_Grouchy. Ligny es una madriguera de bárbaros del norte. ¡Qué fuerte me parece! Huyen como cobardes pero amenazan con volver más borrachos todavía».

              Al emperador no le desalentó este momentáneo fracaso. Evaluó con rapidez la situación y convocó un nuevo evento que, a su juicio, habría de ser decisivo. Mientras el mariscal de Grouchy terminaba de despachar a los prusianos puestos en fuga, él concentraría al resto del ejército con todas sus reservas en la vertiente meridional del Mount Sant-Jean, donde esperaba aniquilar a los regimientos aliados:

«Napo_Bonaparte. Gran fiesta definitiva y fin de temporada en las verdes campiñas al sur de Waterloo. Se garantiza diversión sin límites (y copioso botín) hasta altas horas de la madrugada».

              Aquella noche la pasó en vela, pendiente de la pantalla del ordenador. Intranquilo ante la ausencia de noticias, no fue hasta bien avanzado el mediodía del 18 de junio cuando sus peores sospechas empezaron a confirmarse. Un aluvión de comentarios le demostró que las cosas por fin no resultaron como había planeado:

«Conde_D_Erlon. Desastre total. Un gentlemen inglés galopando en uniforme de paisano nos ha corrido a gorrazos blandiendo un paraguas mugriento».

«Pierre Cambronne. ¡Merde!… La Garde meurt, elle ne se rend pas!».

«SocialNet. Lo sentimos. Todas la fotos de su álbum han sido denunciadas por Mariscal_de_Campo_von_Blücher y 117.000 prusianos más».

               Napoleón comprobó horrorizado como su contador de amigos disminuía de forma vertiginosa. El primero en desertar fue el general de división Bourmont, lo que no le cogió de sorpresa, pero en poco menos de dos minutos el total de sus partidarios se había reducido a tan solo cuatro incondicionales.

Una burbuja amarilla de advertencia saltó en el área de notificación anunciando que acababa de recibir un nuevo correo electrónico:

«El departamento de soporte de SocialNet ha recopilado numerosas evidencias de que Ud. está vulnerando las normas de uso de este servicio.Por motivos de seguridad, su cuenta será auditada por nuestros técnicos.Si desea continuar utilizándola, por favor,póngase en contacto con el administrador».

              Napoleón comenzó a mesarse la barba de cuatro días en un gesto de resignada desesperación, mientras valoraba la conveniencia de responder a este último mensaje. Las elucubraciones del que fuera Gran Tribuno del Poder Popular se vieron interrumpidas por otro bip del altavoz. Esta vez fueron dos los avisos recibidos al mismo tiempo:

«Tienes un mensaje privado».

«Has recibido una invitación a un evento».

              El privado, cuyo autor se identificaba bajo un sospechoso seudónimo, resultaba bastante explícito:

«Joseph Bottle. Enterados de lo tuyo en esos infectos barrizales de la Bélgica valona. Julie y yo estamos pensando cambiar de aires durante una temporada. Saltaremos al otro lado del charco. Nos recomiendan una larga estancia en un precioso pueblo del condado de Laurens, allá en Carolina del Sur. Waterloo creo que se llama. ¿Quieres que te saquemos un pasaje, brother?».

            La lectura del mensaje terminó por exasperarle. Nunca había confiado en las habilidades políticas de su hermano mayor, pero aquella decisión precipitada le pareció una traición en toda regla. La decepción le obligó a cambiar su estado en SocialNet por una frase lapidaria:

«El talento no es hereditario».

            Al fondo, hacía rato que la radio de galena repetía machaconamente el estribillo de un popular tema musical con el que, varios años atrás, un desconocido conjunto musical sueco ganó un reputado festival de canción pop europea:

«Waterloo, I was defeated, you won the war…

Waterloo, finally facing my Waterloo».

            El advenedizo de Ajaccio se precipitó sobre el portátil para consultar el contenido del segundo mensaje:

«Duke_Wellington te invita a un evento. Disfruta de unas vacaciones pagadas en Saint Helena Warrior’s Rest, un lujoso resort en una paradisíaca isla del Atlántico Sur. Loyal and Unshakeable!!! Participar. Tal vez asista. Rechazar».

            Su mano, crispada sobre el ratón, inició un movimiento nervioso de vaivén entre las tres opciones disponibles. Una gota de sudor que resbaló desde su sien derecha hacia la barbilla terminó precipitándose sobre el dispositivo señalador. El estímulo activó algún tipo de resorte oculto y el corso derrotado hizo clic sobre la primera de las alternativas. Se retiró de un salto hacia el centro de la habitación, sujetó la cabeza entre sus manos y comenzó a girar como un perturbado, buscando algún objeto sobre el que descargar toda aquella ira acumulada. Todavía confuso, se acercó hacia la radio, que seguía emitiendo la misma melodía:

«My my

At Waterloo Napoleon did surrender

Oh yeah».

            De un puntapié destrozó el aparato, cuyos restos quedaron esparcidos sobre la moqueta de la estancia. Enel escritorio le esperaba la factura de la hostería con el importe de los servicios recibidos. Bonaparte cogió su pluma y rubricó: «Francia, el ejército, Josefina». Después de soltar la estilográfica, se desplomó con violencia encima de la chaise longe. Su puño, oculto bajo la guerrera, apretaba con fuerza el pendrive que, ahora sí, le dolía cada vez con más insistencia.

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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