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101- Sentimientos Humanos. Por Sara Lucas

 Todavía recuerdo al viejo Pietro, encendiendo la primera lumbre en mi cuerpo. Yo tenía dieciséis, y él cuarenta años más, sobre los míos.

 Era mi cumpleaños y, por coincidencia, mi primer día laboral en: Bugatti Abogados. Llegué porque necesitaba trabajar. Acababa de quedarme huérfana hacía solo 48 horas. Tras el espantoso accidente automovilístico en que sucumbieron mis padres. Mis tíos, no querían sustentar tres bocas más. Y habían pensado separarnos, pero gracias a aquel afortunado sueldo pude evitarlo.

 Lo veo tan claro ahora. El hombre de pelo cano, elegante y de complexión deportiva, iniciaba su faena deslumbrándome con sus encantos. ¿Cómo olvidar su fragancia característica? una mezcla de lirio y cáscara de naranja madura. Olía bien.  Difícil resultaba elegir, entre el aroma a incertidumbre y un posible futuro en el buffet jurídico. Por aquellos días, preferí quedarme con la fragancia de responsabilidad y abrigo, que me brindaba Pietro Bugatti.  Sus ojos oscuros y seductores, y la abrumadora gentileza de sus modales hicieron el resto. Parecía un lord presentando a la novia. (Me causaba gracia y agrado imaginarlo). No tenía palabras con qué agradecerle a Paulo, su hijo y mi gran amigo, por la oportunidad.

Tras un diletante recorrido por las aristocráticas instalaciones de Bugatti, fui exhibida como la nueva pasante de derecho.

Aunque se me veía muy joven Pietro mintió,  y adultero mis documentos para que me quedara. Como inversionista mayoritario, su palabra no admitía controversia. Se le respetaba. Nadie protestó.

 Pietro que medía su tiempo por reuniones importantes, las había ignorado por acompañarme. Él prudente con la galantería, bendecía el nombre de Paulo, saboreando por anticipado el tentempié. Pietro me miraba y, yo flotaba en un limbo azul impresionada.

Había oficinas espaciosas, con grandes ventanales mirando al mar. Un cuadro cubista con dimensiones de mural, guindado en medio de la pared principal. Saltaba a la vista una preciosa alfombra bullida del mismo color, mostrando un ambiente profesional. Escritorios forjados en fibra de vidrio, computadores Pentium I, instalados estratégicamente para destacar desde la entrada.

Pronto conocería el lugar secreto dentro del edificio, donde me haría suya por vez primera. Pietro y yo manteníamos una conversación muy amena, por cierto, mientras subíamos “al privado”, como él denominaba a su templo amoroso. Aquel aire a dulzura y confianza se hizo evidente, deslizando algunos chistes nada más, para verme reír. Decía que mi risa era un aletear de mariposas libres. Su voz era suave y ofrecía un tono sereno; ideal para quien lleva el alma herida. La sensación apacible que proyectaba, sustituía mis reservas por aprecio.

 Casi, podía afirmar que le importaba como ser humano. Parecía preocupado observándome con una especie de piedad tierna. Creí leer ese mensaje en sus pupilas ávidas de deseo. Qué suerte tenía Paulo, con un padre comprensivo cuya mirada acuosa no obedecía precisamente a la compasión, sino al despertar inmaculado de su apetencia.

Ni bien puse el pie en el departamento, una vista infinita del océano pacífico sujetando el ocaso en su seno, me dio la bienvenida. Estaba absorta sobrellevando la sorpresa como un desafío.  El departamento lucía completamente amoblado. Desde la sala de estar hasta la terraza.

Me invito, entonces, a contemplar el crepúsculo en el balcón; sirviéndome sidra en una copa grabada con dos iniciales:   P y F.   Años pasaron para enterarme que esa “F” era de Francesca su esposa.  Pero aquel día, miré el ángulo de la copa a trasluz presa de una profunda curiosidad. Necesitaba saber sí ese sol que resplandecía en el vidrio, también había alumbrado otras manos. Otras tal vez más sofisticadas y menos torpes que las mías, porque no sabía sí tomarla por la base o por el diámetro del anillo.

            -¡Hermosas copas!- Le dije

            -¿Cuéntame lo de tus padres, Victoria?- Replicó cambiando de tema

  La verdad no quería hablar de ello. Pero ese asombroso hombre fue capaz de extirparme el dolor con unas cuantas rondas de sidra.

–          ¡Las penas se pasan con soda!- Decía, regalándome su mejor sonrisa.

El astro rey en franca fuga fue el marco inolvidable con el cual me robó el primer beso, supuestamente consolándome. Yo lloraba la pérdida familiar, hundida en un abismo nebuloso. Pietro, en cambio, a gusto con mi tristeza orgánica, en forma silenciosa, extendía una cadena de hitos en mi anatomía. Mi instinto natural, me enseño a disfrutar hasta el último segundo de su arrebato. Para cuando reparé en esa  emoción innominada, experimenté un orgasmo devastador. No sabía cómo había llegado a la cama, ni por qué temblaba, como una hoja fresca al contacto con el agua.  En algún momento, sus caricias apresuradas motivaron en mí, un insospechado, ágil y apasionado desempeño en la contienda amatoria. Ni siquiera sabía, con nitidez, sí lo que estábamos haciendo era sexo. Entendía nuestro encuentro como una conversación calma, con episodios de regocijo.

 Pietro fue un maestro drástico durante los seis primeros meses.  Hizo una  antorcha de mí, con capacidad de iluminar el universo.  Y como, de lo bueno poco, su visión definitiva del entretenimiento terminó tras finiquitar la novedad. No quiso nada conmigo,  y fui reubicada en otro buffet.

 Nunca me descuidó económicamente. Todos los meses recibía una cantidad respetable para mis gastos. Con ese sueldo adicional, y mi trabajo, logré mantener y educar a mis hermanos. Hasta que cada uno tomo su camino. Yo seguía por aquellos años ligada a él, en la distancia. A veces saliendo de la oficina, lo seguía, y lo espiaba, sacrificando horas laborales.

Un buen día agudizando mis sentidos, decidí tomar la iniciativa e ir a buscarlo. Teniendo en cuenta sus hábitos, fui al restaurante que acostumbraba acudir con sus clientes. Entré, y para mi pasmo, lo halle almorzando con su esposa. Algo se rompía en mi interior. Ella era como la había imaginado: sutil, glamorosa y decana. En contados segundos tenía las mejillas húmedas. Por ellas, corrían ríos de decepción. Igual, indignada resolví ir a su encuentro. Él, divisándome desde lejos  me neutralizó, sin que su mujer se diera por enterada.  Me llevó al baño; furioso. Yo sufría, y él, me apabullaba criticándome. Habló con rudeza. Me tildó de vulgar e inescrupulosa. Estallé en llanto. Mientras me ahogaba la pena, sentí que la puerta del baño se cerró bruscamente.   Recé porque fuera su esposa quien nos hubiera pillado. Cuando salí lo vi a Paulo soltarse de Pietro. Discutían en el camino.  De pronto, giró sobre sus talones y dijo odiándome:

-¿Cómo pudiste Victoria?

Y en una sola mirada vi su alma ofendida. Luego pensé que no podía hacerle esto. No se lo merecía. Consideré marcharme, y salí del restaurante prometiendo olvidar a Pietro.

Un año más tarde, pensando en conciliar mi nueva carrera universitaria con el trabajo, pedí una audiencia con el nuevo directivo de Rosso Abogados. Proyectaba hablar de mis horarios, pero toda mi propuesta mental se fue al tacho cuando vi a Paulo sentado en ese puesto. Me sobrevino un momento de turbación. Ruborizada, quise salir. Pero él me detuvo. Me exculpó de las barbaridades que cometía su padre. Sonrió pese a que admití también culpa. Desestimó mis palabras; llamándolo zorro verde. Propuso una cena como desagravio entre ambos. La acepté. Le tendí la mano como amiga; despidiéndome.

A la hora exacta, paso por mí.  Me contó sobre su ilusión de ser padre a los treinta y cinco. Sentí ternura viéndolo tan emocionado. Cenamos en un restaurante discreto, cuyo principal atractivo, era un pianista tocando música clásica. Ahí me confesó la innumerable lista de mujeres que habían pasado al privado.  Luego, deslindando comparaciones fue directo. Dijo que quería a su esposa, pero me amaba a mí. Que siempre me quiso. Lo confirmó cuando se enteró de mi relación con su padre. Me levanté negándome a escucharlo.

                         -¡Mañana tendrás mi renuncia!- Sentencié

                         -¡Por favor, no lo tomes así!- Dijo, parándose también

Salimos a la calle. Me tomó del brazo, lo miré, hizo un gesto desesperado con la cara. Mientras yo le recordaba que sus 18 años de diferencia conmigo lo convertían en un lobezno. Se enfadó, negando que fuera como su padre.

                      -¿Y por qué lo confiesas ahora?- Le pregunté, intrigada

                      – Porque siento que ahora te quiero más…

Lo peor del asunto, fue que le creí. Dijo, que no me quería como amante sino como dueña de su futuro. Su rostro manifestaba verdad.  Lo embargaba la constancia de un viejo sentimiento en una nueva coyuntura. Le pedí un tiempo, y nos fuimos frecuentando hasta que la codicia mutua nos unió.  No podía conferirle un mejor atributo que su cariño calmo como un fulgor matutino. Yo estaba feliz de permanecer en su amor y en el espíritu de su vida. Teníamos encuentros prolongados. Una combustión incansable donde cada noche vibraba la alquimia. Cumplí los veintiséis sin ocultar mi dicha horizontal y nocturna con Pietro, de la vertical filosofía social. Y hubiera permanecido igual, a no ser por el desafortunado encuentro que tuve con su esposa Regina. Ese día traía de la mano a Paolo. Ella dijo que el niño tenía diez años, y nueve que no pasaba una hora completa con el padre. Era la versión infantil de Paulo. Su mismo rostro triangular y ojos mansos. Con semejante argumento, cambié mi vida en forma radical. Conversé con mis hermanos menores. Les abrí una cuenta en el banco, y desaparecí de Lima. Llevándome únicamente, su amor, para el recuerdo.

Un poco desarticulada, llegué a Argentina. El primer año, aquí, me dediqué a trabajar muy duro. Mi objetivo: reconstruir mi vida desde cero.

Pronto, mis hermanos me informaron que Paulo había ido varias veces a preguntar por mí. Tanto Arturo como Jaimito, tenían prohibido revelar mi paradero. Sin embargo, un día, que por azar me retrasé en llegar a la oficina, me informaron que un hombre de sus señas con acento peruano, había pasado a buscarme. Sobre la marcha renuncié, y me interné en las sierras de Tandil. Ahí instalé un pequeño estudio jurídico. La magia naranja de los atardeceres del lugar, ayudaron mucho. Conocí gente nueva y hospitalaria, que terminó aceptándome, como un miembro más de su comunidad.  Hice mías sus causas, litigando contra el gobierno central, para que dotara de un albergue a la población, en el cual, pudiera guarecerse de la lluvia de cenizas volcánicas.  Festejé mi décimo año en la ciudad y, mi cumpleaños inaugurando el albergue.

 Con treinta seis años encima, y un tandilense enamorado, me incliné a pensar, que necesitaba una familia propia. Me propuse caminar por esa senda.

 En las vísperas del compromiso con Marlon, una vecina apurada dijo que un peruano necesitaba apoyo legal. Estaba detenido, acusado de destrozos contra la propiedad privada. Me presenté en la delegación; apurada. Cuando llegué, lo vi contra la pared, expulsando remolinos verbales contra las autoridades. Enseguida, me identifiqué, ofreciéndole mis servicios. Pero él, mirándome con un aborrecimiento insondable, me dijo:

                        -¡No lo creo, ya mi madre murió!

Le di el pésame, entonces, ajena a lo que tenía reservado.

                      -¡Soy Paolo Bugatti! Hijo de Paulo..

Tendría unos veinte años y, sus ojos expelían balas. Apretaba los puños con la vehemencia de Pietro, su abuelo. Dijo que su madre murió por el desdén de Paulo. Agregó, llevando sus manos a mi cuello, el gusto que le daba haberme encontrado por Internet, simplemente, para asesinar a la “perra” del abuelo, que fue también amante de su padre. Me defendí, presionándole la nariz y la boca en simultáneo. Me soltó con la ayuda policial. Tenía un collar de dedos marcado en mi cuello. Alarmada, llamé a Paulo; y aunque el tono de su voz me devolvía a tiempos felices, le informe sobre aquel inesperado ataque homicida. Él mencionó pesaroso, que Paolo era esquizofrénico, y que había liquidado a su madre, llamándola Victoria. En ello, surgió Marlon, solté el teléfono y me abrazo. En ese instante pensé: “¿Cuántas muertes me dieron los Bugatti?” No estaba dispuesta a seguir inmolándome; cuando ahí, hundida en el abrazo  nadie muere, sólo se duerme entre las alas de un ángel con sentimientos humanos…

9 Comentarios a “101- Sentimientos Humanos. Por Sara Lucas”

  1. Lotte Goodwin dice:

    Yo creo que comentarios de ese tipo, ortográficos y gramaticales, son siempre de utilidad. Quien quiere escribir no puede obviar las herramientas con las que debe hacerlo. Y esa herramienta es la lengua española, con sus normas ortográficas y de puntuación. Así que no te cortes, Lovecraft. Siempre dices cosas acertadas.
    Y suerte de nuevo.

  2. Hóskar-Wild is back dice:

    Esta mujer traía de cabeza a toda una generación de ‘espaguetis’. Atrapada desde niña por el Berlusconi de turno. Está que no cambian. Suerte

  3. sacha dice:

    Un folletín en menos de 2000 palabras. Supongo que tiene mérito.
    Suerte.

  4. mario capasso dice:

    excelente narración, toda una vida escrita, me encantó,

  5. melba julIao dice:

    Querida Sara ! No podía ser menos el producto literario de alguien tan especial como tú. Es la descripción exacta del hombre machista que se jacta de su poder económico para darle riendas a su depravación morbosa dirigida a niñas incautas y necesitadas de apoyo económico y de amor, que por su inocencia e ignorancia se dejan subyugar por la magia de la perversiÓn disfrazada. Su descendencia ? naturalmente, seres desorientados en la sociedad, carentes del afecto y el ejemplo de quienes debieron ser su norte en la etapa formativa. Qúe bien logrado tanto el argumento como el estilo narrativo. EXITOS !

  6. ALURA dice:

    muchas gracias por lo que nos regalas con tanto cariño…
    una historia de una niña…convertiendose mujer..a traves de los deslices masculinos,
    en la belleza nos muestras el desasosiego, el abandono y fuerza femenina para emerger..

    descripciones que dan respiro al que lee en una trama muy singular…

    MIS PALABRAS PARA TI…LA iNSPIRACION TE ENCONTRO TRABANJANDO

    SIGUE ADELANTE…

    CON ALEGRIA, ALURA

  7. Lovecraft dice:

    Amoríos, infidelidad,desengaño. La frase final da para reflexionar un rato. Un trabajo muy sentido. De cuestiones ortográficas y gramaticales no diré nada, que luego la peña me lo recrimina…

    lwc

  8. lidia byzitter dice:

    exelente narracion……sentimientos puros y encontrados.-
    escritora por exelencia,no podiamos esperar otra cosa que una obra magistralmente narrada.
    realmente una narracion sumamente controvertida,con consecuencias inimaginables….con un logro realmente atrapador al leyente,esperando un final que,casi es imperceptible.-
    felicitaciones a su autora,sara luca!!!!!no podiamos esperar menos de esta extraordinaria escritora!!!
    mis votos van a esta gran persona en este certamen!

  9. Nazara dice:

    Muy buen relato, ameno, descriptivo y donde se puedes apreciar el juego de sentimientos del hombre, la lucha entre hacer lo bueno o lo malo.
    Lo recomiendo

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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