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103- Meeting. Por Mara Mures

El día en que Inés decidió escribir un libro y plantar un árbol (dos actividades que todos, dicen, deberíamos realizar), había participado en una fructífera entrevista de trabajo que le había dejado claro cuál era su función en el mundo. En vez de descargarles a aquellos tipos un par de bofetadas bien dadas (¡qué a gusto se hubiera quedado!), su digna opción fue seguir su camino y mirar al frente, aunque fuera a través de los cristales, a menudo empañados, de sus gafas.

Antes de entrar en el despacho donde la habían citado, Inés se hizo una revisión a sí misma. Su vestido de algodón blanco, ajustado al cuerpo y marcando cintura, era de lo más elegante. Y su peinado, planchado y recién tintado, tenía un brillo deslumbrante. Llevaba zapatos de tacón fino y color marfil, y un colgante largo y acabado en una pequeña bolita semejante a un sonajero, por si había que despertar a los entrevistadores, quién sabe. Estaba monísima y, para completar el atuendo de “vestida para la ocasión”, llevaba una carpeta de cartón rosa con sus papeles más importantes, es decir, el currículum y un puñado de folios para hacer bulto. Las gafas, ahora impecables, le daban un toque chic, por lo que estaba convencida de que ese sería su día y su entrevista definitiva.

Así que, expuesta como un maniquí en movimiento, cuando le tocó su turno, entró en el despacho con una sonrisa exagerada, ancha como el Ebro y estirada con cuerdas.

— Buenos días – saludó entre dientes.

— Muy buenos días – le respondieron – usted es Inés Segovia, ¿no es así?

Inés asintió con un leve movimiento de cabeza, no fuera a ser que se le cayera la sonrisa a los pies. El despacho en cuestión se encontraba a quince pisos del suelo, era amplio y luminoso, ideal para destacar el blanco de su vestido. Tenía un ventanal alto y vertiginoso, delante del cual se encontraban dos hombres sentados en sendos sillones de cuero negro. Frente a ellos, había una mesa de cristal, redonda y sofisticada, que le daba un toque realmente moderno a la habitación. Qué entorno tan pulcro, pensó Inés, aunque tal vez un poco frío. Los dos hombres se miraron brevemente y empezaron a escribir sus notas, mientras la observaban con detalle, allí tiesa como una estatua del Retiro.

— Puede sentarse – la invitaron cortésmente los hombres de cuero negro, señalando un asiento al otro lado de la mesa redonda.

Inés adelantó un par de pasos, nerviosa y desequilibrada. El tacón le bailó un poco y el talón casi le traiciona, pero llegó sana y salva a una silla que, para más señas, era de plástico duro y un diseño de lo más hortera. Brillante y con un estampado un tanto desfasado en un lateral, parecía una nave espacial que la fuera a lanzar por aquel ventanal enorme que tenía enfrente. ¡Qué cosa más fea! No obstante, claro, Inés se aposentó allí con cautela, después de observar aquel dibujo horroroso, y miró a sus entrevistadores aún con la sonrisa puesta y su mejor melena. La silla, incómoda a más no poder, tenía un tornillo que, cosas de la vida, se hincaba en el muslo de cualquiera que se sentara en ella. A Inés se le escapó, vaya contrariedad, un pequeño quejido sordo cuando sintió en el muslo el pinchazo inesperado. El gritito, más bien una tos seca, llamó la atención de los entrevistadores.

— ¿Está bien? ¿Quiere agua?

— No, no… digo, sí, sí estoy bien – contestó Inés con su magnífica sonrisa – ¡Perfectamente!

Una vez aposentada, Inés se percató de que, hundida en la silla sicodélica, su mirada quedaba por debajo de la de aquellos hombres, de manera que tenía que levantar un poco la cabeza, con la consiguiente postura incómoda, si quería mirarles a los ojos y no a sus corbatas. Su ensayado giro de cabeza y de hombros, como para dar un aire de reflexión, ya no tendría mucho sentido. Lo borró de sus planes.

— Inés – comenzó uno de ellos – hemos estudiado con detenimiento e interés, cómo no, tu currículum y queríamos hacerte algunas preguntas al respecto, un pequeño meeting, ya sabes, sobre el trabajo y tu experiencia.

El que hablaba era el más joven de los dos, un rubiales engominado y de aspecto golfo que, ahora, se le veía muy recatado. Era el responsable de Recursos Humanos, así, con mayúsculas. Hablaba con calma mientras garabateaba en un montoncito de papeles que, pensó Inés, también serían para hacer bulto. Hablaba sin mirarle a la cara porque, quién sabe, igual había salido de juerga la noche anterior y tenía unas ojeras de aquí te espero.

— Vemos que eres licenciada en Derecho, con un máster en Ciencias Políticas y varios cursos de formación en relación con tareas administrativas: gestión de equipos, gestión de nóminas, contabilidad, estudios de mercado y, este me gusta mucho, “Cómo controlar las emociones en momentos delicados como un despido”. Muy interesante, Inés.

— Gracias, y puede añadir el de “Preparación de portfolio” y “Puesta a punto de impresoras”.

— Gracias, Inés, lo tendremos en cuenta.

¡Qué bien iba todo! Inés se sintió orgullosa de su formación tan variada y moderna, acorde con los tiempos, completa, sustancial, y se relajó un poco más en la silla de plástico, sintiendo un pequeño escozor en su pierna. ¡Ay! El tornillo otra vez.

— Además, en idiomas eres muy habilidosa. Dominas el inglés y el castellano, primordial, que no todo el mundo lo consigue, y estás estudiando húngaro, un idioma francamente demandado.

— Sí, así es, aunque es un idioma muy complejo.

— Eres muy valiente, Inés, vamos por buen camino.

Inés sacó pecho, estaba que se salía ella sola por aquel ventanal tan espectacular, aunque tuviera que reventarlo. Ya no le parecía tan frío el despacho ni tan fea la silla de plástico. A cámara lenta, la verían arrolladora, como los caballos de carreras que atraviesan victoriosos la meta en el último segundo. Qué gran día, pensó, y continuó con su sonrisa falsa, pero efectiva. ¡Qué gran día!

— Ahora te voy a presentar a Rodolfo Segarra, responsable del departamento de Soporte Técnico, que sería tu jefe… si te damos el puesto, claro – matizó el rubiales.

— Claro, claro – contestó Inés, y volvió a sentir el tornillo, esta vez, más cerca de la ingle.

El tal Segarra era un hombretón de aspecto frágil. Tras la armadura que lo protegía, su mirada reflejaba la de un hombre cansado de todo, pero con una paciencia infinita. Miró a Inés como quien mira a un pollo y piensa: “otra vez pollo, que al final, es lo más barato”.

— ¿Qué tal…eh…

— Inés – le ayudó su compañero

— Sí, Inés, ¿qué tal? – le preguntó finalmente sin sonreír.

— Muy bien, gracias – le contestó ella sonriendo mucho.

— Rodolfo te explicará ahora en qué consiste el trabajo y, después, analizaremos la situación one-on-one, ¿de acuerdo? – y ahora el golfete de recursos humanos levantó por fin los ojos y su mirada se clavó, por primera vez, en la de Inés. No, no había salido de juega la noche anterior, es que era así de sieso.

Rodolfo se explayó despacio en las tareas de su departamento. Las recitó como quien dice misa, sin ningún entusiasmo ni admiración. Con su monótona voz, le explicaba a Inés:

— … y, de esa manera, ayudamos a los compañeros a estar al día de papeles, agendas, fotocopias y material de trabajo. Les arreglamos el ordenador, su mesa, su silla y su perchero. Y, si un día tienen visita en sus despachos, organizamos el catering o les preparamos un lunch y les llevamos cojines mullidos.

— Ah, entiendo –reflexionó en voz alta Inés – son tareas de secretariado, ¿no?

Rodolfo, por primera vez, abrió más sus ojos caídos y dormidos y se incorporó, incómodo, en su cómodo sillón de cuero.

— No, no, no es eso, es mucho más – aludió con su honra herida – somos técnicos muy cualificados. Aquí decimos High Qualified Assistant.

— Disculpe, no quería decir eso – se lamentó Inés, que había sido secretaria durante años y no entendía por qué ese alboroto. Lo llamaran como lo llamasen, las funciones eran claras. Ella estaba muy cualificada en esa profesión, la conocía perfectamente y no comprendía a qué venía aquella muestra de defensa laboral. Su sonrisa, en ese preciso momento, se congeló de pasmo. Se acercaba el desánimo. Y ¡ay! dichoso tornillo. Ahora, además, sentía la piel pegada al plástico duro de la silla. Cuando se levantara de ella no tendría pellejo y el muslo de su pierna ardería de rojez extrema. Las cosas empezaban a torcerse como los meandros de los ríos…

— Bien – indicó el tipo de personal – dicho esto, vayamos a tus conocimientos informáticos, clave en este trabajo.

Repasaron entre los tres las novedosas aportaciones de Inés al mundo del software, del hardware, del proxy y de las cookies; la pusieron a prueba con un ejercicio para valorar su capacidad de reacción ante un error de la impresora (fundamental para su puesto) y le acabaron diciendo que era fantástico encontrar a una persona con tan alto dominio del Google Maps.

— Estamos impresionados, Inés – la felicitó el gigoló – pero…

¿Pero? Inés, que ya llevaba un rato pensando en el café que se iba a tomar cuando saliera de aquel edificio infernal, contuvo la respiración y asintió de nuevo. Nada presagiaba, hasta ese momento, que la cosa fuera a salir mal. Había demostrado sus conocimientos y habilidades con seguridad y sin mentiras (sí, sin mentiras), tenía más control y manejo de las labores de secretariado que el Segarra aquel, y era una gran profesional con los ordenadores, porque entre sus múltiples empleos se encontraba el de técnico de puesta a punto de PC y apagado de monitores. Pero… El de recursos humanos continuó con sus puntualizaciones:

— Vemos que no tiene experiencia ni está formada en tareas de limpieza. En ocasiones, los despachos de nuestros superiores necesitan un lavado de cara en profundidad, porque hay visitas verdaderamente importantes que requieren la preparación de un espacio con las mayores comodidades y pulcritud posibles. Y con una botella de champán en el minibar. No quiero desanimarla, pero es un aspecto que estamos tomando muy en cuenta.

— Entiendo – contestó Inés, suspirando – en realidad buscan algún tipo de mayordomo, ¿no es así?

— No, no, no – reaccionó con brusquedad el rubio sieso – es más que eso, es un Support Manager.

Ya, pensó Inés, como las tareas de secretariado.

— Bien, lo dejamos aquí. Si consideramos interesante su incorporación a nuestra empresa, la llamaremos de inmediato. Ya sabe, tanto si sí como si no…

Bla, bla, bla…. Inés se puso en pie, pero lo hizo tan rápido y con tan poco cuidado que el tornillo le arañó de nuevo la piel y la espalda se le puso roja del estirón del plástico donde se había quedado pegada del sudor. ¡Qué dolor!, pero con dignidad les dio la mano a aquellos dos felpudos que vieron en su cara la indignación contenida. Con aplomo, a ver qué se iban a pensar, les dio la espalda a ellos y a aquel despacho tan moderno pero gélido y a aquel ventanal cuyas vistas no eran tan idílicas como parecían.

Tal y como ella pensó, no la volvieron a llamar. Pero ¿quién iba a querer compartir el día a día con gente que se arrastra por los suelos para tener contentos a sus jefes y después llamarlo “técnico de apoyo”? Lo peor no eran las tareas que le hubieran podido encomendar, sino la hipocresía al realizarlas y la vergüenza de ver esa actitud cada día.

Ella tenía cosas mejores que aportar al mundo, como escribir un libro y plantar un árbol. Y también salir adelante con otros empleos, actividades o montando un proyecto social, empresarial… tenía tantas cosas en la cabeza que no sabía por dónde empezar. Pero iba a hacerlo, de eso estaba segura, con o sin vestido blanco, con o sin gafas empañadas, pero hacia delante, aunque le clavaran mil tornillos en el muslo. Pero ¡ay! cómo molestaban…

13 Comentarios a “103- Meeting. Por Mara Mures”

  1. Lotte Goodwin dice:

    Me ha gustado mucho la evolución de la emtrevista, desde la sonrisa de Inés, ancha como el Ebro, hasta cómo, al final, todo se tuerce en infinitud de meandros. Y la realidad laboral, y la tontería del eufemismo… En fin, muy logrado. Se lee, además, con fluidez, sin estorbos de adjetivos innecesarios.
    Enhorabuena y suerte.

  2. Mara Mures dice:

    Gracias por los ánimos, que en estos tiempos que corren, bien que hacen falta para seguir trabajando en lo que uno cree que, en nuestro caso, es la literatura.

    ¡Ojalá llegue ese día en que plante un árbol! Entonces mi sonrisa seguro que se ensancharía aún más…

    Saludos

  3. Mara Mures dice:

    Desde que conozco este tipo de situaciones, me ha llamado la atención ese manejo del inglés con función de estatus. Estoy absolutamente de acuerdo con el tema de la egolatría, cosa que he querido reflejar en el relato. Uno parece que tiene más clase si en vez de decir las cosas en castellano las dice en inglés empresarial. Es interesante observarlo y realmente inspirador, porque lenguaje y actitud van estrechamente ligados.

    Gracias!

  4. Mara Mures dice:

    Gracias, Sacha, por su comentarios.

    Mi intención era caricaturizar, pero creo que llevas razón en cuanto al tratamiento, tal vez no sea lo suficientemente claro.

    En cuanto al uso de «sieso», la intención es remarcar el lenguaje que, en realidad, es más propio de Inés, en contraste con el que manejan los entrevistadores. También pretendía con él reforzar la ironía y el humor. No obstante, gracias por el consejo, quizá llama demasiado la atención frente a otros adjetivos y sustantivos con los que pretendía el mismo efecto, como «monísima» o «bulto».

    Gracias! y saludos

  5. sacha dice:

    Primero son los sillones (dos hombres sentados en sendos sillones de cuero negro) y después son los señores (Puede sentarse – la invitaron cortésmente los hombres de cuero negro).
    No sé, yo tendría más cuidado con los estereotipos. ¿Has querido retratar o caricaturizar la situación? El tratamiento no lo deja claro.
    Y el uso del adjetivo «sieso», tan coloquial, me parece fuera de lugar.
    Suerte.

  6. Hóskar-Wild is back dice:

    Los tipos que utilizan los nombres de los puestos y las funciones en una Emoresa en inglés son pretenciosos, ególatras, insoportables. Más aún cuando paran la frase en la mitad y dicen: eh… Um… ¿Cómo se dice xxxxxxx en español? Licenciados en estupidez, Máster en ignorancia. Bien por Inés. Yo le recomendaría tb montar en globo y otra cosa de la que ahora no me acuerdo. Suerte

  7. el perro andaluz dice:

    Esta historia es la crónica de la realidad de un momento que quizás muchos hayamos vivido alguna vez con cierta impotencia y desazón, escrita de una forma bella y auténtica…
    Un buen final…Inés tenia muchas cosas que aportar al mundo como para pasar la vida prestado a la usura vasallaje.

  8. Luisa dice:

    Un relato interesante… Pobre Inés, pero es la realidad de la vida.

  9. loli dice:

    Menuda dosis de realidad!!!!! ANTE TODO SE TU MISMA.

  10. Patricio dice:

    Pura realidad la reflejada en tu relato,menos mal que al salir de la entrevista Ines no se viene abajo y piensa que ella puede hacer muchas cosas más con su preparación sin menospreciar cualquier tipo de trabajo pero llamándolo por su nombre.

  11. Shadow dice:

    Totalmente de acuerdo con Inés… esa mania de no llamar a las cosas por su nombre. Vas a las entrevistas, y con la cara que pones, saben que no te estás creyendo nada de lo que cuentan pero, no por ello, dejan de utilizar eufemismos.

    Pinin, necesitará compañia?

  12. Lovecraft dice:

    Un acercamiento a una realidad que no por cotidiana deja de resultar trágica, pero con un sentido del humor que consigue suavizar toda la pesadumbre que este tipo de situaciones nos produce. Excelente texto, excelente estilo y excelente lenguaje (la frase «sonrisa exagerada, ancha como el Ebro y estirada con cuerdas.» me la apropio para futuros relatos, lo siento).

    Vas por buen camino. Dentro de poco te faltará sólo plantar un árbol.

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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