120- Senectud, maldito tesoro. Por Firmín
- 23 octubre, 2012 -
- Finalistas del público, Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, final, relatos
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El arroyo crecía imparable, convertido en un impetuoso río que amenazaba con arrasarlo todo. El agua robó cañas y ranas muertas mientras el bosque, acechante, se volvía noche cerrada. Temeroso de la ira de su madre, el muchacho intentó recuperar las viejas botas raídas que arrastraba la corriente….y entonces despertó sudoroso, jadeante. Se miró los pies, calientes y mullidos en las zapatillas de fieltro que los nietos le regalaban metódicamente a finales de noviembre. ¿Qué otra cosa se le podía regalar a un viejo ya casi centenario?
Tal vez un poco más de tiempo.
Se buscó el corazón y lo palpó con nerviosismo. Seguía galopando, agotado dentro del pecho. Todo estaba en su sitio pero las pesadillas acabarían por matarle. Observó al pequeño cachorro de agua ladrar al sol, que impasible recorría lentamente el patio, calentando las macetas.
Me queda menos vida que a un perro, pensó.
Volvió a contemplar la fotografía de su mujer, vestida de novia, enmarcada de alpaca en papel sepia, sonriente y ajena al mundo de formol y hastío que la rodeaba, expuesta como uno más de los trofeos y tonterías que llenaban el mueble bar.
¿Cómo había llegado a esta situación? Los años socavaron lentamente la fisonomía y la esencia del matrimonio que con el tiempo fue cambiando pasión por hijos, vida por trabajo, esperanzas por desencantos, salud por dinero y al final, dinero por falsa compañía. Los pocos ahorros que aún pervivían en la cartilla del banco conformaban el único seguro y garantía de que alguien le visitara en su tardía edad sin dientes. Unas visitas asépticas de blancas enfermeras, que en otro tiempo hubieran resultado morbosas dentro de sus faldas plisadas de tela transparente, pero que a estas alturas representaban un simple y geriátrico protocolo de guantes, jabón y arroz cocido. Los hijos, acuciados y justificados por una día a día acelerado de nuevas tareas y compromisos, alguna vez, muy poco, casi nunca, encontraban el momento de volver aun ni un preciso instante , lo justo para preguntar y confirmar que la vejez también se entreveía en sus cuerpos aún jóvenes pero ya picados de canas y achaques.
La televisión, canturreando copla española, cansina y eterna, encerraba tras el cristal a un ser horrible, enorme y falso que intentaba emparejar a hombres y mujeres que aun notaban correr, a duras penas, la sangre caliente por las arterias caducas. Yo era fuerte cómo un roble y me comía medio queso de una sentada, fanfarroneaba un nonagenario ante jóvenes azafatas de belleza azul marina y cara de poker, mientras alardeaba de un brazo pellejudo en el que en otro tiempo los bíceps esculpieron cerros de vigor y energía.
Si algún día me veis de ese modo, escondedme las pastillas de la tensión para que muera, intentó Faustino anotar en un trozo de papel que luego descubrirían las palomitas blancas, esas enfermeras con las que sus hijos lavaban su conciencia. Pero recordó que no sabía escribir. Lo hizo en otra época, pero ya se le había olvidado. Él, que recitaba el “Tenorio” de la a á la z: ¡Cuán gritan esos malditos! ¡Pero mal rayo me parta si en acabando esta carta no pagan caros sus gritos!, ahora no distinguía a las hormigas negras que surcaban las páginas de sus propios prospectos.
Apagó el televisor, mientras su prole discutía en voz baja sobre el incierto futuro del viejo.
¿Cuánto le queda en la cuenta corriente? ¿A cuánto saldríamos en el caso de que todavía viva cinco años más?
Aún retenía algo de cordura, por eso comprendió que el ciclo se cerraba, que todo final tiene un mismo comienzo: los hijos abandonando a los padres, las algaradas en la calle, la terrible sombra del hambre, los políticos robando antes de huir, y después, el estallido. Estaba cansado de repetirlo, todo va a saltar por los aires, esto ya lo he vivido yo, en mis tiempos sucedió igual, pero nadie le escuchaba. Las batallitas del abuelo Cebolleta, comentó con sorna uno de sus hijos, el que de niño sisaba para comprar tebeos. Y entonces Faustino reventó. Alzó la chivata y a grito pelado les despachó a todos, a los hijos advenedizos, a las nueras mal encaradas, a los nietos apáticos y a sus juegos electrónicos. Todos salieron en tropel escaleras abajo, prometiéndose no volver a visitar al viejo quisquilloso.
Criatura, tú quédate… dijo con cariño acariciando al cachorro de agua.
Paseó a lo largo del pasillo. Incansable. Con los cordones desatados. Testarudo. Contando lozas del suelo. Restando minutos. Con la lentitud del que tiene prisa por acabar. Con toda la prisa que se puede dar alguien que es lento. No pudo atarse los cordones. Le dio igual.
Durante toda la noche, los vecinos de abajo escucharon el perezoso tamborileo del andador del viejo. Un repiqueteo que se trasladaba de un lado a otro del piso. Poco a poco, fue amontonando en el balcón recuerdos y fotografías, cachivaches y escrituras, vestigios de una boda antigua y cajas de medicamentos.
Ya habían llegado los bomberos cuando su familia al completo bajó con prisas del coche. Amanecía. Le gritaron desde la calle, le llamaron loco, pero la decisión ya estaba tomada. Las puertas cerradas a cal y canto. Las cuentas pendientes saldadas. Los recuerdos volando entre los altos edificios, testamentos enganchados de las antenas, cumpleaños, viajes y banquetes despachurrados sobre el asfalto. Fotografías convertidas en publicidad puerta a puerta. Un collar de oro en la alcantarilla….
Los hijos lloraban y seguían dando voces, previendo el fatal desenlace. Un avezado periodista comenzó a escribir la crónica, una pequeña columna en la página de sucesos que serviría como colofón a la vida de un pobre viejo. Faustino se subió a un pequeño taburete, con medio cuerpo sobre la baranda. Se quitó la rebeca de lana con parsimonia, miró al pequeño cachorro de agua que dormitaba ajeno a la tragedia. Deslumbrado por los focos de la policía, echó una última mirada a la multitud, buscando a su prole, pero los ojos grises y cuarteados ya no escudriñaban la oscuridad. Guiado por las voces histéricas de las nueras lanzó la chivata con saña, esperanzado en romper alguna cabeza como postrer despedida. Falló y el bastón se partió sobre la acera. Un silencio pesado invadió a la multitud. Alguien aumento el dramatismo de la escena al gritar:
¡Se va a tirar! ¡Se va a tirar!
Las cámaras enfocaron con cuidado, consiguiendo un plano de perfecto encuadre. Entonces, el viejo, en precario equilibrio sobre el taburete, se abrió el pantalón y con la tranquilidad del que riega las macetas en una mañana de invierno, se meó sobre todos los espectadores, con alevosía y chorrito parabólico, como en los buenos tiempos, sacudiéndosela impunemente antes de bajar de nuevo hasta el suelo de la terraza y entrar por fin al piso, no sin antes despedirse del auditorio con un torero corte de mangas.
Después se acomodó en el sillón de orejones, con la foto de su mujer entre los brazos y el cachorro de agua acurrucado entre sus pies… y el arroyo ahora era apacible y cristalino. Los pájaros cantaban en el cañaveral. El sol peinaba a los árboles mientras el niño ataba los cordones de sus botas. Hoy no escucharía las regañinas de su madre…
Por un día, Faustino durmió feliz y tranquilo.
¡Cielos! ¿Cómo pasó mi espada de largo por este relato en el que se me recita y recuerda? ¡Deshonra caiga sobre mi estupidez!
Y enhorabuena de honor a vos, Firmín de pluma elocuente, jocosa y sabia.
Te esperamos en la vieja bodega…¡Fiesta!
Voto por este relato
voto por este relato
Voto por este relato.
Voto por este relato
¡Hola Firmin! No sé porqué pero cuando vi el título entre los finalistas no lo relacioné con tu historia (los exámenes me dejan la cabeza hecha un nubarrón) ¡Mucha suerte! Estoy contenta de que tres historias que me gustan mucho estén entre los finalistas del público.
Voto por este relato
Voto por este relato
Voto por este relato
voto por este relato
Voto por este relato.
Mis mas sinceros agradecimientos a todos. De corazón…
Voto por este relato
Voto por este relato
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Mucha suerte.
Voto por este relato
Voto por este relato.
Voto por este relato.
Mucha suerte
Voto por este relato
Diez estrellas para ti, Firmín.
Suerte
Muy bueno
Me ha encantado como lo que piensan va a ser un suicidio resulta ser una meada! Bien escrito con unas frases bonitas como ‘fotografías convertidas en publicidad puerta a puerta’. Me he conmovido la relación que tiene el protagonosta con su perro. Te dejo mis votos
Es lo que se merecían todos ellos y es lo que se merecen aquellos que tratan a los ancianos (jóvenes con la vitola de Gran Reserva) como ignorantes. Si hay que reivindicar el respeto a base de meadas, aquí me tienes, subido a la barandilla, con el depósito lleno, dispuesto a regar. Mucha suerte.
jajajajaja, jajajaja.Qué buenooo!!!
Algunos creemos que las personas mayores se quedan tontas con la edad.Algunos creemos poco en su sabiduría, algunos no nos enteramos que son auténticas enciclopedías.Alguién se ha sentado junto a uno de esos abuelos solitarios que en un banco de un parque cualquiera lo vemos apoyado en su bastón.Les propongo que lo hagan este finde y que sus peques también sean testigos de algo que pasará a la extinción, porque seremos unos abuelos más quer insoportables, analfabetos.
Gracias por este corte de mangas.
Un besazo!!!
Lamari
Ahí van también mis estrellas. Un abrazo y suerte…ya queda poco.
Firmín:
Por hacerme reír ahí va mi voto con diez estrellas.
Un abrazo.
Bonsai, Lotte Goodwin, Villecampa, Lennon, gracias por vuestros comentarios; y a todos aquellos que me habéis votado os quiero mostrar mi mas sincero agradecimiento. Tan sólo por el hecho de que hayáis leido mi relato me siento feliz, si además os ha gustado…me quedo sin palabras. Gracias
Me ha gustado mucho.
Al principio pensé que era un típico diario repleto de quejas, pero ese final burlesco es estupendo, y usas el adejtivo con la misma soltura que el viejo orina sobre los transeúntes (espero que no te ofenda la imagen: intentaba que fuera positiva y no sé lo que me ha salido).
Enhorabuena y suerte.
Muy bueno. Me ha gustado mucho.
Me pongo de pie para aplaudir tanto a Faustino como a Firmín.
¡Excelente relato,inmejorable final! ¡Felicitaciones!
Firmín:
Estupendo trabajo.
Tus imágenes literarias son muy buenas. Reflejas una realidad y al mismo tiempo que nos das un brillante toque de humor.
Felicitaciones.
Un abrazo.
Dies Irae, Alba-Anil, Aljibe y Sacha, muchas gracias por tan amables comentarios. Prometo visitar vuestros relatos.
Un saludo
Él relato trajo a mi memoria el chiste del viejo moribundo que, en el lecho de muerte, susurra: Hijos míos, me voy… os dejo…
Y los odiosos vampiros preguntan: ¿Cuánto?
La ducha final apoteósica.
Me gustó mucho.
Suerte.
Lo he leído con una sonrisa de principio a fin.
Entrañable. Y muy bien escrito.
Suerte!
Un relato fácil de leer, bien escrito, conmovedor en el fondo y sorpresivo al final. Con toques de humor que diluyen el drama y el hastío del pobre viejo.
Suerte
Me pareció muy pertinente este artículo y quise compartirlo con vosotros:
http://rescepto.wordpress.com/2008/03/23/garabatos/
Gran final.
Sinceramente, el resto me sedujo lo suficiente para llegar hasta él. A mi entender, es un modelo de corrección en todo: lenguaje, ritmo, verosimilitud, punzaditas de humor para pasar el trago duro de lo que cuenta… Pero sí, el final le sube de notable justo a sobresaliente.
Felicidades, Firmín.
Señorita Bennet, su «abuelo» también me ha llegado al corazón.
Es usted una seria candidata a la final.
Buenísimo de principio a fin.
Gracias a las descripciones me he sentido cómo si estuviera allí. La única pega que iba a sacarle al relato, es que, claramente, sobraba el suicidio. Creo que hasta me ha cambiado la cara de «admiración» a «decepción» cuando he pensado que el «hilo» iba por ahí.
La risa que me has sacado con la meada no tiene precio
Muchísima suerte, ¡La de buenas historias que están subiendo últimamente!
Tu relato me sigue haciendo cosquillas muchas horas después.
¡Gracias!
¡¡Queeee güeno!! , eres un krac.
Gracias, Ann Danzas, el tuyo tambien es fantástico.
Muchísima suerte.
Desde el rincón oscuro de la librería que hace tanto tiempo habito, os agradezco vuestras críticas, a tí Yaguareté, que como los buenos lectores te encuentras en peligro de extinción, a ti Lovecraft, que pululas por los oscuros entresijos del subsconciente, a ti, Asesino de Morfeo,héroe de tinta negra y a ti, Caos, sinrazón de la razón…muchas gracias por vuestros comentarios.
La verdad es que cuando comencé a escribir el relato me encontraba un pelín tristoncillo, no sé, un día tonto de esos que vienen en el calendario, pero conforme Faustino empezaba a convertirse en mi amigo, me di cuenta de que el hombre merecía una oportunidad…que leches, la vida hay que vivirla y cuanto menos tiempo queda, de más lastres hay que deshacerse para vivir tranquilo y en paz. Hipocresía..¡NO!
Gracias tambien por vuestros estupendos relatos. He disfrutado leyéndolos…sois carne de final.
Saludos y gazpacho.
Magistral.
Te deseo lo mejor.
Me uno a los comentarios anteriores. Una historia con toque de rebeldía y bien escrita, rompiendo finales prejuiciados.
No se si sería en este final en lo que pensaba Rubén Darío cuando escribió su poema. Seguro que no, lo mismo que yo tampoco me esperaba un desenlace tan excéntrico como el que preparaba Faustino. Has sabido engañar con ingenio a este lector (¡si hasta al mismo narrador conseguiste confundir!).
Enhorabuena
Muy bueno; estremecedor, enternecedor, deprimente y con un final que aplaudo hasta con las orejas. Tampoco me apetecería desearte suerte…pero me jodo porque no la necesitas.
Te empecé a leer por saber qué había sido del personaje de Sam Savage. Estoy harto de encontrar buenos relatos que le quitan posibilidades al mio. En fin, comentarte que me ha encantado el final. Me gusta más el cabroncete que se mea en todos, que el deprimido que me hacías creer que iba a quedar espachurrado en la calle. Enhorabuena y suerte.