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123- El ultimo tren. Por Hitchcok

Yo sé que el silencio calibra mis pensamientos, por eso quiero que no estés callada, que hables y te desagües como una torrentera de palabras y me inundes con tus vaniloquios y el silencio no sea más acaso que una posibilidad de fondo, o un intervalo imposible entre las palabras furtivas que pronuncias. Yo quisiera que hablases, porque este silencio que ahora todo lo inunda parece vociferar a través del altavoz de mi conciencia. Enciendo un pitillo y exhalo volutas de humo y ejecuto círculos mágicos de humo como oes de admiración con mis labios que otrora te besasen con un gesto de pez encerrado en una pecera, y cierro los ojos—quizá así sahumando la habitación pueda contener este silencio que te obstinas en gritar—quizá deseando que cuando vuelva a abrirlos tú rompas tu silencio. Recuerdo—quisiera decírtelo, no me atrevo—la primera vez que te vi, en aquella  estación ferroviaria y estruendosa, tenías la tez lívida como de virgen gótica, y tus ojos, enconados de tristeza eran quizá la única cosa real que allí en la estación sucedía, suponiendo que lo real sea aquello que podamos recordar para siempre, lo demás no es más que humo—volutas de humo— aunque por convenciones lo llamemos también realidad. Una multitud pasaba a tu lado y tú parecías el ser más solitario que jamás había visto, te abrigaba un chubasquero azul y tu cabello caía mojado sobre tus hombros, como las guedejas de una fiera en cautividad. Yo, sentado en un banco junto a la entrada del gran vestíbulo, hilvanaba ripios y frases líricas en mi diario y recuerdo perfectamente las palabras que escribía cuando tus ojos se encontraron con los míos: “y una muchacha solitaria en la estación donde se cruzan las vidas que nunca volverán a encontrarse, pero ella parece que perteneciera  a este lugar, como si siempre hubiese estado allí”. Tus ojos se clavaron en mí, y quizá tus labios trazaron un mohín, no sé si una sonrisa, tú miraste el reloj, como si el tiempo fuera algo importante entonces, no sé si te acuerdas, qué ironía cuando en una estación quizá el tiempo sea lo único que cuente de verdad. Éramos jóvenes. Maldita sea. La juventud es un lugar que no se ve nunca salvo desde lejos, luego ya tarde. De la juventud siempre se habla en pasado. Quisiera pensar que aún lo somos. Jóvenes digo. Luego vino el azar, esa categoría inaprensible—vagarosa—de la realidad; se avino a encontrarnos en la cafetería del tren, cuando el paisaje viajaba a una velocidad equivalente y especular a la del tren y nosotros—allí parados frente a aquel café nada memorable que nos expidió un funcionario de vida sedentaria pero localización itinerante—nos decidimos de nuevo a mirarnos, y yo conjuré la violencia de tus ojos con una sonrisa y un saludo. Tú tenías a tu lado un ejemplar de la revista Paisajes, cuya actualidad fotográfica y periodística era más frenética y fugaz que los paisajes que atravesaban como fotogramas involuntarios la pantalla del cristal del vagón. Mantuvimos una conversación entre anodina e imbécil, colmada de esas cosas fatuas con que se inauguran en la palabra los seres solitarios que están condenados a verse más allá de sus ojos. Yo me concentraba en el lunar de tu frente, como una oscura estrella polar que guiara a un marino de singladuras intangibles por un océano de dudas, concentrarse en algo pequeño es un viejo truco que facilita la concentración y que espanta el fantasma de los nervios, como ahora—no lo sabes— me concentro en mirar ese lugar que quizá no tenga nombre—¿cómo se llama?— y que se encuentra bajo los pómulos, por donde discurren y se quedan como en un goterón las lágrimas antes de desprenderse. Después sucedió aquello tan horrible, que sin embargo unió para siempre nuestras vidas. Te parecerá cruel, pero lo celebro, celebro que aquel tipo del asiento de enfrente falleciera súbitamente. Alguna vez lo has recordado, como un borrón terrible en nuestra biografía, pero es que nuestras vidas—lo confieso—comenzaron a singlar unidas un nuevo rumbo a merced de aquel muerto, para qué negarlo. Al principio tú te negabas a aceptarlo, decías que estaba dormido. Pero ambos sabíamos que no respiraba; durante más de tres horas fuimos compañeros de viaje de un muerto que parecía dormido. Era un hombre gordo y quizá algo ridículo: una flor en la solapa del traje, el pelo engominado y lustroso y sus agrietados zapatos. El pulgar derecho le colgaba del bolsillo del chaleco, así había quedado su rigor mortis, con una pose chulesca. Tú le mirabas a través del reflejo de la ventana del tren, cuando la honda noche ya había caído como un mantillo sobre el horizonte y algunas luces ebullescentes y lejanas se superponían sobre el reflejo del finado, que parecía algo fantasmal y traslúcido, excepto en esos momentos en los que atravesábamos algún túnel: entonces tú retirabas horrorizada la vista pues el muerto se nos aparecía nítido con su tez pálida y exangüe tan hermanada a tu palidez de virgen gótica; retirabas la visión debido al  contraste y matiz de los colores de su traje, con el detalle de sus ojos cerrados ya para siempre, como si en cualquier momento pudiera despertar de aquél sueño que ambos sabíamos era definitivo. Entonces te pedí que hablases, que dijeras algo para apaciguar el miedo. Llama al revisor, dijiste. Y nos entrelazábamos las manos. Te parecerá cruel, sí, pero de no ser por el miedo que te supuso enfrentar la muerte allí, ante nosotros, tan pichi y con billete de primera, no hubieses dejado que mi mano rozara la tuya, no hubieses permitido que tan luego ya en Milán yo te besara (con aquel beso asimétrico, una eternidad de mi lado, un instante inaprensible en el tuyo), cuando hacía horas nos habíamos apeado del tren, y quizá el muerto siguiera un trayecto hacia el norte sin que nadie lo descubriese hasta mucho después. A veces pienso que el interfecto no fuera descubierto hasta que el hedor de la carne corrompida comenzase a llegar al resto de pasajeros; o que quizá la gente olvidase a aquel pobre gordo probablemente fallecido por un ataque al corazón o quién sabe por qué causa, ¿un ictus o quizá asesinado con laúdano o prancuronio? Son dos venenos muy potentes. Qué fue de aquél gordo, quién se haría cargo del cadáver, qué fue de nuestro amor, en qué tren yace malherido sin que nadie pueda restañar ni dar el lenitivo alguno para sanarlo. Como aquél gordo nuestro amor haya quizá fenecido, ¿no crees? Y una pareja de enamorados, sentados en el asiento, a su lado, digan, míralo, ¿estará muerto o dormido? Yo lo maté, maté a aquel hombre: me habían destinado con aquel billete de primera para ejecutarlo, sí, fue veneno en el café. No lo niego, soy un asesino. Por eso te pido que hables, porque este silencio que ahora todo lo inunda parece vociferar a través del altavoz de mi conciencia. Yo lo maté mientras visitabas el aseo. Hoy mataste tú este amor, no te lo reprocho: todo muere alguna vez. Pero mátame ya del todo, aquel amor y yo éramos uno, no me mires como a través del reflejo de una ventanilla, fantasmal y traslúcido. Háblame y acaba ya conmigo, no me abandones al albur de un trayecto ya sin destino, yaciendo en un asiento—de primera, sí—mientras el resto de pasajeros no sabrán nunca bien si muero o si estoy dormido.

12 Comentarios a “123- El ultimo tren. Por Hitchcok”

  1. Hóskar-wild is back dice:

    Un tren sin destino, un asesino confeso, un muerto inesperado, un beso asimétrico, un amor moribundo, un maestro del cine, una historia impecable… muchas de mis debilidades presentes en un solo relato. Mucha suerte.

  2. Lotte Goodwin dice:

    Yo hubiera preferido que el gordo hubiera muerto porque sí, y que solo fuera una metáfora de la muerte de un amor casual; pero reconozco que tienes una prosa muy sugerente, potente, diría yo.
    Enhorabuena.
    (Jo. Y mañana tengo que coger el Ave…).

  3. Hitchcok dice:

    Muchas gracias Ramón. No creo que esté entre los mejores, aquí hay excelentes relatos,pero muy agradecido por tu opinión. Un saludo

  4. Ramón dice:

    El mejor relato que he leído hasta ahora, de verdad y he leído más de treinta. Te deseo mucha suerte. Saludos

  5. Hitchcok dice:

    Hola Sacha ¿Guitry? muy agradecido por tu comentario.

    La ironía está en que el tiempo para el psicópata está en suspenso, no hay tiempo cuando parecía que en la estación todo urgía, la chica miraba el reloj, un reloj suspendido en el tiempo, como una foto de su memoria.

    Si convierto al gordo en un Mcguffin me como el tema y no me queda nada, mcguffin sería para mí el tren en sí, pero también me trabaja de alegoría entre otras cosas.

    Jude Law, grandísimo actor pero demasido guapito para ese papel ¿no crees Sacha? ya puestos la chica podría ser Gwyneth Palthrow no sé si lo he escrito bien.

    Yo me inclino más por un actor tipo Clive Owen o quizá Christian Bale, también le pega.

    Un saludo

  6. sacha dice:

    ¿Por qué no dejar que el gordo muerto sea sólo un macguffin (no sé si lo he escrito bien), con los que tanto difrutaba el genial director de cine? ¿Qué necesidad hay de convertir en asesino profesional, a alguien capaz de hilvanar «ripios y frases líricas en su diario» mientras espera la llegada del tren?
    No entendí la frase: «tú miraste el reloj, como si el tiempo fuera algo importante entonces, no sé si te acuerdas, qué ironía cuando en una estación quizá el tiempo sea lo único que cuente de verdad» ¿Dónde está la ironia?
    Si lo llevan al cine quiero que lo interprete Jude Law.
    Suerte.

  7. Dies Irae dice:

    Estimado Hitchcok:

    A mí me gusta entrar en estas torrenteras de palabras como en el mar, inmenso y alborotado, con nocturnidad y alevosía. Dejarme sorprender por su rugido constante, por cada ola que me empuja, me cubre y me levanta, por cada alga que se enreda en las piernas, me sujeta y me arrastra hasta el fondo negro del abismo. Aguantar el aire en los pulmones y luchar contra la resaca con brazadas impetuosas hasta arribar a la arena oscura y húmeda y respirar.

    Pues eso, verborrágica y de secano. Me sobra el gordo muerto, la alegoría, el contrapunto: me distraen. Pero entiendo, es un concurso de relatos y necesitamos un hilo narrativo.

    Enhorabuena y suerte con el jurado.

  8. Hitchcok dice:

    Gracias a todos.

    Lovecraft: hay dos alegorías enlazadas una en la otra, esa era la idea con un contrapunto de historia, un hilo narrativo obligado.

    Alejandro: no me odie, mis pretensiones son de la dimensión de la historia. Ameme.

    Bonsai:el placer del texto por el texto, he ahí la cuestión. La palabra no sólo nombra, es en sí el nombre, no hay referencia porque la referencia es esencial. Es verdad que ciertos estilos prosísticos pueden hacer caer a lectores, pero los que queden disfrutarán verdaderamente del texto; No me interesa la cantidad, si la calidad del lector.

  9. Bonsái dice:

    Hitchcok:
    Me imagino que lo de Hitchcok va por los trenes. Al gran director le gustaba mucho tomarlos como perfectos escenarios.

    La historia trata de un asesino a sueldo enamorado y despreciado por la mujer que ama. Ahí terminó todo.

    Tú has tenido la habilidad de transformar esto en un texto de prosa poética y prolongarlo hasta llenar un espacio tan largo como el que has deseado. Creo que hasta podrías haber continuado.

    Tienes un evidente dominio de la prosa poética y ello me ha gustado. Pero sólo para variar, sólo para mirar lo que se puede lograr, sólo por ver lo bello y maravilloso del lenguaje.

    No es la forma en la que me gusta narrar mis relatos.

    No puedo rodear tanto un punto, pues temo que el lector se aburra o el punto se esfume entre palabras.

    Has realizado un buen trabajo.

    Suerte y un abrazo.

  10. Alejandro dice:

    Te odio porque nunca podré escribir como tú. No me gustan los textos que no pretenden ser más que una historia pequeñita, pero leerlos es un placer. Enhorabuena, y te odio.

  11. Lovecraft dice:

    El pensamiento atormentado de un asesino a sueldo despechado por su amante. Perfecta penitencia para alguien que se gana la vida finiquitando la de sus semejantes. Hay unas cuantas frases que me han parecido muy notables:

    «De la juventud siempre se habla en pasado»

    «el beso asimétrico, una eternidad de mi lado, un instante inaprensible en el tuyo»

    Suerte en el certamen

  12. Lovecraft dice:

    Lo siento Hitchcok, pero he sido incapaz de terminar la lectura. No porque el texto me pareciese malo o el argumento poco interesante, sino porque resulta muy penoso mantener la atención (por lo menos a mi) con un párrafo tan inmenso, si ningún tipo de pausas intermedias que permitan ir fijando las ideas. Lo siento, de veras, pero mi vista ya no da para tanto esfuerzo. Quizás lo reintente cuando me encuentre más descansado.

    Te deseo suerte de todas formas.

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