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132- El mapa. Por Enma

—¡Mujer, levántate! ¡Llegó, llegó! ¡El mapa!, ¡tu tesoro! ¡Y está firmado!, sal ya, por favor, y no esperes más que me parte el alma verte hay tirada, toda perdida, ¡sal ya y búscalo! Te lo ruego…

 —Pero, mita, ¿estás segura que es real?

—¡Míralo tú misma!

En sus manos lo supo: lo era.

De las tinieblas de su cuarto salió eyectada. La puerta de casa la convirtió en giratoria. Las escaleras se las tiró de seis en diez y a tropezones. Su abuela, quien desde nena le advirtió que correr por Lo queaún no llega o por las graderías de caracol podría ser peligroso, ni se inmutó con los golpes que su niña de veintipocos se dio en carrera; por el contrario, la alentó con el eco de sus gritos dentro de la espiral por la que se desparramaba: «¡Eso eses-es, mijaija-ija, corra-orra-orra!». El Renault rojo de su vecino la atajó en la acera junto con la luz de medio día quien «¡oh!», dijo al verla.

            Varios segundos perdió buscando el mapa que, en el estrellón, había aprovechado para escondérsele de espaldas sobre el parabrisas. Y también —por qué no chivarlo—, porque entre la sábana de luz que se echó encima a su salida, le pareció distinguir a su padre con la misma botella de siempre, vociferando las mismas cosas de siempre, sembrándolos con la misma boñiga de siempre, en otras palabras, con lo de siempre, lo que —también hay que decirlo—, la indispuso un lustro, pero, en el afán por aclarárselo en su retina, terminó difuminándolo entre las palmadas de sus parpados.

«¡Un, dos, tres por el mapa!», le sentenció cuando lo tuvo del cuello. Y con él apercollado ya sí no quiso perder más Nanos (así les llama de cariño a los nanosegundos de su vida) e inmediatamente se puso en marcha hacia la esquina izquierda de su calle, no sin antes poner en mute a los claxon y adjetivos que se caían de los que la esquivaron en su cruce.

Una vez en la intersección, sí se cercioró de lo que tenía que repetir el papel hasta que alguien lo descuartizara o lo amordazara con un tachón: Una línea desde el portal hacia la esquina izquierda —y continuó descifrando—. Más o menos, trescientos metros hacia el Oriente hasta las entrañas de un naranjal. «¡Mija, ¿qué pasa?! ¡No se detenga! ¡Hágale! ¡Corra!», los alaridos de su abuela en el balcón le pusieron de nuevo sonido a la aventura.

Una prueba de trescientos metros con obstáculos fue aquello. «¡Ojo!, ¡ojo!, ¡cuidado!, ¡perdón!, ¡disculpe!, ¡perdón! —dos sorbos de aire en lo que ella creyó era la mitad y otra vez…—, ¡lo siento!, ¡cuidado!, ¡perdón!, ¡uyshis!». Casi se muere ahogada al caer de rodillas en los zapatos del naranjo por la falta de práctica (hacía trillones de Nanos que no hacía esfuerzo físico, solo el de sobrevolar las aguas sucias que desde la cruz que se improvisó disparaba a mansalva).

—Señorita, disculpe, ¿se encuentra usted en buen estado? —Le preguntó un tal Humberto Franco Rochet Díaz de León Ozores Lavert Algorta de Ros Marrero Avilés Hernández-Canut.

—Sí,  sí —aire—, déjeme tran —aire— quila —aire— tomo un tris de… —aire— le trinó sin mirarlo—.  ¡Todos! ¡Déjenme tranquila! —gritó esta vez de corrido a la humanidad. Beto y los demás, se esparcieron como gripa.

Como el perro que nunca tuve, después de tres trises di aire, escarbó en la tierra. «¡Oro! ¡Oro!», calló al adivinar el cofre, y se aseguró que los Sapiens —al menos los de su alrededor—, sí le hubiesen hecho caso a su dictamen antes de abrir la caja. Adentro, una hoja: «Dos».

«Se debe seguir cincuenta metros en dirección Sur Oriental hasta traspasar el empedrado». Se levantó despacio. Se sacudió un poco las ansias. Inhaló y exhaló profundo. Y retomó su parlamento: «¡Ay!, ¡perdón!, ¡oe!, ¡cuidado!, ¡lo siento!». Un edificio se le atravesó en la ruta, calculó rápido —no iba a dejar que esa bobada se le interpusiera en su camino—, y concluyó que los cincuenta metros que exigía la segunda pista eran los necesarios para llegar al callejón contiguo del centro.

«Las piedras, las piedras… —rastrilló entre dientes—. ¡Claro! Las rondas las hacían en piedra, ¡lo tengo!». Patadas, maullidos, cosquillas, piropos, nada más le faltó morderlas para ver si de ellas se escurría algo; las rocas ni mu. Repasó entonces la segunda (dirección Sur Oriental hasta traspasar el empedrado)  y decidió que —a lo mejor— lo que la indicación soplaba era que había que andar por el  empedrado.

Ella estima que fueron como cien metros al sur lo que remó hasta que se le acabó el adoquín justo al lado del portón que tenía, mal pintado y en letra diminuta por todo el marco, «aquí es. Aquí es. Aquí es. Aquí es. ¡Ey! Aquí es. Aquí es. Aquí es. Aquí es…», y que casi se cae de nalgas leyéndolo. Para tener dos mil cuatrocientos Nanos de calma y entrar a la cita con su destino como mujer «decente», resopló y, con el puño del jersey, intentó menguar su sudor de grifo.

—¡Toc, toc, toc! ¡Hay alguien ahí?

La puerta no respondió.

Volvió a golpear y en el cuarto «toc» la madera cedió abriéndose lennnnto lento para darle un inhumano jardín de san joaquines blancos que se movían al vaivén de su propia brisa. Las flores —es lo más seguro— cubrirán todavía por entero ese descampado.

«Aquí es, aquí es», zumbó y, tras ello, despegó para pasearse en zigzag por entre los santos. «Aquí es, aquí es…», pero no fue: no había nada, (aunque la Nada no existe dice ella cada vez que lo cuenta). Contra la pared del fondo y a todo el frente de la puerta se sentó a chillar y a tararearse esa verdad: «¿pero cómo si la Nada no existe?, ¿cómo?». Entre más se lo cantaba, más lágrimas hacían rapel por sus cachetes, «pero es que: ¡no existe! ¡La Nada no-ec-sis-te!».

—¡Estás muy cerca! ¡Doscientos metros a Occidente! ¡Fuente grecorromana! —le exclamó un epígrafe como últimas palabras antes de ser inundado por las gotas de sal que de ella huían.

Como quién se gana la lotería —al oírlo—, se levantó de un brinco, ubicó occidente —cientos de Nanos le lleva eso (a sus espaldas, detrás del muro)—, tomó —en un arrebato de valentía— harto impulso y trepó la pared cual gata, fofa.

Los cuatro fulanos que pasaban por ahí se asustaron bastante al verla caer, más aún, al verla vestida de determinación: iris fijos en el horizonte, zancadas de jabalí emboscado y un alarido en crescendo: «¡aaaaaaaaah!».

En su estallido de velocidad, saltó autobuses, pruebas de matemáticas, cuadros renacentistas y torres de ajedrez, seis ex novios que están hoy besándose entre ellos en un matorral y siete hormigas recitadoras de abstrusa poesía, hasta pasó por debajo de una escalera, faena que nunca hacía por no azuzar —según ella— su perra suerte, todo, porque tenía claro su objetivo, sabía desde siempre a qué fuente se refería el ahogado: la de la rotonda de la autopista.

Su entrada al agua iba que se las bogaba para ser un clavado pocahontístico, sin embargo, cayó en la cuenta de que el hombre empeloto, en mármol, le señaló otra dirección con las pestañas y, sabiéndose relista y ahorrándose el zambullido, giró antes de la pirueta por la avenida rotulada, la misma que, en otros tiempos, le servía para paracaidiarse en bicicleta a la universidad. Ese recuerdo —lumínico— la hizo aguar: creía estar oliendo esas mañanas cargadas de sí misma, con álbumes de fotos por llenar, risas, ganas… A paso sobrio culminó su recorrido.

El árbol afrudo en que de niña jugó a ser primate era lo que el exhibicionista acusaba y, desde él, colgándose de la cola lo comprobó. Al revés, se acordó también que en esa posición, al norte, y de estar, hubiese visto a su abuela en las alturas.

Para llenarse de agallas y, en un movimiento confuciano, buscar en el interior del madroño, al mundo, le puso pause. De su interior sacó un pergamino derruido como tractor: «Veinticinco metros al norte. Ahí está lo que buscas».

Veinticinco fueron los pasos desde ahí hasta su portal. Su reflejo en la puertaventana de entrada fue la única cosa que la recibió y que le aguantó la mirada cuando se preguntó: «¿tú?».

6 Comentarios a “132- El mapa. Por Enma”

  1. Hóskar-Wild is back dice:

    Ya sé dónde fue a parar lo que quedó del Jack Daniels de la historia posterior. Misterio resuelto. Ahora está fácil entenderlo todo ¿o no? Suerte

  2. sacha dice:

    Un recorrido circular, por todas las edades, para volver a la casa y al presente, con el futuro entrevisto entre visillos.
    ¿Dónde se escribe así? ¿Dónde se habla así? Sólo en los sueños se corre tanto.
    Suerte.

  3. Mariana dice:

    Enma,

    Por mi parte, a mí, me ha encantado el juego y, creo, que si se lee desde ahí, desde esa clave, el relato cobra volumen, peso, está cargado de connotaciones. Ya estaba aburrida de leer relatos sosos que poco se atreven.

    Un saludo.

    Y, sí que había tesoro.

  4. Bonsái dice:

    Lo siento Enma, pero me pasa lo mismo. No lo comprendo. Tal vez la falla esté en mí…
    Abrazo.

  5. Gael dice:

    Pues ya seremos dos torpes. Tu «mapa» Enma, es muy difícil de leer, así que no pude hallar ningún tesoro al final. A veces nos complicamos demasiado en esa búsqueda de la originalidad. Suerte.

  6. Lovecraft dice:

    La búsqueda de un tesoro…hum. El ritmo es tan frenético y acelerado que a ratos me pasó como a la protagonista: costaba mantener el resuello. Surrealista como «Un Perro Andaluz» de Buñuel, y lo mismo que me pasa con esta película: no he entendido prácticamente nada. Torpe seré.

    Suerte en el certamen

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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