133- Venganza. Por Aurora Eterna
- 25 octubre, 2012 -
- Relatos -
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Sus ojos, envenados de ausencia, miraron por última vez al vacío. Madrid le parecía una ciudad más apacible desde esa perspectiva. Las luces de la ciudad se encendían poco a poco a su alrededor, como diminutas velas sobre el cielo tiznado de un sucio color añil. En sus manos tan solo había una botella de Jack Daniels, como único nexo de unión a la vida, mientras el peso de la tristeza coartaba su aliento:
– Un último paso y todo habrá terminado… – Pronunció mientras el viento azotaba su rostro. Se aferró a la cornisa con firmeza, tratando en vano de infundirse valor en su insondable desazón. Inesperadamente dos lágrimas furtivas surcaron su rostro.
Desde esa misma posición, recordó el día en que Bea y él se mudaron a aquel ático sin ascensor.
– Este piso acabará conmigo.- Le dijo entre resuellos, pero sonriendo, tras subir las siete plantas que distaban de la acera. En aquellos instantes un bello futuro, aunque incierto, les sonreía.
Ahora, aquel dulce recuerdo se le antojaba que era tan solo una macabra broma del destino; ya que en aquellos momentos la distancia a la calle le parecía un mero trámite para poner punto y final a una vida demasiado hostil.
Miró al horizonte y los ojos de Bea parecían difuminarse entre las siluetas sinuosas de cemento que dibujaban el contorno de la capital aquella tarde, mientras una siniestra luna le observaba imperturbable desde el cielo. Desde el tejado del edificio de enfrente un gato negro le miraba con condescendencia, como si intuyera lo que planeaba hacer.
– ¡Ah, mi Bea! Mi dulce y hermosa Bea… Mi dulce, hermosa y… ¡malnacida Bea!- Pronunció con amargura, dando sendos tragos a la botella tras cada lamento.
Ella había caído rendida ante la tentación de Rodolfo, su jefe. En su opinión, era un fulano del tres al cuarto, pero presidía la entidad bancaria para la que trabajaba su amada, como administrativa financiera. Eso, unido a las penurias económicas por las que estaban atravesando desde principios de año, ya que él había perdido su empleo en unos grandes almacenes, hizo que ella le abandonase.
– ¡Este último trago va por ti, Beatriz! ¡Por los sueños que se quedaron en burdas mentiras!- Exclamó, levantando la botella a un cielo que se le antojaba cada vez más oscuro.
De repente, la puerta del apartamento se abrió. No lo podía creer…¡Era ella!. Su mente, al escuchar de nuevo la voz de Beatriz, le dijo que esta vez habría vuelto y se quedaría para siempre. Su corazón de nuevo aleteaba esperanzado en su pecho.
– ¡Hola, Tomás! He venido a recoger mi ropa. ¿Dónde demonios estás?- Preguntó ella, ajena a todo.- ¿Tomás? ¿Dónde te has metido? En fin…
Él, al verla de nuevo allí, sintió que una luz de esperanza emergía en su interior.
– Beatriz… Beatriz…- Murmuró él, ebrio de emoción, pero su voz era tan solo un bisbiseo prácticamente inaudible. Pensaba perdonarle absolutamente todo, bajo la condición de que ella volviera a su lado, y que nunca más se marchase.
Pero aquella ilusión únicamente le duró un instante, ya que se dio cuenta enseguida de que nada había cambiado en ella. Beatriz estaba tan fría y distante como en las últimas semanas. Se fue hasta la habitación sin más miramientos y recogió sus cosas en cajas, mientras pensaba en cómo sería su nueva vida en la mansión de Las Rozas, junto a Rodolfo, que desde ese mismo día ya era su prometido. A pesar de todo, ella sabía que realmente no le amaba, y que aún seguía sintiendo algo por Tomás, pero la fortuna de Rodolfo sería lo que le enseñaría a quererle, o al menos estaba convencida de que así sucedería. Tras unos minutos, cogió cada uno de los bultos y regresó al comedor.
– Hay que ver como tienes la casa. ¡Siempre has sido un completo desastre! Hasta te has dejado una botella de whisky desparramándose sobre la cornisa. ¡Y del caro!…La dejaré en su sitio, pero si te piensas que lo voy a limpiar… ¡Ni lo sueñes!- Le recriminó enojada, mientras en el exterior se oían varias sirenas aproximándose hacia allí.
Recogió la botella y la depositó en la leja del armario del comedor donde solían guardar los licores.
– ¡Por todo esto es por lo que no podemos estar juntos!- Miró a su alrededor y pudo ver unos restos de pizza y un par de botes de cerveza desparramados sobre el sofá. Por lo demás, todo seguía en la más absoluta soledad.- Bueno… ¡Pues me voy! ¡Hasta nunca, Tomás!
Ella cerró de un portazo, suponiendo que su ex se encontraría en el cuarto de baño, ya que dicha puerta se encontraba cerrada desde que había entrado a la casa.
Instantes después, una pletórica Beatriz conversaba con Vero, su vecina de rellano y le explicaba todos los detalles del que iba a ser su nuevo hogar. Además, le extendió un cheque por tres mil euros por todo el dinero y los favores prestados años atrás.
Mientras tanto, Tomás yacía sobre el Maserati descapotable de Rodolfo, que esperaba en la puerta la llegada de Beatriz. Rodolfo también había fallecido en el acto por el impacto del cuerpo de Tomás contra el suyo. Había ríos de sangre y restos de cristales en varios metros a la redonda. Una ambulancia y varios coches de policía cercaban el lugar. Los vecinos, incrédulos, comentaban precipitadamente entre ellos lo sucedido. Incluso un coche de la televisión local trataba de acceder al lugar de los hechos, pero un policía le impedía traspasar la zona acordonada. Los vecinos también fueron expulsados al otro lado de la cinta de separación.
Cuentan algunos de los testigos que, durante la caída y justo antes del choque, Tomás emitió una sonora y macabra carcajada; tal vez satisfecho al sentir que, aún por casualidad, había consumado su particular venganza, aunque para ello hubiese tenido que pagar un precio demasiado alto.
La amiga Bea se hubiera merecido estar tb dentro del deportivo. Menuda bruja. Y el suicida desperdiciando el Jack Daniels tomándose una pizza. Tal para cual. Suerte
Me ha encantado. Ánimo y sigue así que eres muy buena
Tiene lo bueno de submergirte en la história y vivirla del lado del protagonista.Estupenda Aurora Eterna ¡
Fantástico, mucha suerte.
Me ha encantado. Suerte.
Suerte.
Precioso relato, enhorabuena Ana Esmeralda!
Maravilloso!!! Cuanto me asemejo por momentos a Tomas…
Lamentablemente!! Si pudiera matar asi mis sentimientos…
En mi pueblo eso se llama morir matando. Al final, el cornudo de Tomás remató la faena con una buena estocada: arruinar en cuestión de segundos y de un sólo golpe tres vidas (la suya propia, la de Rodolfo y la de la pérfida Beatriz). Mejor venganza imposible.
Solo un par de detalles que me llamaron la atención:
– Tomás acaba de lanzarse al vacío (se diría que casi no le ha dado tiempo a llegar al suelo) y ya se escuchan las sirenas aproximándose. Demasiada eficiencia, incluso para los mejores servicios públicos.
-La «sonora y macabra carcajada» del final me resulta demasiado teatral, además de difícil de imaginar, por muy ansioso de venganza que estuviera el pobre Tomás.
Suerte Aurora Eterna