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137- El Extraño Robo Matinal. Por Josué Contad

Era una mañana fría. Alfonso observaba su rostro todavía dormido en el espejo del baño, que se expandía a causa de otros dos espejos a sus costados, que le devolvían dos perfiles exactos que, como guardianes de un mundo oculto, lo esperaban, reluctantes.

Alfonso Muñoz era un joven enjuto, de cabellos negros siempre revueltos. Sus dedos finos parecían hilos de seda. Era guitarrista.

Aquel rostro que observaba parecía no pertenecerle. Alfonso era un invitado en la fiesta de ese lunes frío de invierno. Luego observo lentamente sus manos. Se dio cuenta de la cantidad de surcos que guardaban las palmas. Recordó, cuando niño, su tío Alberto le mostraba la colección de mapas antiguos de Europa. A Islandia la imaginaban rodeada de monstruos y seres terribles. Alfonso nunca pudo olvidar un caballo marino gigante que, según le dijo el tío, se creía que podía destruir por el sólo uso de sus fuerzas a los más aguerridos buques españoles.

Nuevamente se observó en el espejo. Pero esta vez vio en sus ojos el reflejo de otros ojos que no parecían ser los suyos. La mano autómata que se acercaba al cepillo de dientes se detuvo. Todo en él se detuvo, si es que algo en el mundo se detiene alguna vez.

Aquellos ojos que en el reflejo de sus ojos veía no eran los de él. Algo en el brillo, algo en el color, algo en la forma, algo indescriptible los hacían ajenos. Cuánto tiempo sostuvo su investigación, no lo sé. Pero una caricia sutil en su pierna, por debajo de la rodilla, le hizo olvidar aquellos ojos. Giró su cabeza para encontrarse con el culpable de la intromisión. Era el gato, y aquél gesto, su saludo matinal. Alfonso acarició la cabeza frágil y blanca del felino, que se parecía al merengue azucarado que se disuelve en la boca. Al tocar al animal sintió que se estaba tocando a sí mismo y se estremeció.

En aquella mañana algo no funcionaba del todo bien. Parecía que un dios ocioso e infantil se dedicaba a cambiar las sensaciones de los cuerpos. Trató el joven guitarrista de ignorar esta reflexión, pero se encontró con el recuerdo del sueño de la noche pasada.

Se trataba de una hamaca vacía que se agitaba cadenciosamente en una plaza oscura y silenciosa. El único ruido lo ejercían las cadenas oxidadas del columpio, que se intensificaba paulatinamente. El volumen se hacía insoportable y Alfonso tocaba sus orejas para advertir que se las podía quitar. Salieron a rosca. Entonces el sonido perturbador finalizó súbitamente y despertó.

Sin pensarlo rozó con sus finos dedos sus orejas. Allí estaban. Todo estaba en su lugar, y a la vez nada parecía estar en su verdadero sitio. Como si el infierno se hubiera disfrazado con el atuendo de un pequeño departamento de Buenos Aires.

Tuvo el deseo de compartir sus sensaciones con alguien. Fue por la guitarra. Comenzó a tocar una melodía nórdica. A los pocos segundos se detuvo alarmado. Nunca había escuchado folclore nórdico, y menos aún, había ejecutado en su guitarra una melodía de aquellas gélidas tierras. Sin embargo el sabía que lo que había tocado pertenecía a dichas geografías. Quiso repetirla pero no pudo; sus dedos no sabían a dónde ir.

Los ojos de Alfonso se llenaron de lágrimas. Nunca había estado tan solo en la vida. Aquella mañana fría de lunes no parecía porteña, sino más bien de algún desierto inconmensurable del Oriente.

El gato se aproximaba lentamente al joven músico, y lo miraba fijo. Alfonso permanecía sentado en la silla del comedor con la guitarra sobre su regazo. Aquel gato blanco de cabeza de merengue se acercaba con la terrible belleza que tiene, a veces, la verdad. Alfonso vio en los ojos del felino algo familiar; un aire demasiado cercano. La mirada del gato parecía humana, y no sólo eso, se asemejaba increíblemente a la suya propia. Entonces recordó todo lo sucedido en aquella onírica y fría mañana de lunes. La imagen del espejo y la sensación de ausencia lo invadieron nuevamente. El gato tenía su mirada. Por alguna extraña razón ahora él llevaba los ojos del felino, y el animal tenía sus propias pupilas.

Sintió un horror inexplicable que le hizo sacudir las piernas y arrojar al piso a la guitarra. El gato se asustó y se escondió debajo del sillón. Una sospecha tensionó los músculos de Alonso: “Aquél animal”, pensaba, “durante la noche por algún mágico artilugio intercambió las miradas. ¡Ha robado mis ojos!”.

Muy lentamente se incorporó de la silla y, conteniendo la respiración, se dirigió a la cocina. De un cajón sacó el cuchillo con la punta más filosa que encontró, y se dispuso a devolver el antiguo orden a la situación; a recomponer la mañana y el mundo. Era una especie de cruzado medieval marchando por una causa superior e intangible.

El músico, afectado tal vez por ciertas nociones temporales felinas, se quitó primero sus propios ojos, lo que le imposibilitó completar la operación. Durante largas e inútiles horas se arrastró por el departamento buscando al terrible felino.

Al entrar su madre al hogar, Alfonso ya estaba muerto y desangrado. La mujer viuda y ahora sin hijos, llena de desolación, adoptó al gatito de cabeza de merengue azucarado como su compañero inseparable. Cuando las vecinas le preguntan por el animal, ella suele responder con candor: “¿Por qué tengo al gatito? Es que me recuerda tanto al Alfonso”…

7 Comentarios a “137- El Extraño Robo Matinal. Por Josué Contad”

  1. Hóskar-wild is back dice:

    Estos malditos felinos… Ya en algún relato les han dado lo suyo, haciendo experimientos, metiéndolos en sacos y poniéndoles en mitad de la carretera. Alguno se les ha escapado. El más peligroso. El ladrón de ojos. Algunas gatas roban otros órganos más delicados, pero con más estilo. Suerte.

  2. sacha dice:

    Suerte.

  3. Dies Irae dice:

    No sé, querido Asesino, qué nos está pasando. Pero tu Juan tiene algo más. Quizá, como nombraste por ahí, algo quedó cuando nos olvidamos de Trotsky, del Che. Quizá, de pronto, me hiciste recordar…

    Sólo loco! ­Sólo poeta!
    Sólo un multicolor parloteo
    multicolor parloteo de larvas de loco
    trepando por mendaces puentes de palabras
    sobre un arco iris de mentiras
    entre falsos cielos
    deslizándose y divagando.
    ¡sólo loco! ¡sólo poeta!

    ¿Es eso el pretendiente de la verdad?

    F. Nietzsche

    Buenas noches.

  4. El asesino de Morfeo dice:

    Tranquila, Dias Irae, el lindo gatito está a salvo…pero tampoco es manca la imagen del muchacho, arrastrándose y con los ojos colgando, durante «largas e inútiles horas» hasta que se muere como el mejor cruzado medieval.
    Yo también tengo miedo. ¿Que nos está pasando? en este certamen hay demasiados locos, y todos mejores que el mío.

  5. Dies Irae dice:

    Ay, qué susto, que creía que iban a matar a otro gatito.

    Salud, Josué Contad. Muy bien en general, me ha gustado, pero…

    Creo que en algún momento se confunden narrador y personaje, como por ejemplo cuando el narrador dice: «Cuánto tiempo sostuvo su investigación, no lo sé» (venial, nada, sin importancia, al fin y al cabo también me lo han pillado a mí).

    Pregunto: ¿Por qué Buenos Aires? Quiero decir, aparte de comparar el frío porteño con el del desierto oriental, la narración no se para más en la localización, no afecta, creo, al suceso.

    Pero perfecta la sensación onírica, el ambiente irreal y las sensaciones que trasmites.

    Enhorabuena y suerte.

  6. Lovecraft dice:

    La verdad es que no me esperaba de ningún modo este desenlace, sangriento y brillante a partes iguales. Algo de esa extraña transposición me ha recordado al final de la película «La Mosca» (la de 1958). Me ha sorprendido agradablemente.

    Ojo a las repeticiones en el primer párrafo: «que se expandía […] que le devolvían […] que […]lo esperaban». Y hablando de ojos, ojo también a la repetición de (casi) la misma frase: «Pero esta vez vio en sus ojos el reflejo de otros ojos que no parecían ser los suyos» seguida de cerca por «Aquellos ojos que en el reflejo de sus ojos veía no eran los de él». Es innecesario repetir la misma información al lector, cuando esta repetición no aporta ninguna novedad al texto.

    Suerte en el certamen

  7. El asesino de Morfeo dice:

    Gracias por la palabra reluctante y por ese sueño en el que Alfonso se quita las orejas «a rosca»; es una imagen impagable. Mucha suerte en el certamen

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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