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142- El Armani, el espejo y las cartucheras. Por Tertuliano Máximo Afonso

Llevaba enganchado, en el brazo derecho, un vestido largo de color morado sin mangas, con estampado de flores, forro en negro y mismo estampado en la espalda, y la etiqueta «Armani Collezioni» colgada a la cintura. Prendido del brazo izquierdo, y con percha incorporada, un vestido corto en color rojo, con manga tres cuartos fruncida y escote cruzado, con detalle de pliegues y forro a tono también de la misma marca -no de la “Armani Collezioni» de temporada, ubicada en los percheros centrales, ni tampoco de la «Armani Collezioni» al 40% de la sección de rebajas, sino de la “Armani Collezioni” descatalogada del pasillo secundario, pero no por ello menos “Armani” que las otras-. A su vez agarraba con la mano derecha, como se agarra a una gallina a punto de ser sacrificada, una blusa de seda de color rosa palo con escote de pico y con cierre de dos botones y trabillas en la cintura de Adolfo Domínguez y un picardías de encaje en color negro de tirantes regulables; y, con la mano izquierda, la única que le quedaba libre, estrujaba lo que parecía ser un vestido color maquillaje de abertura trasera, con las iniciales CH de Carolina Herrera.

La señora oxigenada de pelo moldeado a base de plancha y maquillaje tres tonos por encima de su color natural no parecía advertir, sin embargo, que el vestido rojo que ya estaba rozando el suelo se había enredado en uno de sus tacones. Y mucho menos que éste le estaba dejando una marca morada en su muñeca rolliza.

–        “¿Necesita ayuda?….” Le preguntó una mujer amablemente.

–        “Muchas gracias” –respondió ella con desconfianza– “Pero no quiero dejarlo aquí, no sea que cuando vuelva se lo hayan llevado. Es una verdadera ganga…” –añadió mirándola de reojo mientras avanzaba hacia una cola interminable de mujeres solas sepultadas por montañas de prendas, o acompañadas de maridos bostezantes que esperaban cualquier hueco libre para sentarse a la menor oportunidad.

–        “Señora. Máximo cinco prendas” –le dijo la dependienta–.

–        “Llevo cinco” –aseguró la cincuentona, mientras intentaba ocultar, en una blusa azul celeste de Adolfo Domínguez y con un leve movimiento de hombros, el par de zapatos de tacón fino con adorno metálico de Pura López–.

–        “Perdone, señora, lleva usted seis prendas, y eso sin contar los zapatos. Puede dejar aquí lo que quiera y venir a buscarlo después” –insistió la dependienta tirando suavemente de la blusa azul–.

–        “¿Me promete que no los moverá de aquí?» –añadió insistente la señora– «Mire que son los únicos que quedan…”

  –        «Llámeme cuando haya terminado, que yo se los acerco” –dijo la dependienta con condescendencia- “Y vaya usted tranquila…”.

La señora de manos hinchadas y pelo oxigenado se dirigió al probador. Colgó los tres vestidos en el perchero que había tras la puerta, dejando libres los dos ubicados en la pared. Se quitó los zapatos de tacón medio, introdujo las gafas de sol de imitación en un bolso Loewe de dudosa procedencia, y se fue desprendiendo poco a poco de los numerosos colgantes de bisutería, de la blusa de algodón y de la falda de tubo. Cuando terminó, depositó todas sus pertenencias sobre una silla de terciopelo rojo y contempló, con satisfacción, la imagen de una mujer de mediana edad, en medias transparentes, bragas de cintura alta y sostén de color carne, reflejada en el espejo. Avanzó y retrocedió analizándose de frente, de espaldas y de perfil. Se veía tan esbelta que no se le ocurrió pensar que quizás aquél era uno de esos espejos típicos de centro comercial, con luz frontal, cristal grande y superficie un poco cóncava, que ofrecía una imagen distorsionada (y siempre favorecedora) de la realidad.

A continuación, se probó el vestido largo en color morado con estampado de flores, forro en negro y mismo estampado en la espalda, sin mangas y con cuello asimétrico de la “Armani Collezioni”. Parecía una diosa del Olimpo de carnes firmes y apretadas con diez años menos. Sin duda, ése era EL VESTIDO. Una vez catada la planta de los diseños de lujo, jamás podría regresar a las “marcas blancas” –se lamentaba-.

Volvió a observarse con detenimiento –“Sí, sin duda es un Armani”- se decía a sí misma imitando los movimientos sensuales de alguna escena erótica aprendida en cualquier película norteamericana, y al ritmo de la música ambiente del centro comercial. Entonces fue interrumpida por un par de golpes bruscos al otro lado de la puerta.

–“¡Está ocupado!” –gritó–.

Y al volver sobre su imagen de diosa Armani reflejada en el espejo descubrió, colgada a la cintura del vestido, la etiqueta –“¡Dios mío, 399 euros y en rebajas!”– se torturaba… Y comenzó a desvestirse dudando si colocar el Armani morado en el gancho de aquellos vestidos que te gustan pero que están fuera de tu alcance aunque que te puedes permitir al menos una vez en la vida porque para eso una trabaja tanto (¡coño!); o ponerlo en el gancho de los vestidos descartados que de ninguna forma te debes llevar por más que lo desees porque los remordimientos no te dejarán dormir y el sufrimiento no compensará la dicha de ninguna manera.

Tras pensarlo dos veces, dejó el Armani en el gancho de los favoritos y se probó el vestido corto en color rojo, con manga tres cuartos fruncida y escote cruzado con detalle de pliegues y forro a tono, también de Armani, analizando esta vez con anticipación el precio, y rezando para que en algún momento la cremallera hiciese amago de estallar y el vestido no superase el ascenso de las caderas. Pero en contra de lo esperado, el segundo vestido también le sentaba como un guante. Ni rastro de celulitis. Al contrario, sus piernas parecían larguísimas y tersas. Muy a su pesar, lo colocó en el gancho de las posibilidades.

Ahogada en remordimientos, se dirigió al tercero de los vestidos: el de color maquillaje de abertura trasera con las iniciales CH de Carolina Herrera que, por cierto, aún conservaba la huella de uno de sus tacones. No se parecía en nada al primer vestido, EL VESTIDO, el número uno de los “Armanis”. Ni tampoco al segundo, el vestido rojo a lo Pretty Woman. Era más bien de ese tipo de vestidos que toda mujer debería tener como fondo de armario para alegrar la patética colección de trajes de chaquetas cuadriculadas y bolsos de polipiel.

Mientras decidía si colocar el vestido en el primer gancho o en el segundo, no pudo evitar hacerse la siguiente pregunta “¿Y dónde lo iba a usar?” “¿En la oficina de patentes? ¿En el bar de Aurelio los sábados durante las cañas? ¿O en casa de la Lola, entre platos de paella y olor a churrasco?”

Otro par de golpes en la puerta le hicieron desistir, por fortuna, del vestido color maquillaje y, apresurada, se probó los zapatos de tacón medio y fino con adorno metálico de Pura López, de 125 euros. Comparados con los 399 del primer vestido o los 299 del segundo, le parecieron bastante asequibles y, tras asegurarse de que la marca en el talón era lo suficientemente notoria, los colocó debajo de los otros dos vestidos, en el gancho que le conduciría hacia la ruina.

Y mientras se subía de nuevo a sus zapatos de tacón medio, y se enfundaba en la falda de tubo y la blusa de algodón, todo ello aderezado con las gafas de sol de imitación, el bolso Loewe de dudosa procedencia y los numerosos colgantes de bisutería, no pudo evitar hacer la cuenta mentalmente: 399 euros del primer vestido, 299 del segundo más los 125 de los zapatos daban un total de ¡823 euros! ¡Más de la mitad de su sueldo…!

Una vez tomada la decisión, sólo le quedaba un pequeño detalle, tendría que pagar con su VISA personal, no se diese el caso que a su marido le diese por echar un vistazo a los últimos movimientos. De nada serviría explicarle que se trataba de dos “Armanis” y no de dos vestidos cualquiera, si para él todo el monte era orégano…

Pero aún quedaban nuevos obstáculos. Antes de salir del probador, tuvo que vencer la tentación de probarse el picardías de encaje en color negro con tirantes regulables, la blusa rosa palo con escote de pico y cierre de dos botones y trabillas en la cintura o la blusa color azul celeste (exactamente igual que la anterior y también de Adolfo Domínguez), que en un gesto de cortesía le fueron facilitadas por la dependienta. Sin dar explicaciones, salió del probador y con la cabeza bien alta, abonó las tres prendas elegidas, cruzó el pasillo abarrotado de bolsos Cacharel y Dolce & Gabanna y, sin detener la mirada, consiguió encontrar una de las puertas de salida.  Pero tan solo un paso de la libertad fue atacada por una azafata de uniforme que, sin piedad alguna, le roció de arriba abajo con la nueva fragancia Shalimar de Guerlain, mientras pronunciaba las palabras mágicas: “Para las mujeres que inventan su vida a cada instante. Atrevidas sin medida y al límite de lo prohibido”. Acto seguido dio media vuelta, compró el frasco mediano y salió de la tienda sin mirar atrás.

 

6 Comentarios a “142- El Armani, el espejo y las cartucheras. Por Tertuliano Máximo Afonso”

  1. Hóskar-wild is back dice:

    Lo malo de este tipo de historias es que son ciertas. No hay más que darse una vuelta por los nuevos templos del consumismo, que se alzan como catedrales, en las afueras de los núcleos urbanos y que convierten en princesas a las cenicientas de bote. Suerte.

  2. sacha dice:

    Suerte.

  3. Tertuliano Máximo Afonso dice:

    Hola.

    Exacto. de ahí proviene el seudónimo. Me gustó y me lo apropié (un ratito)… Muchas gracias por tus comentarios…

  4. Tertuliano Máximo Afonso dice:

    Muchas gracias por los comentarios (¡Y tan buenos!). Ésa era la idea… me alegro que te haya gustado. Yo lo pasé muy bien escribiéndola…

  5. Hombre sin abrigo dice:

    Me gustan las descripciones empleadas en este relato. Me gusta también cómo aparecen los nombres de las marcas y le dan fuerza a la estetica de la narración. Por último, me gusta el seudónimo: es el nombre del personaje de la novela El hombre duplicado, de José Saramago, ¿verdad?

  6. Lovecraft dice:

    Una inteligente sátira, excelentemente escrita, sobre la irracionalidad del consumismo irresponsable y la esclavitud a la que la moda somete a buen número de nuestros contemporáne@s. ¡Ay, Armani, Armani! ¡Cuánto daño has hecho sin haberlo pretendido!

    Te deseo una suerte con mucho glamour

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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