151- Límites borrosos. Por Álvaro García Ulloa
- 28 octubre, 2012 -
- Relatos -
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Mi reunión de trabajo en las Torres Kío se prolongó hasta la medianoche. Después de llamar a mi mujer para decirle que no me esperara despierta pedí unas viandas al catering del 52 de la Castellana. Mientras las esperábamos le dicté a Micaela las modificaciones en el contrato que firmaríamos con los japoneses tan sólo unas horas más tarde. Micaela se mostraba agobiada porque el tiempo pasaba inexorablemente y quedaba mucho por hacer. Percibí que era su momento, a solas con el teclado, así que me tiré en el sofá a echar una cabezadita mientras ella, con más libertad, hacía la redacción definitiva del manuscrito.
Me despertó el olor a café recién hecho y el bullicio que llegaba de la calle y de los despachos. A juzgar por la intensidad de la luz que se filtraba por las persianas ya hacía un tiempo que había amanecido. Pero mi descanso profundo, por efecto de la extenuación, me había transportado muy lejos. Había soñado con un tema recurrente desde que había cumplido los cincuenta. En ese sueño me veo ya anciano, decrépito y lamentando el no haber sabido aprovechar los años de plenitud para disfrutar de los placeres más terrenales: el sexo sobre la hierba primaveral, los viajes, las empresas aventureras, el cultivo de las relaciones sociales o los estudios de medicina, mi vocación frustrada. Toda la pesadilla está impregnada de un sentimiento de angustia a modo de trasfondo por la conciencia siempre presente de la alta probabilidad de que pueda sufrir un ataque cardíaco repentino o un ictus. Entonces, como en una foto fija, me veo viviendo una vida sin libertad, acuciado por la sensación de estar en el mundo de los vivos como deudor de un derroche de cuidados sobre cuyo fin no puedo decidir.
En esa situación oscura, sin capacidad para encontrar ingredientes suficientes en la vida cotidiana que me mantengan motivado, cobran una fuerza devastadora los reproches por haber dedicado tanto tiempo a la renovación neurótica de problemas, de esquemas mentales irracionales que supusieron un freno al crecimiento personal y al abordaje de retos atractivos que dejé pasar de largo para optar por la seguridad de una posición estable, conocida pero anodina. Sólo al final del sueño se produce una visión que me hace revivir sentimientos de una intensidad formidable: sueño que mi mujer descumple años y aparece con el semblante que tenía cuando la conocí. Entonces me recreo mirándola hasta que, invariablemente, despierto y me encuentro con la cama vacía al otro lado.
Un tanto desorientado, tenía el tiempo justo para asearme y revisar el contrato definitivo. ¡Cuántas veces había pensado en las cualidades de mi secretaria fiel! Estaba absolutamente seguro de que yo era el hombre de su vida, pero su sentido de la lealtad le llevaba a no complicarme la vida ni a mi ni a mi mujer, Elvira, a la que conocía lo suficiente como para desear poder mirarla, serenamente, de frente. Además yo nunca le había dado el más mínimo motivo para albergar esperanzas siquiera de abordar una relación furtiva. Pero había mil detalles suyos, sin duda inconscientes, que hablaban de su atracción hacia mi. Ante ellos mi reacción instintiva era la de cargar las tintas en la conveniencia de que se dedicara más a si misma, que saliera con los amigos y disfrutara de la vida, como correspondía a una “chica” de treinta y cinco. Esas observaciones sólo conseguían exasperarla, aunque siempre mostraba el autocontrol suficiente para atajar la conversación y despedirse con corrección.
Sólo una vez se fue algo más allá en la expresión de sus sentimientos. Sucedió durante la convención anual en Valencia de Alcántara. Habíamos bebido unas copas después de cenar y por su falta de hábito adelantamos el regreso al hotel. Creí que el paseo la despejaría y no sé si fue así. Lo cierto es que su invitación a tomar la última en su habitación llegó tan de súbito que yo administré mi negativa de la mejor manera que supe en aquel momento. A partir de entonces las cosas han cambiado. El comportamiento de Micaela es más frío y distante y se acabaron las pequeñas licencias y las expresiones de humor.
Podría decir que mi renuncio de aquel día se debió al peso de mi relación con Elvira, pero no estaría siendo sincero conmigo mismo. Tampoco se debió a una hipotética falta de química con mi leal secretaria. Lo más absurdo es que dejé pasar aquel tren por culpa de ese celo proteccionista frente a las emociones fuertes que me persigue incluso cuando duermo en forma de reproche.
Cuando todo indicaba que mi vida se precipitaba a una fase mesetaria anodina, en la que responder con discreción a lo que se esperaba de mi en los diversos ámbitos estaba asegurado, ha aparecido en mi escena Anabel. Su presencia tiene algo de subyugante incluso para mi conciencia de scanner plano. Su irrupción el jueves en la sala de Juntas representando las aportaciones del canal de relación con el cliente último me dejó atónito hasta el punto de que creo que por lo menos Micaela percibió mi nerviosismo. ¡Anabel tiene un físico idéntico al que presentaba Elvira hace treinta años: los mismos rasgos proporcionados, la misma expresión serena y franca, la misma modulación de voz, profunda y ligeramente rota, la misma risa espontánea…! Todo lo que entonces me enamoró reencarnado en la nueva jefa de departamento, fichada por el gabinete de recursos humanos en una captación externa. Hasta su forma de vestir respondía a un estilo tan familiar para mi: falda recta justo por encima de las rodillas, blusa abierta y cuello adornado con un gran pañuelo, chaqueta de punto remangada ligeramente y zapatos bajos como bailarinas para compensar la elevada estatura. Cuando acabó la reunión la propia Micaela, ya en petit comité, me preguntó:
–¿Es asombroso, verdad?
–¿El qué?
–¡Carlos, no te hagas el despistado! Es el vivo retrato de tu mujer.
–Ah, te has dado cuenta tu también, ¿no?. Pero bueno, ¡tanto como el vivo retrato!
Traté de zanjar el tema cambiando de asunto y ultimando con mi perspicaz mano derecha los detalles de la absorción de una pequeña aseguradora andaluza. Sin embargo el subconsciente me jugó una mala pasada:
–¿Y de dónde dices que ha salido esa chica?
–Yo no he dicho nada Carlos.
–Ah, ya. Perdona. Quiero decir, ¿Dónde trabajaba antes y cómo no se me informó de su contratación?
–Carlos, tu mismo delegaste la selección de personal en “Recursos Humanos”. Estabas a tope con el asunto de los japoneses. Recuerdas. No quisiste promociones internas por el cristo de codazos que había todos los días en la planta.
–Es cierto, lo había olvidado. Espero que no nos hayamos equivocado.
–La muchacha trae unos informes inmejorables. En sus escasos cuatro años de trabajo ha adquirido cultura empresarial muy amplia. Es de las que no regatea horas de trabajo.
–Así era Elvira.
–¿Perdón?
–No, digo que es lo que necesitamos. Gente que dé ejemplo de actitud a más de un trepas resabidillo. A ver si no le ponen trampas. Puede ser un comienzo para empezar a depurar un poco.
Era tarde y estaba cansado. Le dije a Micaela que dejara todo y se marchara. Llamé a casa para decir que llegaría a la hora de cenar y apagué la luz del despacho. Por el pasillo alcancé a Anabel. Estaba recogiendo del suelo unos folios. La ayudé azorado por su parecido tan exagerado con Elvira y balbuceando preguntas sobre si estaba contenta en su nueva empresa. Su tranquilidad pasmosa y el grado de confianza en si misma que demostraba me dejaron fascinado. Iba a volver en taxi a casa pero me ofrecí a llevarla. Así tendríamos ocasión de conocernos un poco. Lo suficiente para encontrar que su forma de entender la vida también me era familiar. Tenía que esforzarme por aparentar que todo era normal pero lo cierto es que estaba reviviendo mi pasado.
Durante la cena, no podía sacarme a Anabel de la cabeza. Pero me esforcé en tener una comunicación suficiente con Elvira y los chicos. Tenía que aprovechar los momentos que podíamos compartir. También en la alcoba, donde sin embargo tuve que conformarme con la lectura de un libro. Elvira atravesaba largas temporadas con la libido por los suelos. Esa podía ser una de las razones por las que en mis sueños mi compañera aparecía transmutada a menudo en la joven leona del pasado. Cuando ella se quedó dormida, me fui a ahuecar en el sofá de la sala para poner en claro las ideas.
Después de una semana en que las reuniones de trabajo me dieron muchas oportunidades de intercambio en grupo y también a solas con Anabel se acercó la fecha en que celebrábamos la comida anual de los empleados, acompañados por sus parejas, en los jardines del restaurante del hotel Embajador. Yo mismo di el visto bueno a la lista de asistentes, donde pude comprobar que Anabel asistiría sola. Construí un guión mental para no azorarme en el momento en que hiciera las presentaciones entre Elvira Y ella, porque estaba persuadido ya de que la presencia de la joven transformaba mi carácter. Y llegó el día.
Elvira se había vestido como sabía ella hacerlo en ocasiones muy escogidas: realzando su naturaleza todavía exuberante pero sin traspasar las lindes del buen gusto. Sabía conjugar lo expresado abiertamente con lo insinuado para dar ese toque de secretismo femenino que emana del deseo por resultar más que agradable. Después de saludar a los que siempre llegaban pronto, aceptamos una copa de vino y cuando la alzábamos para brindar con Micaela y otros dos asistentes apareció, radiante y atrevida hasta donde era natural en una joven de veintiséis años, Anabel. Me saludó en primer lugar a mi y cuando ya extendía su mano hacia la de Elvira la escena se petrificó: mi mujer pasó por un estado de estupefacción antes de desmayarse. Anabel también estaba lívida y confusa. Insistí a Micaela en que todos celebrasen la fiesta con normalidad mientras yo llevaba a Elvira al hospital.
No ha sido fácil, pero finalmente Elvira ha cantado. Tres días a base de Valium diez la han desarmado. Al fin y al cabo todavía no nos conocíamos cuando lo de Anabel. Además su aventura con aquel empresario conservero había sido fugaz. Tanto que ella insistía en abortar pero llegaron a un pacto con la condición de que el padre se ocuparía de la manutención y educación de la niña y Elvira quedaría al margen de todo.
Me confesó que a veces pensaba en qué sería de aquella niña, pero siempre se mantuvo en la distancia, en el anonimato. Tenía su vida centrada en la familia que había elegido formar.
Sin embargo, ahora que sus vidas se han cruzado, Elvira y Anabel están recuperando el tiempo perdido y además de madre e hija se han hecho buenas amigas. A mi Anabel me sigue recordando a su madre pero desde que conozco la verdad mi mirada ha recobrado la inocencia.
He vuelto a los días anodinos perdidos en el calendario y a las jornadas de trabajo interminables con mi leal secretaria guardándome las espaldas cuando el sueño me vence y la motivación alcanza el nivel de lo impreciso, los límites borrosos.
Suerte
Suerte.
Supongo que será políticamente incorrecto mencionar ni tan siquiera la opción de buscar algún desahogo en una fantasía en la que se incluyera a las dos mujeres y, por qué no, tambien de paso a la secre, para poner las cosas en su sitio. Suerte.
Se me olvidó; hay una frase que yo redactaría de otra forma:
«frente a las emociones fuertes que me persigue incluso cuando duermo en forma de reproche.»
Quedaría mejor:
«frente a las emociones fuertes que me persiguen en forma de reproche incluso cuando duermo.» Es que, si no, resulta difícil imaginar como es «dormir en forma de reproche»
Saludos
Un discreto triángulo amoroso (mejor un cuadrado) presidido por la corrección y las buenas composturas, con final inesperado (aunque no excesivamente original) y en apariencia feliz, al menos para madre e hija reencontradas. Los demás, siguen a lo suyo, como siempre. Muy bien escrito Álvaro.
Suerte para Micaela, Elvira, Anabel, Carlos y sobre todo para Álvaro
Saludos, Álvaro García Ulloa.
Otro buen texto (algún descuidillo ortográfico, poca cosa) que me habría enganchado más si no fuese todo tan políticamente correcto. Me parece perfecto para la vida real, pero, vamos, esto es ficción (o se supone), podemos saltarnos algunos límites y buscar alguna conmoción en los lectores, creo.
Feliz domingo y suerte para ti también.