152- Los infortunios del azar. Por Mateo Sombra
- 28 octubre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, relatos
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La semana ondeaba bandera roja. El lunes recibí una orden de desahucio en un sobre blanco aparentemente inocente. Mis perpetuos problemas con las cuentas sin tener la sensación en absoluto de vivir por encima de mis posibilidades. Mi reciente divorcio me había condenado a una indigencia de latas de sardinas y salchichas con sabor a plástico quemado. “No podemos seguir haciendo que nos queremos” me dijo una noche tras la cena. Y desapareció arrasando nuestros recuerdos en común como un fuego sobre un bosque seco. Ahora vive con un escritor francés en un chalet adosado en la sierra. Si, podríamos perfectamente seguir haciendo que nos queremos.
Al menos conservo mi empleo como redactor en un periódico bajo el yugo de un despido inminente. Me hubiera fascinado ser corresponsal de guerra. O aún mejor, un prestigioso economista que dictaba sentencias al otro lado del teléfono mientras que una becaria sin sueldo tecleaba cada palabra, temerosa que no equivocarse. Exponer datos que nadie comprende, atemorizar con cifras a una población desinformada.
Mi trabajo era mucho más sencillo que todo eso. Consistía en inventar el horóscopo con generalidades aplicables a cualquier edad y situación. Una de cal, otra de arena.
Comentar el mapa del tiempo.
Publicar los resultados de la lotería.
Visitar exposiciones y argumentar un veredicto siempre enrevesado.
La cartelera de cine.
Banalidades, al fin y al cabo, que no provocarían reacción alguna en mis escasos lectores.
Me senté sorbiendo el café aún caliente del termo. Encendí mis neuronas al mismo tiempo que el ordenador. Maldito aparato que me servía de ventana al exterior a la vez que ejercía de muralla hacia el mundo real. Observé que todos mis bolígrafos estaban mordisqueados. Comparé la pulcritud y el orden de mi escritorio con el caos generado alrededor. Los teléfonos que no paran de sonar y a nadie parece molestarle. Vuelco el teclado. Caen migas de pan y cientos de pestañas. Es sencillamente repugnante, espero que sean todas mías.
No dejo de pensar en esa carta miserable. Imagino a dos agentes golpeando la puerta de mi apartamento mientras que varios hombres fornidos la vacían de mis escasas pertenencias. Y me abrigo al calor de los delirios fantaseando que duermo en el cajero del banco que siempre ha sido el dueño legítimo de mi casa. Será subastada y la ocupará una pareja feliz que estos tiempos aún mantiene viva la llama.
Concéntrate de una vez en tus tareas. Que está el ambiente calentito. El jefe de la redacción se pasea por las mesas fiscalizando el trabajo de sus empleados.
Comienzo con la porción más interesante de la cuestión: mis formidables dotes de astrólogo.
“Tauro: en el trabajo surgirán nuevas responsabilidades. El intenso estrés al que estás sometido podrá provocar errores en el desempeño de tus labores. Procura no angustiarte, no seas tan perfeccionista. Deja volar tu imaginación. La mala racha llega a su fin”.
Respiro tranquilo. Es mi horóscopo y augura buenas noticias. Con el resto de signos no soy tan benévolo: desamores, bancarrotas, problemas de salud. Me siento poderoso, ¡jodeos todos!
Elaborar la predicción meteorológica es mucho más fácil. Ni siquiera requiere de mi creatividad. Navego por varias páginas y calculo una media de las temperaturas y de la probabilidad de precipitaciones. En semana santa pronostico lluvias. No hay que ser un genio.
En mi libreta releo mis anotaciones sobre las últimas exposiciones que he visitado. Transcribo mis impresiones regando mis palabras con figuras literarias muy elaboradas. Sonrío por dentro evocando al intelectual de turno extasiado ante toneladas de mugre con pretensión de arte.
Cartelera de cine. Es verano, nada reseñable.
Al ser viernes, en la sección destinada al azar, cobra especial importancia la primitiva de ayer. Visito su web y publico los números. Siempre tengo la impresión de conocerlos de antemano. Si hubiera echado la lotería sería millonario. Los reviso una vez más y adelante. Fabricando ilusiones para otros. No tengo derecho a quejarme, nunca me acuerdo de jugar.
Fin de la jornada matutina. Apago el ordenador y regreso a esa morada que no se si aún me pertenece. Mis compañeros irán al bar a comer un menú del día económico que para mí no lo es tanto.
Abro y cierro la nevera y encuentro miserias por mucho que me empeñe. Una lata de cerveza, media cebolla, masa de hojaldre precocinada y por supuesto, salchichas.
Caliento el horno idealizando el delicioso manjar que prepararé con estos ingredientes. Un pastel de horrible aspecto a 180 grados durante veinte minutos.
Estoy agotado y las tripas me rugen. Dormito en el sofá apurando la última cerveza.
-El sabor no es repugnante- digo en alto intentando convencerme. Rebusco en los bolsillos del vaquero unas monedas. Puedo permitirme un café en un bar antes de volver al curro.
-Solo con hielo, por favor-.
Me despiertan del letargo los alaridos de una mujer de corta estatura que necesita, como todos, compartir su euforia con el resto de terrícolas.
-¡Qué soy rica, madre mía! Me ha llamado mi marido a la peluquería. ¡Y cuánto me lo merezco, señor!-.
El camarero intenta sosegarla.-Siéntese señora, ¿desea un vaso de agua? Tranquilícese por favor-.
-El agua es para los peces-grita la señora enloquecida. –Saca las botellas del vino más caro que tengas y unas raciones pa toda esta gente: gambas, sepia, solomillo ¡Están todos invitados!
Se dirige hacia el lugar de la barra desde el que estaba presenciando el espectáculo tirando mi café al suelo. Me pellizca los carrillos. –Come algo y brinda por la vida que esos ojos tristes no dejan que entren cosas buenas a tu alma. Mírame a mí. Toda la vida peinando a señoras de postín, aspirando el tóxico veneno de la laca en sus recogidos de boda ¡Pero ahora soy rica!, ¡qué corra el champán, Eulogio!, ¡y ponle a este chaval un buen entrecot que está famélico el pobrecillo!-.
Me leyó el pensamiento. Tras comer el insípido hojaldre continuaba teniendo hambre.
-Se lo agradezco, buena mujer. Me alegra saber que sigue existiendo gente como usted ¡Que el dinero no la cambie!-.
-Mi esencia permanecerá intacta pero está claro que me haré unos retoques. Mi escasa altura dejará de ser un inconveniente pues con tanta pasta tendré el mundo a mis pies-.
La escueta señora no paraba de abrazar al personal. Tras este breve instante de éxtasis culinario emprendí el regreso a la redacción. A las cuatro en punto comenzaba el tedio de la tarde. Ese tiempo totalmente improductivo en el que debías permanecer en la oficina para justificar tu sueldo. Leías las noticias, revisabas las fotos de las maravillosas vacaciones de tus amigos en las redes sociales. Jugabas al solitario. Toda tu labor quedó culminada antes de comer y el reloj parecía mover sus agujas más despacio.
-¡Me largo! Sí, como lo estás oyendo. El finiquito te lo puedes meter por el culo. Acabo de acertar los seis números de la primitiva y el reintegro y voy a mandarlo todo a la mierda. A ti el primero. Eres un inútil, un jefe pésimo que sólo sabe ganarse el respeto infundiendo terror. Todos te odian e incluyo a tu mujercita operada que intenta llevarse a la cama a todos los becarios recién llegados. Eres un ser patético. Te dejaré una propina, que no se diga, para que puedas comprarte trajes a medida, ¡qué no llevas la M, asúmelo! En esta misma calle tienes una tienda de tallas espaciales-.
– Adiós a todos. Sed felices aunque el gris sea el color de vuestra vida-.
Con este agresivo discurso, Arturo firmó su renuncia a un puesto que llevaba desempeñando de manera intachable durante los últimos diez años. Un niñato con suerte.
Sólo esperaba poder ocupar algún día su hueco. Al contrario de lo que la razón nos conduce a pensar, la sección de deportes era el escalón más alto de la pirámide. Los elegidos, los periodistas mimados que recibían ofertas suculentas de otros diarios que siempre rechazaban por miedo al cambio.
Hasta siempre, Arturo.
Resolviendo un sudoku recibí una llamada al móvil desde un número desconocido. Jamás descuelgo el teléfono ante la cobardía del anonimato. Escuché el mensaje, era mi ex: “Paco, se que estás ahí y no soy el director de una caja de ahorros ni el cobrador del frac. Te llamo para ofrecerte un préstamo sin intereses. Me ha llamado tu madre. Sé que debes dos meses de hipoteca. Hasta este momento no he podido echarte un cable. Lo nuestro acabó mal pero no albergo tanta bilis como para dejar que duermas entre cartones. Voy al grano: he ganado un buen pico en la lotería y estoy dispuesta a hacerme cargo durante un año de los gastos de tu piso. Ya te he ingresado el dinero en tu cuenta. Adminístrate bien e intenta sonreír más a menudo. Saludos de Jean Pierre. Un beso Alfredo”.
Lo escuché tres veces seguidas. Parecía sincero. Sin trampa ni cartón
¡Por fin las ocho! Pienso en la mitad del pastel que he reservado para cenar. Efectivamente, soy un ruin.
No me queda claro si me ha despertado el olor a quemado o esos violentos golpes en la puerta. Será la policía. Era evidente que aparecerían en cualquier momento. Pero ahora tengo el dinero…
Miro el reloj. Son las cuatro de la tarde. Tenía que estar ya en la redacción. Me he dormido mientras el pastel se carbonizaba en el horno.
Continúan los golpes. En la mirilla distingo a varias personas encendidas por la ira. La peluquera, Arturito el de deportes, mi ex … He publicado unos resultados equivocados. Los del jueves pasado. Un simple error que dota de valor a mi irrelevante responsabilidad de redactor de segunda.
Vienen dispuestos a matarme. Abrí la puerta, no ofrecí resistencia alguna. Me despedí dándoles las gracias por hacerme sentir alguien importante.
Suerte.
A este plumilla le leían menos que a mí, y ya es decir. Cierto es que la profesión de periodista está cada día más denostada (¿por qué será?) pero las calamidades de este hombre y todo lo que tenía que hacer son para nota (necrológica). Siempre podría quedar vinculado al mundo del periodismo vendiendo la Farola en las puertas del Hiper-four. Suerte.
La crisis global y sus consecuencias están proporcionando abundante material para los relatos de esta convocatoria. Lo que se inicia como una relación deprimente de las vicisitudes diarias del protagonista, acaba poco menos que en un final de chiste. Muy buen giro. Se lee con interés y facilidad hasta llegar al desenlace ciertamente divertido. Lo mejor, la resignación con la que el protagonista acepta su destino.
La frase «temerosa que no equivocarse.» quedaría mejor «temerosa de equivocarse.». No me ha convencido el diálogo de la peluquera en el bar. La forma de expresarse (que me perdone este gremio tan respetable) no parece la más propia de una persona que lleva toda su vida «peinando a señoras de postín» (¿Mi esencia permanecerá intacta?; no sé, no se´). Aunque hoy los trabajos están tan mal que cualquiera sabe.
Suerte en el certamen y en la lotería.
Salud, Mateo Sombra.
Te ha quedado un relato simpático y con más sombra que en el apellido de tu seudónimo. Bien escrito, salvo algún lío de concordancia en los tiempos verbales, me parece, y algunos cambios entre la primera y la segunda persona levemente desconcertantes. Pecata minuta. Dónde no sé si me pierdo es entre Paco y Alfredo. Primero pensé que eran gays, pero dice «dispuestA». ¿Despiste?
Felicidades y suerte sin trampas.