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184- Concatenación. Por Lolitasa Andalusi

El ruido producido por el golpe de la paloma contra el cristal de la ventana del  edi­ficio paralizó al viejo en medio de la calle. Llevaba en su oreja izquierda un audífono, que el médico le acababa de poner. Era un aparato muy caro, que gracias a su hija, a la que le había tocado una primitiva, había podido adquirir. Por fin, iba a poder escuchar las conversaciones. Ya no sería un viejo gruñón, apartado de la vida social por culpa de su sordera. Podría escuchar a su nieto y jugar con él al veo -veo, y ayudarle con los deberes si era necesario. También podría disfrutar con la música clásica, que tanto le gustaba. Ahora mismo se dirigía al teatro para comprar una entrada para un concierto de música clásica. El volumen del aparato debía estar al máximo, porque ha­bía escuchado el ale­teo del animal, su respiración agitada y el crujido de su ala al romperse. Tam­bién escuchó el claxon de una furgoneta, pero no le dio tiempo a apartarse de su camino. El vehículo le lanzó por los aires, y el vio en su vuelo a la pequeña paloma blanca con el ala rota, luchando por volver a volar.  El con­ductor, un técnico del aire acondicionado, llevaba mucha prisa. Esa mañana su hija se había levantado con un fuerte dolor de oídos y tuvo que llevarla al médico. Su mujer no podía porque estaba en el hospital, cuidando a su padre, que había sufrido un infarto. El técnico entró temprano en la consulta del médico, pero tuvo que esperar mucho tiempo porque un viejo más sordo que una tapia se entretuvo más tiempo del debido en la consulta. El viejo no se enteraba de nada, y el médico le  repetía las cosas  una y otra vez. Cuando el técnico llegó al taller, tenía una llamada urgente: una mujer que tenía el aire acondicionado roto y no podía resistir más el calor tan asfixiante que ese día sofocaba a la ciudad había llamado más de cinco veces para que fuese alguien a arreglár­selo. Ese día, en efecto, el calor había superado el límite permitido por cual­quier persona. El técnico le dijo a la señora que en menos de diez minutos es­taría en su casa. Quizás iba a demasiada velocidad, y es cierto que se pasó un semáforo, pero el viejo estaba cruzando por un lugar inadecuado. Y él tocó el claxon. Los testigos dicen que así lo hizo. Una señora mayor aclara que el viejo estaba mirando el cielo. Ella misma le imitó. Había una paloma blanca. Estaba a contraluz, pero su blancura era luminosa. Chocó con el cristal de ese rasca­cielos que acaban de terminar hace unos días. Tiene los cristales tan limpios que la pobre paloma confundió el reflejo del cielo, con el cielo real. El viejo ca­minaba despacio y se paró en seco. El técnico del aire acondicionado llama a su socio para que se ponga en contacto con la mujer que tenía el aire acondi­cionado estropeado. Hoy no va a poder ir. Mañana, a primera hora estará en su casa. Disculpe las molestias. Me podía haber llamado antes para poder llamar a otra persona. Sí, mañana le espero. Menudo contratiempo. Acabo de empe­zar mis vacaciones. Quería pasar unas vacaciones tranquilas, sabe. Llevó mu­cho tiempo sin coger un merecido descanso. No se preocupe, señora, que ma­ñana tendrá el aire acondicionado funcionando. Eso espero, porque este calor asfixiante va a durar toda la semana. La mujer durmió con todas las ventanas abiertas. La refres­cante brisa marina llegó de madrugada. Por la mañana, la mujer encontró a la paloma escondida en uno de los estantes va­cíos de la ex­tensa estantería repleta de libros y objetos decorativos. El cielo azul, el mar en calma, la arena ardiente de la playa formaban el fondo, donde la blanca paloma blanca resaltaba, allí quieta en el alfeizar de la ventana. Ven, pequeña. Tienes el ala rota. La paloma arrulló mientras daba vueltas sobre si misma. Yo te cui­daré. Soy veterinaria. Conmigo estarás bien. La paloma permaneció con la mujer siete días y se acostumbró a comer en la palma de su mano. Por la no­che, se escondía en la estantería y sólo se distinguían sus ojos negros y su pico naranja. Por la mañana permanecía en la ventana, sin perder de vista el devenir del día: el sol saliendo del mar, tiñendo de olores el firmamento; la es­puma de las olas salpicando la arena ardiente de la playa; el frescor del atarde­cer; la puesta de sol; y la aparición de la primera estrella. Un día se fue, de­jando una pluma. Al cabo de unos meses volvió, acompañada de su pareja y una cría. Pero la mujer ya no estaba, se habían mudado a un apartamento más fresquito. El aire acondicionado se lo arreglaron y a los cuatro días volvió a es­tropearse. Vivía ahora  un viejo con la pierna escayolada. Dijo, nada más ver a la paloma: “Así que al final nuestros caminos se han cruzado. Veo que tu ala ya estás bien.”

4 Comentarios a “184- Concatenación. Por Lolitasa Andalusi”

  1. Hóskar-wild is back dice:

    Bonita historia encadenada que me ha recordado, en cierta forma a una película que pasó casi inadvertida: 11:14, en donde las casualidades son el hilo conductor de la historia, vista desde diferentes ángulos. Suerte.

  2. Lovecraft dice:

    Alternas de manera un poco anárquica las formas verbales presentes y pasadas. Demasiados verbos acabadas en -ía (hasta 27 he llegado a contar, que unidas a las 7 veces que repites día/días, en un texto tan corto contribuyen a hacerlo más monótono). Lo más destacable del relato, todo ese cúmulo de coincidencias.

    Suerte Lolita

  3. Dies Irae dice:

    Hola, Lolitasa Andalusi.

    También a mí me ha gustado su relato-puzzle. Bien hilado, bien cerrado.

    Hubiera agradecido algún respiro en la lectura, una pausa para ir pensando en cómo encajar las piezas, en fin, algún punto y aparte. Las normas de puntuación tienen su lógica y su sentido, que el lector agradece. Sé de alguno que me dará toíta la razón.

    Salud y suerte.

  4. Hombre sin abrigo dice:

    Me encantan los eslabones en la narración. Mucha suerte.

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