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192- Ambientador de Limón. Por Karls Jaspers

      Su hogar olía a limpio, a desayuno con café y pan tostado, a bata guateada y zapatillas de paño, a lejía perfumada, a cera y parquet, a ambientador de limón en el baño,  y sobre todo a televisión recalentada: recalentada de culebrones, de insultos y morbo, de corazones desgraciados y famosos desconocidos, de pechos artificiales y torsos horteras. Quizá algo de fútbol si juega España. Todo eso y además: mucha limpieza, rutina sin sobresaltos, todo previsto, cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa,  y todo el transcurrir de lo cotidiano en su horario. Y quince días a Benidorm en verano.

      Manuel, recién jubilado, sesenta y seis años, cuarenta y cinco de ellos como empleado de Banca. Una hija en Australia ya desdibujada en la memoria.  .

     Su señora Andrea siempre lo tenía todo previsto. La ropa limpia de su marido y el desayuno. La limpieza, la compra y la comida. Cada día con el menú que tocaba, sin sorpresas. Sobre todo la limpieza, con el detergente que lavaba más blanco, las zapatillas y los paños para los pies en la entrada, para que Manuel no rayara la cera del parquet. Sin discusiones, Manuel solo tenía que seguir la rutina marcada por Andrea,  todo estaba previsto, todo estaba en su sitio. A Manuel nunca le faltó nada, ni necesitó imaginar nada, ni discrepar de nada.

     Algún amigo del banco, pocos y seleccionados por Andrea. Los sábados noche después de la televisión tocaba hacer el  amor. Bueno eso cuando eran jóvenes, luego de vez en cuando, según Andrea decidía. Finalmente esa rutina se fue desdibujando en la memoria, como la cara de su hija. Mientras, su casa olía cada vez más a limpio y a ambientador de limón.

     Su hija Teresita. La única perturbación y sobresalto en sus vidas. Teresita: un día se hartó del orden de mamá y la sumisión de papá. De estar en casa a las diez, de ordenar su cuarto, de los veranos en Benidorm, de los chicos que no le convenían, de  “esa ropa es demasiado atrevida” , del colegio de las monjas.

    Doña Andrea y Don Manuel se encontraron una nota de su hija.

    – Iros los dos a…tomar… a la  porra (bueno decía otras palabras, pero Andrea las cambió, eran malsonantes). Me voy con Robert, es militar americano de la base de Torrejón. No me busquéis, lo han destinado a Australia. Firmado Teresa. Posdata: Siempre odié que me llamarais Teresita, casi tanto como el ambientador con olor a limón por toda la casa.

     Nunca volvió a hablarse de Teresita en casa. Su cuarto lo habilitó Andrea como despacho de Manuel para que pudiera llevar la contabilidad del pluriempleo: la contabilidad de la tienda de ultramarinos del barrio que le había buscado Andrea.

     Y de repente, un buen día, sin que Andrea lo hubiese previsto, la atropelló un autobús de la línea 9, frente a su portal, al cruzar la calle, -un semáforo estropeado, no previsto- murió en el acto, no le dio tiempo a pensar ni prever nada, ni siquiera había dejado la comida preparada.

    Manuel, ahora viudo de Andrea, cuarenta años de matrimonio y cinco de noviazgo. Cuarenta y cinco años de fidelidad perruna, con orden y limpieza, sin sorpresas ni sobresaltos,  sin imaginación ni sueños, sin locuras ni magia, sin pasiones.

    El rito se cumplió. Abrazos en el tanatorio, elogios a la fallecida,- siempre fue muy limpia y ordenada y su marido lo primero: los zapatos relucientes, el traje cepillado y la comida a su hora- compañeros del Banco, algún pariente casi olvidado, y Aurelio el del Bar. Sin lágrimas ni desasosiegos, quizá algo de perplejidad y algo de inquietud en Manuel.

       Andrea también  tenía resuelto su entierro. Llevaba cuarenta años pagando el entierro suyo y el de Manuel, a la compañía de Seguros “La Previsora”. Manuel no tuvo que ocuparse de nada, ya lo había previsto todo Andrea. Tampoco tendría que preocuparse del día de su muerte, ya se encargaría “La Previsora”.

    Su hogar dejo de oler a cera, a lejía perfumada y a ambientador de limón, y empezó a oler a soledad y  a cerrado.

.     Manuel había  elegido los bares. Mejor dicho, el  “Bar Bodega Aurelio: vermouth y aperitivos”, frente a la parada del 9, cerca de su casa, cerca donde habían atropellado a Andrea. Bueno, Aurelio ya no vendía sifones ni gaseosas, ni vermouth,  ni vinos a granel, ni Mirindas, pero le gustaba conservar su marquesina de los años cincuenta.

    Manuel paraba poco en casa; desayunaba en el Bar de Aurelio. Leía el As o el Marca en un banco de la plaza, frente al bar, frente  a la parada del 9, por si algún día aparecía Andrea detrás del autobús. La comida: el menú del día en el bar de Aurelio, algo de televisión, quizá un dominó, quizá unas cartas. Un paseo por el parque por la tarde; la cena en el bar, hasta que Aurelio echaba el cierre. Entonces Manuel subía a su casa, doblaba su ropa cuidadosamente, como le había enseñado Andrea y hacía como que dormía.

     Aurelio apreciaba de verdad a Manuel. Pasaron los días y Aurelio se decidió a hablar con Manuel.

–          Manuel, tendrías que cambiarte de camisa, tienes el cuello negro, la chaqueta llena de lámparas y empiezas a oler mal. Algún cliente se ha quejado.  ¿Cuanto tiempo hace que no te duchas?.

Manuel pareció sorprendido

–          Bueno, Andrea dejó previsto solo una muda de ropa limpia. Ella encendía el calentador del gas, me preparaba la ducha, y me sacaba la ropa que tenía que ponerme cada día, ponía la lavadora, iba a la compra y preparaba la comida. Estoy esperando que vuelva, ha debido ir a ver a Teresita, nuestra hija, ya sabes, en Australia.

     Aurelio sabía que Manuel no tenía familia,.  Llamó a los Servicios Sociales del Ayuntamiento. Visitaron su casa,  hedor, basura, polvo y comida podrida, gusanos y cucarachas y un ligero olor a limón podrido . Manuel les dijo que en cuanto volviera Andrea, ella lo arreglaría todo.

     La asistente social, con el consentimiento de Manuel y ayudada por Aurelio, lo han arreglado todo. Sabía que además de su pensión de jubilado, tenía otra de un fondo de pensiones que había previsto e ingresado Andrea durante cuarenta años. Una buena residencia en las afueras: con jardín, servicio médico y atención psiquiátrica.

     Sólo  mientras vuelve Andrea de Australia con Teresita,- le dijeron.

     Manuel tiene buena salud, es disciplinado y obediente. Solo tiene dos problemas .No toma ninguna iniciativa esperando que Andrea vuelva de Australia y no se integra  con el resto de residentes.

    Los viernes toca terapia conla DoctoraIbáñez. Es una buena psiquiatra, con mucha experiencia en traumas y locuras seniles.

    -Manuel,- le insistía la doctora- debe usted integrase con el resto de sus compañeros, ser más sociable, perder esa pasividad, tomar iniciativas. Seguro que tuvo usted sueños y fantasías; ahora tiene usted tiempo y salud para cumplirlas, para hacer todo lo que quiso hacer y quizá no tuvo oportunidad. Haga un lista con las cosas que le gustaría hacer cada día y las comentaremos. Lo primero:  debe usted aceptar la pérdida de Andrea y empezar a decidir y actuar por usted mismo.  La doctora era optimista, veía buena voluntad en Manuel.

     A Manuel le gustaba hablar con la doctora, calculaba tendría unos sesenta años, como su Andrea, convincente y segura como su Andrea. Empezaba a sentirse cómodo y a seguir sus indicaciones.  Le había contado toda su vida de matrimonio, su matrimonio ordenado y previsto, sin sobresaltos; incluso le resultaba familiar un cierto olor a ambientador de limón en su consultorio siempre muy limpio.

     Al cabo de varias sesiones, Manuel se fue convenciendo que la doctora tenía razón. El todavía era joven, tenía buena salud, ahorros y una buena pensión. Podría valerse por si solo y superar la dependencia de Andrea. Tomaría iniciativas, alguna que siempre deseó y nunca se atrevió, alguna fantasía oculta durante muchos años, sobre todo desde que Teresita se fue a Australia con el americano. La doctora  le había convencido.

      Hoy tocaba terapia, se lo diría y cumpliría su ilusión secreta, cumpliría su fantasía.  Estuvo toda la mañana nervioso e impaciente, preparándose para la terapia.

–          Buenos días Manuel. ¿Qué tal se encuentra hoy? .Le veo muy animado.

–          Buenos días doctora- responde Manuel exultante. ¿Sabe? Tenía usted razón, necesitaba liberarme, recuperar la ilusión, necesito hacer realidad  mi fantasía más profunda, lo que siempre desee y nunca me atreví, mi secreto.

     Manuel no se ha sentado, mientras habla, mira distraído los cuadritos de paisajes anodinos de la consulta, el ventanal al jardín, los títulos  universitarios y asistencia a cursos y congresos de la doctora, algunos libros de psiquiatría en la estantería, ahora siente incluso un cierto olor a lejía perfumada, ¿o es ambientador de limón?, eso le trae gratos recuerdos, se siente como en su casa. Pasa por detrás del sillón de la doctora, ha sacado un objeto brillante de la manga de la chaqueta y con un certero tajo de su antigua navaja de afeitar, le acaba de cortar la yugular a la doctora. Un chorro de sangre inunda todo de rojo, la doctora  intenta llevarse las manos a la garganta, y se desploma con los ojos desorbitados de sorpresa..

     – Lo siento Andrea, siempre desee cumplir esta fantasía. La doctora Ibañez tenía razón.

6 Comentarios a “192- Ambientador de Limón. Por Karls Jaspers”

  1. Hóskar-wild is back dice:

    Joer con las fantasías del anciano. Eso le pasa a la doctora por meter el dedito en las intimidades de los jubilados. Suerte.

  2. Isótopo dice:

    Retratas muy bien lo estremecedor de la rutina, de una vida que obedece las rígidas pautas establecidas por alguien para seguir día a día.
    Me ha impactado ese final tan crudo.
    Suerte en el concurso,
    Isótopo

  3. Lovecraft dice:

    Cuando alguien es tan dependiente como lo es Manuel de Andrea, es que había ya un problema de fondo antes de empezar la relación. Quizás Manuel era un psicópata asesino en potencia desde su niñez y no lo manifestó hasta que se vio privado de la influencia de su absorbente y obsesionada mujer. Esta solución me habría convencido más si se hubiese coqueteado con ella a lo largo del relato, pero, no sé, tal y como está escrito ahora mismo, todo el cuento parece más que otra cosa una excusa, una especie de tapadera, para ocultar lo que al final se nos revela en las tres últimas líneas. Creo que este argumento se podría haber aprovechado de otra manera.

    Yo intentaría reescribirlos (cuidando un poco más las formas, sobre todo las concordancias entre verbos).

    Suerte

  4. El asesino de Morfeo dice:

    Tu relato me lleva a vidas muy reconocibles. Todos tenemos en nuestro recuerdo parejas así; juntos y mimetizados a través de años y años de convivencia y siempre creemos que uno domina y otro es dominado.
    Todos hemos sido espectadores del desconcierto que genera, en el superviviente, la muerte de su pareja. Uno se queda sin nadie a quien organizarle la vida u otro sin que nadie le solucione, al menos, la intendencia. Lo has expresado y contado muy bién.
    En un giro magnifico, te has adentrado en las corrientes internas de esa apacible relación y nos la has dejado al desnudo. El final remata el relato de forma sorprendente dejándonos ver lo que la presión contínua puede hacerle a cualquier vecino de los que nos encontramos por la escalera. Bravo
    Suerte en el certamen y en la vida; que nunca la compartas con una Andrea o con un Manuel de los tuyos.

  5. Dies Irae dice:

    El relato está bien, Karls Jaspers. Narras con solidez cómo se va produciendo el cambio en el protagonista y el final cierra sin problemas.

    Te falta, en mi opinión, trabajo básico: revisión, aprender cómo funciona la tipografía en los diálogos, etc. Supongo que tu seudónimo homenajea al filósofo existencialista (sin la s de Karls, ¿otro descuido?), pero en tu relato, en vez de «Filosofar es y sólo es aprender a morir» parece que decides que es mejor aprender a matar.

    Suerte en el concurso.

  6. Juan Manuel dice:

    Muy bien tratado un tema interesante del que nadie quiere hablar. El estupor de la muerte y la soledad inmensa del que ha perdido la autonomía. Enhorabena

orden

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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