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195- I feel good. Por Carpanta

            Es bien cierto que no existe una verdad absoluta y que en todo suceso puede haber más de una versión. La percepción de unos mismos hechos puede ser muy distinta en función de quién o de cómo se vivan.

            Hacía rato que aquella preciosidad le estaba mirando fijamente a los ojos. Llevaba un vestido ajustado que marcaba su silueta perfecta. Sentada en un taburete, junto a la barra, lucía sus largas piernas entrecruzadas mientras, con movimientos rítmicos, balanceaba un pie que parecía apuntarle directamente a él, desafiante.

            Aquella mujer desentonaba con el ambiente decadente de aquel bar, parecía irradiar luz en medio de toda aquella penumbra. Era una joven alta y lucía una hermosa melena de cabello ondulado, muy oscuro. Llevaba un bolso grande, de esos de marca, y tomaba un cubalibre a sorbos pequeños y movía los hielos con la pajilla.

            Andrés, turbado, apartó la mirada de la mujer y apuró la cerveza, dispuesto a ir a su camión a dormir. Era más de medianoche de un martes y ya estaba cansado. Había conducido muchas más horas de las permitidas para poder entregar la mercancía a tiempo en Polonia y a la vuelta había tenido que parar en Irún para recoger unos palés y aprovechar el viaje. Así pues, en esa ciudad estaba, en la cafetería de un área de carretera.

            Justo en el momento en que Andrés hizo el ademán de levantarse, la joven se situó junto a él. -¿Tienes fuego?-preguntó ella sujetando un cigarro entre sus dedos índice y corazón-.

Vista de cerca era impresionante, realmente bella y mucho menos agresiva de lo que se intuía a más metros de distancia. Tenía unos bonitos ojos azules y una tez pálida, sin apenas maquillaje. Tenía una boca grande, unos labios carnosos y lucía una sonrisa que dejaba entrever una dentadura perfecta. Su perfume olía a jazmín.

            -Perdona, ¿tienes fuego?-volvió a preguntar-. Sé que es un vicio horroroso pero no puedo dejarlo-prosiguió-.

            Estas palabras dieron tiempo a Andrés a reaccionar y sacó, aturullado, el mechero de su bolsillo. La joven encendió el pitillo y observó el encendedor. -¡Vaya!-dijo mientras se lo devolvía- es muy bonito, parece bueno-.

            -Es un regalo,- dijo mientras recordaba que se lo había comprado su mujer para su décimo aniversario de boda.

            Sin mediar más palabras, la chica se acerca a su boca y besa suavemente los labios del hombre.  En esos momentos la cabeza de Andrés daba vueltas. El cansancio de hacía dos minutos había dejado paso a la excitación, estaba excitado como no lo había estado en tiempo. Sus cabezas estaban separadas por dos centímetros: ella le miraba insinuante y él, hipnotizado por sus ojos, sentía su pulso acelerado. Así, tan cerca, él podía sentir la mezcla de sudor y perfume que ésta desprendía y que, como si de almizcle se tratara, se convertía en un poderoso estimulante olfativo y le producía un enorme deseo erótico. La mujer le acarició la cara y le propuso salir a tomar el aire. Andrés fue tras ella como un soldado raso sigue las órdenes de un superior.

            La luna creciente iluminaba la zona de aparcamiento y sus rayos parecían bañar a la chica, como si fuera de plata. –Eres preciosa- se sorprendió diciendo Andrés-. Ella simplemente sonrió y le cogió de la mano.

            -En esta vida somos seres solitarios, ¿no te parece?-preguntó ella-. Tras esta pregunta, un segundo de angustia pasó por la mente del hombre. Pensar en su mujer y sus hijos le hacía tener remordimientos. Pensaba en que nunca había hecho algo así; en que aquello no estaba bien. Él no era un ser solitario: tenía una familia estupenda a la que realmente quería. Era cierto que las relaciones íntimas con su mujer ya no eran como antes, pero él la quería por encima de todo.

            -Oye…-dijo él dudando- creo que es mejor que lo dejemos aquí, eres muy guapa pero yo tengo que madrugar y me quedan muchos kilómetros hasta casa…-. Ella le miró contrariada. –No quiero hacerte sentir mal- respondió- simplemente me siento sola. Veo la bondad en ti y esta noche realmente necesito a alguien bueno. De entre todos esos hombres –dijo- yo te he elegido a ti. No quiero tu dinero- añadió-, sólo necesito tu cuerpo por esta noche; en unas horas ya no volverás a saber de mi.-

            Ante tales argumentos, Andrés pensó que no cabía turno de réplica e, irremediablemente, se dejó caer en aquella maravillosa tentación. Se había liberado, como si el hecho de decir “que conste que yo he intentado negarme” lo eximiera de cualquier culpa posterior a aquello. –Por otro lado,-se decía-, sólo es sexo, eso no quiere decir que quiera menos a mi mujer…

            -Vamos a mi habitación, está justo ahí, -dijo ella señalando un motel cercano-. ¿Sabes una cosa? hacía tiempo que no tenía esta necesidad-. Andrés se tomó ese comentario como un halago y se sintió más joven, más guapo y más delgado.

            Después de que ella abriera la puerta de la habitación, encendiera una tenue luz y dejara su bolso de marca en una silla, se giró hacia Andrés y le besó con avidez: besaba con el ansia con la que bebe un sediento el agua fresca de una fuente.

            Él se dejó llevar, y se sentó en la cama mientras ella se denudaba ante él, dejándole ver  la totalidad de su perfecta anatomía. Ahora no había duda: él quería poseerla. No podía creerse que fuera a hacer aquello y, más allá de si era correcto hacerlo o no, no podía creerse que iba a hacer el amor con una Diosa.

            Andrés se quitó la ropa atropelladamente y se tumbó en la cama, extendiendo sus brazos para recibir a aquella hermosa desconocida. Ella se inclinó sobre él y el hombre cerró los ojos, listo para dar rienda suelta a su pasión.

            -¡Argggg!-exclamó Andrés-. El hombre abrió los ojos y miró hacia su pecho. Sentía un dolor punzante. Justo en el lado izquierdo sobresalía lo que parecía el mango de un cuchillo o un puñal. La sangre salía a borbotones y teñía de rojo las sábanas blancas. Apenas podía respirar o pensar. Buscó a la mujer con la mirada y en un susurro intentó preguntar. -¿Por qué lo has he…?

            El silencio total se hizo en la habitación. Tal y como le había dicho la desconocida: en unas horas ya no volvió a saber de ella (ni de nadie).

             Ana miró el cuerpo inerte de aquel infeliz. Miró su expresión de dolor: con los ojos casi en blanco y la boca medio abierta, con cara de asombro. No pudo por menos que sonreír cuando recordaba lo ridículo que le parecía aquel individuo sólo ataviado con calcetines blancos de deporte y con un puñal clavado en el pecho.

            No recordaba si le había dicho su nombre. Cogió la cartera que estaba en el suelo, junto la ropa tirada. En ella encontró su D.N.I . Se llamaba Andrés Gómez Gómez y era de Murcia. Tenía también una horrorosa foto de familia, de esas que se hace la gente en un estudio. El fondo era azul y él estaba sentado junto a una mujer rubia con gafas y dos adolescentes con granos.

            Ana estaba realmente feliz, exultante. Se sentía más viva que nunca, de hecho, sólo se sentía viva después de matar. Pensó que debería hacer aquello más a menudo. Era muy fácil.

            Buscó el mechero en los pantalones de aquel desgraciado y se encendió un cigarro. –Es bonito, me gusta- se dijo mirando el mechero- creo que me lo quedaré de recuerdo-.

            Mientras fumaba el cigarro pensaba en cómo había elegido a su víctima: conocedora de sus encantos, le bastaba entrar en un bar de perdedores para que cualquier hombre cayera rendido a sus pies. Andrés había sido fácil: un conductor de camión de mediada edad,  de otra provincia, con pinta de bonachón, que se detiene en un garito para descansar un poco… Era la víctima perfecta: con él sólo tuvo que utilizar la táctica del “no quiero estar sola esta noche” y del “sólo necesito tu cuerpo”…

            Esto último era cierto, Ana era un ser despiadado que necesitaba destruir vidas, necesitaba mutilar cuerpos para sentirse viva, al menos, durante unos instantes. Era un ser tan bello como despreciable y vacío de todo sentimiento.

            Después de apagar la colilla en el cenicero, vació su enorme bolso de Vuitton sobre la cama, junto al cadáver. Tenía todo lo necesario para limpiar la escena del crimen, sabía cómo hacerlo y no tenía prisa. Se puso manos a la obra: cogió los guantes de plástico y la sosa cáustica. Conectó su MP4 y se puso los auriculares. Mientras dejaba la habitación totalmente aséptica, empezó a tararear la canción que sonaba, “I feel good”. Efectivamente, así se sentía ella.

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3 Comentarios a “195- I feel good. Por Carpanta”

  1. Hóskar-wild is back dice:

    Demasiado bonito para ser cierto, ¡Cuánta ingenuidad en algunos hombretones! Se lo tiene merecido. Mira que querer regalarle el mechero sólo porque la vió de cerca y se llenó de deseo. Lo mejor, el párrafo final , con Ana limpiando mientras escucha la cancioncilla. Suerte.

  2. Lovecraft dice:

    Una viuda negra (o una mantis religiosa, que cada cual escoja el bicho que más asco le de) que mata sólo por placer (el suyo, obviamente). Al principio, cuando describías a la asesina, yo también me sentí «más joven, más guapo y más delgado» pero después sólo podía tragar saliva y más saliva.

    Un texto bien escrito al que solo le falta un poco de pulido. Sólo un par de consejos, si me lo permites:

    1. Procura no abusar tanto de los pronombres demostrativos aquel, aquella, aquello y del pretérito pluscuamperfecto (había sido, había elegido, había dicho). Tú sabes sustituirlos por otras palabras, seguro.

    2. Si empleas diálogos guionados, estos deben iniciar el párrafo y no puedes intercalarlos en medio del texto.

    Mucha suerte, y menos hambre, Carpanta.

  3. Sussan dice:

    Acabo de escribirlo en otro relato, cuantos fantasmas nublen la mente del deseo, en este caso un «fantasma» asesin@.
    Suerte

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