199- Responsabilidades. Por Pandora
- 1 noviembre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, medico, relatos
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– ¿Me está diciendo que mi hijo va a morirse?
El médico asiente con la cabeza, y entonces él se vuelve loco. Grita y coge al otro por las solapas de la bata. Le exige que salve a su hijo, le reprocha que se quede ahí quieto sin hacer nada, le insulta en la cara. A su espalda, ella le pide entre lágrimas que pare.
Entonces aparece Pablo. De uno de sus escuálidos brazos cuelga una vía que no va a ninguna parte. Mira a todos sin comprender.
– Tenía frío… – se excusa. Entonces ve los ojos rojos de su madre y teme que su pequeña travesura de salir de la habitación haya puesto tristes a todos – Mami, lo siento, no llores…
Ella redobla sus sollozos y se lanza de rodillas al suelo. Abraza al pequeño y le dice que todo va a salir bien. El padre mira la escena unos segundos y luego devuelve la mirada al médico. Ya no hay ira en sus ojos: solo súplica.
– Tiene solo seis años – murmura. – ¡Haga algo!
Pero el médico no puede hacer nada. Solo niega con la cabeza, impotente, y deja que la familia se abrace en medio del pasillo.
Cuando llega a su casa le cuenta la historia a su mujer, que rompe a llorar. Es él quien tiene que consolarla hasta que consigue volver a conciliar el sueño.
Luego se levanta y va a la habitación de sus hijas. Las dos duermen tranquilas, y en el cuarto solo se oyen sus respiraciones descoordinadas. Mientras cierra la puerta para marcharse una de ellas abre un ojo. Le saluda con la mano y le sonríe antes de volver a sus sueños.
Sabes que esa noche no va a poder dormirse. Se tumba en el sofá y enciende la televisión, aunque no ve nada. En su mente solo está la imagen del pequeño Pablo, con la cabeza blanca apoyada en la melena castaña de su madre. Intenta repetirse que lo olvidará. Al fin y al cabo, siempre termina olvidándolos. En cada nuevo caso intenta prometerse que esa vez será diferente, que recordará a ese niño por siempre, pero nunca lo consigue. Quizá sea algún tipo de mecanismo de defensa de su cuerpo para que pueda dormir por las noches, o quizá sea solo un principio de pérdida de memoria. Sea como sea, sabe que los días de Pablo entre sus recuerdos están contados. Su rostro se diluirá en la nube donde están los otros, su nombre se perderá en las historias del hospital.
Así que aprovecha esa noche para despedirse del pequeño. Era un niño maravilloso, aunque bien es cierto que cuando van a morirse todos los niños lo parecen. Llora en silencio por Pablo, por la bicicleta en la que nunca aprenderá a montar, por las chicas que no besará. Llora incluso por la gente que nunca llegará a conocerlo, y también por los que lo conocen, por sus padres destrozados, por ese hermano que cuando deje la cuna no parará de preguntar por él.
Al volver a la cama se siente culpable. Culpable por poder seguir con su vida como si Pablo nunca hubiera existido. Su mujer lo abraza. Le repite las muchas cosas buenas que hace, le habla de niños a los que sí pudo ayudar, le cuenta esas historias que él ya ha olvidado. Ella nunca las olvida. A veces la sorprende llorando en el cuarto de las niñas cuando cree que nadie puede a verla. Piensa en las niñas y le recorre un escalofrío. En sus peores sueños las ve sin pelo, y algunos días teme quedarse dormido y encontrarlas en sus pesadillas. Ella sabe en lo que está pensando y le abraza más fuerte. Le besa la espalda por encima del pijama, solo un gesto de cariño. Él cae en una especie de trance intranquilo que no puede llamarse sueño.
Podía haber sido distinto. Haber sido dermatólogo, o no haber sido siquiera médico.
Pero alguien debe aguantar los gritos y los insultos del padre de Pablo. Es lo menos que se puede hacer.
Habría que avisar, antes de comenzar a leer una historia de este tipo, de que se tuvieran a mano los pañuelos de papel para evitar que las lágrimas lleguen al suelo. ¡Qué dureza! no obstante, en algún punto me he perdido. Me sobran mujeres en la historia. Suerte.
Esta relato es una auténtica puñalada al ánimo del lector. Considéralo un piropo. Por otro lado, hay que reconocer, por muy duro que pueda sonar, que a tenor de su reacción, el médico había equivocado su vocación, o al menos no la ha enfocado correctamente.
Suerte Pandora (¡menuda caja has abierto!)