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201- Tan sólo unos minutos. Por Hapónimo Cifuentes

            Antes siquiera de abrir los ojos, supe que me hallaba en el trance de despertar cuando tuve conciencia del insoportable dolor de cabeza cuyos efectos me acompañarían el resto del día. Nunca había aguantado la bebida, y los efluvios que llegaban hasta mi nariz hacían evidente que se fundamentaba en ella la causa de lo que podía calificar de resaca, sin temor a equivocarme. El empalagoso sabor que impregnaba mi lengua, que sentía pastosa en mi boca, no decía lo contrario.

            Levanté la cabeza de la mesa sobre la cual la había tenido apoyada toda la noche, y palpé con mis dedos el dibujo que el tapete de ganchillo había dejado marcado sobre mi frente, como si de un tatuaje se tratase. Me habría reído al imaginar mi aspecto con semejante motivo sobre mi piel, pero no me encontraba de humor. Tenía la sensación de haber sido arrojado de un ferrocarril en marcha, y de algún modo intuía que alguien con ganas de gresca que se hubiera ensañado sobre mis costillas no me habría dejado peores secuelas que aquella bebida espiritosa.

            Los trozos de cristal que descubrí en el suelo, envolviendo la mancha reseca que su contenido líquido había dejado tras evaporarse, me llevaron a pensar que no había bebido solo, pues mi vaso se encontraba frente a mí, sobre el tapete. Busqué algún indicio que viniese a corroborar mi teoría, y fue entonces cuando mis ojos se posaron en el pañuelo de seda azul que, dejado caer sobre el respaldo del sofá, hacía que su fino perfume pugnase con el olor del whisky que se empeñaba en monopolizar mi olfato, por hacerse sentir.

            Aunque me resultaba extrañamente familiar, llegué a la conclusión de que el pañuelo no encajaba con mi estilo a la hora de vestir, lo que me llevó a concluir que pertenecía a una mujer.

            Por vez primera tuve conciencia de la fresca brisa que chocaba contra mi espalda. Giré la cabeza para descubrir que la puerta había permanecido abierta toda la noche. Tal vez debía agradecer a la buena fortuna el hecho de que ningún amigo de lo ajeno hubiese aprovechado la ocasión para entrar en mi casa, pero a aquellas horas no tenía el cuerpo para tonterías.

            Una idea acudió a mi mente venciendo la barrera que el sopor le interponía, y alcancé el pañuelo con mi mano para asegurarme de lo cierto de mis pensamientos. “Sara se ha ido” —me dije. El recuerdo del día en que nos conocimos era vívido, como si no hubiesen transcurrido más de veinticuatro horas desde entonces. Era un día de lluvia, y cuando llegó mi taxi, la contemplé calada hasta los huesos. No sabría decir si fue un atisbo de caridad humana, o tal vez fuesen sus grandes ojos verdes, que me conmovieron; lo cierto es que la invité a compartir el vehículo conmigo.

            Después vinieron las llamadas, la primera cita desastrosa, y todas las demás que le siguieron. La primera vez que coincidimos en mi cama, y el compromiso que sellaron nuestros corazones, pero ahora ella se ha ido.

            Los planes que trazamos, sobre los que depositamos tantas ilusiones, han quedado en nada. Queríamos un par de hijos, la parejita se nos antojaba lo perfecto. Aunque ambos trabajábamos, el hecho de que yo fuese escritor me daba mayor libertad de movimientos en cuanto a horarios, y ambos sabíamos que entre los dos podríamos hacer que lo nuestro funcionase. Todo era perfecto, sí… y sin embargo, ella se ha marchado.

            Recuerdo nuestras peleas, que también las hubo, ¡y cómo no!, la vez que estuvimos toda una semana sin hablarnos, aunque al final todo se arregló, y las aguas regresaron a su cauce. Cierto es que tuve que asumir como propia la culpa, pese a seguir pensando que fue ella la que lo estropeó todo, pero bien valía la pena con tal de seguir contemplando aquellos ojos verdes cada mañana, al despertar.

            Miro esta habitación, y me recuerda a esos momentos en que la tensión nos podía, olvidábamos por un momento todo aquello que nos unía, y dejábamos que lo peor de ambos saliese a flote. De hecho, todo parece indicar que fue eso lo que ocurrió anoche. Tan sólo espero que ella regrese, como siempre.

            Voy a la cocina a por el recogedor y la escoba, pues esos trozos de cristal tan sólo pueden dar problemas. Quiero que cuando ella vuelva todo esté recogido; tal vez eso sirva para que olvide lo que pueda haber ocurrido esta noche. Por más que hago por recordar, soy incapaz de ello, pero intuyo que debo haber dicho algo inconveniente, ¡a veces soy tan torpe! Sé lo que tengo que hacer para que me perdone, y lo haré.

            Regreso a la cocina y echo los restos del vaso a la basura. Después, mis ojos se fijan en el almanaque que adorna la pared, y un escalofrío recoge mi espalda. Ayer fue el aniversario. Comienzo a recordar.

            Recojo el pañuelo que cubre el sofá y lo guardo en el armario que aún conserva su ropa. Dedico unos segundos a respirar su aroma, que sigue flotando en aquel espacio, donde sus blusas, sus faldas y abrigos me la devuelven por un instante.

            Dos años después del accidente, sigo comportándome del mismo modo estúpido. Guardo la botella de whisky mientras la cito para dentro de doce meses, y me dedico a paladear esos pocos minutos durante los que ella volvió a estar viva en mi mente.

4 Comentarios a “201- Tan sólo unos minutos. Por Hapónimo Cifuentes”

  1. Hóskar-wild is back dice:

    ¡Vaya moña que cogió el hombre! Y eso que no se bebió la botella entera (a no ser que la guarde vacía para el siguiente año). Ya no quedan borrachos como los de antes. Suerte.

  2. Lovecraft dice:

    Hola Hapónimo Cifuentes:

    Tu historia está escrita con corrección, pero te recomiendo huir de las frases innecesariamente rebuscadas y buscar la economía de palabras y la sencillez, que resultan mucho más sinceras. Por qué decir : «Nunca había aguantado la bebida, y los efluvios que llegaban hasta mi nariz hacían evidente que se fundamentaba en ella la causa de lo que podía calificar de resaca, sin temor a equivocarme. El empalagoso sabor que impregnaba mi lengua, que sentía pastosa en mi boca, no decía lo contrario.» cuando habría sido más sencillo, expresando lo mismo, escribir: «Nunca había aguantado la bebida, la resaca y el empalagoso sabor con la que aquella impregnaba mi pastosa boca». El lector agradecería más esta última alternativa.

    Suerte

  3. Caos dice:

    Cierta locura para evadirse de la dura realidad, algo que más personas harán en este loco país. Suerte en el certamen

  4. Laurentina dice:

    Ah, claro, al final todo adquiere un nuevo sentido, bajo la nueva luz.

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