205- Estruendo luciferino. Por Pírtulo
- 2 noviembre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, estruendo, relatos
- 5 Comentarios
¿Qué quieren que hiciera?, ¿resignarme a ese incordio de por vida?, ¿disolverme entre la amansada muchedumbre sin apelar al ímpetu de la condición humana? Les repito que no era ocasional, que era cons-tan-te, ¡que apenas podía oírme cavilación alguna!, de ahí el “estruendo luciferino” (como dicen ustedes) y con él el quebranto de la Ley de la Calma. Me poseía desde hace tiempo, ¡no lo soportaba más! ¿Pueden intuir tal circunstancia ?… No, no lo hacen, esos rostros de lasitud descreída hablan por sí solos. No me vengan otra vez con lo mismo por favor, ¡claro que hay excusa!, ¡a ustedes me gustaría haberles visto en las mismas! “Bajo, bajo, más bajo, un instante de silencio y, de súbito, obstinadas hormigas velocísimas muy alto y fino, más hormigas calzadas de cristal ahora e, inesperadamente, bajo de nuevo, bajo, más bajo…” ¡Perdónenme!, intento transmitirles la naturaleza del acontecimiento de la mejor manera posible, para que comprendan los motivos de mi empeño, nada más, no es necesario que se sulfuren para que entienda que no quieren volver a oírlo aunque, ¡claro que es necesario! Si me dieran la oportunidad de hacerles experimentar el estado al que esta “posesión” podría llevarles una vez en el aire, fuera de mí, quizá… ¿No podemos llegar a un acuerdo? Si al menos me dejasen unos minutos para podérselo mostrar completo sabrían de lo que estoy hablando realmente. Una vez, una vez nada más. Estoy dispuesto a acatar la pena que se me imponga sin ningún tipo de oposición ni queja si después de mi exposición siguen pensando igual. ¡No, no me dejen aquí atado, no se vayan sin escucharme!
Y ahora este silencio ensordecedor donde vuelve a crecer el Mal, sólo para mí. “Bajo, bajo, más bajo, un instante de silencio y, de súbito, obstinadas hormigas velocísimas…”. Buenos días, ¡el rey!, sí, yo soy el estruendoso. Gracias, pero tienen que desatarme primero y dejarme nuevamente la herramienta que me requisaron al detenerme. Ese trozo de madera, efectivamente, aunque si se fija bien no sólo lleva madera, ¿ve?, le cruzan cuerdas de tripa, al conjunto lo llamo “traviesa”. Perdone, no me demoro más. Tan solo rogaría a su majestad que me permita terminar; quizá el inicio le arranque una desairada orden censuradora, pero si hiciese el esfuerzo de salvar esa primera traba, comprenderá mi posición. ¿Mi vida? Si ese es el precio de la osadía, lo asumiré. No teniendo más que hablar, encomiendo a los dioses el buen tino de estas manos para que puedan ser fieles reproductoras de lo que tan incansablemente se me revela. Procedo:
“Bajo, bajo, más bajo, un instante de silencio y, de súbito, obstinadas hormigas velocísimas muy alto y fino, más hormigas calzadas de cristal ahora e, inesperadamente, bajo de nuevo, bajo, más bajo, por poco enterrado y cuando casi arriba la vergüenza por la largura de ese estado, ascienden como empieza la lluvia, gotas sueltas de la misma materia, pero más transparente; se seca el suelo y las gotas solas enloquecen de soledad en la planada; donosa deidad propende con el desaire y ordena pasado un rato más lluvia inversa que palie; todo es ahora ordenada tempestad, ríos precipitados en oquedades, bocas ciegas, que obligados a volver topan de suerte que devienen laguna calmosa; mucho después, habiente de la capacidad de dúctil contemplación de naturales pendencias, la primera criatura que a la imaginación llega, en sus pueriles andares desdibuja todo en juego, sin daño hasta el silencio más bajo que quepa ser contemplado”.
Si es la muerte lo próximo que me venga, que sea en lo que este hombre levante el rostro y no se crucen noches en medio, que sea afilado el hacha que me separe, que sea ducho el verdugo y de manos firmes, que no tenga tiempo de reconocer a nadie que ame entre quien me observe y que alguien, antes de que la tierra me disuelva por completo, sienta en sus propios huesos el dañino embrujo que a este bien recién sentido lleva. Espero, eso sí, que pueda compartirlo más de lo que yo lo hice…
Llora, ¿tanto desdén sugiero? Algo pretende decirme. Parece más blanda su cara, antes pendía menos y su nariz, sin duda más aguileña, pronunciaba menos también sus entradas. Pero qué poco le duró la mansedad, ¿guardias?, ¿ya?, ¿ni siquiera le admite la altivez dirigirme una palabra? Únicamente permite la entrada a dos, los dos que me amordazaron, para no desordenar al resto, supongo, dedicados a otros menesteres. Que hostilidad al cumplido, cualquiera diría que le ofende ser reverenciado. Me dominan los envites desbocados del corazón, me llega vago el movimiento, ¡que expliquen ya a que atenerme! o no podré escucharlo consciente. No comprendo esta genuflexión. ¿Perdón?, algo quiebra este momento. ¿Por los daños que me causaron?, muchos son, es verdad, pero no soy capaz de proferir ni un “¿qué?”. Decidir yo sobre sus vidas ahora, como si pudiera decir ¡muerte! mirándoles a los ojos. Mantendré el asombro un poco más de lo que me duró, para no pecar de crédulo y soberbio, siempre arriesgado ante un rey. “Vida, señor, “su única culpa es la rudeza”, alimentada por sus rudos preceptos, añado para mis adentros con cuidado de no dejarlo salir por la mirada. Su gesto les alza y perdona, pero les relega a sirvientes. Sin duda esperaba mi venganza, ojalá le sirviera de ejemplo para alguno de sus dictámenes. Voy de su mano como a lomos de un corcel recién domado, temeroso aún de algún sobresalto que lo desmane. Qué bellas estancias aterciopeladas, y qué tapices áureos tan descompensados con el hedor efervescente de allende estos muros, pero ¡qué silencio! Me parece una obscenidad este émulo de “paseo triunfal”, máxime cuando hace unos momentos me jugaba el mismo tramo pero en dirección al cadalso. No me responde a nada, primero es su deseo, al parecer claro, luego mis dudas: ¿tanto le agradó?, ¿qué supone esta visita palaciega? Me incomoda tanta salutación. Entended lo que os transmito con mi alcocarra, siervos, que también yo lo soy, que asistís a un casual. ¿Dónde entramos? ¡Me otorga una estancia para mí solo! ¿Vivir en la corte?, me honra usted con su ¿indulgencia? No sé si añadir “reconocimiento”, porque aún no se ha pronunciado. Todavía me dura el temblor en la voz. Por fin me brinda una mirada directa, me sonríe, me posa las manos sobre los hombros, se le intuye algo de ternura entre tanta juventud consentida, aunque nada aterra más que la impiedad emergiendo de ojos angélicos, antes lo vi. Me dice que nunca oyó nada semejante, ha determinado llamarlo “deleitoso rumor” que desde hoy es mi labor, que lo haga a diario y de tal manera que se extienda por todas las cámaras. Tengo ilusión y miedo.
Hoy hace ¡un lustro! que todo esto comenzó. Se me asignó la credencial de Deleitante real y formo parte del “cónclave legislativo”. Me halaga que mis “dulcesrumores”, consuelen la vacuidad de la corte, me entusiasma poder turbar los ánimos de las doncellas enamoradas, reavivar pretéritas gestas cortesanas y dulcificar los estertores de las dolencias reales. Sí, puede decirse que he sido feliz hasta hace unos meses. Creo que la causa primera fue, otra vez, el ímpetu de la condición humana. Osado, abrí los ventanales de una habitación lindante con el exterior y contradiciendo el mandato de su majestad, ¡necio de mí!, lo hice. Ahora que sé más de su magnificencia y de las muchas bondades que su proceder conlleva, me arrepiento de mi error ¡ego hambriento de plebeyo! Sí, mea culpa, reconozco que disfruté viendo la peregrinación de aquellas almas desdentadas al amparo de mi ventana, me complacía contemplar cómo el poder de mis “dulcerumores” doblegaba hasta los brazos más robustos haciendo colgar azuelas y hoces como apéndices inútiles. Su sumisión me ayudaba a convencerme de que jamás les pertenecí. ¡Oh!, todos sucumbían, se ablandaban y miraban extasiados y eso, creía yo, ampliaba mi (y sólo mi) creatividad. La limitación a la corte mitificaba aún más mis composiciones y me convertía en una especie de deidad, inaccesible, sublime. Les recomendaba que continuaran con sus labores, evitando así cualquier represalia y así lo hacían, pero a una velocidad distinta, dependiente por completo del flujo de mi madera cordada. Ya había percibido semejantes alteraciones corporales en palacio, pero descontextualizadas de aquel modo se me presentaban casi sobrecogedoras. ¡No, no debí hacerlo!, luego comenzaron con esos horribles sonidos intercalándose en mis “dulcerumores”, ¡Pam, pam!, ¡pi, pi!, no puedo reproducir aquel “estruendo luciferino” de mejor manera. Pero ni siquiera mi ausencia pudo pararlo, a la misma hora cada día allí se concentraban nuevamente, los veía desde dentro, ¡Pam, pam!, ¡pi, pi! ¡Incautos!, fueron detenidos los instigadores, un muchacho que portaba un tronco hueco y recubierto con un trozo de piel de serpiente y una mujer con una pieza estrecha de madera, del tamaño de medio brazo aproximadamente y horadada por tres pequeños orificios.
Como miembro del Comité de Hombres Doctos, me vi obligado a participar activamente en la deliberación sobre el caso. Él no dejaba de suplicar comprensión hacia un impulso natural irreprimible. Le pedimos explicación, en mi caso puedo jurar que con la sincera intención de comprender aquel vandálico escándalo. Sin embargo, no deja de entrometerse aquella retahíla en mis pensamientos, “… paso lento, rengo, de extremidad de palo, desmembrado al punto en carrera desperdigada de joviales contrarios…” ¡Basta!, somos un pueblo en calma, ungido con el don de la razón, la palabra y la paz, todo cuanto nos conforma mantiene un equilibrio perfecto. ¡Decidí bien!, la mano de nuestro verdugo es virtuosa. No sufrieron. Aquella silenciosa mirada del rey, aunque algo suspensa, creo que atestigua mi buen juicio. No tiene explicación tanta comezón. Haré sonar mi “traviesa”. Que el palacio se deleite.
Yo también abogo porque ‘no se crucen noches en medio, que sea afilado el hacha que le separe, que sea ducho el verdugo y de manos firmes, que no tenga tiempo de reconocer a nadie que ame entre quien le observen…’. Menudo pájaro con piquito de oro. Suerte.
Historia diferente y original. Buena conjugación entre fondo y forma. Magistral uso del estilo directo libre. Se agradece encontrarse de vez en cuando con joyitas así.
Enhorabuena y suerte
¡Cuán voluble puede llega a ser la naturaleza humana! Pasar en menos de 2000 palabras de ser víctima condenada por la ignorancia y la intolerancia, a convertirse en maestro casi deificado y de ahí a implacable juez de otras nuevas víctimas acusadas del mismo crimen por el cual él fue sentenciado. Me gustó la ambientación y el tono onírico del discurrir de su pensamiento. Historia diferente que no deja indiferente. Hábil manejo del lenguaje y la redacción.
¡Loor y gloria al excelso Deleitante Real!
Atrevido, envolvente, transgresor y mágico.
Enhorabuena y, como dice Dies Irae: ¡salud, valiente Pírtulo!
Salud, valiente Pírtulo.
Si excelente es el dominio de la cuerda, ¿qué sería si dejases sonar la orquesta entera?
Suerte, y que Calíope y Euterpe te acompañen.