231- Lo sencillo, también cuenta su historia….Por Anguan.
- 4 noviembre, 2012 -
- Relatos -
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–¡Elisa!, ¡Elisa! Entra ahora mismo en casa. ¿Cuántas veces te he dicho que no salgas a comerte el pan con chocolate a la calle? –gritaba en un a la vez susurro de voz su abuela desde la terraza, en ese intento de que las demás abuelas y madres no la escucharan.
Y sí, era verdad, se lo había dicho un montón de veces, pero ella en esa su inocencia de niña no podía entender el porqué de esa prohibición; y seguramente que ni se preguntaba qué misterios se escondían detrás de esa deliciosa merienda, para que tuviera que comérsela en el más absoluto de los secretos y a escondidas de los demás niños, en el cobijo de la cocina de su abuela.
Con el tiempo, esta anécdota nos la contaría mi madre a mí y mis hermanos, cuando nos preparaba esa misma merienda, y la razón de dicho misterio quizás no era tan simple como para contárselo a una niña, pero yo ahora, después de tantos años como han llovido, sí os la voy a contar, a vosotros…
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Mi madre fue hija única, mi abuela murió cuando ella contaba pocos meses de vida. ¿La razón de su prematura muerte? La tristeza, sí, porque sí se puede uno morir de pena y esta historia, lo confirma…
Todo comenzó con la guerra, la dichosa y fatídica guerra que todo lo destruye, que deja familias huérfanas y grandes heridas que nunca curan. Mi abuela vivía en un pueblo de las alpujarras, un lugar maravilloso y sumamente tranquilo. Buenas gentes que sólo se preocupaban de labrar sus tierras y sacar adelante a sus familias, un trabajo honrado, aunque muy sacrificado y duro. Gentes que nada tenían que ver con todo aquel tinglado de disputas, ni entendían por qué tenían que estar de un bando o del otro, y aunque en un principio muchos se negaron, no les quedó más remedio que callar y acatarlo. Mi abuela era muy guapa, alta, delgada y para vivir en un pueblo, muy elegante y refinada; de ahí que nadie se extrañara de que el capitán del regimiento se enamorara perdidamente de ella como lo hizo, aunque ese fue, el principio de su desgracia…
Esa preciosa noche de miles de estrellas en el cielo, los soldados llegaron sin contemplaciones arrasándolo todo, imponiendo su autoridad y dejando a todos bien claro quien estaba desde ya al mando, y quienes debajo de éste. Hubo saqueos, muertes, alguna que otra paliza, mucho miedo, sobre todo a las posibles represalias contra las familias si no aceptaban la nueva situación; y por ello muchos se hicieron los tontos, mudos y ciegos, por el bien de los suyos y el propio, porque el miedo hace que cambies de prioridades e ideales. Los que no lo aceptaron ni quisieron rendirse (muchos de ellos jóvenes impulsivos) aunque rechinando los dientes huyeron hacia la sierra alta para salvar sus vidas, dejando a sus familiares a merced de aquellos soldados, con el corazón en la boca y el sufrimiento de no saber si algún día volverían a verlos vivos, muertos o si tendrían la desgracia de ser apresados y juzgados como desertores, prófugos o a saber qué, aunque muchas veces en verdad, no se sepa qué es mejor… En realidad, ésos son algunos de los sinsentidos que generan las guerras y que dejan una marca para siempre tanto en los que la han vivido, como en sus descendientes, porque de una forma o de otra, todos quedan marcados por ellas…
Aunque de lo que yo no dudo, es de que en estas cuestiones no se trata de quién es el cobarde o el valiente, sí creo que es más algo de supervivencia y de agachar las orejas para tragarse el orgullo por y para el bien de los tuyos, porque es lo que más te importa en esos momentos, no quién tenga o crea tener la razón. Y que para eso hace falta de mucha hombría y ser muy cabal para poder hacerlo, porque dejarse llevar por la rabia como un animal y cargarse a dos o tres personas es más fácil que no hacerlo, y sólo conlleva provocar mucho dolor y generar más problemas; pero contenerse, mantener la calma, mostrar la otra mejilla y dejársela abofetear humildemente una y otra vez… No, no es fácil, para nada lo es, y no es humillarse, al contrario, sí tener muchas agallas.
Mis bisabuelos tuvieron que pasar lo indecible, ya que por esas circunstancias de la vida que uno no elige ni decide, se encontraron en uno de los bandos, porque alguien lo decidió así; y sí tuvieron por el bien de todos, sobre todo de “la niña”, que hacer de tripas corazón y consentir el cortejo, para que hubiese paz, para que no se la llevara a la fuerza, y a saber con qué consecuencias para todos. Aunque también cuentan que él se enamoro de verdad de ella, que la respetaba y que también sufría lo suyo por esta circunstancia, por lo que estaba sucediendo, por obligarla a que le quisiera, por encontrarse en ese dichoso otro lado que tampoco había elegido y no tener consigo la verdad, que en una guerra donde sólo hay sangre, sufrimiento y una total ausencia de razón… ¿Acaso alguien la tenga? Y mientras ellos se revolvían por dentro pues ¿qué podían hacer más que rezar para que no se la llevara o algo todavía peor? Poco, porque cuando te encuentras entre la espada y la pared, no te queda otra que acatar y hacer oídos sordos a tus propios reproches y miedos, y sufrir las cosas dentro del silencio de las cuatro paredes de tu casa, ya que también eres víctima, y preso por ello en tu propia morada.
A mi madre de grande le contaron que en esos días se hicieron muchas barbaries contra los habitantes del pueblo. Contaron cómo entraban en las casas y las desvalijaban. Incluso le contaron cómo volcaban las tinajas del aceite que tanto sudor les había costado exprimir y guardar, y se reían al ver como éste descendía espeso por esos callejones empinados de piedra para perderse por las acequias. Le contaron que una vez vieron a una pobre anciana vestida con ropas viejas, demacrada y asustada, ir corriendo a por un cuenco y una pequeña cuchara a su casa, para recoger con ello en los pequeños charquitos que quedan entre las piedras, lo poco que podía de ese aceite; pues muchas veces no tenían otra cosa que comer más que pan de a saber cuándo, con suerte sólo de antes de ayer, y con algo de fortuna, algún ajo picado que alegrara en algo ese aceite, que a saber cuántos días ni siquiera tenían eso…Yo nunca entenderé, por qué las guerras vuelven a las personas animales, privándolas de sentimiento y corazón, provocando a su paso de tanto sufrimiento y dolor… ¿Y todo para qué? ¿Para ganar? ¿El qué?
Se dice que el destino de las personas también se puede cambiar, y aquel día mis bisabuelos vieron el cielo abierto y no dudaron ni un segundo de lo que tenían que hacer. El regimiento debía partir hacia otros pueblos, aunque el capitán bien les juró que volvería a por ella; algo que ellos no iban a consentir, por ello aprovecharon su ausencia para llevar acabo su plan… Había un pastor, de nombre José, ellos le conocían de cuando subía con las ovejas a pastar, y aunque “éste” no era de su total agrado, era mejor que el que según ellos la desgraciaría, y sabían que a José, la niña le gustaba. Supieron que pronto tendría que ir a luchar, pues estaban reclutando a todo varón en edad. No les importo y este fue el plan, que llevaron a cabo:
Casaron a su hija y al pastor el mismo día en que el capitán se fue, y el mismo día en que José se iba a luchar. Puede que sea duro decirlo, pero quizás tuvieran esperanzas de que no regresara, y que el capitán al verla casada y haber sido de otro, la olvidara cual caballero ellos sabían que era, y desistiera. Tal como se dijo ¡se hizo! Que mi abuela llorara lo que no estaba escrito y que dijera que antes monja y que preferiría morirse que verse casada con el pastor, poco se tuvo en cuenta e hicieron oídos sordos.
–No te preocupes Elisa, que igual José no vuelve, y tu podrás rehacer tu vida sin haber consumado ese matrimonio, con alguien del pueblo…
La casaron en una ceremonia triste, silenciosa, no hubo invitados ni por supuesto banquete, era un arreglo y no estaban las cosas para celebraciones. Pero José no sólo volvió de esa estúpida guerra, sino que reclamó a su esposa, el querer vivir con ella y por supuesto, sus obligaciones maritales. Se quedaron a vivir con ellos, ya que la casa era bastante grande, y así él se ocuparía de las tierras, animales y demás. No es que fuera un mal marido ni la tratara demasiado mal, pero sí era rudo, apenas tenía educación, y ella sufría enormemente con esa vida; sobre todo por la falta de amor, delicadeza, y ese romanticismo que ella soñó que sería vivir con el hombre que quieres. Pero la vida sigue y la providencia juega su papel sin preguntar, por lo que se quedó en estado, de mi madre. El embarazo fue difícil, pues ella sufría lo indecible, comía poco y mal, no se cuidaba, no era que no quisiera a ese hijo que llevaba en su vientre, era que ese hijo debía de haber sido fruto del amor, no de un arreglo para evitarle una vida que ella en su imaginación, seguro que creyó sería mucho mejor que esta amargura que vivía ahora…
La niña nació y las cosas fueron de mal a peor, el deterioro de mi abuela era patente, y nada se pudo hacer para que volviera a sentir las ganas de vivir. Mis bisabuelos tuvieron que encargarse prácticamente de mi madre, pues ella estaba tan sumamente débil, que apenas podía con su alma; lo que acrecentó el mal humor y rudeza de mi abuelo, su marido. Y fuese el destino, la providencia, la única forma que ella supo encontrar para escapar de esa vida que ella no había elegido, que aquella mañana de un soleado y maravilloso día de agosto, ella no despertó…
Seguro que hubo llantos, remordimientos, echarse la culpa de todo pero “lo hecho, hecho estaba” y ya no se podía volver atrás. Mi madre se crió con sus abuelos, porque José renunció a su hija y hasta que no se vio mayor y solo, no quiso saber de ella.
Pero… ¿Por qué no podía mi madre comerse ese sencillo pan con chocolate en la calle? Pues por la sencilla razón de que su abuela temía de los cotilleos, que ella debía de mantenerse al margen de esta historia, y en el pueblo se comentaba cada vez que la veían con ese dulce, que ese chocolate que recibía varias veces al año, en paquete sin remitente, se lo mandaba el capitán; porque nunca dejó de amarla a pesar de saberla casada y quiso siempre saber de ella, conociendo de su amarga muerte, culpándose él por ello y quizás de esta manera, quiso endulzar la vida de esa pequeña…
No sé dónde empezará la verdad ni donde la fábula, sólo sé que es increíble y que yo, antes de escribir estas letras, se la conté a mi hija.
Comer chocolate con pan es para mí más que un recuerdo, es una forma de rendirle homenaje a mi abuela y decirle, que aunque no la conocí, la entiendo, pues sé que la vida no es fácil, y que yo por ello, la quiero.
Muchas gracias Lovecraft! Un cordial saludo
Los matrimonios de conveniencia rara vez acaban de buena manera. Me da que hay algo de autobiográfico en esta historia, por la forma como te implicas en lo que cuentas.
Suerte para Anguan
Hola Hóskar-wild is back
Asi es, la vida es el mayor relato que podamos vivir y escribir!!
Gracias por pasarte y comentar, un cordial saludo!
Detrás de cada persona se esconden tantas historias que no sería necesario recurrir a la imaginación para poder escribir una diferente cada día. Días de posguerra, tardes de merienda a base de pan y chocolate que andan mucho más cerca de lo que podemos imaginar. Suerte.
Bueno días Dies Irae:
Muchísimas gracias por leerme y tu comentario!
Un cordial saludo.
Saludos, Anguan.
Tremenda historia y bien escrita en el estilo que tú has elegido para hacerlo.
Aún reconociendo que, personalmente, me habría gustado más llevándola al terreno supuesto de la ficción, sin el tono confesional y didáctico que tú le has dado, te felicito y te deseo mucha suerte en el certamen.