232- El viaje de Fito. Por Patagon
- 4 noviembre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, relatos, viaje
- 25 Comentarios
Josefa tenía su vida bajo control. Tres hijos, el de en medio un varón y una vida llena de problemas como la de todo el mundo pero amarrada y bajo su supervisión.
De pronto se le escapó el dominio de las manos. Con solo una llamada de teléfono su vida ya no volvería nunca a ser la misma.
Estaba esperando el nacimiento de su segunda nieta, Pepa ya estaba en su octavo mes de gestación. Fito, su hijo adorado, terminaba su carrera y Rosita aún era muy pequeña y seguía bajo su falda.
Sonó el teléfono y Josefa lo miró con desconfianza, no eran horas, no pensó en el parto de Pepa simplemente tuvo miedo a descolgar, no eran horas. Fue su marido el que finalmente cogió el inoportuno aparato.
Adolfo oyó la voz que le preguntaba con acento extraño si aceptaba una llamada a cobro revertido. Después de aquello el horror estacionó sus vidas.
Fito había tenido siempre la ilusión de hacer un viaje por Marruecos, recién terminada la carrera pensó que aquel era el momento, se puso en marcha con su gran amigo y una moto que entre los dos habían puesto a punto. Tenían el viaje muy bien estudiado.
Josefa puso el grito en el cielo.
–¿A Marruecos? pero ¿qué estás loco o qué? que no hay sitios para viajar que te tienes que ir a Marruecos.
Fito sonrió a su madre, no le discutió ni intentó convencerla solo sonrió, con eso ya supo ella que por mucho que ella dijera su hijo se iría a Marruecos.
Solo tres días faltaban para su regreso, días que ella descontaba con ansia. El teléfono truncó la espera. Su hijo tardaría una semana más y encima vendría metido en un ataúd.
Todo era distinto, una vida sin vida, eso era lo que le esperaba a partir de entonces a Josefa. Ya no había control solo desesperación y luego con el tiempo recuerdos. Recuerdos que dolían, recuerdos que surgían desde lo más remoto de su existencia y que ella ahora entendía como premoniciones de lo que sería su vida.
Abrazos de madre que ya no podría dar, besos de madre que no llegarían a su destino, deseos de madre a quien sus manos ya no le servían para tocar a Fito, manos que no podrían apartar el mechón de pelo que le caía sobre la frente .
Ya sabía ella que le quedaban sus hijas, ¡faltaría más!, pero Josefa estaba hueca incluso cuando lloraba en silencio oía el eco de sus lágrimas retumbar dentro de ella, cuando lloraba a gritos desesperada oía el eco dentro de ella y ese sonido hondo la volvía más loca todavía. Siempre había tenido debilidad por su hijo, esto no quería decir que le quisiera más que a las niñas, pero sí que era su debilidad.
Se había preparado desde que él era niño para no perderlo, para competir con la que un día vendría a llevárselo, pero no se puede competir con la muerte.
Josefa se sentiría para siempre amputada luchando por entender lo que había pasado, luchando por morir siguiendo viva, medicada y sin consuelo. Culpable de no haber evitado aquel viaje.
Recordando, hilando, reviviendo. Ahora le venía a la memoria el día que se fue al pueblo con sus primas. Un pueblo de la montaña, apenas trescientos habitantes.
–Vámonos a la peluquería de Frank.
–¿Quién es Frank?
Allí se conocían todos.
–El hijo de la Francisca, chica si, el que se fue a Francia.
–Ha vuelto y acaba de abrir una peluquería.
–Ah! ¿y ahora se llama Frank?
Todas las primas rieron.
–Tú fíjate, aquí sin salir del pueblo una peluquería francesa y además lee en la palma de la mano el futuro.
–Bueno a mí que me peine que con eso tengo bastante, del futuro no quiero saber nada.
Pasaron la tarde bromeando y riendo, poniéndose guapas en la peluquería y cotilleando la vida de Frank.
–Ven Paquito, léenos las rayas de la mano.
–Si si, ven Josefa que nos va a decir el futuro.
— A mi dejarme que con peinarme me sobra. Todo eso son mentiras.
–Paquito dice que son mentiras, mírale la mano y dile algo.
Frank se acercó a Josefa y le dijo.
–Tenga cuidado, la veo vestida de luto.
–¡Aaah! mira, con lo bien que me sienta el negro.
–Veo un luto muy malo.
–Tú qué vas a ver, tú eres más maricón que un palomo cojo.
Si hubiera creído, si hubiera preguntado. Quizá podría haber evitado el viaje y la muerte de su hijo, quizá ahora podría como solía, entrar en su habitación mientras dormía y sentarse en la butaca para oír la respiración acompasando la suya a la de su Fito.
Adolfo durante mucho tiempo se esforzó por vivir la vida como él pensaba que la vivía su hijo. Su único empeño era que permaneciera vivo.
Entraba en el dormitorio y devoraba los libros que Fito había leído y los que habían quedado esperando a que el joven los empezara, todo lo que para el muchacho había supuesto una afición Adolfo la hacía suya propia. Oía la música de Serrat y la escuchaba con atención para saber y conocer mejor los gustos de su chico. ¿Cuántas veces antes habría oído aquellas canciones que salían de la habitación? y sin embargo ahora por primera vez prestaba atención y se emocionaba con sus letras. Todo le recordaba a él, todo olía a él dentro de aquel cuarto.
Por si el dolor que sentía era poco estaba su mujer, cada vez que la miraba veía un reproche en sus ojos. A Josefa no le valían coplas, ella era la MADRE, nadie podía sufrir más que ella, pero Adolfo sufría y sufría mucho, por su hijo, por él, por Josefa y sobre todo por sus dos hijas.
La casa estaba oscura, el dormitorio de luto y la propia Josefa siempre tumbada entre tinieblas esperando estar de cuerpo presente. Lo peor de todo era que en la calle, detrás de aquellas paredes, el mundo seguía su ritmo sin perder el paso por la ausencia de Fito.
Adolfo era como una hoja seca que el viento mueve a su antojo, tan pronto arrastraba su ánimo como intentaba remontar el vuelo. Buscaba consuelo y al final lo encontró. Al menos le sirvió para vivir la falta de su hijo sin desesperación.
¿Soñó con él? lo vivió como una realidad. Fito le pedía que no le ataran a la tierra, que era entonces cuando sin quererlo había empezado su viaje, que sufría por verlos tan desesperados, que les comprendía pero debía continuar hacia adelante y que siempre estaría cerca de ellos.
Lloró mucho Adolfo cuando despertó del sueño. Intentó explicar a Josefa pero para ella lo único cierto era que su hijo ya no estaba.
Rosita llevó su dolor como mejor pudo. Se sentía culpable por el sufrimiento de su madre y a menudo hubiera querido ser ella la muerta pensando que así probablemente Josefa no estaría tan deshecha. Al mismo tiempo pensaba en su hermana y rezaba en silencio para que no le pasara nada. Se veía a sí misma como el miembro menos importante de su familia. La menor de los hermanos bandeó como pudo su adolescencia y volcó en su única hermana el amor y la admiración que hubiera podido compartir con Fito.
Una vez pasados los años más difíciles se asentó en ella una espiritualidad que se reflejaba en su rostro, en su sonrisa, incluso su piel era espiritual. Lo perdonó todo, se perdonó a ella misma, perdonó a Fito, a su madre y al destino y consiguió vivir con los dulces recuerdos.
Pepa era madre antes que cualquier otra cosa, tuvo muchas dificultades para que su segunda hija no naciera antes de tiempo. La relación con su hermano siempre había sido muy estrecha, eran cómplices de muchas cosas que a Josefa el hubieran puesto los pelos como escarpias. Ella era quien mejor conocía a su hermano, quien le sacaba de apuros.
Pepa tenía un extraño equilibrio entre el mundo material y el espiritual. Ninguno de los dos prevalecía sobre el otro, estaban absolutamente compensados y esta dualidad la trasladaba a su vida cotidiana con una naturalidad pasmosa.
Pasó los primeros meses tras la muerte de su hermano amamantando a su hija con leche de lágrimas, fue triste para ella no poder sentir la felicidad completa en el nacimiento de la niña.
Muchas veces obligó al amigo de su hermano a contarle.
–Ya sé que me lo has contado pero tengo que oírlo otra vez.
–Lo entiendo Pepa, para mí no es fácil hablar de eso pero tú tienes derecho a pedírmelo.
Estábamos sentados en el único bar del pueblo, reíamos pensando que las postales que estábamos escribiendo para nuestras familias llegarían a España mucho después que nosotros.
Acabábamos de volver del desierto y teníamos el espíritu ensanchado por tanta grandeza.
La gente de esos pueblos es amable y generosa, no tienen nada y aún así lo comparten todo.
El bar era en realidad tetería, tienda y oficina de correos. Cuatro mesitas y algunas almohadas en el suelo.
De pronto vi cómo uno de los lugareños, uno del que todos se reían lo que aquí llamamos “el tonto del pueblo”, sacó un machete y vino corriendo hacia nosotros invocando a Alá. Lo vi porque yo estaba de frente, Fito ni siquiera lo oyó.
Ya no hubo más, tu hermano se puso de pie para caer sobre la mesa, así de rápido fue. Si no hubiera sido porque lo sujetaron yo hubiera corrido la misma suerte y no creo que nadie supiera que nos había pasado. El desierto es la última calle de la población.
Pepa te aseguro que no pude hacer nada.
–Lo sé.
Para siempre Pepa vería a aquel chico y pensaría que se vino sin continuar el viaje con su hermano.
Consiguió que permaneciera vivo en la memoria de sus hijas y ahora casi treinta años después de su muerte, ella continúa hablando con Fito que la llama de vez en cuando y le cuenta y le pregunta.
–Fito vaya viaje emprendiste. Querías ver las estrellas desde el desierto y ahora yo levanto mis ojos por las noches pensando que te quedaste prendido en una de ellas. Fito menudo viaje.
me ha encantado me gustan tus fuentes de donde manan un mundo de sensibilidad y humanismo
Gracias por leerlo. Solo pretendo que Fito siga vivo treinta años después. Cuando alguien lo lee, piensa en él
Hola, Patagon.
Leído. Es emotivo y está bien escrito. Desconozco si los tintes de crónica son premeditados, aunque como crítica constructiva diré que yo hubiese preferido un estilo algo menos explícito.
Mucha suerte con el jurado 🙂
Precioso tu relato y muy triste también. Suerte.
Me ha gustado mucho la manera de describir la historia. Que tengas suerte Patagón.
me ha emocionado muchisimo
SUERTE
Hay que ver que torpe, nada que queria poner las 5 estrellas y nada una había forma. Bueno voy a intentarlo de nuevo.
Patagón: Me parece un relato precioso, duro pero lleno de sensibilidad, espero y deseo qye jamás tengamos que pasar por eso. Lo encuento sincero, sensible y tremendamente cercano. Sigue escribiendo que seguro tienes suerte. Besos.
Ana sigue adelante porque «lo» tienes. Un abrazo
Gracias por tu deseo, nadie puede desearme nada mejor.
lo mismo quiero para todo aquel que lea el relato, ojala estuviera en mis manos.
Por Dios, que angustia. Que seas feliz y nunca vivas lo que nos has contado.
Un auténtico drama familiar (sic).
Suerte
Una historia preciosa y narrada con mucho cariño y sensibilidad! Me ha encantado! Muchos besitos!
Enhorabuena!, me ha encantado, sigue así Patagon.
Esta escrito con mucho sentimiento e intensidad. Enhorabuena y mucha suerte.
Ninguno de nosotros está preparado para sobrellevar la muerte de un hijo. Va en nuestro ADN. Es tan terrible que, aunque sea por una sola vez, aparcaré la ironía durante un rato para dedicar unos minutos a reflexionar sobre este drama. Suerte.
Hay que tener mucha sensibilidad para relatar así de bien una historia tan delicada para los que la vivieron y la siguen viviendo.
Esto es lo tuyo, felicidades Patagón.
Ahí van cinco estrellas!!!!
Patagon:
Creo que tras tu relato hay una historia real. Así que me limito a decir que lo lamento mucho. Nadie debería morir de esa forma.
El fanatismo en cualquier tipo de religión ha sido, es, y será un azote para la humanidad.
Para los familiares que lo extrañen y lo lloran va mi abrazo.
Un relato muy bonito y muy emotivo,no he podido evitar verme reflejada en Pepa que es madre y hermana como yo,esa unión con su hermano me ha llegado al corazón,se me han saltado las lágrimas.
Enhorabuena
Muy bonito, un relato concreto y con la sensibilidad y ritmo que caracterizan a Patagon…además del trasfondo que esconde..
Felicidades
Quiza por estar tan reciente la tragedia de Madrid Arena, pienso en el infierno que tienen que pasar ahora esas familias,como la familia de Fito.
muy real.
patagon espero que tengas suerte
El dolor, el cariño y el recuerdo han cegado tus palabras que, lejos de fluir del pensamiento, te han salido del corazón. ¡Ánimo!
gracias Ana, un gozo leer tu narración, esta escrita con mucho amor, y aunque las lagrimas no me dejaban terminar el relato, al final queda un sabor dulce, me ha encantado, muchísimas gracias por escribir.
Muy bueno, amargo y triste pero muy bien escrito, enhorabuena.
Aún con todo, Fito murió cumpliendo uno de sus sueños, feliz y tranquilo, quién no firmaría un final así?
Muy bueno, me ha encantado. Ha logrado que yo me viera reflejada en el relato hasta tal punto que me ha conmovido haciendo saltar unas lagrimas de dolor en mis ojos, ya cansadis de hacerlo,por la perdida de un gran hermano a sus 27 años.
Animo, tu puedes ganarlo. Te lo mereces.