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25- Ojos Violeta. Por Titus Groan

Carlos le llamó «boquerón» y era justo que él le pusiera el nombre que quisiera pues, al fin y al cabo, él lo había encontrado. Carlos era mi hermano mayor, luego le seguían Daniel, Eduardo y finalmente yo. Según nos contó se lo había encontrado medio ahogado en un charco en la carretera, un socavón del asfalto anegado por la lluvia. Lo sacó del charco y como no supo qué hacer con él se lo guardó en el bolsillo del abrigo.

Ese día no había parado de llover. Después del colegio Carlos había ido a casa de un compañero de clase, había anochecido y todavía no había vuelto. De vez en cuando mamá descorría las cortinas de la ventana y miraba preocupada el paisaje lluvioso.

Cuando al fin llegó mi hermano, calado, con la ropa chorreando y un charquito formándose bajo sus pies, mamá le ordenó cariñosamente que se diera un baños caliente. Mi hermano entonces metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó lo que parecía ser la carroña empapada de un gatito exánime y despeluchado. No se movía, colgaba lánguido de la mano de mi hermano y no se notaba respiración en su cuerpecito.

– Me lo encontré en la calle.- Dijo.

– ¿Está vivo?- Pregunté.

– No lo sé…

Sin ni siquiera darnos cuenta de que se había ido mamá volvió con un secador de pelo y dos toallas.

– Vas a coger una pulmonía. Date un baño mientras nosotros cuidamos del gatito, por favor.- Le pidió a Carlos ofreciéndole una de las toallas.

– Haz que se salve.- Le imploró a su vez mi hermano entregándole el gatito.

Mamá lo envolvió en la toalla y le enchufó el secador a máxima potencia. Enseguida se reconoció el color claro de su pelaje, con rayas atigradas más oscuras que le atravesaban el lomo y se iban haciendo más tenues alrededor de la pancita enflaquecida. El gatito pareció revivir y su diminuto cuerpo poco a poco se reanimó con el débil movimiento de la respiración. Empezó a tiritar y estremecerse, como si al revivir sus huesos se hubieran acordado del frío, y seguimos enchufándole con el secador hasta que dejó de temblar.

– Estará hambriento.- Supuso Dani.

Mamá llenó la tapa de un bote con leche, se humedeció los dedos y le frotó suavemente su hocico. El gato cachorro deslizó su lengua rosada y lamió débilmente unas cuantas gotas de los dedos de mamá.

– Mejor lo dejaremos descansar.- Decidió mamá.

Lo metimos en una caja de zapatos envuelto en la toalla y sobre la caja pusimos un flexo encendido para mantenerlo caliente. El gatito parecía dormir muy profundamente.

Cenamos y después volvimos los cuatro para seguir velando su convalecencia hasta que alrededor de las diez mamá nos obligó a ir a la cama. A regañadientes obedecimos y mientras me arropaba le pregunté si el gato se salvaría.

– Claro, los gatos, incluso los cachorros, son más duros de lo que parecen.- Dijo y me besó en la frente.

Me desperté temprano y salté de la cama para ir a ver al gatito. Seguía dormido, pero el fuelle de su respiración parecía más potente. Pasé suavemente mi mano sobre su pelo y dejó escapar desde el sueño un débil pero alentador maullido.

Desayunamos y a las nueve nos fuimos los cuatro al colegio. El día pasó más lento y aburrido que de costumbre en la escuela hasta que, por fin, a las cinco sonó el timbre de salida.

Salí corriendo sin esperar a mis hermanos, pensando en plantarme el primero en casa, pero se habían adelantado y cuando llegué ya estaban todos allí. Se habían reunido en la cocina, formando un corro alrededor del gatito que bebía de un cuenco leche con migas de pan. Cuando se acabó la papilla levantó la cabeza y nos miró con sus tiernos ojos de gato cachorro. Eran enormes- los ojos más grandes en el cuerpo más pequeño que había visto jamás-, redondos, felinos y verdes.

Lanzó un maullido hambriento y volvimos a llenar el plato. Esta vez no lo acabó, lo dejo aparcado y se puso a explorar toda la cocina, olisqueando con su naricilla rosada y observando con sus ojos, tan grandes y tan abiertos que parecían sorprenderse y maravillarse de todo lo que veían.

Cruzó el pasillo hacía el comedor, lo recorrió de esquina a esquina, investigando todos los rincones mientras nosotros lo observábamos deambular. Siguió por la sala de estar, pero no más lejos, sobre la alfombra, debajo del radiador, se ovilló y en segundos se quedó dormido agotado de tanta aventura.

Durante el resto de la semana sólo se preocupó de dormir, comer y recuperar fuerzas. Mis hermanos y yo nos peleábamos por jugar con boquerón (mi hermano ya lo había bautizado así), discutíamos quién le daba de comer y nos lo disputábamos a la hora de su siesta por tenerlo en el regazo.

Papá volvió el viernes de un largo viaje. Papá no quería animales en casa, eso lo sabíamos todos, pero teníamos la ilusión de que boquerón le «engatusara», como nos había «engatusado» a todos.

Cuando papá se sentó en su sillón, sin avisar mamá le dejó al gato cachorro en su regazo. Boquerón se portó estupendamente, acurrucándose y mirándole con su enormes ojos verdes. Parecía que se habían seducido mutuamente, incluso juguetearon un rato, sin embargo papá preguntó impasible:

– ¿No pensaréis quedároslo, verdad?

– ¿Es que no te gusta, papá?- Preguntamos nosotros.

– Me gusta, pero los animales en casa están prohibidos, ya lo sabéis.

– Nosotros nos ocuparemos.- Dijo Daniel adelantándose al reproche.

– Ya…

– ¡Venga!

– No.

– ¡Por favor!

– No.

– Por favor…

Suplicamos insistentemente, pero sólo conseguimos que se enojara. Teníamos el fin de semana para encontrar un nuevo dueño a boquerón, si no tendríamos que abandonarle otra vez en la calle; esas eran las órdenes.

Buscamos sin descanso todo el fin de semana. Se  unió a nuestra empresa otro chico del barrio llamado Ernesto, el líder de la pandilla de mis hermanos. Era valiente, implacable y violento; mis hermanos lo respetaban y lo temían a partes iguales, yo lo idolatraba. Preguntamos a familiares y amigos, fuimos puerta por puerta en el vecindario, asaltamos a los transeúntes por la calle y hasta pusimos carteles, pero nadie parecía querer adoptar a un cachorro de gato huérfano.

El domingo por la tarde, desanimados por el fracaso de nuestra búsqueda, nos reunimos los cinco en el jardín de la casa. Sólo faltaban unas horas para que se cumpliera el plazo y no se nos ocurría nada más qué hacer. Mi hermano Eduardo jugaba con boquerón y los demás mirábamos silenciosos. Aparentemente Daniel debía estar discurriendo algo pues de repente soltó:

– Dicen que los gatos siempre caen de pie.

Es posible que con ese comentario sólo quisiera confortarnos, como diciéndonos que el gato resistiría al trance que le deparaba, pero lo cierto es que Ernesto agarró a boquerón y empíricamente lo dejó caer desde sus manos. En efecto, el gato aterrizó con suavidad sobre sus pies almohadillados. Carlos, no del todo convencido por el resultado, quiso también probar y lo lanzó al aire, .

Seguidamente uno a uno lo fuimos arrojando al aire, más alto en cada ocasión. Boquerón se resistía, maullaba asustado, pataleaba en el aire, pero siempre caía de pie. En uno de los lanzamientos Eduardo erró la trayectoria y boquerón cayó entre unos rosales. Nos quedamos quietos sin saber qué hacer hasta que después de unos segundos muy largos boquerón reapareció de entre los rosales, sacudió la cabeza como si estuviera aturdido y maulló.

Rompimos a reír pues la escena nos pareció muy cómica, como si boquerón fuera uno de esos gatos de dibujos animados que siempre sobreviven, cualquiera sea la calamidad que les sobrevenga. Nos hizo retorcer de la risa y caernos, revolcándonos en la hierba sin poder parar de reír.

Cuando por fin nos repusimos del ataque de risa y recuperamos el aliento, Daniel volvió a sugerir:

– Dicen que a los gatos no les gusta el agua.

Llenamos un barreño con la manguera del jardín y echamos dentro a boquerón. No le gustaba el agua y trataba de escaparse; era gracioso verlo debatirse con sus patitas en las escurridizas paredes del barreño y volver a caer otra vez dentro. De vez en cuando Ernesto gritaba «inmersión» y lo zambullía, moviéndolo debajo del agua como si fuera un submarino.

En una de esas zambullidas, una quizá más largas que las otras, Carlos le agarró la mano y tiró para que sacara a boquerón del agua.

– ¡Lo vas a ahogar!- Le gritó.

Ernesto le lanzó a Carlos una mirada fiera e hizo ademán de pegarle, como si su reacción fuera una insubordinación intolerable, y durante unos segundos los dos se sostuvieron la mirada hasta que mi hermano la bajó sumisamente.

– Lo más normal es que no sobreviva ni una noche en la calle, lo atropellará un coche o lo matará un perro. – Añadió Ernesto.

Durante un rato nadie habló. Ernesto encendió un cigarro y después de algunas caladas se lo pasó a Carlos como magnánimo gesto de paz.

Boquerón se mantenía algo apartado de nosotros mientras se lamía el pelo. Carlos empezó a llamarle, el gato le miraba receloso y no se decidía a acudir, mi hermano insistió y poco a poco se fue acercando. Carlos le mostró el pitillo ya casi consumido, pero con la roja brasa candente, boquerón acercó su naricilla curiosa y lanzó un chillido agudo, escapando con los bigotes chamuscados y retorcidos.

– Si va a tener que vivir en la calle tiene que aprender a desconfiar.- Dijo Carlos dirigiéndose a Ernesto y buscando una mirada de aprobación.

Pasamos el resto de la tarde sometiendo a boquerón a toda clase de perrerías con la excusa de prepararlo para las calamidades que le aguardaban. Cuando se hizo de noche el gato todavía estaba vivo, pero tan maltrecho por los suplicios infligidos que apenas se defendía. Ernesto cogió el gato y lo examinó detenidamente.

– Este gato se va a morir.- Afirmó con seriedad, como si diera un diagnóstico.

– ¿Cómo lo sabes?- Preguntó Daniel.

– Tiene los ojos violeta.

– ¿Qué?

– Los gatos cuando se van a morir se les ponen los ojos violeta.

– Te lo acabas de inventar.

– De verdad. Mi abuela tenía un gato muy viejo y una noche vimos que tenía los ojos violeta, al día siguiente estaba muerto.

– No es verdad, no tiene los ojos violeta.- Dijo mi hermano.

Pero lo cierto es que los tenía, los ojos de boquerón habían cambiado, la rasgada pupila se había dilatado formidablemente y el iris había mudado de verde a violeta. Comprobarlo nos persuadió de creer a Ernesto.

– Es mejor que no sufra.- Dijo Ernesto.

Ya sometidos, fuimos a la misma carretera en donde hacía seis días Carlos había encontrado a boquerón. Ernesto metió al gato en una bolsa de plástico y como todavía se debatía dentro de la bolsa lo golpeó contra el asfalto hasta que se dejó de mover. Lo dejó en medio del carril a la salida de una curva y esperamos hasta que un autobús pasó sus ruedas por encima de la bolsa. Ernesto despegó la bolsa del suelo y la abrió.

– Puré de gato.- Dijo satisfecho.

Ver los intestinos de boquerón rebosando de su cuerpo reventado hizo enfermar a mi hermano Eduardo y le entraron arcadas. Ernesto se río de él y le llamó débil. Tiró los restos de lo que había sido boquerón en un contenedor y se largó satisfecho.

Cuando volvíamos a casa nos encontramos con mis padres en el portal. Mamá sospechó enseguida que nos pasaba algo pues estábamos inusualmente silenciosos.

– ¿Qué ha pasado?- Preguntó alarmada.

– Hemos matado al gato.- Contestó Carlos, rompiendo por fin a llorar y arrojándose a su regazo.

– ¿A boquerón?

– Sí.

– Pero… ¿Por qué?

– No lo sé… tenía los ojos violeta.

17 Comentarios a “25- Ojos Violeta. Por Titus Groan”

  1. Sussan dice:

    Esa frase de «parecia como en los dibujos animados» es lo que hace que algunos (quizá más los niños),confundan realidad con ficción. Hoy he visto un anuncio publicitario en el que se explica antes que nada que lo que se muestra no es realizable en la vida real.Supongo que por prevención.
    El cuento está bien escrito y se lee de un tirón.
    Suerte

  2. Lotte Goodwin dice:

    Reconozcámoslo: aunque a todos nos horroriza ese maltrato, es la mejor parte del cuento. La primera resulta un poco melosa, aunque eso acentúa aún más el contraste y hace que el final nos impacte. Buen dominio del diálogo.
    Mucha suerte.

  3. Horacio hellpop dice:

    «Todos conservamos en nuestra imaginación o en nuestra memoria cierta imagines del mal en las que no hay el menor alivio: cuatro jóvenes sonrientes que torturan a un animal, una violacion colectiva, un acto de vandalismo a sangre fría. (…/….). »

    La condición mecánica. Anthony Burgess. Babelia, El Pais, 27.10.2012

  4. La señorita Bennet dice:

    ¡Hola Titus! Un relato que me ha resultado familiar. Mis primos y yo también probamos a ver si nuestro gato sabía nadar, pero eso si, estábamos bien preparados para salvarlo…Además lo pagamos con creces, el gato estuvo varios días sin acercarse a nosotros,por malos.
    Es curioso el daño que puede hacer la curiosidad, llegando a rozar la tortura, desde el desconocimiento de los niños.
    Aunque lo de puré de gato… en fin, pura crueldad.

    Buen relato.

    Un apunte. Una cosa que me enseñó una amiga que estudia traducción e interpretación es que en los diálogos el punto se pone después, y no antes del guión. Ej
    – Nosotros nos ocuparemos.- Dijo Daniel adelantándose al reproche.
    – Nosotros nos ocuparemos-. Dijo Daniel adelantándose al reproche.

    Tal y como lo he puesto la segunda vez es correcto. Como ves, una bobería, y bueno, se supone que se usa el guión largo y no el corto. En fin, que mi amiga en su día se empeñó tanto en corregirmelo que ahora se lo digo a todo el que puedo.
    Tu relato es sencillamente genial. Un saludo.

  5. Horacio hellpop dice:

    El mal, creo ese es el tema del cuento.

  6. Bonsái dice:

    Titus Groan:
    Tomo como un hecho, que la intención de tu relato es la de denunciar el mal trato animal. Te haré una confesión: acababa de desayunar cuando lo he leído y tengo ganas de vomitar.
    Suerte.

  7. Dies Irae dice:

    ¡Toma ya! Hay que tener amigos hasta en el infierno, así que me alegro barbaridá. Y eso que no acabo de decidirme entre usted y su Juan, pero uno de los dos es un amor imposible, fijo.

    (Con la venia de Titus, el silencioso anfitrión)

  8. El asesino de Morfeo dice:

    Dies Irae…Me caes de puta madre!

  9. Dies Irae dice:

    Hola, Titus Groan.

    Si el objetivo era amargarnos la existencia un rato, logrado con creces. Muy bien, así, sin concesiones a la sensiblería.

    Por favor, qué mal cuerpo me ha quedado.

    Suerte en el concurso.

  10. sacha dice:

    Es una historia para no dormir, de las de Chicho, que también dirigio una inquietante película con niños (muy distinta de la de Clayton). Y está muy bien contada.
    Suerte.

  11. Gael dice:

    Hola, Titus Groan. Tu relato, pese a que pienso que se sostiene más de lo debido en las atrocidades que le infligen al animal,a que subrayas demasiado que se trata de un gatito, como para lograr un efecto mayor en la sensibilidad del lector, logra impactar; llegué incluso a odiar al chico aquel. Suerte en el certamen.

  12. Lovecraft dice:

    Inquietante, cruel, retorcido.

    Menudo psicópata el tal Eduardo. De pequeñico se cría el arbolico. Luego estos individuos crecen y cometen las barbaridades que comenten.

    Un consejo: Boquerón, como nombre propio que es, debería ir empezar con mayúsculas.

    Sorte

  13. Hóskar wild is back dice:

    Permítame, autor desconocido, que lo tome además de como relato, como una denuncia por el maltrato a los animales. En un país donde nos jactamos de tener como fiesta nacional el martirio de los toros, queda aún mucha tarea de concienciación para acabar con esta lacra. Suerte.

  14. Avril dice:

    Más que por Boquerón, siento pena por esos chicos. Se quedaron sin el gatito, pero de una forma cruel. En realidad lo sentenció el padre. El relato está muy bien consigue encogerte el estómago y dejarte un regusto amargo y eso es mérito del autor.
    Suerte en el certamen.

  15. El asesino de Morfeo dice:

    Me ha encantado y horrorizado tu historia. Me gusta la forma de narrarla y me ha angustiado la muerte de boquerón. Todos conocemos historias de maltrato a los animales que te encogen el alma…pero ésta es de un gatito que parece mirarnos acusador con unos enormes ojos violetas. Enhorabuena

  16. caos dice:

    Un relato que despierta ciertas emociones. A mi, que si mato una mosca tengo remordimientos, las conductas con tendencias sádicas me resultan incomprensibles. En fin, los personajes que nos inventamos son un reflejo de la especie humana, con sus virtudes y sus horrores. Enhorabuena por ser capaz de escribir y crear. Suerte

  17. lectora dice:

    Casualmente hace unos días estuve leyendo a un miembro del FBI y decía que «un asesino comienza torturando y matando animales cuando es menor de edad.Torturar animales puede ser un signo de alerta de una patología violenta que incluirá víctimas humanas.»

    Los padres, educadores en general deben dar importancia a estos hechos porque puede que el tal Ernesto imite lo que ve en su entorno familiar y se esté identificando como otro agresor.

    Este relato me deja sin aliento más porque he defendido siempre que la compañía de un animal en temprana edad , aporta muchos valores positivos a los niños.

    Porque tenía los ojos violeta…Qué fuerte!

    Enhorabuena porque esta narración es también una denuncia.

    Suerte, mucha suerte

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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