255- El día de gloria. Por Modotti
- 5 noviembre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, gloria, relatos
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En el colegio Vasco de Quiroga no tocaban timbre ni campana. Una absurda música sonaba por las bocinas del patio para anunciar cuatro rupturas cronológicas diariamente. Cuatro momentos. Dos odiados y dos amados. Más o menos resumidos en las siguientes frases: qué chingón y qué poca madre. Primer momento: absurda música, a formarse para entrar a clases, qué poca madre. Segundo momento: absurda música, al patio, qué chingón. Tercer momento: absurda música, al salón, qué poca madre. Cuarto momento: absurda música, nos vamos a casa, qué chingón. Cada día. No sé de quién fue la idea de la música, nunca me lo había preguntado hasta hoy que escribo estas líneas. Eran los ochentas, ambiguos. Aún se permitía lanzar el borrador sobre el que hablaba en clase, una bofetada, ir al rincón con orejas de burro (rol que el que escribe este relato cumplió avergonzadamente más de alguna ocasión). Eran esos ochenta que uno recuerda como coyunturales sin saber muy bien qué quiere decir esto. La hipótesis de la música del colegio es que algún iluminado pensó: lo de los timbres suena a cárcel o fábrica, pongamos música a los niños. Cosa que en el fondo no cambiaba nada el hecho de encuartelamiento escolar obligatorio hasta la educación secundaria, y gratuito que lo manda la constitución.
Si efectuamos una rápida multiplicación, aproximativa, a la cantidad real de días que se pasaban en la escuela durante, digamos, el quinto año de primaria de un alumno regular; nos encontramos con la cantidad de 217 días. El margen de error se entiende en función de: ineptitud del aprendiz de escritor en las matemáticas, enfermedades varias del alumno, huelgas de profesores y/o personal administrativo, enfermedad del profesor y/o el sustituto, otras, no sabe/no contesta.
Haciendo una correlación entre el primer párrafo (bastante largo contraviniendo lo que a estilo literario se refiere) y el segundo. Destacaremos dos circunstancias. Los 217 días, y el segundo momento: aquel donde la música suena y vas al patio.
Música. Patio. ¿Vale? Que lo de decir patio es para que se entienda, en México se dice al recreo que dicho sea de paso suena más chingón. Música. Recreo. Mejor. Y ahí sale toda la marabunta a cumplir sus respectivas citas con sus respectivos destinos durante sus respectivos cuarenta y cinco minutos. Destinos más o menos diferenciados: las niñas a pasear y platicar, los pequeños granujillas castigados en el salón, los diferentes a hacer cosas diferentes, y los demás niños al fútbol. El fútbol. Ese amado y odiado deporte causante de las más dispares pasiones. Entonces, ahí, entre la aglomeración que se reúne en el recreo en torno a la deidad redonda, el niño redondo, el gordo, Yo. Soportando estoicamente durante 217 días la ceremonia inaugural del partido, el cotidiano rito de la iniciación, la arbitraria auto adjudicación clasista de los admirados capitanes: el sencillo y cruel acto de escoger a los jugadores de cada equipo. Que ahora que lo pienso, mira que somos tontos, perder 10 valiosos minutos para dejar al Gordo al último.
Inicia por fin el partido. La pelota corre. El Gordo corre. Pero ambos no se alcanzan y sólo uno se cansa. Termina el partido. ¿Por qué escogiste a ese güey? No quedaban más. Estoicismo. Heroicidad. Literatura. Encanto. Optimismo. El Gordo reúne en secreto lo que todos recordarán de él al cabo de los años. Ha sabido esperar su momento, sin desesperar. Sabe que llegará un día. Sabe que llegará la gloria.
3 de febrero de 1986. El enésimo partido de aquel ciclo escolar se enfrasca en un empate a dos tantos. Ningún equipo encuentra la fórmula para romper la red contraria. La absurda música está a punto de sonar. Tiro de esquina para los contrarios. El balón cae a los pies del Gordo que sale a balón dominado desde su propia área. Burla a uno. A otro. A otros dos. Avanza cruzando el medio campo. Regateo a otro. Quedan dos niños por delante. Se hace un auto-pase y los deja boquiabiertos. El portero sale con los pies por delante, es demasiado fácil, le pasa la pelota por encima y de un salto evita el contacto. Queda sólo frente a la portería. Silencio en toda la escuela. Cámara lenta. Las niñas dejan caer el bocadillo. Una hoja se desprende del eucalipto. Y entonces sucede. Cuando todos esperan que firme la increíble hazaña, El Gordo coge el balón con las manos, lo besa, lo alza. Una absurda música suena…
Suerte
Buenísimo. Humor,ironía,nostalgia,inocencia… un cóctel de sensaciones que se bebe (y se disfruta) de un sólo trago, cuajado de frases y de escenas memorables: la original explicación de las rupturas cronológicas del primer párrafo, la división de tareas en el recreo (sí, en mi país también se dice recreo), la escena final. En fin, no se puede decir tanto y con tanta sencillez y gracia en tan poco espacio.
Modotti, me he divertido como un enano.
P.D.: de niño no fui gordito, pero si especialmente torpe, así que a mí también me escogían siempre el último cuando jugábamos al futbol. He rejuvenecido unos cuantos años con tu relato
¡Bien por el gordo! años, generaciones, siglos. Las mismas reglas, los mismos niños aprendiendo de sus mayores el maravilloso arte de humillar al distinto, al «inferior». Da lo mismo que estés al otro lado del mundo, las reglas son las mismas y tus recreos universales. Música, cámpanas, timbres, monjas, frailes o seglares; el aprendizaje huele a pupítre, a tiza y a crueldad gratuíta. Te haces más duro o carne de diván. Yo también era gordo y no usaba las zapatillas de marca que imponían los que mandaban. En mis tiempos no había psicólogos y las heridas te las lamías tu solito.
Gracias por recordarme aquellos maravillosos años, hoy no me importa ser viejo y jamás haber usado corbata.
Vaya usted al igual que la señora de abajo no hablan en primera persona.»Le daban»( otros) balonazos.Pero si se ponen de acuerdo para llamarlos gordos.»La Gorda», «gordito, gordete( esto es más cariñoso).Puede que los que pasaban de peso hoy tengan cuerpazo y los que le daban balonazos tengan barriga cervecera, menos pelos que una bombilla y ellas culo de pandero.
Sí señor y señora que puede llevar a un niño a sentarse en el psicólogo ser diana de balones.
jejej lo pongo aquí y me ahorro una papel que está la cosa mu mala.Pero va por los dos!!!
Un relato precioso. Y un recreo muy largo, el mío solía ser de 30 minutos y también jugábamos al fútbol. Aunque en lugar de música teníamos una sirena carcelaria para recordarnos que tocaba volver a clase.
Me gusta mucho como está escrito, es muy humano y muy entrañable, buen trabajo
Un recuerdo universal, al menos, desde que la educación empezó a ser mixta. Las niñas jugaban a balón prisionero. Todas le tiraban a la gorda. No sé si, a pesar de psicólogos y moderneces, no seguirá siendo igual. Bien contado (personalmente, me sobra la cuenta de los días, me distrae), entrañable.
Suerte en el concurso, Modotti.
Es verdad que siempre que se elegían a los jugadores para cualquier tipo de actividad, se dejaba al gordito para el final y se inventaban todas las triquiñuelas para evitarlo. ¿Tocaba en tu equipo? Pues de portero, que es gordete y así es más fácil que le den un balonazo. Además, no estorba en el campo. Ahora lo llevarían al psicólogo y a los compañeros les denunciarían por maltrato. Hemos avanzado mucho. Ya somos modernos. Suerte.