263- Todas las respuestas. Por Pedro Blasco Tena
- 7 noviembre, 2012 -
- Finalistas del público, Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, relatos, respuestas
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Incorporada en la cama, sobre una montaña de almohadones, miro a través de la ventana. Fuera, la tarde es gris y ventosa, como las de aquellos otoños cargados de lluvia de mi niñez. El pequeño Rubén se asoma a la puerta de mi habitación, con sus grandes ojos castaños abiertos de par en par.
—Pasa, cariño.
Se hace el remolón, pero al fin cruza el umbral y se acerca. De repente, se para en su sitio y se gira a medias. Escucha el silencio con concentración, tras el portazo lejano que lo ha sobresaltado. Sabe que no debería estar allí.
—¿Le acercas a la abuela esa caja de ahí? ¿Sí?
El niño —mi bisnieto, en realidad— asiente y coge la caja de cartón que descansa sobre el arcón de madera. Avanza con cuidado, más por el volumen que por el peso de la caja, y la deja sobre mi regazo. Empieza a abrir la boca, pero huye asustado cuando oye su nombre gritado desde el piso de abajo.
Bajo la vista hacia la caja. Levanto la tapa, rebusco entre papeles y fotografías hasta que encuentro un trozo de tela, con unas iniciales bordadas. Lo acerco a mi cara y aspiro…
Recuerdo bien el día en que me prestaron este pañuelo, porque a menudo el dolor es un buen aliado de la memoria. Fue en esta misma casa, un edificio de dos plantas que era a la vez negocio y hogar de mis abuelos, y que ahora me pertenece. Mi hermano Pablo y yo solíamos comer los sábados con la abuela y la tía Irene, y nos desfogábamos corriendo por la casa todo lo que nuestros padres no nos dejaban en nuestro pequeño apartamento.
Un sábado de verano, mientras Pablo pateaba el balón contra una pared del patio, yo me entretenía explorando la planta alta de la casa: un museo de trastos antiguos, lleno de polvo y telarañas. Alarmada por un crujido de las vigas de madera, suspendí la expedición y bajé volando las escaleras.
Me detuve en seco antes de entrar en la cocina.
Había sentido un olor vagamente reconocible, metálico y seco, acompañado de un escozor intenso y tan repentino que pensé que había recibido un golpe. El olor me traía imágenes difusas —una de mi madre llorando, abrazada a mi abuela muy seria y vestida de negro; otra de un cruce en la calle, lleno de gente, con el destello de unas luces anaranjadas al fondo—, todas ellas familiares aunque no fuera capaz de ubicarlas en mi corta memoria.
Al entrar en la cocina, vi como mi abuela se desplomaba a cámara lenta delante de la pila: las piernas flojas bajo su cuerpo, la cazuela escurriéndose de las manos hacia el suelo, la mano derecha apoyada sobre el pecho.
El sonido de la cazuela al romperse contra el suelo me espabiló. Salí corriendo hacia el comedor, casi chocando con mi tía en la puerta de la cocina.
—¡Ya habéis hecho una de las vuestras, tú y tu herm…!
Me apartó a un lado con un movimiento brusco y se acercó a mi abuela murmurando: «¡Ay, no, no, no!». La seguía un hombre con todo el aspecto de los vendedores que solían visitar la tienda de mis abuelos. Me miró con extrañeza al pasar por mi lado, observando con desagrado —o eso pensé entonces— la hemorragia nasal que yo intentaba contener con la palma de la mano.
Mi abuela murió en su cama unos minutos después.
Al lado de la cama estaban mi tía, un vecino practicante y el comercial, que en ese momento se incorporaba tras haber musitado algo al oído de mi abuela. Le acarició la mejilla con delicadeza y se dirigió a la puerta, donde estábamos mi hermano y yo, con movimientos sigilosos.
Retirándome de la puerta, saqué el pañuelo de mi tía Irene del bolsillo justo a tiempo de taponar un nuevo sangrado. Cuando me volví, el hombre silencioso había desaparecido.
Desde ese día, y con más frecuencia a medida que iba creciendo, volví a sentir el olor metálico y seco en más ocasiones, aunque pocas veces con tanta intensidad. Casi siempre conseguí relacionarlo con un fallecimiento reciente. Sin embargo, aprendí bien pronto que era mejor guardar mis sospechas para mí misma. Y para mi madre sólo fui, en adelante, una niña propensa a recibir balonazos.
Dejo de aspirar el recuerdo y aparto a un lado el pañuelo bordado, que todavía conserva algunos restos de sangre.
Vuelvo a registrar la caja hasta que encuentro un saquito de papel amarillo con los bordes blancos: la siguiente parada de este viaje. Le doy la vuelta entre los dedos, miro el logotipo en uno de sus lados, y recuerdo…
Aquel día había parado a media mañana, entre dos visitas a clientes, en una vieja cafetería cerca del Parque Central. Mientras esperaba a que me atendieran, jugueteaba distraída con un sobre de azúcar que el cliente anterior había dejado en la mesa de mármol. Un olor familiar me trajo de vuelta, un olor más intenso incluso que el de aquella vez en casa de mis abuelos cuando era niña.
Por un momento me preocupé pensando que, esta vez, el motivo del olor podría ser yo, y comencé a sentir sudores fríos y un nudo cerrándose en la boca del estómago. Todavía era joven, pensaba, y creía estar perfectamente sana, pero eso no era ninguna garantía; además, hay miles de maneras de morir.
Me cambié de mesa, huyendo de la sensación, y entonces lo vi: un hombre de unos treinta y tantos, alto, delgado, con el pelo corto espolvoreado de gris, muy atractivo a pesar del traje oscuro algo anticuado. Se sentó en un rincón a dos mesas de distancia.
Me fijé en un pin que llevaba en la solapa: una máscara dorada. Cuando levanté la vista hacia su cara, me estaba mirando con una expresión de sorpresa y reconocimiento a la vez. El olor provenía de él, sin duda; la sensación de picazón era tan fuerte que me llevé la mano a la nariz, segura de que empezaría a sangrar.
Aparté los ojos y disminuyeron de golpe el olor y el escozor. A unos centímetros a mi derecha, sentí una voz:
—¿Me permites un momento?
No salté en la silla de milagro, creo que porque la tensión me había agarrotado por completo. Balbuceé que sí, apartando el bolso de la silla más cercana al desconocido, sin atreverme a mirarlo directamente.
—Mejor no —me detuvo—. Yo soy Ángel… Lo siento si te he hecho daño; si hubiera sabido que encontraría a alguien tan sensible, no hubiera entrado. Ahora tenemos que salir; estamos llamando la atención.
En efecto, los murmullos en el establecimiento habían disminuido y la gente a nuestro alrededor había empezado a moverse inquieta, mirando de vez en cuando en nuestra dirección. Hice un gesto negativo al camarero, que venía con mi café, y me dejé conducir a la salida.
Cruzamos la calle y caminamos por el parque en silencio, evitando los pequeños grupos de gente. Nos sentamos en un kiosco con mesas al aire libre, y tuvimos una conversación surrealista en la que lo bombardeé a preguntas. Confirmé algunas suposiciones, y descubrí lo equivocada que estaba en otras. Sin embargo, la mayoría de cuestiones quedaron sin respuesta: «No es el momento de contestar a esta pregunta, no estás preparada; lo siento».
Seguimos hablando y no pude evitar reírme cuando me dijo que hoy era su día libre, y que en esas ocasiones se sentaba en un rincón tranquilo a observar la vida pasar. Me explicó que todo era cuestión de organizar las guardias… No supe si creerle.
En un momento dado le pregunté quién decidía cuándo tenían que actuar, y contestó:
—Las cosas no funcionan así. Nosotros no actuamos, no provocamos nada. Los hombres, las enfermedades, el tiempo, la naturaleza lo hacen. Nosotros sólo estamos ahí… para acompañar.
No explicó nada más, ni yo se lo pedí. Adentrarse por esos caminos llevaba a aquellas respuestas para las que se suponía que no estaba preparada.
A partir de ese día, me encontré con Ángel con cierta frecuencia, aunque sin planificación alguna. En esas ocasiones, pasábamos un rato entretenido hablando de esto y aquello. Otras veces, como si lo percibiera, Ángel aparecía en los momentos en que andaba más perdida, con su sabiduría en un cuentagotas.
Antes de dejar el sobre de azúcar que guardé aquel día, leo de nuevo la frase impresa en uno de sus lados: «No entendemos el valor de los momentos, hasta que se han convertido en recuerdos». Siempre me pareció cien por cien aplicable a mi vida, en especial cuando dejé de encontrarme con Ángel tras unas décadas de inconstante relación.
Devuelvo el sobre a la caja y tomo del fondo un pequeño objeto metálico, con sombras de herrumbre. Con él en mis manos, revive el recuerdo de un día agridulce…
El día en que nació mi nieta Andrea, mi marido y yo habíamos estado esperando desde primera hora de la mañana fuera del paritorio, con nuestro yerno. Cuando ya estaban todos en la habitación, mi marido volvió al despacho y yo salí en busca de algo de comida.
Casi tropecé con Ángel al salir de la cafetería. Llevaba bata blanca, unos zuecos que chirriaban a cada paso y una carpeta en la mano. Venía de acompañar a un joven accidentado al depósito.
Nos abrazamos un largo instante.
—¿Cuánto tiempo hace que no nos vemos? —pregunté.
—Mucho; más de diez años. Y me alegro de que nos veamos, porque es posible que ésta sea la última vez.
Me explicó que, de alguna forma, se retiraba. Entre otras cosas, había tenido algunos problemas de disciplina por dejarse ver demasiado por gente como yo, con una sensibilidad especial.
—Pero no quiero aburrirte con explicaciones. Además, no tengo mucho tiempo.
Seguimos hablando unos minutos más, una actualización rápida mientras me acompañaba al pabellón de maternidad. Lo invité a acercarse a la habitación, pero rechazó el ofrecimiento.
—Mejor no. Ya tiene una abuela muy sensible; no me gustaría influir más en ella.
Me sorprendió que considerara un castigo aquello que yo siempre había visto como un regalo. No imaginaba mi vida sin el apoyo que había supuesto Ángel, y ello no hubiera sido posible sin esa especie de don.
Me acarició la mejilla y se fue hacia los ascensores, con la ligereza habitual en sus despedidas. Tras un par de pasos, se dio la vuelta y avanzó hacia mí mientras se soltaba la máscara de bronce de la solapa de la bata. Me la tendió en silencio y se alejó de nuevo con paso lento.
Yo me quedé en el pasillo, viéndolo marchar, con un millón de interrogantes por plantear.
Sostengo en la mano el pin de bronce. No tengo tiempo de limpiarlo, así que guardo el pañuelo en la caja y me coloco la máscara en el pecho del camisón.
Miro de nuevo por la ventana y me relajo hasta quedarme dormida.
Me despierta el olor que he añorado tanto los últimos años. Lo siento exactamente igual que aquella vez, hace casi ochenta años, en que temí estar sufriendo un infarto en un viejo café del centro. Pero esta vez no hay picor de nariz, ni sequedad; ninguna sensación desagradable.
Mi pequeña familia está a los pies de la cama, sin duda avisados por la unidad médica a la que estoy conectada, que habrá anticipado un desenlace inminente.
Llega más gente, dos, tres personas. Un joven habla con mi hija, otro ajusta unos controles en la consola del equipo médico.
Al fin ya lo veo, deslizándose entre mis hijos y nietos. Sabía que acudiría a una última cita.
El pequeño Rubén, agarrado a la pierna de mi nieta Andrea, observa la escena en silencio; un reguero de sangre se le desliza desde la nariz a la barbilla.
Ángel se acerca a mí, con una sonrisa serena.
Digo:
—Amigo… No has cambiado nada.
Él se inclina hacia mi oído y me susurra todas las respuestas.
Lamento no haber podido leer antes este relato. Pero creo que he llegado a tiempo.
Suerte!
Voto por este relato
Mensaje recibido. Me abrigo un poco y voy para allá.
Te esperamos en la vieja bodega…¡Fiesta!
Gracias por tu voto, Dies Irae.
Saludos.
Voto por este relato.
Gracias por tu voto, Bonsái.
Un abrazo.
Voto por este relato.
Gracias por tu voto, Nela.
Feliz 2013.
Voto por este relato.
Gracias por vuestros votos.
Un abrazo y Feliz Año Nuevo.
Voto por este relato
Voto por este relato.
Mucha suerte
Voto por este relato
Lovecraft:
Lo mismo digo. Me ha gustado mucho tu relato.
Un abrazo.
Suerte
Ms Rioja:
Creo que se me ha perdido un comentario anterior… Muchas gracias por tus comentarios y tu voto.
Voy bastante retrasado con mis lecturas, pero me pasaré por tu relato y te dejaré mis impresiones.
Suerte y un abrazo.
Hola, Lovecraft.
Sería más práctico, pero dudo que prestáramos la atención debida. Ni al nacer, ni en la adolescencia, juventud o vida adulta; sólo quizá en la niñez (con esa curiosidad insaciable) o avanzada la madurez.
En cualquier caso, Ángel dio todas las respuestas inesperadamente y por iniciativa propia, al final de la escritura del relato. Es una de estas cosas que a veces pasan, que nuestros personajes toman sus decisiones y completan la historia. Y de paso, te regalan un título.
Me alegra que hayas visto un toque de realismo mágico; es un género que me gusta mucho y lo tuve en mente al escribir mi historia.
Por tus últimos comentarios, me parece que estás completando una ronda de lectura… Yo tengo mucho por leer todavía (estoy empezando). Te dejaré un recado cuando llegue a tu relato.
Suerte.
Un relato escrito con mucha sensibilidad y muy fácil de leer. Ojala que la muerte en la realidad sea tan amable como Angel. Me gusta que Ruben haya cogido el poder de su bisabuela. Te dejo mi voto.
Sería mucho más práctico contar con alguien que nos susurrara todas las respuestas en el momento de nacer y no en el de partir. Buena y original historia con su puntito de realismo mágico. Lo que más me ha gustado, esa forma de encadenar los pensamientos de la protagonista a través de los objetos extraídas de su caja de los recuerdos.
Suerte, que ya va quedando menos
Tomás:
Gracias por tus estrellas; se las daré en cuanto lo vea. Al fin y al cabo, cuando menos nos lo esperamos, se nos cruza alguien (conocido o desconocido) con un poco de éste Ángel.
Un abrazo fuerte.
He vuelto a leerlo Pedro, porque estos días lo he recordado,algunas frases las he repetido, justo esa que dice Rulfo: “No entendemos el valor de los momentos hasta que se han convertido en recuerdos”.
Para muchas cosas que siento, no tengo respuestas. Ojalá pudiera ver a Ángel.
Te dejo unas estrellas, por si lo ves, que se las regales.
Un abrazo
Tomás:
Gracias por leer mi relato, y por los buenos deseos.
Me alegro de que te haya gustado.
Un abrazo.
Me ha gustado.Suerte en el certamen.
Gracias por leer mi relato, y por tus comentarios.
Respecto a la primera fase, creo que se puede hacer extensiva a cualquier emoción intensa y no sólo al dolor. Pero, al menos en mi caso, el dolor siempre ha tenido la capacidad de fijar el recuerdo hasta el minuto y segundo. Cosa curiosa.
Respecto a la segunda, aunque admiro al gran Borges, tengo que confesar que realmente me la encontré en un sobrecillo de azúcar. Mi manía de guardarlo todo en los bolsillos hizo el resto…
He visto que también participas. Me pasaré por tu relato a hacerte una visita.
Un abrazo y suerte a ti también.
Muchas gracias, y suerte.
Me alegro de que te haya gustado el tema, y de que hayas «sufrido/disfrutado» el efecto del final.
Yo también tuve dudas sobre si el episodio central me estaba quedando demasiado largo, y podía romper el ritmo. De hecho, me las vi y me las deseé para que no se me fuera del límite de extensión (lo bueno es que quedan ideas en el tintero para futuras variaciones). Pero al final preferí dejarlo como ha quedado, poniendo algunos hilos extra con los que atar el lazo del final.
Agradezco tus comentarios.
He encontrado tu relato; cuando tenga un momento te hago una visita y te dejo mis impresiones.
Un abrazo y suerte.
Muchas gracias por leerme, y por tus comentarios.
Es algo sobre lo que me apetecía escribir desde hacía tiempo, pero desde un punto de vista más suave, incluso dulce. De ahí los tres actos con el hilo conductor de la caja de recuerdos, aún a riesgo de hacer la historia demasiado larga.
Veo que tú también participas, ya he encontrado tu relato; cuando tenga un momento lo intercalo al orden de mi lectura (hay tantos participantes) y te devuelvo la visita.
Un abrazo y suerte.
Me ha parecido oportuno entrar porque con tantas lecturas…, pues siempre aparece algo interesante. Y he encontrado varias cosas, aparte de Ángel, claro. Destacaría de tu relato dos frases: “El dolor es un buen aliado de la memoria” y “No entendemos el valor de los momentos hasta que se han convertido en recuerdos”.
La primera es real aunque, a mi juicio, bastante desgraciada. ¡Que tengamos que acordarnos de lo que más nos jode! Pero tal vez sea buena para la vejez, cuando los recuerdos se empiezan a diluir y hay que seguir palante. Al fin y al cabo se trata de activar las neuronas con más o menos acierto.
La segunda me ha hecho recordar a Borges cuando decía que, “no nos damos cuenta del valor de los seres perdidos hasta que los perdemos”.
Interesante baúl de recuerdos, Pedro.
Suerte
Pedro Blasco Tena:
Me paso, otra vez, por tu casa para dejarte mi voto y diez estrellas.
Un abrazo.
Me encanta el tema y, aunque me he perdido un poco a medio relato, al final se me han puesto los pelos de punta.
Me ha gustado mucho tu relato. Esa relación con el personaje de la «guadaña», que aquí aparece como Angel. Ya el nombre le desmitifica hacia lo bueno y cercano. Yo también he escuchado a personas que en ese momento final, dijeron que sus familiares estaban allí… Y los niños, que al parecer y por su inocencia, son los únicos capaces de ver y oir a los seres de esa otra realidad. Bien narrado y con el ritmo necesario para hacerlo interesante hasta el final. Suerte y enhorabuena.
Gracias a ti por el relato, Pedro. Pasa cuando quieras por mi cuento, sin prisa, pues creo que tu Ángel se debió adelantar al ver resbalar la sangre desde la nariz de una mujer.
Suerte para tu fábula.
Muchas gracias por leer mi relato. Me alegro de que te haya gustado.
Es curioso ver cómo cada nuevo lector puede aportar matices, lecturas y conexiones con su propia vida que enriquecen la historia original.
A raíz de tu comentario, recuerdo ahora otra escena que sucedió cuando yo era niño, pero que no conocí hasta mucho tiempo después.
Mi abuelo, gravemente enfermo, supo con claridad cuándo había llegado el momento de despedirse, y llamó a sus hijos. Tuvo tiempo suficiente para dar unos últimos consejos a cada uno de ellos —una especie de testamento vital, qué mejor regalo—, y luego se fue. Mi padre todavía recuerda ese momento con gratitud a pesar de la pérdida.
Por cierto, cuando tenga un momento me dejaré caer por tu relato.
Mucha suerte y gracias de nuevo.
Dies Irae:
Muchas gracias por sus comentarios.
Precisamente eso pretendía: hacer verosímil una fábula. La realidad del día a día ya se empeña en ponernos los pies en el suelo, tozuda como ella sola. Me alegro si lo he logrado.
Y puede usted tutearme. Al fin y al cabo, detrás de estos dos apellidos se esconde solamente Pedro, en pijama y zapatillas, que disfruta leyendo, escribiendo y compartiendo experiencias.
Cuando tenga un momento me dejaré caer por su relato. Quiero ir saboreándolos todos, poco a poco, y eso me llevará tiempo.
Gracias de nuevo, y suerte.
Hóskar-wild is back:
Estoy de acuerdo contigo respecto al poder de evocación de los olores, sobre todo los de la infancia; supongo que al ser todo nuevo, vivencias y olores quedan fundidos como nunca lo harán en el resto de nuestras vidas.
Y, por cierto, estoy contigo: tampoco es que a mí me haga especial ilusión encontrarme con alguien como Ángel, aunque cambie capa y guadaña por traje y corbata.
Gracias por leer mi relato y por tu comentario.
Bonsái:
Muchas gracias por el comentario.
Me apetecía escribir de recuerdos, de objetos que son pequeñas máquinas del tiempo. Tengo un cajón lleno de ellos en un viejo escritorio, en casa de mis padres, y los visito a menudo.
La muerte se coló en el relato un poco más tarde, cuando visitó a mi tío y se lo llevó por sorpresa. Al día siguiente me dijeron que, durante la noche, habían escuchado voces en su habitación.
Por cierto, me he pasado por tu relato y te he dejado un comentario.
Suerte, y gracias de nuevo.
Me ha gustado tu relato. Me ha parecido que tiene la sincera hondura de lo cotidiano y me ha llevado a viejas sensaciones que todos tenemos ante la muerte.
He visto a ésos niños y me he reconocido en ellos mirando a una anciana vecina postrada en su cama y con ése olor aseptico que la rodeaba, tan blanca que apenas podía distinguirla de sus blancas sábanas.
La siguiente fue mi abuela; ella no estaba tan apacible y decía a su marido y a su hermana que no quería marcharse con ellos, que la dejaran aquí un poquito más. A mi no me sangró la nariz, pero le faltó poco.
Espero no encontrarme a tu protagonista en mucho tiempo, con su careta de bronce prendida en el camisón. No tengo ninguna prisa en conocer todas las respuestas.
Gracias por avisarme con tan buena prosa; pienso salir corriendo…en mis venas corre sangre de mi abuela.
Perdón, Pedro Blasco Tena. Déme un momentín para ponerme seria y pedirle a lamari, mujé, ¿cómo le digo yo ahora a este señor con nombre y dos apellidos lo que me ha gustado su cuento?
Bueno, pues eso, Don Pedro. Que me ha parecido un relato muy bello y muy bien escrito, con otra visión distinta de la de la guadaña. Que me ha convencido de que otra muerte es posible, como otro mundo es posible. Que aplaudo su manera limpia de escribir, su facilidad para hacer creíble una hermosa fantasía. Enhorabuena.
Yo sí quiero tener un amigo Ángel para no tener miedo a la muerte.
Gracias por el deleite y suerte en el concurso.
Hola wilde!! «grasias corasón» pero lo único que es impagable relacionado «conmigomizma» es la paga de navidad.jejejejej
creo que a usté le va a emocionar que le haga el pino modalidad » vitruvio» sobre una tabique de ladrillos de cara vista. le mola? jajajaj voyyy
Yo enciendo el ordenador, busco la web y me presento..»Buenos días canal literatura, soy lamari no soy plumilla puedo pasar? y la puerta se abre como si fuera esa de…Narciso Ibañez Serrador.jejej
No Señor, yo sólo escribo cartas.
Buenas ya me he pasado por su chuiringuito y le he dejado mi pensamiento.
lamari:
Me ha gustado mucho la historia de José y sobre todo la forma de introducirla, de verdad.
Yo me presento con Terapia Musical. Tú te presentas con algún relato es que hay tantos…
Un abrazo.
Como usted comprenderá con esos datos no puedo hacer un diagnóstico claro porque la esquizofrenía en bastante compleja como usted ya sabe.No se trata sólo de oir o ver.Lo de Mercedes no deja de ser una alucinación, pero quién sabe si hay personas con un sexto sentido y ven y escuchan » cosas».Los psiquiatras andan locos por meter entre rejas a esas voces que susurran al oido de algunos humanos.jejej
Muy bueno lo del Mercedes!!no había caído!
Gracias a usté
Si le parece buena historia la de Mercedes, voy a contarle la de José.Siéntese en esa silla y cubra sus piernas con la falda que viste mi mesa de camilla, hace frío y la lluvía cae, haciendo temblar las tejas.Se acaba de ir la luz por eso tengo esta vela sostenida por el cuello de una botella.Creo que dará luz a mis labios mientras cuento esta historia que ya será cenizas…
José me convenció de que hay personas que antes de irse de esta vida necesitan que le tome la mano, sentirse acompañados.Su estado era terminal, su familia no soportaba verlo con esa agonía y José se moría sólo.Eran las cinco de la tarde y su frecuencia fué cayendo en picado.Una progresión de números…85_70_50_35_20…Corrí las cortinas me acerqué y le tomé la mano.Aún conservaba un poco de calor, su corazón tomó un nuevo impulso.20_35_50_70_85_95_110.Me acerqué a su oído y le dije…»José, vete tranquilo» y apreté su mano con firmeza.110_95_85_70_50_35_20…0.
Después apagué el dichoso monitor,con sus locas alarmas y subí el embozo de la manta porque el frió lo envolvió, como esa niebla que a veces cubre la cima de una montaña…
jejejejme salgo del contexto de ese relato de Pedro.Espero no se asuste..uyyy ya ha venido la luz!!! voy a apagar la vela.
Gracias Bonsai, veo que es de esa clase de personas que conserva buena parte de sensibilidad.
Usted ha escrito algo para este certamen de plumillas?.Voy a buscarle
Los olores son mucho más evocadores que las propias imágenes y quedan prendidos en los objetos para traernos recuerdos. Hay que tener valor para abrir este tipo de cajas y enfrentarse a ellos. También hay que tenerlo para echarse amigos como Ángel. No les quiero ver ni en pintura.
Suerte
PD para lamari: lo tuyo es impagable.
lamari:
Buena historia lo de Mercedes.
Pedro Blasco Tena:
La muerte… Le tenemos tanto miedo que siempre aparece en nuestros relatos. Pero en el caso de tu protagonista, es diferente, no le tenía ningún temor. Le gustaba su compañía y hablaba con ella. Y al parecer le pasó sus facultades al nieto.
Tu protagonista muere en paz y se va con todas las respuestas junto a su amigo Ángel.
He pasado un rato agradable leyendo como la cajita de recuerdos y los olores traían a su mente cada detalle. Y es verdad, los olores son fundamentales para evocar y es lo primero que nos atrae hacia algo o que nos hace rechazarlo.
Buen relato.
Un abrazo.
Hola, lamari.
Por ahí andan los tiros, al menos desde la perspectiva de la protagonista. Para un observador externo, sin embargo, bien pudiera reducirse todo a un conjunto de episodios de esquizofrenia… Como dicen los físicos, todo depende del sistema de referencia.
Por cierto, ¡por un momento pensé que «Mercedes» sería un coche! Al fin y al cabo, Rosebud era un trineo.
Gracias por leer mi relato y por tus comentarios.
Tengo el coeficiente intelectual del Pato Donall pero mientras haya lectores con acreditación en comprensión lectora, dominio del idioma y expertos en semántica que afirman sin pudor alguno que leen a Nietzsche y ademñas lo entienden, no voy a dejar de leer este tipo de relatos.Voy a contarle una historia, sólo a usted para que vea si he comprendido su cuento.
En una ocasión un señor moribundo sobre una cama tenía los ojos vueltos mirando hacía la pared y decía algo entre dientes.Acerqué mi oido y escuché perfectamente…Mercedes, Mercedes…Yo le pregunté quién es Mercedes y me dijo que era su esposa y que estaba allí, en la pared porque venía a recogerlo.Me dije, está delirando pobre mío porque su mujer estaba fuera de la sala.
Fuí a buscarla para que no se sintiera tan angustiado y al llegar a su lecho había fallecido.
Le comenté a » Mercedes» que le había estado llamando, hablando y la señora me dijo que no se llamaba Mercedes, que Mercedes era su difunta esposa y ella la segunda.
Puede que esto se comprenda menos que lo que escribió ese tal Nietzsche.Puede que estemos rodeados de esos seres invisibles que nos hacen reir o ponernos los pelos de punta.
Bueno Pedro la cosa está bastante complicada porque aquí hay escolapios de escuelas privadas para ser plumilla, a ver qué pasa.
Saluditos