43- La puerta de emergencia. Por Vagón de cola
- 6 octubre, 2012 -
- Finalistas del público, Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, fracaso, relatos
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Un espléndido sol decora la tarde, sin embargo, su brillo exultante no se corresponde con la tibia calidez con la que debiera acariciar los rostros errantes. Una manta de frío viento del norte mengua el poder abrasador del astro rey.
Estoy sentada frente al antiguo edificio de la biblioteca municipal, un vetusto inmueble de ocho pisos de los años setenta con amplios ventanales. Me hechizan sus ventanas, sobre todo las que se ubican en el último piso que han despertado una fascinación especial en mí. Sus reflejos verdes metálicos me han atrapado y no puedo apartar la mirada.
El contacto de mi cuerpo, cubierto tan sólo por una fina gabardina, con la superficie helada del banco despierta el vello alojado tras mi nuca que se eriza como la cola de un urogallo altanero. Me atuso el cuello de la prenda abrigando mi desamparo. Estoy desnuda bajo mi viejo gabán beige. Sí, desnuda.
Entre mis manos retoza un sobrecito de azúcar que encontré en el fondo de uno de los bolsillos de la prenda que envuelve mis temores y mis deseos. Lo hago rotar entre mis dedos, nerviosa, una y otra vez y, con frecuencia, por enésima vez leo y releo la breve mención que está escrita en su reverso: “La vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla”.
El café al que endulzaba esta mentira lo degusté hace mucho tiempo. Cuando leí esta cita ratifiqué mi gran dilema, puesto que yo siempre quise comprender la vida, entender qué hacía yo aquí, averiguar porqué detestaba el hecho de haberme obligado a nacer, indagar la razón por la cual desde que me engendraron mi único objetivo, como el del resto de los mortales, es dejar fluir el tiempo hasta que lleguemos a la parada donde la muerte nos está aguardando. No deseaba vivir sin comprender, tampoco quería comprender para vivir, quería comprende mi sin vivir.
Nací con mala hostia. Me crié huraña y solitaria. Actualmente con veintiocho años y a punto de finiquitar mis estudios de medicina, discerní que tenía que clausurar mi historia.
Siempre había cerrado las puertas que atravesaba, temía que al dejarlas abiertas una cadena de recuerdos, experiencias y comportamientos cosidos con los hilos de la existencia me zurcieran las ganas de comprender. Me sobraban los lastres, perpetuamente anduve ligera de contenidos e hice lo que me dijeron que tenía que hacer. Había mostrado al enjambre que pululaba en torno a mi persona que si quería podía simular que vivía. Estudiaba, hacía deporte y leía, fingía que me interesaba por los derroteros que acontecían en el mundo y sus pobladores, cumplía los cánones impuestos por la sociedad y la familia. Se me pegaron al pellejo, como un engrudo, las normas a respetar.
Mis relaciones sociales eran tan precarias y escuetas como indeseables por mi parte.
Todos los que decían quererme se acomodaron a mi carácter singular y a mi rígida forma de ser.
Ayer por la tarde me examiné del último examen de la carrera, con unos rendimientos universitarios soberbios, como es habitual. Los óptimos resultados académicos que esperaba obtener eran un legado para mis padres: alumna cum laude en Ginecología y Obstreticia. Paradójicamente frente a mi desidia ante la vida estudié la carrera de las bienvenidas a los nuevos seres, de la apertura de futuros. Un capricho de mi mente retorcida y desahuciada.
Y aquí sigo, con el trasero helado y manoseando el sobrecito de azúcar. Mirando la fachada de la biblioteca.
Me decido por la ventana central del último piso, es las más amplia, de doble hoja cuarteada por media docena de vidrios cada una. Parece una cómoda y fiable puerta de emergencia.
Ahora me asaetean dudas, pero dudas superfluas y descabelladas. ¿Por qué no me he puesto ropa interior? Quizá este gesto excéntrico sea una extravagancia. Pero necesito esa desnudez que me reconduce al origen, al principio de todo, al día de mi nacimiento.
Reparto las fuerzas por mis extremidades, y estrujando el cinturón del gabán lo ciño hasta lo impensable en mi menuda cintura, incorporándome y dirigiéndome a la puerta de entrada de la biblioteca.
No tomo el ascensor, subo andando hasta el último piso. Quiero dilatar el momento, saborear los preliminares de la ceremonia para recobrar mi voluntad. Llegada a la última planta observo tres puertas abiertas que conducen a tres salas de lectura, penetro por la central y precisamente enfrente descubro el ventanal que pretendo.
No hay nadie. Es muy temprano. Estaba premeditado, había comprobado en numerosas ocasiones que a primera hora de la mañana se indigestan los autores clásicos, los cuales forraban las paredes de aquella estancia aposentados en docenas de anaqueles deformados por el peso.
Atravesé el espacio que distaba hasta la ventana y miré a través de ella. Un exiguo conjunto de personas caminaba por la acera, sin rumbo, con prisas, consumiendo el tiempo para llegar al final.
Desanudé el cinto de mi gabardina y ésta se deslizó hasta mis pies, acariciando mi despecho y el ansia de llegar a la meta, mi meta.
Abrí la ventana. El pasador estaba herrumbroso y se encasquilló. Forcé el travesaño y con un sonido desafinado y un aroma ferroso logré desaprisionarlo de la atrofia que lo paralizaba. Descubrí ante mis ojos el paisaje de la excarcelación, el camino para la huida. Exploré escrutadora mi puerta de emergencia vital.
Me encaramé al alfeizar y temblando de emoción me lancé al vacío.
El regalo de la vida que nunca quise aceptar lo restituía. Desnuda como vine, partía. ¿Egoísmo? ¿Cobardía? No. No simpatizaba con la obligación de vivir sin querer vivir. Nunca padecí ningún tipo de trastorno psíquico. ¿Acaso no es una forma honorable de evadirme de esta situación dolorosa y lacerante? Es un procedimiento limpio de alejarme de una vida que ni sé, ni quiero saber manejar. No buscaba dejar de sufrir puesto que no sufría y provoqué mi propia muerte para llegar antes. Como salida de emergencia.
Me fui porque quería irme. Sin más. Sin existencias depresivas ni tendencias suicidas.
No lo hice antes porque cuándo era niña pensaba que después de estar muerta iba a despertar y seguir viviendo, que era como echarse una siesta. Esperé. Aguardé hasta que arribé a una encrucijada de caminos e ignoraba cual tomar.
Un golpe sordo me fracturó el pensamiento. Mi cuerpo desmadejado se quedó cubriendo el empedrado del pavimento. Las personas se arremolinaron a mi alrededor. Escuchaba retazos de conversaciones, pasos, prisas, primeros auxilios, nervios, llamadas…… , atormentada intenté decirles que no se ocupasen ni se preocupasen por mí. Que cesaran en sus intentos por hacerme sobrevivir. Mas no podía hablar.
Esgrimí una sonrisa de triunfo. Presentía que sucumbía.
Dejé de escuchar. Me olvidé de mirar. Completé mi último suspiro, transparente cual una despedida sedosa, regocijándome en la propia maestría por acabar. Dejé mi sentir adormilado en una penumbra exquisita que me envolvía y me sedaba.
Como una luciérnaga hembra me iluminaba para atraer la muerte para que copulara con mi espíritu y me arrastrase a su lecho.
Se acabó esta calamidad tóxica que jamás codicié.
Encaminada.
Una fosforescencia cegadora me llegó desde un letargo apático. Estaba muerta. Por fin.
Escuché voces y entre abrí los párpados levemente. Una lámpara blanquecina me sacudió el ánimo. Una lágrima seca, de derrota, me abrasó el aliento que todavía me quedaba.
Fracasé.
Ahora deberé aceptar la sentencia y continuar la senda penosa de la vida y elegir alguno de los caminos.
La puerta de emergencia no tenía salida. Tampoco tenía entrada era tan sólo una abertura cerrada, un paso ciego, una ratonera como la vida misma.
El desconcierto es un revulsivo para rebelar al pensamiento latente, dormido, inconsciente y consumido.
Me ha encantado tu relato, solamente el final me desconcierta un poquito, pero toda la narración me impresiona y engancha.
Voto por este relato.
Mucha suerte, quiero más.
voto por este relato
Gracias a los colegas literarios que me habéis votado. De corazón gracias. Nunca quedé finalista en un certamen literario, soy novata en estas lides y es muy difícil entre tanta buena literatura decidirse. Es una gozada encontrar rincones como este en los que tanto una puede disfrutar leyendo y sorprendiéndose de la excelente literatura que anida por el mundo. Los que se quedan con los grandes nombres exclusivamente no saben lo que se pierden. Un abrazo y suerte para todos, finalistas y no finalistas.
Voto por este relato.
Voto por este relato.
Voto por este relato
Voto por este relato
Voto por este relato.
Estoy leyendo los relatos finalistas del público en el orden que aparecen. Vagón de cola, acabo de leer el tuyo y me ha gustado mucho. Tengo que leer todos, leídos antes o no, antes de votar. Te deseo mucha suerte en el certamen.
Mucha suerte
Voto por este relato
Me ha gustado. No intento comprender a la protagonista porque no tengo espiritu suicida y sólo he escuchado sus razones.Me quedan en la memoria dos palabras: atrapada y ratonera. Una sensación de vacio que hiela.
Suerte y estrellas Vagón de Cola:)
He dejado este comentario hasta el final de mis lecturas por simple desconcierto. El tema del suicidio siempre me ha interesado. Los casos que conozco de cerca me han dejado un regusto amargo de impotencia cuando, como en este caso, no parecían estar justificados. He procurado intentar entender porque una persona decide terminar con todo: la mayoría de las veces, enfermedades terminales y dolorosas aparte, me dejan cabreado con la persona que elige inflingir un dolor tan atroz en las personas que le quieren. Siempre he pensado, en mi fuero interno, que son unos putos egoístas y unos cobardes.
Hay veces que le imtentas echar la culpa a una enagenación mental, pero en tu relato, todo es muy creíble; incluso el proceso mental que lleva a la protagonista a tirarse por la ventana y que nos deja muy claro que no estaba loca cuando cogió impulso.
Está claro que escribes muy bien y, por fin, he entendido porque no me había gustado tu historia: no conseguía empatizar con tu protagonista y me daba igual que se salvara o que no.
Hoy he vuelto a leete y te digo que, quizás, me hubiera gustado que el final le diera a esa jodida egoista una paraplégia que la hubiera dejado atada a la cama,deseando que alguien acabara con ella, durante largos años.
Pero la historia y el final es tuyo y yo sólo quiero que veas que me ha impresionado, que reconozco que escribes muy bien; y éste es un certamen de literatúra. Suerte pues.
Una maravilla de relato
Mi agradecimiento Angel con tacones de aguja, tu delicada sensibilidad ha sabido comprender los recovecos de este relato.
Un abrazo.
Gracias Lotte Goodwin por leerlo y mostrarme tus reflexiones.
Un saludo.
Me ha encantado, un poco duro pero tierno a la vez.
Solo comentar que lo veo en algunos momentos un poco recargado (aunque quizás yo no sea la persona idónea para decirlo).
Mucha suerte.
Gracias Jazzmina por tu opinión, siempre valiosa e interesante. Una historia triste pero como bien apuntas, sólo eso una historia.
Un abrazo.
Quizá lograra ver un poco de luz entre ese momento donde dice que estaba muerta y la de algo después cuando dice que fracasó. Aunque por las siguientes frases se deduce que no.
Es verdad que es una historia triste, pero es que esto tiene bastante de eso, de triste, aunque estemos obligados a superarlo—quizá con ironía y tratando de hacer una fiesta de cada momento— y seguir para adelante. Una historia de “supervivencia”, para acabar, de nuevo, “en una ratonera como la vida misma”
En fin Vagón de Cola, mejor que sea sólo eso, una historia
Suerte en el certamen
Gracias Dies Irae por tus opiniones.
En primer lugar una puntualización muy importante, las circunstancias familiares a las que me refiero en un post, EN ABSOLUTO, tienen relación con ninguna característica del texto.
Respecto al cúmulo de cuestiones que planteas resumo la respuesta en una: el relato no es una confesión, ni una justificación es sencillamente el lamento de una persona inconformista y rebelde con la propia naturaleza de la vida.
Un saludo.
Estimada Vagón de cola:
En tu última respuesta leo «por circunstancias familiares». Si se corresponden al relato, quiero que entiendas que yo lo comentaré estrictamente como si fuera una ficción literaria. En absoluto quiero molestarte por un tema personal que puede ser muy doloroso, lo sé.
La confesión de un suicida siempre me ha parecido un tema imposible de resolver, y más después de un intento fallido. ¿Qué sentido tiene escribirla? ¿A quién y para qué se lo cuenta? ¿Necesita un suicida justificarse? ¿A qué fin ese lujo de detalles, esa precisión en el relato? He conocido notas de suicidio, sólo para liberar de culpa a los familiares, pero no hay nada de eso en la suya. Quizá tu ex-suicida es una arrepentida y esta sea su terapia, si no… no le veo sentido.
En cualquier caso, salvando mis prejuicios, te felicito por el relato, por la eficacia en su desarrollo especialmente, ya que consigues mantener al lector hasta el salto al vacío. Para mí, el resto del final sobra, ya que si estamos leyendo esta confesión, obviamente tu suicida ha sobrevivido. Pero tampoco entiendo su conclusión, puesto que no es cierto que esa puerta nunca tenga la salida buscada.
Te deseo suerte en el concurso.
Gracias Sacha, no puedes imaginar, por circunstancias familiares, el beneficio de tu comentario en mi persona. Sin embargo tengo una cuestión dirigida a ti: ¿realmente opinas que el deseo de morir no puede permanecer albergado en una persona? Yo creo que sí. Pero obviamente lo narrado es sólo literatura.
Un abrazo.
Recuerdo unas declaraciones del último Delibes. A la pregunta impertinente del periodista: ¿Usted teme a la muerte?, respondió: ¿Por qué? La vida está bien, pero para un rato.
Recuerdo el dictámen unánime de un congreso de cardiólogos que a la pregunta: ¿Se puede morir de felicidad, de alegría, de amor? ¿Puedo morir al enterarme que me ha tocado la lotería, que ha ganado el Atlético de Madrid (perdón, soy del Real), que por fin Ella ha dicho: sí?, respondió: No, claro que no. Eso es sólo literatura.
Sí, sólo literatura, afortunadamente. Como tu excelente relato. Enhorabuena
Hola Lovecraft, gracias por tu comentario y por leerme. No pretendía dejarte un sabor amargo en la boca pero si así ha sido, es porque quizá te ha traído esos recuerdos que mencionas.
Lo que sí pretendo es poner de manifiesto que a pesar de trillar por la vida con cierto éxito y bienestar hay algunas personas que no quieren ser un labrador de la vida.
Un saludo.
Hace años me contaron el caso de una persona culta y con buena posición social que tomó la decisión, muchos años antes de su muerte, de que no deseaba vivir más allá de determinada edad. Pues bien, cuando cumplió los años señalados, se suicidó, para asombro de los que conocían aquella promesa. ¿Cual es el motivo por el que la protagonista del relato desea abandonar este mundo? ¿Y porqué esta persona de la que os habló tomó esa decisión? Quizás nosotros nunca lo entendamos, pero está claro que estas cosas pasan.
Un relato tremendo, que deja un amargo sabor de boca. Si era esto lo que pretendías, conmigo lo has conseguido, Vagón de cola.
Lycka till
Hóskar, has hecho que me desternille de risa.
Gracias por el momento carcajada que me has proporcionado. Yo me quedo con el cava en copa alta y frío.
Un saludo.
Muy agradecida por tu comentario y por tu ánimo.
Un saludo lectora.
Gracias Rulfo por tus comentarios. Un saludo.
Ya podía sacar buenas notas la suicida. ¡¡Con 28 años y todavía haciendo la carrera!! Puede que el motivo fuera que se había enterado de las nuevas tarifas de las Universidades públicas o que no podía pasar de curso con más de dos o que se iba a tener que apretar aún más el cinturón de la gabardina. Motivos para el suicidio nos dan todos los días a través de la cajatonta pero yo prefiero digerirlo con whisky, en vaso bajo y sin hielo. Suerte.
Ante todo enhorabuena por el relato.
Parece una gran paradoja que alguien que se supone va a velar por la vida de otros decida quitarse la suya propia.Dicen que es uno de los grandes misterios del hombre.
Elegir el modo…
Cualquiera ajeno a éste tema se preguntaría que teniendo conocimientos en farmacología , acceso a métodos más infalibles, decide precipitarse.Eso no siempre llega a cumplir el objetivo de autolisis y desaparecer de este mundo.Pero es que detrás de cada elección hay un mundo de simbolismos, múltiples interpretaciones que desde luego el autor se ha documentado con bastante tino.
Y hasta ahí dejo el tema y de aquí en adelante de mi comentario sólo le deseo a este relato que reciba la atención que merece.
Sobre la opción si es razonable o no, me callo.Los supervivientes los tratan los psiquiatras.Algo de caos debe purular por sus mentes, digo yo…
Relato estrella.
Confesiones de una suicida que, no se sabe por qué, pero quiere largarse definitivamente. Simplemente no sabe qué hace aquí. A mi, personalmente, me hubiera gustado conocer algo más de su vida, algunos pequeños detalles que, al menos, indicaran qué ha provocado “no entenderse a si misma”. Tiene unas relaciones sociales precarias, escuetas, indeseables…, pero unos resultados universitarios soberbios. Esto, sin más aclaraciones, contribuye al desconcierto.
Una prosa apañadita, pero, a mi juicio, excesivamente rebuscada, demasiado poética a ratos. Algunas frases me han sonado muy adjetivadas (recuerdo haber leído en algún sitio, que, “el adjetivo, cuando no da vida, mata”). Por ejemplo: “Lo hago rotar entre mis dedos, nerviosa, una y otra vez y, con frecuencia, por enésima vez leo y releo la breve mención que está escrita en su reverso”. O, esta otra: “El contacto de mi cuerpo, cubierto tan sólo por una fina gabardina, con la superficie helada del banco despierta el vello alojado tras mi nuca que se eriza como la cola de un urogallo altanero”.
Un consejo de alguien que, probablemente, sepa menos que tú de esto: Utilizar frases más cortas. Pero, de cualquier manera, si a ti te gusta, es absolutamente válido. Yo te lo comento sólo desde el punto de vista del lector.
De cualquier manera, perdona por la intromisión y suerte en el certamen “Vagón de cola”