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49- La agonía del paquidermo. Por Gael

Entró al estudio, pero no encendió la computadora. Permaneció viendo su propio reflejo en la pantalla apagada. Pipe, musitó. Estaba tan seguro de que hubiera sido un varón, que lo dijo con orgullo el día que Stella se hizo la prueba, y, con un gesto y un tono impasibles, le reveló el resultado. Lo iba a nombrar Felipe, en honor a su abuelo paterno. Era complicado no pensar más en ello, y sobre todo porque la discusión de hace unas cuantas horas con Stella palpitaba todavía en sus oídos. Encendió la computadora e intentó trabajar en unos diseños para un cliente. En casi una hora no hizo más que evadir la ilustración marcando simples trazos en el fondo blanco. La portada, rodeada de símbolos astrológicos, debería llevar el título en letras doradas: Erotismo y esoterismo, claves para la felicidad del individuo. Intentó esbozar los símbolos con el Photoshop. Hizo uno, dos intentos, y al tercero, nada qué ver. Claves para la felicidad, sí señor, musitó. Cerró el programa y abrió un documento en Word. Antes de pulsar las teclas, por unos segundos se fijó en los guiños hipnóticos del cursor. Digitó las primeras palabras, que surgieron vacilantes, y en eso se gastó más tiempo del que pudo imaginar. Las releyó. Quitó una palabra de aquí, la puso allá, y viceversa, y después las borró. Volvió a escribir otras. Mientras la realidad me supera, la fantasía llora mi fracaso. Miró con insistencia la frase, que rayaba su mente como una aguja en el viejo vinilo de un tocadiscos. Se levantó malhumorado. Se encaminó a la cocina y preparó un poco de café. Hacía poco más de un año que había dejado de tomar café, y de fumar. Ahora beberlo, y fumar, más que placeres, eran necesidades vitales.

    Stella no se podía concentrar. Cuando Laura entró a su oficina y se acercó y le dijo ¿estás bien?, comenzó a llorar, como si la pregunta fuera el impulso necesario para desatar el nudo en su garganta. Tratar de olvidar lo ocurrido, le parecía indebido, doloroso e indecoroso, y todo por culpa de Armando y sus acusaciones, que desde hacía mucho antes de esta mañana no salían a la luz, aunque ella siempre sospechó que estaban allí todavía, igual que la suciedad oculta debajo de la alfombra. Laura se sentó a su lado y la abrazó.

    —Es que… no sé si podré soportarlo más tiempo —Stella suspiró—. Simplemente no lo creo. Yo solo le dije que cambiara el papel de colgadura.

    Laura le ofreció un pañito.

    —Deberías tomarte el día libre —le dijo. La abrazó más fuerte contra su propio cuerpo.

   Stella se sonó.

    —Tal vez tienes la razón — declaró—. O tal vez no. Ay, ya ni sé qué pensar.

    —Claro que tengo la razón —contestó Laura—. Anda, ve a casa y habla con Armando. Es mejor que lo asuman de una vez por todas y enfrenten juntos el… problema. Recuerda: entre los dos han remediado muchas cosas. Juntos son fuertes como un elefante, así siempre ha sido su relación, ¿no?

 

    Escuchó unas llaves al abrir la puerta. Miró su reloj de pulsera: la diez y cuarto. Se sintió intranquilo. Trató de aplacar aquella sensación bogando lo que quedaba del café puesto en el escritorio. Oyó los pasos cada vez más cercanos al estudio; un andar lento, desconfiado, como quien llega a un lugar desconocido. Alcanzó a imaginarla observando con extrañeza los contornos de la sala, más como si su presencia allí no fuera otra cosa que la labor de un de sus recuerdos. La oyó pasar por el vestíbulo. No decidía si ir a saludarla o quedarse en frente de la computadora, amagando con escribir. Borró lo que hizo salvo la frase con la que optó por comenzar. Observó los pálpitos del cursor. ¿Debería hablar con ella?, susurró. Meditó la pregunta durante un par de minutos. Resolvió, aspirando profundo una bocanada de aire, dirigirse a la alcoba. Se detuvo a la entrada, abrió la puerta suavemente, y la vio, desatándose con delicadeza la trenza del cabello. Hola, le dijo. ¿Cómo estás?

    —Hola —contestó ella sin mirarlo.

    Él quedó allí en pie, sin saber qué más comentar. Quizás le resultaba complejo armar las letras en el orden adecuado para decir: Lo siento. La vio desvestirse y meterse en la ducha, y a continuación notó que aún quedaban en el papel de colgadura algunas señales de lo que pudo ser un final feliz. Los dibujos de los ositos, que él fijó pese a las objeciones de Stella, montados en un carrusel larguísimo, atravesando las cuatro paredes como si fuera una cinta de celuloide. Se acercó, y a través de la portezuela corrediza de cristal salpicada de agua, notó la silueta blanca cubierta de espuma, su Venus de pechos caídos y muslos fofos entre las espumas rabiosas del mar. Se atrevió a decir cosas sin relevancia, para romper el hielo. Aun así, la palabra perdón no salía al encuentro de los dos. Quizás se filtró entre tantas otras palabras y expiró suavecito bajo el correr del agua. Solo escuchaba en respuesta el chorro de la ducha. Cuando él dijo, ¿si lo intentamos de nuevo?; digo, en lugar de actuar como lo hicimos esta mañana, Stella deslizó la portezuela y salió al tiempo que se ponía la bata y se envolvía la toalla en la cabeza.

    — ¿Hicimos? —dijo.

    Pasó de largo hasta detenerse en frente del espejo del tocador. Se quitó la bata y comenzó a vestirse. Yo solo pregunté cuándo cambiarás el papel de colgadura, agregó. Se puso unos shorts de jean desteñido, la blusa esqueleto y unas sandalias. No agregó nada más mientras terminaba de vestirse, ni siquiera porque sentía a su alrededor el silencio expectante que Armando se esforzaba por mantener.

    — ¿Vas a salir? —preguntó él.

    Stella se levantó y, cuando estaba saliendo de la habitación, dijo sin detenerse:

    —Voy a buscar quién haga la mudanza.

    Llegó al solar, y Armando en pos de ella. No se imaginó teniendo una reacción así: un resquemor en el pecho que ahuyentó la tranquilidad que le quedaba.

    —Pero… no puedes irte —dijo.

    Stella se detuvo, dio media vuelta y lo encaró, solo eso. No necesitaba decirle que ya no había vuelta atrás. Que acordó con la señora Doris el precio por el alquiler del apartamento, pagándole por adelantado la mitad del total. Solo faltaba contratar a los de la mudanza. Él permaneció con un enorme gesto de interrogación en su rostro, como si lo que lo afectaba fuera lo más obvio del universo. La mujer volvió a darle la espalda y colgó la toalla en unas cuerdas. Armando deslizó los dedos largos por su frente, cuyas entradas desembocaban en el solideo natural de la coronilla. Tomó un respiro a la vez que cerraba los ojos, y le dijo, a falta de una razón conveniente, lo mismo que le dijera temprano en la mañana:

    —Está bien. Si tú quisiste seguir adelante, superarlo, allá tú, pero yo no soy así de…

    —De qué —dijo Stella—. A ver, dilo. De qué. Dilo, qué más da, lo dijiste esta mañana. Qué son dos, tres veces más diciendo lo mismo, ¿ah? Eso soy para ti, qué novedad. Y una egocéntrica y una harpía y, ¿qué más? ¿Sabes qué, Armando? Ahora más que nunca creo que debes cambiar la colgadura. No sé por qué de todos modos la pusiste.

    Armando soltó una sonrisa.

    —Ja. No habían pasado seis meses desde que decidimos qué hacer con Pipe y tú…

    — ¿Ves? —Stella señaló la pared—. El papel está mohoso, ni siquiera te das cuenta de que está soplado en algunas partes.

    Si bien Stella logró interrumpirlo por dos segundos, él alcanzó a observar de soslayo el papel, le restó importancia, la volvió a mirar, y siguió diciendo:

    —… y tú estabas saliendo con tus amigas, ni tocabas el tema para nada. Decías ¡ay, no Armando, no me lo recuerdes, no me gusta pensar en eso, no…!

    —Los dibujos son feos, Armando, míralos…

    —… yo lo aceptaba, respetando dizque tu manera de llevar el… “duelo”…

    —… los osos no tienen rostro…

    —… yo mejor no decía nada y…

    —… el carrusel ya no tiene colores…

    —… me amargaba solo y…

    — ¡Las cosas no son como tú dices! Cuando te conté que no lo quería tener tú no dijiste sí ni no, simplemente callaste y me dejaste la decisión a mí.

    — ¿Qué yo te dejé decidir? ¿Cómo te iba a dejar hacer una cosa de esas? Si hasta ya había pensado en su sexo, y el nombre que llevaría.

    —Eso fue lo que hiciste, ¿ahora no lo recuerdas? Qué conveniente.

    —Conveniente. Ahora que lo dices… te diré qué es conveniente.

    —No necesito que lo digas.

    —Puedo decirlo.

    —Armando…

    —Te resultó muy fácil tomar la decisión, ¿no?

    — ¡Armando!

    —Siempre me pregunté por qué lo hiciste con tanta facilidad. A lo mejor no era mío, ¿verdad?

    Stella, achinando los ojos, como si forzara a que un rayo saliera de ellos y lo fulminara en el acto, con la voz desmoralizada, aunque estoica, contestó: ¿Sabes qué? Muérete. Al oír un lo siento, no fue lo que quise decir demasiado tardío, se alejó a largos pasos hacia el portón que la conduciría a la calle. Sin moverse de donde estaba plantado, con la boca entreabierta, las palabras todavía ardiendo en su paladar, Armando la vio alejarse por el zaguán. Al perderla de vista, oyó el portazo que le dio al portón. Y a pesar del silencio en el que la casa quedó sumida, el portazo siguió resonando en su mente y, de pronto, tuvo la certeza de que resonaría por siempre.

10 Comentarios a “49- La agonía del paquidermo. Por Gael”

  1. Lotte Goodwin dice:

    Me ha gustado. Dominas el diálogo (qué envidia) y me parece muy acertado el leit-motiv de la «colgadura» acusadora.
    Mucha suerte.

  2. Lovecraft dice:

    Me pareció muy pertinente este artículo y quise compartirlo con vosotros:

    http://rescepto.wordpress.com/2008/03/23/garabatos/

  3. Dies Irae dice:

    Saludos, Gael.

    Coincido: un gran relato no es necesariamente una gran historia. Armarlo a base de diálogo, con lo difícil que es eso, le da la fuerza suficiente a un simple hecho, por lo demás común. Reflejas perfectamente la situación, los sentimientos, las necesidades. No narras, muestras, y el lector sabe lo que pasa, siente la angustia, empatiza con los personajes. Tu casi invisible narrador apunta apenas los detalles precisos y necesarios. Todo un arte. Si demuestras que sabes enhebrarlo bien, puedes tener campo en el teatro, género mucho menos concurrido que éste, o incluso el guión, más necesitado de diálogo que la narrativa.

    Enhorabuena.

  4. sacha dice:

    Cuando las palabras hieren y los silencios y las miradas y los gestos ¿para qué seguir juntos? Además, un sentimiento de culpa los separa. Por mucho que se duche no creo que Stella se vuelva a sentir limpia. Ni Armando hombre.
    Buenos diálogos, yo lo hubiera resuelto sólo con diálogos.
    Suerte.

  5. Avril dice:

    Gracias Gael por comentar mi relato.
    El tuyo no lo había leído porque no me da tiempo a leer todo.

    Me alegro de haberlo leído. Es un buen relato con unos diálogos electrizantes y la historia de unos sentimientos soterrados que brotan como un volcán, por una circunstancia dramática.
    Te felicito.

  6. Lovecraft dice:

    ¡Jo, qué narración! Podría decir que me ha enganchado, que me has llevado de la mano o que me he sentido identificado, pero no sería del todo sincero. Lo que sí puedo asegurar es que la forma de hilvanar los diálogos, que son el sustento principal del relato, me ha parecido magistral y me da mucha envidia (te lo dice uno que no se termina de aclarar con la creación de diálogos).

    No se porqué, pero me da que este relato estará entre los seleccionados por el jurado. Un pálpito, que se dice.

  7. Hóskar-wild is back dice:

    Imagino a Armando con cara compungida diciendo ‘Lo siento, no quería decir eso’ de la misma forma que otro que también tuvo un asuntillo con un paquidermo y lo arregló con un ‘Lo siento, me he equivocado’. Algunos niños mueren antes de nacer. Otros mantienen sus taras para toda la vida. Suerte.

  8. lectora dice:

    Y ya que estamos un ejemplo.

    __Graciela sabes que posiblemente pierdas a tu hijo después de esta intervención quirúrgica de urgencias?

    Dijo el Doctor.

    Graciela medio dormida abrió los ojos y con una mueca entre sonrisa y amargura le dice al cirujano.

    __No se preocupe, lo sé pero tengo cita la semana que viene para un aborto programado.

    Qué fuerte eh?.

    Pues por respeto no voy a dar más datos de sus razones poderosas para llegar a esa complicada decisión.

  9. lectora dice:

    Un embarazo puede derrumbar los planes de muchas mujeres porque cada una tenemos nuestra particular visión de la vida.

    La decisión personal de abortar no tiene que estar en manos ni de la ciencia, ni de la iglesia.Si acaso llegar a un consenso con tu pareja y aún así tenemos la última palabra.

    Mientras la sociedad se encarga de condenar a la mujer que decide abortar vuelve la cara a tantos niños que mueren por muchas causas en el tercer mundo.Por inanición, por diarreas, falta de inmunización o por estúpidas guerras.

    Dejemos de ser hipócritas, dejemos de juzgar tan a la ligera y que cada una se meta la mano en su pecho y arregle su vida.
    En este asunto las mujeres somos muy poco corporativista, en este relato con niño o sin niño a la pareja le quedaban dos telediarios.

    Suerte porque el tema lo requiere en cuanto a que hay mucho perjuicio por aquí.

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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