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50- Casa azul en el desierto. Por Franz Denis

Siempre le pareció estúpida la idea de construir una casa en mitad de aquella llanura de tierra estéril. Pero ella se empeñó. Y él quería que ella fuese feliz. Hacía tanto tiempo de aquello. El infierno es mucho más hermoso, le recriminaba ahora, ya sin el respeto que regía sus vidas en otro tiempo. Y, ¿por qué azul? Aquí todo es gris pálido, sin vida. El azul aquí no va bien… Es una idea que refleja tu superficialidad y falta de imaginación. Ella no pudo soportar la humillación y rompió a llorar. Los dos, de pie frente a la casa, se miraban como dos estatuas de sal. Él no la abrazó a pesar de que algo en el fondo de su corazón le instaba a ello. Pero su alma se había vuelto dura y baldía como aquella tierra en la que moraban. En mitad de una llanura desolada, a veinte kilómetros del pueblo más cercano. Todo lo que alcanzaba su vista era piedra, monte desnudo y caminos de tierra que no conducían a ninguna parte. ‘Aquí nos encontraremos a nosotros mismos’, había esgrimido ella como razón irrevocable para adquirir el terreno y construir la casa de madera. La casa azul. Sí, la haremos poco a poco, será para siempre, con nuestra propias manos, nuestro proyecto, la pintaremos de azul, del color del cielo, del color del mar. Pero el mar, como la propia felicidad, era una pradera ilusoria y muy lejana que se extendía más allá de aquel infierno solitario.

Esa noche, por primera vez en muchos años, durmieron en camas separadas. Ella en el dormitorio y él en la habitación de esos hijos que nunca llegaron a existir. Ella no quiso cenar y se fue directamente a la cama. Ya casi no lloraba. Tristeza. La casa era cada vez más estrecha. Él se asfixiaba en ella. Y sabía que ella sentía algo parecido aunque no se atreviese a reconocerlo. Pero estaba seguro de ello. Ella era cobarde para afrontar un cambio. Aquella casa azul en mitad del páramo inhabitado emulaba la situación precisa de su ser. Se sentía perdido en una maraña incomprensible, en un mundo indescifrable. Absurdo e infinito. Y en mitad de aquel ignoto e inabarcable  universo había un punto. Un punto azulado y excesivamente contrariado: su alma.

Muchos años atrás había conocido a la mujer de sus sueños. Sus vidas, como ellos mismos solían bromear, eran dos rayos de luz que habían circulado por la inmensidad de la galaxia a la deriva y, al fin, se habían encontrado. Y se habían fundido en uno solo. Y ya siempre avanzarían juntos rompiendo la oscuridad que los envolvía. Pero la luz acaba por extinguirse. Lenta pero inexorablemente. Y quizá, los últimos estertores de aquel relámpago llamado amor anunciaban el final de una era. Ahora el recuerdo de los primeros días caminando juntos por la vida le llegaba de forma borrosa. Sí que era capaz de visualizar los lugares, de escuchar frases cargadas de juramentos secretos y planes de futuro. Era capaz de dibujar una línea perfecta que recorría todos los lugares a los que habían acudido juntos. Siempre lugares alegres, llenos de vida. Porque, lo sabía muy bien, los lugares no son lo realmente importante sino el tiempo que se vive en ellos.  Y ese tiempo ya pasó. Y estaba siendo olvidado. Recostado en la exigua cama de niño sentía que olvidaba muchas cosas. Los recuerdos se escurrían en círculos concéntricos por el sumidero de su vida. Como agua sucia. Y lo peor no era que no recordara. Era que no le importaba demasiado. Se preguntaba dónde estaba ese amor perfecto que se había  erigido como un anillo solar en el horizonte de su soledad. Dónde se encontraba la mujer decidida y optimista que le convenció para construir una casa azul en mitad de la nada. Dónde… Todo eran fracturas en ese recordar infructuoso que de nada servía ya. Y llegaba a la conclusión de que esa mujer estaba muerta. Enterrada por el polvo del desierto. Que la que ahora dormía en la habitación de al lado era otra. Él también era otro. Todo era distinto. La casa azul no era un hogar sino una extraña prisión cuyos barrotes eran tablones azules de madera. Una cárcel imaginaria que acababa en los confines de aquel yermo terreno, en los acantilados del oeste, en la planicie meridional y en el río que serpenteaba hacia el norte. Una mazmorra que acababa en las lindes de aquella tierra hostil y empezaba en él mismo. Era una prisión que se vomitaba en el frío de la noche, que tenía la viscosidad de las pesadillas y que de un modo sutil era capaz de adquirir la forma de las cosas más triviales; una mujer desolada, una precaria existencia y una geografía inofensiva pero moldeada por sombras o fantasmas.

No podía dormir. Salió al porche a fumar. El humo del cigarro entraba en sus pulmones mezclado con el aire gélido de la noche. Se separó unos metros para contemplar la casa sin rejas en la que habitaba. Expulsó el humo gris y a través de él se dio cuenta de que la casa parecía un espejismo. Si no fuese porque sé que toda mi vida es real, pensó casi en voz alta, creería que esta casa no existe. Una casa azul en la estepa solitaria. Ni los lobos merodean por aquí. Ella tampoco podía dormir. Había escuchado ruidos. Sabía que él estaba en el porche. Miró por la ventana y lo vio que fumaba sentado de espaldas a la casa. Con la mirada perdida en la llanura gris que se contorneaba bajo la luz de la luna llena. Parecía increíble a dónde habían llegado. Lo amaba. Sigo amando a ese imbécil y daría mi vida por él. Pero no me aguanta y no aguanta esta maldita casa. Esta soledad nos está consumiendo. O quizá ya no comprendía el significado de la palabra amor y lo confundía con otros sentimientos más oscuros: miedo, tristeza, dependencia.

Al día siguiente, en el desayuno no intercambiaron ni una palabra. Ella le puso su café y una tostada con aceite. Como cada día. Pero él no la miró. Tan solo emitió un gruñido que igualmente podría significar ‘gracias’ o ‘maldita seas’. Ella se sentó frente a él. Si quieres podemos vender la casa. Sé que no eres del todo feliz, que deseas huir de aquí. Él la miró. Bebió un sorbo de café. No se atrevió a contestar. Intuía que aquella declaración no era fortuita y que debía calibrar su respuesta. No sé si es la casa. Sabes, a veces imagino que no estoy en el lugar adecuado. Algo no encaja aquí. La soledad, pensaron los dos al mismo tiempo, no es estar solo. Sino sentirse solo. Y ambos se sentían solos. Compartían una soledad más densa que sus propios espíritus.

Si no me quieres dímelo. Sabré encajarlo. Me importa una mierda la casa. Era algo de dos. Y si tú no quieres volveremos a la ciudad. En un segundo, a él le vinieron fragmentos del pasado que creía ya borrados. Recordó a aquella chica optimista que le regalaba sonrisas en el atardecer de un lago. Que le escondía las llaves del coche para que no se marchase tan pronto y…al mirar a la mujer que tenía delante de él intuyó que era la misma. Lo siento. Por lo de anoche. Me porté como un idiota. Alcanzó su mejilla y la acarició. Ella se inclinó y besó sus labios. El beso fue auténtico. La amo, sé que la amo a pesar de toda esta herrumbre que nos carcome los corazones. No es fácil, dijo ella como respondiendo a sus pensamientos. Tienes razón, contestó él.  Y antes de acabar el café supieron que el amor, a veces, recorre páramos por los que es difícil transitar.

10 Comentarios a “50- Casa azul en el desierto. Por Franz Denis”

  1. Lotte Goodwin dice:

    No sé por qué me ha recordado a algún relato de D.H. Lawrence, tanto por la soledad de la casa en el páramo como por la relación amor-odio de unos personajes algo huraños y poco comunicativos. A veces me ha parecido un poco cursi el lenguaje, pero en líneas generales es acorde con el contenido.
    Suerte, compañero (o compañera).

  2. Dies Irae dice:

    Buenas tardes, Franz Denis.

    Para mí, este relato se queda cerquita de rozar el éxito casi en todos los planos.

    La escritura, correcta y bella, tiene un buen toque poético, pero para mi gusto coquetea con la cursilería en más de un párrafo. La reflexión en la que se basa el argumento, o la razón del relato, parece sujetarse por los pelos. Los personajes resultan algo etéreos, como si en un momento fuesen a volar con su casa azul. El desenlace es creíble (para mí, que entiendo que hay amor también en los desiertos), pero tibio, casi precursor de nuevas crisis. Y sin embargo… Se tiene. Quizá importa más la metáfora de la casa azul en medio del páramo, que cada uno leemos con nuestro entendimiento, pese a lo que tu narrador nos cuente.

    Mucha suerte en el concurso.

  3. sacha dice:

    Están solos y ya no se bastan. Ella es la parte de soledad que no soporta él y él es la parte de soledad que no soporta ella.
    Una casa en el desierto, una casa azul en el desierto ¿para qué? La historia tendría más credibilidad en un piso en Leganés.
    Lo siento, pero esta historia de desamor, en la que ni siquiera se omite el tópico de la habitación de los niños que no tuvieron, no me llega.
    Suerte.

  4. Lovecraft dice:

    Tú mismo/a lo dioes al final de relato: «el amor […] recorre páramos por los que es difícil transitar.». Supongo que los protagonistas son víctimas de una de esas crisis matrimoniales por desgracia tan frecuentes entre las parejas modernas.

    Yo les daría un consejo, si se me permite: por favor, ¡abandonad esa casa cuanto antes! (porque pintarla de otro color no mejoraría nada la situación).

    Suerte, de todos los colores menos azul.

  5. Hóskar-wild is back dice:

    Puede que el secreto resida en romper todos y cada uno de los días con la rutina, construir una casa azul en un páramo para luego construir otra roja en mitad de la selva o una verde a orillas de un río. Quedarse quieto provoca rigidez y ésta es siempre precursora de la muerte. Suerte.

  6. Gael dice:

    Interesante relato, Franz Denis, pero pienso (y espero no molestarte, quizás esta opinión obedece más a un mero capricho que a cualquier otro motivo) que explicas muchas cosas. El significado de la casa, por ejemplo. Y la soledad que los dos padecen. Hubiera sido mejor verlo por uno mismo. Por otra parte, en lo particular, no tengo objeciones con la puntuación, por lo menos no le vi problemas de ese orden con la primera lectura. Mucha suerte.

  7. Avril dice:

    El amor a veces se esconde debajo de la costumbre. ¡La costumbre! Nos adormece y hace que olvidemos la espontaneidad de los días floridos, es como una apisonadora nos laminara y nos dejara solo el aburrimiento, la indiferencia, el resquemor.
    ¡Vaya ya me dio otra vez por filosofar. Perdona y no me lo tengas en cuenta.
    El relato me gusta mucho, me recuerda una película antigua titulada «El viento» que en su día me impresionó.
    Suerte.

  8. Rulfo dice:

    Bien escrita, muy lírica, pero, a mi juicio, con un final demasiado edulcorado. Una reconciliación excesivamente fácil. Y rápida. Suena poco creíble. Perdón, ME suena poco creíble. Hay demasiadas—muchísimas, a mi juicio—cosas en esos páramos difíciles de transitar, como para que el entendimiento sea tan sencillo. Y, más aún, en estos tiempos que corren.
    A pesar de todo, no suscribo el comentario de Ganímedes: “Sólo que quizá hay muchos puntos donde podrían haber comas”. Las frases cortas—quizá excesivas, eso sí, pero no muchas—, dan mayor dramatismo a escenas en que parece necesario que sean dramáticas.
    Suerte

  9. lectora dice:

    Hablemos de crisis, de otra crisis claro.

    Aumentan las separaciones o vienen nuevos niños al mundo.

    Bajo el mismo techo sin efectividad, ni afectividad.Sin nada qué decirse..qué horror!!

    A veces me fijo en ese tipo de parejas, en algún restaurante.Sólo miran el plato o al horizonte como si frente a ellos hubiera alguien invisible.

    Qué horror!!

    Me gusta, me gusta…

  10. Ganímedes dice:

    He escogido un relato a pinto, pinto, gorgorito y ha salido éste. He comenzado a leer y he pensado «vaya con el azar, verás como me toca callarme por no disgustar a nadie»… Pues no, sorpresa, me ha gustado, lo he leído de un tirón, me he metido en el relato y he sentido tanto a él como a ella. Sólo que quizá hay muchos puntos donde podrían haber comas. Felicidades, para mi modesta opinión es un buen relato. Suerte.

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