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53- Lecciones de historia. Por Víctor Buffon

—    ¿Sabes que una de las últimas colonias españolas fue Guinea Ecuatorial?—Me pregunta.

—    No sé—contesto.

Mientras conduce me explica que fue territorio español hasta el doce de octubre de 1.968, día en el que se produjo la independencia. Ese es el día de mi nacimiento, voy a decir; pero al final no digo nada. Él quizás lo sabe, pienso. Miro por la ventanilla del coche y me distraigo. Oigo su voz; pero no lo escucho. Me acuerdo de mi madre, que ha muerto hace ya casi un trimestre y de una conversación telefónica intrascendente que tuve con ella  dos semanas antes de morir sobre la necesidad de congelar el pescado fresco antes de consumirlo. Siempre me contaron que llovía a cántaros cuando yo nací y que el hospital local era atendido entonces por monjas con toca. Su parto (mi nacimiento) no fue fácil, duro toda la madrugada  del once al doce, y cuando ya estaba fuera, me pusieron en una cunita junto a ella. Estaba agotada o sedada y ni siquiera había abierto los ojos para verme. Llovía. A primera hora fueron a verme dos hermanas de mi madre y el marido de una de ellas. Mi padre se había marchado al taller que regentaba, a pesar de ser festivo, porque no podía hacer otra cosa que trabajar. Una de mis tías preguntó inquieta: “¿Este niño está bien? Estaba excesivamente amarillo y no mostraba los signos de vitalidad que se le suponen a un recién nacido. La enfermera-monja consultó con el médico de guardia, que tras una exhaustiva exploración manual y una silenciosa e interminable auscultación, dictaminó que no sería viable más allá de unas horas. Las monjas decidieron bautizarme con rapidez para salvar mi alma.  En el mismo lavabo de la habitación, una de mis tías ofició como madrina, despertaron a mi madre para preguntarle mi nombre. Francisco, contestó ella indiferente en un suspiro de voz. Mi tía se quedó perpleja; pero colaboró nerviosa en mi bautizo de urgencia. Cuando volvió mi padre a toda prisa con el mono de faena sucio de grasa, le contaron lo sucedido; pero yo ya había empezado a recuperarme. Por supuesto, sobreviví a aquella primigenia crisis; aunque el médico nunca nos explicó las causas de mi extraña enfermedad. Semanas después fui bautizado en toda regla; pero con el nombre de mi abuelo materno: Pedro. Nunca he sabido de dónde sacó mi madre ese nombre de Francisco, pues a pesar de ser un nombre muy común, no existe ningún antecedente ni en mi familia materna ni paterna más cercana. Mi padre no quería saber nada del asunto y mi madre aseguró no acordarse de nada.

Mi amigo conduce y continúa su pesada parrafada, siempre que nos encontramos terminamos hablando de historia, él inicia la conversación. En su momento se licenció en geografía e historia; pero no es un profesor ni nada parecido, sino que es cartero como yo. Me cuenta que el primer presidente de la recién estrenada república se llamaba Francisco Macías.

—    ¿Macías?—Le pregunto.

—    Sí, Macías, ¿has oído hablar de él?

—    ¿Francisco Macías Pajas?

Y empezamos a soltar unas carcajadas sonoras y estimulantes. Yo mantengo la fugaz esperanza  de que deje de soltarme el pesado discurso; pero él sigue a lo suyo, me cuenta que, en realidad, se llamaba Francisco Macías Nguema y que se declaró a sí mismo presidente vitalicio, durante su mandato persiguió a los disidentes y mató casi ochenta mil personas. ¡Qué barbaridad!, exclamo, interesándome falsamente por el tema.

No encontramos ningún parking público con plazas libres y empieza a impacientarse mientras conduce dando vueltas. Deja de hablar de historia y empieza a maldecir a los políticos locales. Decide evitar el centro de la ciudad y se dirige a un centro comercial en las afueras con estacionamiento propio. Consigue aparcar el coche; pero la tienda está atestada. Hacemos con dificultad nuestras compras y me hace el ofrecimiento de comer en su casa. “No comas solo, es navidad”, son sus palabras. Adivino lo que va a decir a continuación.

—Después podemos ver un deuvedé que he comprado sobre La Guerra Civil Española, nos tomaremos unos chupitos del licor de hierbas que prepara mi suegro, podrás ver a los niños…—, me agobia negarme y durante unos segundos elucubro una mentira, su plan no me apetece  lo más mínimo.

—Es que no…—, digo finalmente sin más argumentos. No insiste ni cambia su expresión. Se ofrece a llevarme a mi casa en su coche; pero yo le contesto que estoy a cinco minutos de una parada de autobús. Se despide de mí con una efusión que parecería falsa; aunque yo la reconozco sincera, dándome golpes en la espalda, sonriendo, sin asomo de malestar por mi negativa. Me alegro de tener compañeros así, pienso. Me doy la vuelta e inicio mi camino con bolsas en la mano. Vuelvo a acordarme de mi madre muerta.

 

 

5 Comentarios a “53- Lecciones de historia. Por Víctor Buffon”

  1. Lotte Goodwin dice:

    Comparto un poco la opinión de los compañeros. Sabes escribir muy bien, pero apenas cuentas nada. Parece que la anécdota no tiene nada que ver con la historia. A no ser que la anécdota del nacimiento del protagonista (y la muerte de su madre) constituya en sí la historia. Aun así, reconozco madera de escritor en ese viaje con un historiador algo cansino.
    Mucha suerte y ánimo.

  2. sacha dice:

    Lo único que entendí es el chiste a costa del dictador. Pero sí, tiene agilidad y gracia.

  3. Lovecraft dice:

    Hay buen material en este relato, más que en el argumento, en la forma de contar la historia, en el fraseo, en el discurrir del hilo de pensamiento del protagonista. Pero me pasa como a Hóskar: me he quedado como si me faltara algo. Apenas has esbozado un par de historias, sin relación aparente entre ellas, que no vienen de ningún sitio ni parecen ir a parar a ninguna parte. No sé, necesitaría más para dar una opinión más cabal, pero repito que la impresión general no ha sido mala.

    Suerte Francisco (perdón, quise decir Victor Buffon).

  4. Hóskar-wild is back dice:

    Bueno, creo que esperaré al siguiente capítulo para ver qué es lo que pasa. Algo se me ha perdido en el camino. Suerte.

  5. lectora dice:

    uy, uy, uy eso de bautizarlo «Francisco» suena muy sospechoso.Y bueno lo de «amarillito…» por esa época ya se detectaba la bilirrubina en sangre,se llama Ictericia y es algo muy común en los recién nacidos.Pero niñooo que nacistes en un hospital de campaña? jejeje

    La navidad debería de desaparecer del calendario porque para muchísimas personas esa noche nadie piensa que se celebra la Natividad del Hijo De Dios.Un día más de consumismo y de echar en falta a tus seres queridos que ya no se sientan a compartir la mesa contigo,o tú con ellos.

    Pd__No me diga que de camino se quitaba a ese «fatiguita» de encima jejej

    Suerte que ya queda menos!!

orden

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