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99- El meteorito. Por Hildebrando

Una corriente de aire introdujo por la ventana una pluma de águila real en el despacho de la reina. La pluma, tras volar por encima del escritorio, el escabel y  la araña de cristal de Bohemia, fue a posarse sobre un piano de cola, cuyas teclas, tocadas hábilmente por el cálamo, emitieron el momento en que “Sigfrido” coge su espada “Nothung” y la forja. La atónita reina de la única monarquía que quedaba en Europa había levantado el sello para dejarlo caer sobre una orden del Gobierno, mas, desconcertada, lo estampó sobre su mano izquierda, donde se le dibujó una alegre luna creciente.

Llamó a su marido, que se estaba comiendo un bombón de chocolate belga. Al oír lo que decía y mostraba su consorte, se atragantó y su solícita esposa-reina tuvo que darle unos golpecitos en la espalda con su reinante mano.

A la noche, cuando el marido, que se había puesto debajo de la reina (al ser ella de más alta alteza, le concedía con mucho gusto esa deferencia) para que se diera un regusto que le aliviara el pesaroso disgusto, miró la luna creciente de la mano de la soberana al tiempo que un meteorito cayó sobre su país, Dinamarca; gallinas y pollos de todas las granjas cacarearon durante media hora, las ovejas balaron, las vacas mugieron y los caballos relincharon. A las mujeres se les cortó la menopausia, incluida a la madura reina, y todas las que en ese momento estaban conociendo a sus respectivos maridos, amantes fijos u ocasionales se quedaron embarazadas. Y a todas les salió una alegre luna creciente en la mano izquierda.

Cuando amaneció, los costaneros vieron el meteorito en la playa y se quedaron pasmados al mirar las aguas del Mar del Norte convertidas en un mar de blanca lana, en cuyo centro sobresalía el enorme cuello de una botella amarilla con corcho escarlata, tan grande como el cráter de un volcán. Las embarcaciones, no preparadas para navegar entre lana, no se podían acercar para examinarla de cerca.

Los embarazos crecían tan rápidamente como las lunas de las manos y la del cielo. Las mujeres embarazadas liberaban sonoros vientos, se miraban unas a otras, se veían la luna y se partían de la risa. Desde la vecina Alemania husmeaban y decían: “Algo huele a podrido en Dinamarca”, donde ya se había reunido un Gabinete de crisis presidido por la reina embarazada.

Cuando estaban dilucidando sobre tan singulares aconteceres, la reina levantó la nalga derecha y liberó un aire. La reina no se rió. El ministro de  urbanismo se incorporó y pidió perdón para salvar el honor de su majestad. La reina, cada cierto tiempo, enarbolaba su nalga derecha, siempre la derecha -bien porque las reinas son todas de derechas, bien por el peso de la luna creciente de la izquierda- y liberaba un aire prisionero. A cada viento sonoro de la soberana se levantaba un ministro y pedía perdón a los demás miembros del Gobierno. Como el Presidente veía que aquello no avanzaba, se levantó: “los próximos veinte aires liberados por la reina corren de mi cuenta”, dijo en tono solemne; de esa manera el Consejo de Ministros pudo seguir, sin tanta interrupción, con las medidas urgentes a tomar.

 La reunión, a pesar de la generosidad del Presidente, se alargó durante horas. Estaban a punto de terminar, -más por cansancio que por haber encontrado una solución-, cuando les llegó una llamada de su vecina Alemania, enterados ya de la causa de los malos vientos de sus vecinos. Los efectos del meteorito habían repercutido también en las menopausias alemanas, con lo que las mujeres que en aquellos momentos de la noche (unas cuatro millones y medio) estaban unidas a un varón se habían quedado tan embarazadas o más que las danesas, todas lucían su sonriente luna en la mano izquierda y liberaban ruidosos vientos. Los mandos alemanes, los ministros y la canciller (que también se había quedado embarazada y también liberaba aires prisioneros, pero ante los cuales, en su Gabinete, nadie se levantaba ni pedía perdón para salvar su honor) echaban pestes contra los daneses por no haber previsto la caída del meteorito y por no haberlo destruido nada más caer. El Gobierno de Dinamarca se sintió herido y mandó levantar otra vez las fronteras.

La gente se dirigía en grandes caravanas a ver el Mar del Norte, un mar de blanca y fina lana, y la gran botella, cuyo cuello apuntaba hacia Alemania.

Las autoridades danesas no sabían qué hacer para acercarse a la botella. A unos niños se les ocurrió prender la lana, que ardió como la yesca; el mar de lana se convirtió en un mar en llamas. El calor del fuego calentó la botella, cuyo descorche estremeció a media Europa. El mar en llamas se convirtió en un mar de cenizas. Al estallar la botella, una especie de lava seminal voló por los aires y llovió sobre Germania. Los aguerridos espermatozoides se dirigieron a las mujeres que la noche anterior no habían conocido varón,  que, al ver sus intenciones, huían despavoridas. Sus maridos, amigos o compañeros trataban de matarlos, pero eran muy hábiles y escurridizos, y en ese momento  surgió un fuerte viento que levantó el mar de cenizas, que inundó Alemania. Las cenizas dejaron ciegos a los hombres. Las mujeres se cruzaban de piernas para impedir la entrada de los espermatozoides, pero estos trepaban y les hacían graciosas cosquillas, que les hacían mearse de la risa, momento que aprovechaban para colarse dentro. Las embarazaron a base de bien. Luego, los restantes se dirigieron hacia Dinamarca. A pesar de las fronteras, levantadas de nuevo por los daneses, las pasaron como si tal cosa y a dos mujeres policía que las custodiaban las embarazaron de pasada.

Veinte millones de mujeres germanas y casi dos de danesas esperaban hijos, que crecían sanos y golpeaban de vez el cuando los vientres de sus mamás al compás de la alegre Luna Creciente.

Los hombres, todos ciegos, deambulaban por el país. A las mujeres se les había cortado el apetito de yacer con ellos, bien por  los efectos secundarios de los espermatozoides volcánicos, bien porque temieran molestar a los hijos tan especiales que guardaban en su seno. Algunos teutones buscaba mujer que quisiera reconfortarlos, pero como no veían, las mujeres los esquivaban fácilmente. Muchas vivieron aliviadas sin tanto agobio. Otras empezaron a echar de menos algún gustillo extra y discutían entre ellas si había que compadecerse o no de los hombres y de ellas mismas. No tuvieron que pensar mucho, porque a los ciegos varones les entró una enfermedad tan rara y agresiva que ni tiempo les dio a los disgustados médicos e investigadores de ponerle un nombre y, menos complacientes aún, quedaron las compañías farmacéuticas.

Entonces, aterrizaron grandes naves con hombres amarillentos, tirando bastante a feos, de ojos rasgados, de pequeña estatura pero de una gran fuerza física. Cogieron a los hombres muertos y los arrojaron al Mar del Norte, que se convirtió en un mar de cadáveres, hasta que llegaron los buitres del hemisferio norte, y el Mar del Norte se convirtió en un Mar de Buitres. Cuando terminaron con la carne, quedó un mar de esqueletos. Los buitres, echa la digestión soltaron desalientos, cuyo olor, a través de un pasillo creado por las nuevas autoridades, llegó hasta los PIGS, que, como buenos PIGS, lo respiraron casi con complacencia. Además, habían pedido el rescate de su maltrecha economía a los del Norte y recibieron como buenos indicios el cambio de aires. Los buitres, satisfechos, volaron en bandadas tan grandes que produjeron un eclipse de Sol. Entonces, los hombres pequeños  abrieron el estrecho del Báltico,  el de Noruega y el del Atlántico, que habían cerrado con grandes compuertas, y el Mar del Norte se llenó otra vez de agua. Vinieron los tiburones, sobre todo anglosajones, algunos rusos y algunos del golfo Pérsico, y se comieron los esqueletos. Y el Mar del Norte se convirtió en un mar de tiburones. Para alimentarlos, crearon empresas conjuntas con algunas eficientes de los PIGS y les echaban a menudo cadáveres de los habitantes de éstos que se han visto de repente, sin saber cómo, con la soga al cuello.

El día de la Luna Llena del firmamento se completó la de las manos de las embarazadas, que lanzaron un grito estridente y sostenido, similar al irrintzi vasco, y parieron a la vez extraños trillizos (dos niños y una niña), que en vez de llorar dijeron: “Tse tse chulilai. Inmediatamente se pusieron de pie como los impalas en los documentos de la tele. Las madres, a pesar de haber parido unos hijos tan poco arios, los quisieron como madres y les ofrecieron sus generosas ubres. Ellos  esperaban su turno con verdadero orden teutón y mamaban hasta saciarse. De vez en cuando respiraban, y el que esperaba la vez preguntaba al que mamaba:

-Está rica la lecha alemana, ¿eh?

-Rica, riquísima, equilibrada y aromática, untuosa, de acidez y graduación medias, de sabor afrutado, de larga persistencia en la boca y un regusto final muy complaciente que se agarra al paladar, y aparecen en vía retronasal notas de cerveza y salchichas de Frankfurt con un  toque de sauerkraut. Da gusto chupar pezones alemanes. Son de mucha calidad, suaves, turgentes, recios, serios, con buen reprise y aceleración sostenida.

Las mamás de los bebés sonreían halagadas. Se les caía la baba viendo lo bien que mamaban sus hijos y se les criaban, sin eructos, aires ni lloros. Además, apenas defecaban; y, cuando lo hacían, depositaban unas cagalitas más duras que las de las ovejas, con un olor como a lirio de la Selva Negra. Los limpios y bien educados niños jugaban con ellas a las canicas.

Los hombres amarillentos, recios, pequeños y tirando bastante a feos, al tercer día, dijeron a las madres que les ofrecieran a sus hijos biberones de concentrado, además de los pechos.

A la  reina de Dinamarca, al sexto día, le quitaron a la hija. Todos los demás Tse tse chulilai le rindieron pleitesía.

El día anterior a la tercera Luna Llena ya eran unos aguerridos soldados, que habían mejorado la estatura y corpulencia de los hombres pequeños gracias a los genes y a la buena leche de las madres arias. A la hija de la reina la encerraron en el palacio Neuschwanstein  para que procreara hijas de sangre azul, para que la sangre azul no se extinguiera de las venas de la vieja Europa.

La reina de Dinamarca enarboló, de mala gana, la nalga derecha y liberó su último aire, ya natural,  que nadie reivindicó. Dijo: “Ahí os queda eso, feos invasores”. Entonces abdicó en su hija. Murió diciendo: “Ser y no ser”, e ipso facto dejó de ser después de haber sido.

 La noche de la cuarta Luna Llena las vacas levantaron la testuz y mugieron, los lobos aullaron, los perros ladraron, los gatos maullaron y los PIGS gruñeron. Un mar de sonidos de afilados metales y roncos motores de máquinas de guerra volvió a oírse por la vieja Europa. Los jóvenes nacidos de madre germana (a los de las danesas los usaron como tropa de avituallamiento) avanzaban al son de “la Cabalgata de las Valquirias” e invadieron Polonia gritando al unísono: “Heil Tse tse chulilai”. Luego, con los jóvenes polacos, empleados para lustrarles el calzado, hacerles la comida, limpiarles las letrinas y demás quehaceres, se dirigieron directamente hacia los PIGS, que dominaron sin oposición, pues creyeron éstos que eran los del rescate que venían al fin a rescatarlos. A hombres y mujeres de los PIGS los usaron como mano de obra tirada, trabajo por el que muchos estaban sumamente agradecidos, y a los cada vez más numerosos con la soga al cuello, para alimentar a los tiburones. No hubo necesidad de una tercera guerra mundial, pues los Tse tse chulilai solo invadían de tarde en tarde algún país por debajo de los PIGS y, además, las agencias anglosajonas de calificación enseguida les concedieron la triple AAA.

8 Comentarios a “99- El meteorito. Por Hildebrando”

  1. Dies Irae dice:

    Un pedrusquillo en Rusia, pero el gran meteorito pasó de largo. Me acordé de tu onírico y surrealista relato, Hildebrando. Se nos viene un cometa fabuloso a final de año, quizá ya estés reconvirtiéndolo para el próximo certamen. No dejes de avisarme.

    Un abrazo.

  2. Lotte Goodwin dice:

    Divertida y extravagante alegoría de la vieja Europa. Sabes escribir y captar la atención. Enhorabuena y suerte.

  3. HILDEBRANDO dice:

    Muchas gracias a todos por haber tenido la amabilidad y paciencia de leer hasta el final mi relato. Ánimo y suerte a todos, y si ni nos seleccionan, no importa; estamos satisfechos porque nos permiten participar, nos divertimos escribiendo y leyendo los relatos de los demás, y gratuitamente; ahí es nada,
    Saludos y suerte de nuevo. Ya que habéis tenido la delicadeza de regalarme unas palabras, en los próximos días leeré los vuestros y os dejaré unas palabras mías.

  4. Dies Irae dice:

    Un saludo, Hildebrando.

    Ya sabes que hay quién, cuando escucha a Wagner, siente ganas de invadir Polonia. Me parece que tú, cuando escribes -y escribes bien, no hay duda- fumas algo más fuerte.

    Poderosa e imaginativa metáfora.

    Salud y suerte en el concurso.

  5. sacha dice:

    Suerte.

  6. Hóskar-wild is back dice:

    Autor, autor.
    Genial, simplemente genial. ¿Para qué decir más?
    Mucha suerte

  7. Lovecraft dice:

    ¿Una disparatada alegoría sobre política internacional en la Europa contemporánea digna del mejor Fellini o un simple ejercicio de inventiva con el que Hildebrando ha querido apabullarnos? Sea lo que sea, no deja indiferente.

    Geluk

orden

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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