El impuesto laboral que algunas mujeres pagan,
debería ser erradicado por sus hombres.
Esta es la historia de una de tantas mujeres que la comparten conmigo.
Después, siempre las abrazo…
Como buena
enamorada,
lo amé.
Me desnudé
caliente
cada noche y
lo crie
con mis pechos y
con mis guisos.
Le entregué
todas las flores
que me nacían
de la boca y
me depilé
el sexo,
como si fuera
una amante
en celo.
Durante años,
incendié
sus sueños,
detonando
con mis uñas
las piedras
del camino y,
con toda la dulzura
de mi carne,
hice de madre
para nuestros
cachorros.
De vez en cuando,
entre pañales,
cortinas y
ladrillos,
yo conseguía
levantar
un poco
el vuelo y
bordar
un camino
propio
(sin más alas
que las del
trapo del polvo).
Hoy,
con el futuro
profesional
reventándome
la puerta,
necesito que él
haga lo mismo
conmigo.
Pero me temo que,
de la misma forma
que no se va a depilar
el «seso»,
tampoco
va a saber
detonarme
el cuerpo.