La sombra de la luz. Por Ana Mª Tomás

 La sombra de la luz

 

   Conmocionada. Conmocionados todos podría decir, sin miedo a equivocarme, por algo que, realmente, no debería sorprendernos: la manifestación del mal que habita en nosotros. Por supuesto, junto a la tan bienvenida epifanía del bien. Y a la vista ha estado claramente en las últimas semanas: montones de hombres y mujeres, especialistas en encontrar a personas perdidas, profesionales ayudados de perros adiestrados para tal efecto, y voluntarios de todo pelaje dejándose la vida y el sueño en buscar, en intentar lograr una pista fiable que llevara hasta el paradero de un niño arrancado a sus padres y a la propia vida. Y, como reverso de esa preciosa moneda -junto a todos ellos aparentando compartir la tragedia-, la maldad, la falsedad, la traición, la frialdad de la “presunta” criminal que generó la tragedia.

 

   Justo días antes del fatal desenlace, al hilo de informaciones que se iban dando en las noticias sobre la desaparición del niño Gabriel, me había propuesto escribir este artículo referente a la falta de discreción de los medios de comunicación sobre las informaciones relativas a pistas importantes y secretas que siempre terminan por salir para éxito del medio que las difunde y satisfacción de la curiosidad del ciudadano de a pie, pero…. que no hacen otra cosa que ayudar a que los malvados perfeccionen sus próximos crímenes. Recuerden el caso de otra niña: Asunta, la chinita que fue adoptada por un matrimonio en Santiago de Compostela. Y que más tarde se la cargaron, parece ser que porque estorbaba para futuras relaciones, a base de cantidades de orfidal tan grandes como para dormir al ejercito mongol al inicio de sus conquistas. Todos supimos que las cámaras de seguridad de los establecimientos de las calles por donde pasaron, las horas, las personas… fueron los recursos decisivos para culpar a los padres. Pero, yo me pregunto, ¿no será todo eso un buen punto de partida a tener en cuenta la próxima vez que otro asesino quiera cargarse a alguien?, ¿no evitará éste pasar por lugares donde sepa que hay posibilidad de que sea grabado por cámaras? O ¿qué me dicen del caso de Diana Quer? Y les hablo tan solo de tres casos de los más cercanos en el tiempo y también de los más mediáticos. ¿No tendrán en cuenta futuros asesinos deshacerse de los móviles de las víctimas justo en el mismo momento en que se hagan con ellas? ¿No los machacarán con piedras allí mismo, o, por el contrario, los arrojarán a la lona de un camión en marcha que vaya a descargar naranjas al culo del mundo para evitar que su localización pueda señalarlos como situados en el lugar y hora del asesinato?

 

   Yo estoy convencida de que los ciudadanos queremos saber, necesitamos saber causas, razones, móviles que justifiquen por qué se les quita la vida a seres inocentes. No porque con esa información se pueda argumentar de un modo u otro lo inaceptable, pero sí como una forma de darle a nuestra mente una píldora que paralice la continua pregunta que surge ante un hecho así: “¿Por qué?, ¿Por qué?, ¿Por qué?”. Pero también estoy segura de que todos nosotros podríamos entender que se mantuviera el secreto, por el bien de la ciudadanía, cuáles han sido los hilos desde donde los científicos, los bomberos, los cuerpos de Seguridad del Estado han tirado de la madeja para dar con el culpable y poder ponerlo a buen recaudo. Aunque… hablando de “recaudo”, esa es otra, solo de escuchar las palabras pronunciadas por “El chicle” a sus padres sobre que en apenas siete años estará de nuevo en la calle… se me devanan las tripas.

la sombra de la luz

   Pero volviendo al tema que nos ocupa, está claro que si existe la luz es porque la oscuridad nos hace ser conscientes de ella, y de igual modo solo la bondad, la generosidad de tanta, tantísima gente rezando en sus hogares, o ayudando en el lugar de los hechos puede contrarrestar tanta maldad, que no enfermedad mental -no rebajemos la cosa- como puede albergar un solo corazón. Un corazón que me hace sentir vergüenza de compartir humanidad con él.

 

   Ya saben la conocida máxima periodística de “Que la verdad no te estropee una buena noticia”. Más todavía si esa verdad resulta ser la gran noticia. Sin embargo, he sabido que en el caso de Gabriel, algunos periodistas sabían más de lo que decían, y que callaban justamente para no desvelar pistas cruciales en la investigación y eso es tan loable y milagroso que me devuelve la fe en el ser humano. De todas formas, insisto en la responsabilidad de los medios y en la necesidad de un pacto de honor para evitar publicar informaciones que solo ayuden al malvado a perfeccionar su maldad.

Ana Mª Tomás

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