Las esperas son rizos en mis pestañas.
Toda la vida,
aunque la vida dure un minuto.
Me dijo que no podía
vivir sin ella,
que cada día
se le secaban
las lágrimas
(pobre infeliz, eso no sucede).
Me insistió
que era la mujer
que más lo había
amado
y que era imposible
que no volviera.
Que aparecería
cualquier mañana,
con la cesta llena de palabras
y descalza,
con los pies sellados
a su casa.
Me preguntó
si conocía a alguien
que hubiera esperado
toda la vida.
Me dijo
que se moría
de pena…
Lo abracé.
Con las preguntas y
con la sangre,
con los ojos
de luna y
con mi verano
más azul;
lo abracé
con las respuestas y
con tus miles de mensajes
gritándome que volviera.
Y le susurré,
muda,
que sí,
que conocía a alguien.
A ti,
mi hombre,
que aún dices
que me esperas.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azúcar»
Blog de la autora