112- El Fantasma Bondadoso. Por Pseudoagibílibus
- 22 octubre, 2012 -
- Relatos -
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Llegué a casa al anochecer, y Ernestina me estaba esperando. Esa misma tarde fui a Correos para ver si la carta, con algo de dinero que nos enviaba nuestra hija Inés desde Alemania, había llegado. Recibimos sus noticias, pero nos anunciaba que esta vez le resultaba imposible ayudarnos, que su casero le emplazaba para pagar el alquiler y no disponía de más ahorros.
Cuando entré en casa dejé sobre la consola toda la correspondencia recibida, como siempre solo publicidad y alguna factura. No pude ocultar a Ernestina la mala noticia, y le di la carta de Inés. Mientras la leía, yo la contemplaba allí, sentada en el sofá, con las ojeras que denotaban su cansancio y preocupación, el pelo enmarañado, las manos trémulas sujetando el papel… pero manteniendo el brillo en aquellos ojos glaucos. Me sentí responsable.
Llevaba tres años en el paro, aún me quedaba todo el tiempo del mundo para llegar a jubilarme, mi especialidad como aparejador era una de las profesiones que más se había resentido en el período de crisis que atravesábamos, y ya el único ingreso que percibíamos era el de Inés cuidando ancianos, porque tampoco como enfermera tenía opciones de trabajo.
Debíamos al Banco, que nos había embargado nuestra cuenta; en el supermercado nos esperaba una nota pendiente de la semana anterior; nuestro casero confiaba en que a fin de mes le pagáramos el recibo y la electricidad y agua consumida; y no teníamos a nadie a quien recurrir, la única alternativa era nuestra hija, y su precaria situación solo nos ocasionaba remordimiento.
—Alfredo, ¿has leído el artículo que acompaña en su carta Inés? —me dijo Ernestina, elevando su mirada y sonriendo. Ni una palabra, ni un gesto, sobre la ausencia de dinero en el sobre.
— ¿El de ese fantasma bondadoso? —Respondí, con un tono de indiferencia.
—Sí, eso es, un fantasma bondadoso —Insistió Ernestina, contagiando su rostro del brillo natural de sus ojos verdes.
Contesté con el silencio de una sonrisa irónica. ¿Un fantasma? Era posible, pero en su acepción peyorativa: ¡Fantasma! Alguien que con seguridad y no a mucho tardar permitiría que le descubrieran y elogiaran. A saber qué intenciones ocultas existían para que un individuo rico, porque tenía que ser rico, se embarcara en aquella aventura como un Robín Hood moderno, mesiánico, un filántropo. Dejar dinero en un sobre de manera anónima en las viviendas de los necesitados no era normal, perseguía algún fin.
— ¿Queda algo para cenar? —pregunté.
—Yogures. Yogures y creo que una cerveza. Hasta la semana que viene que cobre no podemos comprar nada, lo siento. —Sus palabras brotaron con naturalidad, sin que sus ojos se apartaran de la carta.
Me acerqué a la cocina. Cocina, sala y nuestra habitación era todo el contenido del apartamento. Abrí la puerta del congelador y observé en su primera balda una cerveza solitaria, rodeada de un vacío que hacía daño a la vista. Hice ademán de cogerla pero desistí. En la segunda balda había yogures y, contemplando la primera, me pareció repleta. Cogí uno de fresa y volví al salón.
— ¿Tú crees en los fantasmas? —preguntó Ernestina.
—No.
— ¿Y en los sueños?
—Es el consuelo de los pobres. Lo único bueno de ser pobre es que no puedes estar enfermo, solo morirte. Y si te mueres pobre, no lo haces antes de tiempo. Pero aún nuestras deudas no son tantas como para ser terriblemente pobres, no te preocupes, aunque acuérdate que los pobres no hacemos ni bulto.
—Tú eres rico porque yo pronuncio tu nombre continuamente. Tenemos nuestra parcela de riqueza porque no necesitamos mucho. Yo solo quiero que no te olvides nunca que para mí tus caricias son como el polen de las flores para las abejas.
La miré fijamente. Se merecía algo mejor que yo. Durante unos instantes mantuvimos la mirada hasta que rompí aquel silencio.
—Mi sueño es sentirme dueño de algo, ir a casa de alguien porque me llama, tener suficiente dinero como para mantener amistades, poder hacer callar a la verdad, conseguir que todos me escuchen, abrir las puertas a mi paso. La riqueza ayuda a comprar la felicidad.
Ernestina dejó la carta sobre la mesa, suspiró, echó hacia atrás su cuerpo en el sofá y… cerró los ojos. Creí que se estaba relajando y adormeciendo y volví a la cocina, necesitaba aquella cerveza. Abrí el frigorífico. Allí seguía, aislada, solitaria. Cerré los ojos y soñé que aquella rubia, de la que tantas noches había disfrutado, se acercaba veloz hacia mí; yo la saludaba con una efusiva sonrisa, y retiraba con dedos trémulos las gotas que, como fina lluvia, recorrían su cuerpo; la obligaba a confesarme, sin tapujos, que el roce no había sido casual, que sabía que yo la perseguía; quizá apreció mi exaltada concupiscencia y creyó que no podría vivir sin ella, pero su presentimiento era fundado. Recordaba su fragancia, agua de mil manantiales, el lúpulo aromático, la cebada, levadura, aunque… resistí el momento y evité gozar del color rosado y sabor a caramelo de tan excitante rubia. Me conformé pensando también que hay peces que solo comen levadura de cerveza. Abrí los ojos, inspiré y… regresé a la sala. Ernestina, al verme, me pidió que me sentara a su lado y la escuchase.
—Me hubiera gustado que tu sueño fuera un hermoso poema. Yo quiero y necesito idealizar lo que me gustaría para mi hija y conseguir un trabajo decente, bien remunerado; tener de todo y vivir tranquila, ser libre sin cadenas, ser dueña de mi propia casa y confiar plenamente en mi hombre. Pero mis racimos de sueños se bañan con el rocío de la mañana cuando, acurrucada al despertar, trato de convertir los rayos de sol en la senda que me lleve hasta él, me esfuerzo por coger el mar con mis manos, volar a la luna en avioneta, atrapar todo el viento en un suspiro, aportar todo a una sonrisa…
Las palabras de Ernestina me hicieron pensar que mi memoria era el pasado, y que el futuro era su imaginación. No supe qué responder y los segundos transcurridos me alejaban de ella. Me salvó el timbre de la puerta.
—Perdonen, vivo en la planta superior a la suya… Ya he preguntado a otros vecinos… ¿No habrán recibido por casualidad un sobre que era para mí?… Es que… me acaban de llamar para decirme si lo he recogido del buzón y…
Me había cruzado en el portal en alguna ocasión con él. Su aspecto era deplorable, el paradigma de la miseria, como el de su esposa y sus tres hijos. Pero sus ojos limpios y serenos rezumaban honestidad. Corría el rumor de que les iban a desahuciar. Le invité a que pasara al salón y luego, recordando que había dejado la correspondencia en la entrada, rebusqué entre ella y lo localicé. Era un sobre amarillo, y aprecié al tacto que contenía algo voluminoso. No estaba bien pegado y, al cogerlo, su contenido se desparramó. ¡Eran billetes de 500 euros! ¡Varios billetes de 500 euros! Vino a mi mente el ruido de cadenas, el fantasma, pero… ¿Y si negaba haber recibido sobre alguno? Acabé decidiendo que el vecino, con su noble apariencia, podría ser algún desaprensivo, y obligué a mi instinto de conservación a meter los billetes en el sobre e ignorarlo.
—No había revisado aún la correspondencia. Creo que se refiere a esto —Le pregunté, al tiempo que ponía en sus manos el sobre, y añadí— ¿Quiere tomar algo, una cerveza, un yogur?
— ¿Yogur?, Sí, sí… un yogur —respondió sin levantar la vista, mientras rasgaba con nerviosismo el sobre.
Cuando llegué al frigorífico puse mi mano sobre la botella de cerveza, la botella solitaria, única ocupante de la primera balda, balda vacía. No llegué a moverla y recogí los seis yogures que quedaban en la segunda balda. Dejé el frigorífico totalmente vacío, a excepción de mi amiga, la solitaria botella de cerveza, a la que encomendé la custodia del congelador.
—Tenga. —Dije al vecino —Cómase uno, otro es para mi esposa, y el resto lléveselo a su mujer y sus hijos.
Agradeció asistiendo con la cabeza, al tiempo que sonreía y extraía del sobre los billetes. Nos dijo que no sabía quién se lo enviaba, que había oído hablar de alguien que estaba repartiendo dinero entre los más necesitados, de alguna persona rica que estaba imitando a no sé qué fantasma bondadoso de algún país extranjero. Ese alguien le había llamado por teléfono para decirle que recogiera el sobre de su buzón y…
Nos agradeció una y otra vez nuestra atención, nuestra honestidad, nuestra acogida, nuestra… Luego, se fue. Pero al de unos segundos, antes de que Ernestina y yo nos hubiéramos repuesto, llamaron a la puerta. Cuando llegué a ella y antes de abrirla, un billete de quinientos euros se colaba por la rendija inferior. Abrí con rapidez, pero ya no había nadie. Regresé al salón. Sonreía. Llevaba en mi mano el billete agitándolo como si fuera una marioneta de colores. Nos abrazamos, y Ernestina me dijo:
— ¿Tú crees en los fantasmas?
Reí a carcajadas antes de responder con todas mis fuerzas que no, que los fantasmas eran solo eso, fantasmas, un producto de nuestra imaginación. Y por primera vez noté que el brillo de los ojos de Ernestina se había eclipsado. Le di el billete para que lo guardara y pensé en que era el momento de celebrarlo.
— ¡Ahora sí! —Dije alborozado— Ahora voy a beberme la cerveza. Es la última. Mañana podremos llenar el frigorífico, y enviar doscientos euros a nuestra hija. Esta vez seremos nosotros quien la ayudemos.
Iba bailando y di el último giro antes de abrir la puerta del congelador. Lo abrí, y antes de que instintivamente mis manos reclamasen la cerveza solitaria, di un grito atronador que hizo que Ernestina viniera con el corazón en la boca. Me miró, observó el rictus de asombro en mi rostro, notó mis labios encadenados, y siguió con sus ojos el gesto de mi cabeza que le dirigió a la primera balda del congelador.
— ¡Un sobre amarillo! —Gritó.
—Mi cerveza está… detrás… sosteniéndolo… —Susurré.
Me parece que los billetes de 500 los tienen otra clase de fantasmas muy distintos a los de tu relato. No obstante me ha gustado mucho. Suerte
» Tú eres rico porque yo pronuncio tu nombre continuamente. Tenemos nuestra parcela de riqueza porque no necesitamos mucho. Yo solo quiero que no te olvides nunca que para mí tus caricias son como el polen de las flores para las abejas »
Tenía que ser enfermera..
He sacado de tu relato ese fragmento porque me parece de lo más dulce, creo que sigo siendo una romántica empedernida a pesar de esta fachada de » mujer dura» ( jejejej es mentira soy más blanda que un tornillo de goma).Podría ser un cuento de navidad, podría ser hasta verdad que haya familias enteras que se ven en esa situación.Pudiera dudar que ciertos » fantasmas» repongan las arcas del estado y le de de comer a su pueblo.Al final, el pobre ayuda al pobre.Podíamos proponernos entre todos los que podemos, llenar un poquito el banco de alimentos, este año será caótico, ya se están formando colas.
Me puede recitar algo? jejeje me guzta la poesía muxooo
lamari( me ha gustado más de lo que usted piensa)
Y colorín, colorado…
Estos sueño-cuentos urbanos son la única esperanza que nos va a quedar como sigamos tragando con lo que tenemos. No me extrañaría que cualquier día de éstos algún politicastro lo utilice como argumento para su campaña electoral: les prometo sobres amarillos en los rincones más insospechados… Suerte.
Hola, como te llames.
Tu seudónimo es tan raro como tu relato. Quiero decir el tema que tocas, lo de la solidaridad sólo se da entre los muy puteados. El resto pasamos de todo. Eso del gato escaldado…, está a la orden del día. Y andar repartiendo billetes de quinientos…. Pero me lo he pasado bien, como te llames, y es agradable leer algo así y casi de corrido, sin ningún problema de tener que volver sobre lo leído porque no se entiende.
Suerte Pseudoagibílibus (esta vez para despedirme te lo pongo bien)
Pseudoagibílibus:
A mí me gustó el relato.
La fantasía y el optimismo siempre son buenas armas y despiertan nuestra imaginación.
Un abrazo.
A mí también me gustó.
Suerte.
Demasiado bonito para ser verdad. Coincido con Caos en que el Parlamento está repleto de ellos y no son precisamente de sábana, más bien son de guante blanco. Y ahora de móvil gratuito y encima lo pierden. Pero volviendo al relato, pues me ha gustado tu manera de escribir muy cuidada que incluyen algunos sueños poéticos de Ernestina que aderezan la prosa. Creo que con un final algo más rebuscado hubiera sido un muy buen relato. Aunque, no sé por qué tienes tan pocas lecturas. Espero que tu ruina no sea de verdad.
Suerte Pseudoagibilibus (no se si lo he puesto bien)
Los fantasmas existen. El parlamento está repleto, aunque dudo que te ayuden. Bueno, a lo que íbamos. Tu relato me ha gustado. Pensando en positivo, la moraleja que lo acompaña es su final natural. El mundo que experimenta mi mente cínica lo concluiría de otra forma. Ya sabes lo que se dice: un optimista, es un pesimista que aun no se ha enterado. Suerte
La desesperación de muchas familias españolas de nuestros días, contada a través de una narración acongojante que se resuelve gracias a la intervención de algo parecido al espíritu navideño. Ojala todos los problemas se pudiesen solucionar de esta forma tan poética. Me gustó el relato.
Noroc