129- A solas. Por Mandrágora
- 24 octubre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, celos, relatos
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No hay amor que esté sólo ni que acabe en la muerte.
La frase de Antonio Gala que le dedicaba Juan, en su libro, se burlaba de Blanca.
Por la ventana, el sonido de las campanas de la catedral llamaba a misa.
—¿Qué haces? —preguntó, extrañada.
Álvaro había regresado de su comida de trabajo y estaba guardando todos sus zapatos en su bolsa de viaje.
—No quiero que me los tires por la ventana del ático cuando me vaya. Los trajes, me da igual —contestó sin mirarla, mientras cerraba brusco la cremallera marrón de la bolsa de piel.
Blanca, enfundada en su albornoz beige y con los cabellos envueltos en un turbante perfumado, abrió mucho sus ojos oscuros.
—¿Yo, tirar tus zapatos, tirar tu ropa?
—Sí, tú, tú —replicó, impaciente—. ¿O ya no recuerdas cuando creías que tenía un lío con mi compañera de trabajo?
—¡Esa buscona!
—Esa buscona, como tú la llamas, sabía chino, estaba casada, y era fiel —añadió, en un susurro, mientras cogía la bolsa.
Blanca no contestó. Miraba fijamente la espalda encorvada de Álvaro.
Parpadeó, tragó saliva y entró despacio en el dormitorio. Llevaba el libro de Juan en la mano, pero lo dejó sobre la cama procurando que la carta que le había entregado el portero esa mañana, y en la que resaltaba el “Urgente” del sobre, estuviera bien escondida entre sus páginas.
—¿Es que…te vas? —musitó.
—Sí, me voy, te dejo —contestó brusco, incorporándose y mirando inquisitivo a los ojos enrojecidos de su mujer.
—No, no puedes —Blanca negaba con la cabeza—. No ahora. No hoy— susurró—. Me seco el pelo, me visto y hablamos. Y mientras con una mano dejaba al descubierto su melena, con la otra intentaba acariciar el hombro de su marido.
—No hace falta —saltó Álvaro alejándose unos centímetros de la perfecta manicura de su mujer—. No quiero entretenerte, si no, tu cita pensará que has cambiado de idea.
—¿Cita, qué cita? —preguntó Blanca mientras ocultaba bajo la almohada el libro de Juan, sin dejar de mirar a su marido—. Yo no he quedado con nadie.
.
Álvaro, ceremonioso, señaló el vestido de crepe blanco que descansaba sobre la butaca imitación siglo XIX.
—¡Ah, eso! —exclamó, liberando el aire que había estado acumulando en sus pulmones—. Sí, claro, iba a salir, pero sola. Necesitaba pasear un poco.
—¿Pasear, tú, y con este bochorno? ¡Anda, Blanca, no me vengas con historias! —gritó su marido.
Dejó caer con fuerza la bolsa de viaje y el sonido de diez pares de zapatos golpeando el parqué al unísono, marcó el preludio de un estallido de cólera.
—¡¡Ya lo se todo!! ¡Has quedado en esa cafetería tan coqueta que hay cerca del Alcázar. Esa a la que te gustaba tanto ir antes de que nos casáramos!
—¡No, claro que no!
El movimiento negativo de sus manos recalcaba sus palabras, pero Álvaro no la miraba. Abrió el cajón de la mesilla de noche de un tirón y sacó un pequeño libro encuadernado en piel color carmesí. El mismo color de los cabellos de su mujer.
Lo blandió delante de su cara. Y como ella giró la cabeza, le sujetó el mentón, con fuerza y rabia.
—¡Anoche te lo dejaste olvidado en la mesa del despacho. Lo vi cuando fui a recoger los papeles que tenía que entregarle hoy a mi padre!
Los cercos morados que adornaban el rostro de Blanca parecieron acentuarse.
—Vamos a ver si esto te suena.
La soltó y abrió el diario por su última página, e imitando la voz insinuante y los gestos mimosos de su mujer, leyó: “Ayer me llegó su libro. ¡Qué dedicatoria tan hermosa! Pronto volveré a verle. ¿Le habrán cambiado mucho estos años pasados en las misiones? ¿Me seguirá amando? Estoy nerviosa. Muy nerviosa”.
Blanca se dejó caer en la cama. El albornoz abierto mostraba su espléndida desnudez, pero Álvaro no le prestaba atención.
—Pero espera, que ahora viene lo mejor— ironizó.
Fue pasando con cuidado varias páginas del diario hasta que encontró lo que buscaba y continuó leyendo.
“Juan es poco para mí, apenas un profesor de religión. Me casaré con Álvaro. No lo amo, pero…”
Blanca intentó pedirle que parara, pero no pudo. El odio y la rabia que destilaban la voz de su marido la tenían paralizada
—Por eso no quisiste que tuviéramos hijos. Por más que te lo supliqué, no quisiste —musitó Álvaro.
—No, no era por eso —logró decir—. Mi trabajo en el banco era muy importante, no quería perderlo.
.Haciendo un esfuerzo se levantó de la cama y abrazando a su marido por la espalda le susurró: yo quería que fueras solo para mí.
Álvaro, furioso, se desasió de ella.
—¡Mientes! Mientes y mientes—gritó, empujándola sobre la cama—. No me quieres. Aquí lo dice.
Y recalcó sus palabras agitando repetidamente el cuaderno carmesí.
Cogió su bolsa con los zapatos, le tiró el diario a la cara y salió del dormitorio.
Cabizbajo, con los puños cerrados, se adentró por el pasillo en penumbra.
Blanca lo persiguió rociando el suelo de parqué con pequeñas gotas de agua que marcaban el camino de la despedida.
—No te vayas Álvaro. Perdóname, por favor. Juan ya es pasado —suplicó.
—¡Déjame! Me das asco —le escupió.
Un portazo recalcó sus últimas palabras.
Blanca cayó sobre la alfombra persa que adornaba el recibidor, sollozando.
—Pero es cierto, Juan ya no está. No está.
Por la ventana, acompañando el silencio de la siesta estival, le llegó el sonido de las campanas dando su último aviso a misa de difuntos.
Gracias, Conchy!
Por tu voto y precioso comentario.
Me gusta escribir sobre la realidad de la vida.
Un beso, querida amiga.
Perdón, al colocar «las estrellitas», se ha marcado la primera y yo quise poner 3.
Me encanta. Me recuerda una situación real que conocí de cerca. El relato la «dibuja» con autenticidad. Es creíble. Los adjetivos, cada palabra, nos lleva de la mano a descubrir el desenlace y la razón de todo.
Hola, Nairobi
Así es! El toque de difuntos también simboliza el fin de su relación con Álvaro.
Muchas gracias por tu comentario y tan acertada lectura.
Hola, Mandrágora:
después de leer tu relato, aplaudo la decisión de Álvaro de dejar a Blanca. ¿Qué más podía hacer?
Por otro lado, el toque de difuntos, aparte de que se entiende que es por Juan, creo que también simboliza otra muerte: la de su relación con Álvaro.
Aparte, la decisión de ir con un vestido blanco al funeral de Juan… dice mucho de esta Blanca-Marylin que es coleccionista de amores, tal vez por su incapacidad de estar sola…
Por último, apuntar que me encanta el ritmo de los diálogos. Naturales, reales y creíbles.
Suerte en el certamen y un abrazo.
Nairobi
Agradezco mucho vuestros comentarios.
La vida es breve, intensa, y está llena de historias.Me alegra que os haya gustado.
Mucha suerte para vosotros también.
Loa amores del pasado vuelven cuando uno menos se lo piensa y lo hacen con ropajes que no esperamos. Triste historia contada con excelente diálogo. Suerte.
Lleva razón el señor Love yo también tengo interés saber qué pasó con esa pareja.Con ese…» No lo amo pero…», ya tendría Álvaro suficiente justificación para coger su » zapatería » y coger las de » villadiego», pero en esos casos mejor ni opinar porque no somos jueces de la vida de nadie, ni de su destino, menos de sus sentimientos.
Me tomo un café y me olvido un ratillo de la » formalidad «.
Mucha suerte, a veces se agradece que los textos sean cortitos, pero intensos.
Bien escrito.
Suerte.
Hola, Lovecraft.
Muchas gracias por tu comentario y buenos deseos.
La carta le lleva a Blanca el anuncio de la muerte de Juan. Quiere insinuar que es ese mismo día cuando se entera de la muerte de su amado. Sí, el toque de difuntos es por él.
Me alegra mucho que te haya gustado.
Suerte a ti también.
Quiero entender que el toque de difuntos con el que termina el relato es por Juan, de ahí que Blanca asegure que ya no está. Lo que no entiendo es el significado de la carta urgente que esconde en el libro. Le daré unas cuantas vueltas más. Me gustó el relato y me gustaría saber como continúa.
Mucha suerte