165- Reciclaje. Por Ricardo Pons
- 30 octubre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, reciclaje, relatos
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– Lo siento, pero por lo que veo no vamos a poder ayudarle – dijo con monotonía la mujer desde el otro lado del mostrador.
– ¿Cómo que no…? – comencé a balbucear.
La ventanilla me quedaba un poco baja y me resultaba muy incómodo hacerme oír.
– Según la ficha médica, –dijo sin apartar los ojos de la pantalla que tenía delante – al fallecido le han realizado dos implantes: uno en la rodilla y otro en el lóbulo parietal derecho.
– Sí, eso creo, aunque no recuerdo lo de la rodilla pero supongo que los datos que tiene usted ahí son correctos. Pero… ¿qué tiene eso que ver?
– Según la ley 10/06/24-1345 de Reciclaje de Implantes Médicos, antes de proceder a la incineración deben extraerse todos los elementos no biodegradables del cuerpo.
– ¿Y no pueden ocuparse ustedes de eso?
– Podríamos pero le supondría unos mil setecientos euros, que tendría que añadir a los dos mil que le dije antes y que a usted ya la parecieron excesivos.
– No puedo pagar eso…, está fuera de mis posibilidades.
Me giré. Detrás de mí, el cuerpo seguía en el carrito sin moverse. Desde lejos alguien podía pensar que dormía pero desde donde yo estaba la rigidez en los labios y la palidez extrema de su piel no dejaban lugar a dudas.
– ¿Y qué quiere que haga con él? ¿Que me lo lleve a casa?
– Quizás encuentre un sitio donde le resulte más económico extraer los implantes…
– De acuerdo, buscaré otro sitio. ¿Puedo…, –me volví de nuevo para señalarlo– puedo dejarlo aquí mientras tanto?
– Son 60 Euros la hora.
– ¡No puedo creerlo! ¡Esto es increíble! ¿Pero qué quieren? ¿Que lo abandone en cualquier esquina? Es mi padre. No puedo dejarlo por ahí. Está muerto. ¿Lo haría usted? ¿Dejaría a su padre para que lo devoraran las ratas? ¡No tienen ustedes piedad! ¡Tienen que sacar provecho hasta de la muerte!
Al otro lado la funcionaria me miraba en silencio con su cara de piedra. Seguramente no era la primera vez que oía esas mismas quejas. No envidiaba su trabajo. ¿Podía alguien acostumbrarse a algo así? Día a día, viendo la muerte pasar ante tus ojos.
– ¿Y si de todos modos lo dejo aquí? –dije a propósito para hacerla rabiar en vista de que no se inmutaba lo más mínimo.
Por más que lo intenté no distinguí ni una pequeña señal de humanidad en su rostro. Me volví decepcionado, no sólo con ella.
– Inténtelo fuera, en las casetas –dijo de repente, como avergonzada, cuando ya me había dado por vencido y comenzaba a empujar el carrito para marcharme.
Un joven que esperaba en la cola se había interpuesto entre nosotros impidiéndome ver los ojos de la funcionaria. ¿Se habría conmovido? ¡Qué más da! – me dije, mientras me alejaba del mostrador.
Antes de descender la rampa dejé paso a una anciana que subía con su propio carrito. El rostro del cadáver que empujaba, quizás su marido, tenía mejor aspecto que el suyo, al menos parecía en paz.
Había visto las casetas con los extraños rótulos al llegar al tanatorio pero, en aquel momento, había estado demasiado confundido para prestarles atención. Se trataba de cabinas metálicas fácilmente desmontables, demasiado grandes para tratarse de puestos de venta. Los carteles para alguien que no supiera de qué iba la cosa podían parecer extraños o confusos. 49 euros la hora, todo incluido. Todas las medidas sanitarias. Mensajes que podían inducir a pensar lo que no era. Vídeo de instrucciones por sólo 2 euros más.
Arrastrando el carrito con el cuerpo de mi padre muerto fui de una caseta a otra sin decidirme. Era un día luminoso y cálido de comienzos de primavera, espléndido para pasear. El cielo debería de haber estado gris, sucio y lluvioso; aquel rincón de la ciudad debería estar siempre cubierto de nubes, oculto entre brumas, en una noche interminable. La luz intensa a veces me impedía leer con claridad los carteles. Los precios eran asequibles y no había demasiadas diferencias entre un sitio y otro, pero no era eso lo que me hacía dudar. Mareado, por un momento me sentí fuera de la realidad, inmerso en una horrible pesadilla. Lo que deseaba era volver a casa cuanto antes, olvidarme de todo y de todos.
No era el único que empujaba un cadáver. Cuando nos cruzábamos nos mirábamos en silencio, y me parecía ver una señal de alivio en su gesto, y también de comprensión cuando sus ojos brillaban al encontrarse con los míos, pero, sobre todo, percibía vergüenza cuando de inmediato apartaban el rostro, vergüenza por estar obligados a hacer lo que íbamos a hacer.
– Puedo asesorarle si lo desea – me dijo un hombre sentado en una silla a la entrada de una de las cabinas.
Me acerqué a él. Era un hombre mayor, corpulento, inspiraba confianza.
– Siento lo de su… – dijo señalando al carrito.
– Mi padre.
Se había levantado, me sacaba por lo menos una cabeza.
– ¿Qué implantes tiene?
Se lo dije.
– No tendrá problema con la rodilla. El de la cabeza es más delicado.
Entramos en la cabina y pulsó el botón de la luz. La sala era más grande de lo que parecía desde afuera. En el centro de la estancia destacaba una larga mesa metálica, la luz que se reflejaba en su superficie pulida penetró directamente en mi cerebro. A un lado, una enorme y brillante pila de aluminio vacía, al otro, completaba el mobiliario una mesita pequeña cubierta de una tela que alguna vez debió de ser blanca y que ahora estaba salpicada de múltiples manchas oscuras por cuyo origen no indagué. Sobre la tela había una bandeja con instrumental quirúrgico, con afilados punzones, tijeras de varios tamaños, pinzas enormes y bisturíes de todo tipo y calibre. Una enorme pantalla destacaba en una de las paredes desnudas.
El hombre se acercó a la mesita y apartó unos pocos instrumentos de la bandeja y los posó sobre la sucia tela. Me dio unas breves explicaciones y consejos para cortar el cráneo con la sierra, puso el vídeo y me dejó solo con mi padre en aquella fría habitación iluminada por una luz acerada que permanecerá para siempre en mi mente.
El cuerpo yacía sobre la mesa. El hombre, a pesar de su edad, lo había levantado sin apenas esfuerzo. En la pantalla alguien con una bata blanca explicaba cómo se debían utilizar una serie de instrumentos quirúrgicos. Me puse la bata, igual de mugrienta que la tela de la mesita; nada más sentir su contacto el corazón comenzó a latirme con violencia. Tuve que apoyarme en la mesa para no caerme. Mientras intentaba recobrar las fuerzas, seguramente debido a la potente luz, los ojos de mi padre parecieron mirarme. Y en esos ojos, por un momento, me reconocí a mí mismo.
El cuello estaba muy rígido por lo que no era fácil moverle la cabeza. Pensé en hacer rodar todo el cuerpo pero no tuve fuerzas. Para el hombre del vídeo todo resultaba tan sencillo… Cambié de opinión y decidí comenzar por lo más fácil: la rodilla. Le quité el pijama que le había regalado mi madre hacía ya años, en unas navidades. Con la mano derecha tomé uno de aquellos instrumentos de muerte y sin pensármelo más, sin poder contener las lágrimas y los gemidos, comencé a cortar la piel, a arrancar la carne y a desgarrar la poca dignidad que me quedaba.
Tu relato es otro que yo estaba segura que estaría en la final. Me he equivocado en esto, pero no en su calidad. Con premio o sin él, es de los mejores.
No será por lo dicharachero, Ricardo Pons, ni por las buenas migas que hayamos hecho en el concurso. Y sin embargo, aquí confieso que, para mí, este relato era el ganador del certamen.
Donde quiera que esté usted, si alguna vez lee esto, reciba mi felicitación. Y sepa que ya siento no poder seguir sus pasos literarios, que seguro que van dejando huella. Lástima de anonimato, cachis diez.
Me ha gustado mucho tu relato. Lo veo muy fluido y lleno de imaginación. Lo que cuentas es creible dentro de la narración y, tal como van las cosas, hasta podría ser creible fuera de la ficción. Merece las estrellas que le dejo.
Muy bien escrito.
Enhorabuena.
Dijo una vez un escritor que un libro, en este caso un relato, debería abrirse como una puerta para evadirnos de la vulgar y monótona cotidianeidad.Aquí he leído relatos que me abrieron las puertas casi sin llamar y me hubiera quedado en ellos flotando eternamente entre sus protagonistas.También dice que la carrera natural del escritor comienza de forma fragmentaria hasta alcanzar arquitecturas más complejas. Como en la música hay que ir desde Rossini que es ligerito, hasta alcanzar al superpesopesado de Wagner, pero sin olvidar a Mozart que es la esencia de la música.Un relato, una novela, una obra de teatro, así comenzaron muchos.Wei Hui dice que antes de todo eso hay que empezar escribiendo un poema.No sé si usted ya lo tiene escrito, yo he pasado porque la puerta se abrió y me invitó a leer algo distinto.No me voy a quedar porque tengo que ir al Mercadona y porque, pa qué engañarme a mí y a usted,tengo los pelos y las extensiones tiesos del yuyu, antes de coger la puerta voy a sacarle brillo a mis estrellas para que brillen en su portal…
Estupendo!!!
Excelente. Extremecedor como un relato de Stephen King. Repito lo que ha dicho alguien ‘contendio de peso, pero de lectura ligera’. Un placer leerlo y te dejo mis estrellas.
Te dejo mis estrellas y mi deseo de suerte. Eres grande
Hola:
Ya te había dejado mi comentario y todos mis elogios para tu estupendo relato.
Ahora paso por aquí para dejarte mi voto y diez estrellas.
Un abrazo.
Muy bueno, sí señor. Enhorabuena y mucha suerte. Al hilo de lo que narras, ayer precisamente vi algo relacionado con los implantes, aunque mucho más esperanzador. Con el permiso del moderador, mirad este vídeo:
http://www.facebook.com/photo.php?v=395034977242475
¿No es emocionante?
Held
muy bueno, me ha dejado fría, sigue escribiendo el resto de la historia, será una buena novela,
Es impresionante. Muy bueno, le felicito.
Desde luego es diferente e impactante y además, bien narrado.
Con contenido de peso, pero de lectura ligera, buena combinación.
Sigue escribiendo, quiero leer más… Ricardo Pons.
Ya hace que lo he leído y todavía no puedo pestañear. Seguro, Ricardo, que hasta puedes parecer un tipo normal .. pero no lo eres, no, después de leer esto no puedes serlo.
Sigue escribiendo. ¡Mucha suerte!
Me has hecho recordar no se que parte de Asia, en una religión, creo que budista, donde se llevaban el cadáver a un monte y, después de velarlo durante varios días, recuerdo, lo descuartizaban a mazazos rompiéndole los huesos para facilitar el trabajo a las alimañas. En fin, quizá ahora nos parezca lejano, pero todo se andará. Y seguramente en un futuro no tan lejano. Ahora mismo, tampoco puedes hacer con un cadáver lo que quieras. Si tienes un pedazo de tierra tuyo, salvo que lo hagas a escondidas, no creo que lo puedas enterrar. Hay que pagar quieras o no.
Me ha gustado tu prosa. Al final sobre todo, metidos en los cinco o seis últimos párrafos, se nota que la tensión va en aumento. Quizá sea el morbo de saber si se atreverá a descuartizarlo o cortarlo con la sierra. Pero se lee con avidez un final así, tan morboso.
Suerte Ricardo Pons
Buen relato. Saludosy suerte
“¡Ah! No pudiendo creer
lo que de ti me decían,
confiando en que mentían,
te vine esta noche a ver”.
(…)
«Pavor jamás conocido
el alma fiera me asalta,
y aunque el valor no me falta,
me va faltando el sentido»
Relato de gran calidad que no debe quedarse en la sombra.
Gracias por contribuir a la Literatura.
No está tan lejano el día en el que funcionaremos así. Luego podrán contenedores de colorines (de pago, of course) para reciclar los diferentes tipos de prótesis. El funcionario de la historia ya lo tenemos en el presente. Esos no cambian. Suerte
Me he quedado sin habla. Gran relato. Enhorabuena y suerte.
Querido Ricardo,
Impecable y estremecedor, felicidades anticipadas!
En dos palabras Es-peluznante. Y muy bien escrito.
Suerte!
P.D.- Por cierto, ¿en qué epígrafe del IAE hay que darse de alta para montar un negocio de esos? Pienso poner uno en Beverly Hills. Con la de prótesis que hay por esa zona, en un par de meses me forro.
¡Digo! hasta los mismisimos hierofantes se han puesto a rezar a San Pacomio, no te digo más.Ya puedes rebuscar en tu Necronomicón, a ver como paramos a este tío..¡Es genial!
Odioso Ricardo Pons (no podría llamarte querido después de leer esto):
Eres un maestro del espeluzno, el espasmo, la convulsión, el escalofrío, la palpitación, el estremecimiento y el espanto. Clive Barker redivivo. Los mismísimos zenobitas se horrorizarían ante tu habilidad para erizar el cabello de los desdichados que hemos caído por este rincón del certamen. Te lo dice alguien que está familiarizado con los horrores cósmicos, los conocimientos prohibidos y las culpas atávicas.
H. P. Lovecraft
Ricardo Pons:
Esto es escribir con impacto. Bien narrado y escalofriante. Lo peor de todo es que hasta es creíble. Es un verdadero cuento de horror y el reflejo de una sociedad cada vez más deshumanizada, más fría…
Excelente.
Un abrazo.
Esta mañana te mandé mi comentario y veo que no aparece. Una de dos: ó soy un manazas y no le he dada a enviar, o los moderadores son del Ministerio de Sanidad.
No importa, te decía lo que me había gustado tu relato y lo que me había aterrorizado también, que esperaba que no cayera en manos del gobierno de Rajoy -solo falta que le demos idéas- y que contabas con mi admiración. Si señor, brillante.
Espero, sobre todo, que no tengas premoniciones ni facultades paranormales.
¡El Señor nos coja confesados!
Querido Ricardo Pons, casi ná.
Con el corazón encogidito me he quedado. Por el futuro que me pinta (a ver, me quedan para jubilarme… no, no creo que mi ventanilla cambie tanto en este tiempo) y por cómo me lo pinta. Es que es tan verosímil que me ha dejado con la sensación de que mañana me levanto y… Uff. Deja, deja.
Pues eso, que está estupendamente escrito, para colmo. Hala, otro que se va sin peros.
Enhorabuena y suerte.