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196- Una estrella para Estrella. Por Laurentina

            Te tiraste más de una hora buscando el regalo de aniversario de tu esposa en la feria de artesanía. Tenía que ser algo especial, tan especial que a lo peor ni siquiera lo encontrabas. Pero al menos la muestra te garantizaba una cosa: «No hay dos piezas exactamente iguales», como te aseguró el ceramista, abarcando con un amplio ademán y mirada orgullosa el conjunto de las obras expuestas en su stand, hijas todas ellas de la habilidad de sus manos, de su ilusión y de su ingenio.

            Al fin, cansados tus pies de unos zapatos demasiado planos, y tu cuerpo de recibir empujones por parte de señoras con bolso, cochecitos de niño e incluso algún renacuajo en patinete, agotadas tus retinas de examinar desde los clásicos botijos, hornos y cribas de Moveros, cazuelas de Pereruela, platos y jarras de Talavera, hasta las más atrevidas combinaciones de color y diseño, la encontraste. La Estrella. En una docena de versiones: medallón, plato, taza, jabonera… hasta relojes y lámparas había, todos con el mismo motivo, aunque no trazado a molde sino en cada caso con sus maravillosas diferencias e imperfecciones que lo convertían en único.

            Elegiste un cuenco pequeño; hermoso y perfecto. El hombre, el propio artesano, te cobró con sencillez y te dio las gracias. Envolvió amorosamente el cacharro en papel marrón de embalar, para protegerlo, y te lo dio como se entrega un hijo a quien ha de cuidarlo.

            Volviste a casa con tu bolsa de colores, en busca de tu propia Estrella.

            Las últimas semanas había estado un poco mustia. O ensimismada. O qué sabías tú. Por más que lo habías intentado, no habías conseguido acercarte a ella, a su tristeza.

            Al llegar la encontraste planchando una de tus camisas.

            —Deja eso, anda, y vamos a tomarnos un café —le dijiste tras un beso rápido.

            Ella apagó la plancha, posándola en el soporte metálico de la tabla, y te siguió hasta la cocina. Mientras tú preparabas la cafetera, sacó las tazas y los platos del armario.

            —No, tienes que tomártelo aquí —sonreíste, llenando el cuenco, que acababas de lavar, de café negro, espeso, cuyo aroma se esparcía embriagador por la cocina.

            Juntos disfrutasteis de aquella merienda improvisada, picoteando galletas de naranja. Hasta que, al apurar Estrella su bebida, quedó al descubierto la otra estrella, en el fondo del recipiente.

            —¡Oh! —exclamó al ver aquella joya vidriada que parecía querer salirse de las dos dimensiones.

—Feliz aniversario.

—Gracias. Es… Es precioso.

—¿A que parece de cristal? ¿O de plata? Pues es solo cerámica. Y esmaltes al fuego, me lo explicó el propio artista, un señor muy amable.

            Y la abrazaste, sin saber ya qué más hacer, esperando que tu regalo le transmitiera lo que tú no podías con palabras… Porque querías decirle que tras la amargura siempre viene la luz.

            Unos días después te enteraste: los viste juntos, caminando abrazados por una de las calles comerciales del centro. Ella llevaba un vestido de flores violetas que no le conocías. Lo que hubieras dado por verle la cara, pero no querías ponerla en una situación comprometida, no en ese momento, cuando todo su cuerpo expresaba que se hallaba relajada y razonablemente feliz.

            Ni siquiera lo negó. No era tan ruin. Solo se puso roja y murmuró, con lágrimas en los ojos:

            —Perdóname, si puedes.

            «¿Qué hay en el fondo del fondo de un pozo?», pensaste de manera incongruente. Entre la niebla malva de tu corazón solo cabía una pregunta:

            —¿Podría haber sido de otra manera? Si no te hubiera agobiado, si hubiera sido capaz de comprenderte mejor…

            Estrella pareció sorprendida.

            —¡Pero no tiene nada que ver contigo! De verdad yo creía que te quería. Creía que el amor era eso. Hasta que conocer a Rafa me hizo descubrir que las almas pueden sintonizar en la misma frecuencia, que hay puentes que ya están tendidos sin necesidad de tenderlos. Que, sin buscarlo, se puede compartir el pensamiento, el anhelo, el dolor… No sé…

            «A mí me lo vas a contar», sollozabas en lo más íntimo de tu ser.

            No obstante, respiraste hondo, una, dos, tres veces.

            —No podemos programar los sentimientos —vino en tu auxilio la frase estereotipada de culebrón. De ninguna manera pensabas ponérselo más difícil—. Estrella, corazón, tienes derecho a ser feliz. Estas cosas pasan. Por suerte, no tenemos hijos.

            Al día siguiente —todavía estaba la feria abierta, el mismo puesto—, fuiste y te compraste un tazón de desayuno cuyo color derivaba del rosa externo hasta el negro más intenso del fondo. Porque sabes que para ti ya no hay promesa de luz alguna, salvo la certeza de haber hecho lo imposible por salvaguardar para ella ese delicado equilibrio que conocemos con el nombre de felicidad, aunque ello suponga autoinmolar día tras día la propia. ¿No era eso, en última instancia, lo que le juraste ante el altar?

12 Comentarios a “196- Una estrella para Estrella. Por Laurentina”

  1. Laurentina dice:

    Gracias, Anquises y Hóskar-wild is back. Me alegra que os guste. Muchísima suerte si participáis.

  2. Hóskar-wild is back dice:

    Es muy difícil llegar al fondo del corazón de una persona. Es imposible hacerlo si es mujer. Puede que se asemeje al fondo de uno de esos tazones con una gama infinita de colores. Eso es lo que las hace fascinantes. Suerte.

  3. Anquises dice:

    El relato es tranquilo, sincero, puro, triste…como el protagonista. Parece que cuenta la historia de un desamor, pero creo que es la excusa. En realidad, conforme leemos vamos conociendo al personaje, es la descripción de una persona, más aún, de una forma de ser persona. Me gusta.

    Salud y suerte.

  4. Laurentina dice:

    ¡Gracias, Lovecraft! ¿Qué puedo decir? Me has emocionado.
    Que tengas suerte tú también.

  5. Laurentina dice:

    Gracias, Bonsái. ¿Qué cosa más bella se le puede decir a un escritor que eso de que te ha ido llevado de la mano hasta creer tu historia? Eso es, en esencia, contar una historia o escribir un poema, ¿no? Cuando uno lo consigue, ya es ese sufieciente premio.
    Gracias por esto, y otro abrazo para ti.

  6. Laurentina dice:

    Por supuesto que se trata de una excepción, pero qué le vamos a hacer, este hombre es así. Muchas gracias por leerlo, y me alegro de que te haya gustado.
    Suerte para ti también.

  7. Lovecraft dice:

    Una tierna historia para reflexionar, escrita en un estilo sencillo pero no ingenuo, lo que le otorga todavía más mérito. Una verdadera lección de amor, sinceridad y empatía que, por contraste, le dan ese regusto amargo con el que nos quedamos al finalizar la lectura. En dos palabras: bellí – simo.

    Te deseo más suerte de la que tuvo tu protagonista sin nombre.

  8. Bonsái dice:

    Laurentina:

    Hermosamente narrado, con descripciones bellas. Es breve y eso lo hace aún más bueno.

    Buscar la felicidad del otro es muy poco frecuente, más si con ellos salimos lastimados.

    Tú me has ido llevando de la mano hasta llegar a creer la historia.

    Un abrazo.

  9. Caos dice:

    Ojalá que el mundo fuera tan sencillo, las personas tan razonables y la agresividad y la violencia fueran anecdóticas, pero me temo que humanos tan serenos y consecuentes como tu personaje son la excepción. Que los dioses le concedan la paz.
    El relato me ha gustado. Suerte

  10. Laurentina dice:

    Gracias, Sussan. Igualmente para ti, si participas.

  11. Sussan dice:

    También ellos se esfuerzan y a veces fracasan. Una historia sencilla bien contada.
    Suerte

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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