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209- De como me volví loco. Por Marcos

Ocurrió una tarde de domingo. Econtrábame yo tumbado en el sofá zapeando de manera perezosa esperando me entrase el sueño de la siesta. Era una de esas tardes de domingo tediosa. Tras los estores de las cortinas se colaban las últimas luces del día. Un par de finas mantas me cubrían las piernas y los pies desnudos (nunca me gustaron los calcetines). Acaba de localizar en la televisión un documental pausado e interesante como para adormecerme sin yo ser consciente. Me recoloqué en el sofá, comprobé el abrigo de mis pies, y agarré los cojines bajo mi nuca, sonreí. Pitó el móvil: un mensaje.

Eras tú quién me escribía. No sabía de ti desde hacía meses, ya había empezado a olvidarte, ya no siempre dormía pensando en ti y ya casi nunca despertaba rezando tu nombre. Reconocí tu número de inmediato. De manera totalmente consciente lo memoricé cuando, semanas atrás, una noche de insomnio y recuerdos, borre tu nombre de la memoria de mi  móvil. Me había acostumbrado demasiado a buscarlo entre las llamadas recibidas, entre los mensajes mucho tiempo atrás leídos.

Noté un golpe en el pecho.

Me incorporé despacio, con el móvil en la mano, releyendo tus números en solemne letanía: seis cinco dos cero tres cuatro cinco ochenta y dos. Cada número un recuerdo.

Seis: los meses que estuvimos juntos. Un otoño y un invierno. Con la llegada de la primavera decidiste volar, explorar nuevos cuerpos, besar otras bocas.

Cinco: los viajes que hicimos juntos. Estuvimos de compras navideñas por Madrid, de escapadas rurales por Jaén, te regalé un fin de semana en Ámsterdam, fuimos a Barcelona tras Gaudí, y me invitaste a los carnavales de tu pueblo.

Dos: las veces que nos dijimos te quiero.

Cero: los que te gustaba hacer con el humo del cigarro cuando aburrido mirabas el televisor y creías que yo no observaba.

Tres: las veces que nos amamos el día que nos conocimos.

Cuatro: los días que pasamos encerrados en mi casa para celebrar tu cumpleaños.

Uno: como me quedé tras tu huida.

Ochenta y dos: el año en que naciste. Quizás ese fue el problema. Eras demasiado joven, no teníamos las mismas prisas. ¿Recuerdas como te echaba en cara que no hubieses conocido a Naranjito?

Respiré hondo y pulsé sobre el icono del sobrecito (el pulgar casi temblaba).

“Hola guapo! haces algo hoy?”

Tú siempre me llamabas guapo, ¿recuerdas? solías decir que así te asegurabas de no olvidar mi nombre, que era una táctica por un chiste aprendida y que la empleabas con todos tus ligues. Pero yo sabía que no era cierto, sabía que me lo decías sólo a mi y que habrás tardado tiempo en poder decírselo a otros, al menos como me lo decías a mi, con los ojos cargados de ilusión, de ternura, de amor, de deseo, lascivia, agradecimiento y sorpresa. Nos quisimos tanto…

Lo que no entendía era el resto del mensaje. ¿Para que querías saber lo que iba yo a hacer o a no hacer? ¿querías, tal vez, que hiciéramos algo juntos? Cierto es que nos gustaban las tardes de los domingos, que siempre que podíamos los aprovechábamos para ir a algún café teatro, al cine o simplemente a pasear y tomar algo. Nos gustaba regresar a casa (me cuesta hablar contigo y decir mi casa) los domingos por la noche con tiempo para irnos a la cama y jugar allí a olvidar que cuando amanezca será lunes. ¿Querías retomar otra vez esa costumbre?

Otra cosa que no entendía era el tono del mensaje: ¿a qué venían esas urgencias?. ¿Después de tanto tiempo no es más correcto un mensaje del tipo “holaquétal”? Te imaginé entonces a ti, a cómo había ido surgiendo en ti la necesidad de enviar ese mensaje, de los días que has pasado mascando las palabras, las letras. De las veces que has cogido el teléfono y has comenzado a escribir, de como has borrado lo escrito y rehecho decenas de veces, de como has desistido en tu empeño. De como te has repetido a ti mil veces eso de que no es una buena idea, pero han debido de ser mil y una las veces que te has respondido “¿y si lo es…?”, porque tu mensaje me ha llegado, y me ha llegado de esa manera urgente, caótica, devastadora, porque no lo has querido pensar más, porque te empezaba a doler la cabeza de no tomar ya una decisión, porque te ardía el querer saber de mi, te dolía el imaginarme sin el recuerdo de tu saliva en mi garganta.

Quiero contestarte pero no sé qué decirte. Te puedo decir la verdad, que no tengo nada que hacer hoy, o que tengo exactamente el mismo plan que ayer y que tendré mañana. Te puedo contar que hace ocho meses que no planifico escapadas, que no dedico más de diez minutos a prepararme la cena, que no comparto mi sofá con nadie. Te puedo hablar de mi pánico a la noche, de mi angustia al cerrar los ojos y ver llover tus recuerdos. Pero no quiero hablarte de todo eso porque todo eso comienzo a conseguir apartarlo.

Sigo sin saber qué responderte, y creo que es porque no sé si quiero hacer algo contigo esa tarde de domingo. Me duele mirar atrás casi tanto como feliz me hace recordar lo nuestro.

El documental ya ha terminado. En la televisión un programa de actualidad.

Sigo rumiando respuestas. Quiero verte, sí, pero hoy es tarde y hoy es muy pronto para verte. Las noches de domingo son breves, los despertadores miran amenazantes a los amantes del domingo por la noche. Quiero verte sí, pero no una noche de café descafeinado, y quiero que me veas pero no con el desaliño de un domingo por la tarde. Quiero/debo/necesito prepararme para verte. No quiero que veas rastro de lágrimas en mis mejillas. Quiero que me veas fuerte, renacido, espléndido como nunca, y para eso necesito mentalizarme a verte. Deshacer todo lo hasta ahora hecho, donde ya sólo aspiraba a verte si me cruzaba contigo por la calle (y empezaba a estar conforme con esa idea, y me gustaba haber dejado el coche en el garaje e ir a todos los sitios caminando por la calle).

Me enciendo un cigarro, con una calada honda intento dejar la mente en blanco. Han pasado ya más de veinticinco minutos desde que volví a saber de ti. ¿Te estarás impacientando? ¿temes enviar un segundo mensaje? ¿te arrepientes de haber enviado el primero? Quizás me complazca el castigarte, quizás deba hacerte sufrir, no mostrarme desesperado, ansioso de tus caricias, deseoso de notar tu barba entre mis nalgas, de volver a sentir el calor de tu cuerpo bajo las sábanas, impaciente por volver a escuchar tu voz entre susurros.

A mis oídos llega el eco de la televisión:

–   Ya son miles los afectados por un fallo en los sistemas informáticos y tecnológicos de la compañía Vodafone, que ha provocado el reenvío de mensajes de texto. Los usuarios de teléfonos móviles de última generación están viéndose sorprendidos al recibir mensajes de texto que ya recibieron mucho tiempo atrás, y esto está provocando situaciones…

Y entonces comentaban las anécdotas resultantes: desde una chica que decía haber recibido un mensaje de un familiar ya fallecido, al que recibió un sms de confirmación de una transacción bancaria, habiendo sido ésta más de medio año atrás.

Ahora el golpe lo sentí en el estómago.

Comprobé el mensaje, la fecha del mismo. Era de hace casi un año, era de cuando aún estábamos juntos. Comprobé el día exacto: un miércoles de diciembre. Supongo que sería uno de esos días en que no habíamos quedado por no tener claras las obligaciones de cada uno, y que o bien tus obligaciones dejaron de serlo y querías comprobar que yo no había adquirido obligaciones nuevas, o bien no había certeza de que mis obligaciones fueran tales. Sea como fuere se trataba de un mensaje sentido hace un año. No habías estado pensando durante días qué decirme, seguías sin sentir la necesidad de saber de mi, no te ardían las carnes por mi ausencia.

Lloré, lloré como hacía semanas que no lo hacía, lloré encanándome como los bebés, lloré con un llanto silencioso de lágrimas que corrían por mis mejillas mientras mis ojos ausentes te contemplaban sin tú estar allí. Lloré con llanto seco, áspero, donde los lamentos se confundían con los rugidos del dolor de macho herido. Lloré por ti, lloré por nosotros, lloré por el pasado, por la ausencia de la felicidad bien conocida, por los errores, por los aciertos mal disfrutados, por las tensiones, por la falta del sonido de tu risa, lloré porque sentía que la piel me quemaba allí donde tú antes habías besado, lloré porque sentía que mi piel necesitaba del tacto de tus manos. Lloré por todo eso que ya había casi olvidado, por todo eso que ya había casi que apartado, recogido, organizado.

Mi alma volvía a estar diogenizada. Todos los recuerdos salieron del desván y se volvieron a instalar en el salón, sin orden ni concierto, en completo caos. La destrucción se había instalado de manera permanente en mi mente enferma en forma de sms equivocado. Ya nunca volví a ordenar mi alma, ya nunca aparté tu imagen de mi retina.

Sigo pensando qué responderte al mensaje.

Estoy firmemente convencido de que fuiste tú quien creó el virus informático que desconfiguró los sistemas de envío de mensajes de texto de Vodafone, o el que te colaste en sus instalaciones y destrozó el servidor a hachazos. Estoy completamente seguro de que lo hiciste para saber de mi, y tan magna muestra de amor se merece una respuesta vía sms acorde, y por eso es que ahora todo mi tiempo lo dedico a buscarla. He dejado de hablar, me paso el día tumbado en la cama o recostado en el sillón de mi habitación, proyectando mis recuerdos en las paredes o el techo, releyendo mentalmente tu mensaje, analizando las letras numerológicamente para encontrarles su verdadero significado. En ocasiones se posan palomas en el alféizar de la ventana, ¿es alguna mensajera y tú la envías?

Sé que sufres esperando mi respuesta: estoy en ello.

 

4 Comentarios a “209- De como me volví loco. Por Marcos”

  1. Hóskar-wild is back dice:

    Menos mal que no le preguntaron por el teorema del coseno, de lo contrario hubiera chiflado al instante. No me extraña que la muchacha acabara marchándose y dejándole con su colección de números. Suerte.

  2. El asesino de Morfeo dice:

    ¡Que bien envuelves en la tristeza y el dolor de una persona al lector!El dolor y la alegría son contagiosos pero es muy dificil hacerlo con las palabras escritas. Enhorabuena, me has dejado hecho polvo. Un abrazo

  3. Lovecraft dice:

    Y luego nos pasamos años enteros discutiendo si la unión entre personas del mismo sexo debe llamarse matrimonio o no, cuando lo que realmente importa son los sentimientos. Compadezco a este pobre hombre con todo su sufrimiento.

    P.D.: ha sido todo un hallazgo conocer el verbo «encanarse».

    Como dirían mis hijas, en lenguaje SMS: srt!

  4. Dies Irae dice:

    Hola, Marcos.

    Has reflejado perfectamente cuando un acuse de recibo parece llegar de otra galaxia. El recurso de la avería (¿basado en hechos reales?) me ha encantado.

    Luego, ha habido que sacar los kleenex, a pares, para enjugar tus lágrimas y las mías. Dime una cosa: ¿cuánto tiempo se sigue pensando qué responder?

    Suerte en el concurso.

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©Joaquin Zamora. Fotógrafo oficial de Canal Literatura

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