216- K097. Por Sharaator
- 3 noviembre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, paro, relatos
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Tengo un sabor amargo en la boca, me duele mucho cuando la abro y el rostro que veo en el espejo esta dolorido como si le hubiera clavado innumerables alfileres. Las ráfagas de las últimas sombras desaparecen y el sabor de la mañana penetra con el aire fresco en mis pulmones, acaban de dar las ocho.
La cerradura sigue obstruida por el oxido del tiempo, una ráfaga de viento agita el bulevar y los árboles producen un ruido confuso y atormentado de maquinaria. Salgo de casa fastidiado, desconcertado, lo atribuyo a mi causa. Un operario barre las calles, mi estómago está formando una barricada y estoy dispuesto a tomar armas, la luz del sol sigue escalando, no se cansa, pretende llegar a lo más alto. Desde la esquina diviso la cola de gente que es larga y confundida como una torre de babel.
Sostenido como una puerta desvanecida que da a la calle miro y me acerco interrogante a aquel mundo trágicamente establecido, a aquel mundo orinado a la luz de la luna y disfrazado de llovizna que vomita mil vocablos a mí alrededor. Asfixiado en mi nudo de corbata, trasegando suspiros de aquí para allá, me acerco y espero. No exento de excitación, contemplo con miopico asombro a aquella multitud ingente de perfiles abstractos, de semblantes agotados contemplándose a si mismos, confundidos y hambrientos como lobos esteparios y carentes de ilusión.
El botón del picaporte baja como primera exhibición, se abre la puerta y, de pronto, el silencio se desabrocha, es entonces, solo entonces, que todo ocurre. Un rostro de expresión sobria, inclinado en su guion como un barco que se inclina en su rutina, asoma, lo hace bajo el seno tantas veces oculto de su cansancio. El hombre, en silencio, nos guía, intenta que se observe un orden tedioso, un orden completo. Entramos, el tiempo se para y en la sala se enciende, cansada y tardía, la poca luz.
Mi ilusión de acabar pronto penetra en otra región y se pierde en el sentido de que eso es lo menos probable. Como último artífice de este mundo al que me adentro, aparecen los puntitos encendidos que son guías de mi extraña relación con los pasos que recorren los presentes. Una turba de omoplatos y costillas que se asocia a este proceso y otros cuerpos con los huesos carcomidos por el tiempo contornean el paisaje, a mis años pienso, no sé lo que había creído, que es la hora de esperar.
Ya de lleno en el espacio que me toca, reducido a una tertulia de miradas y señales, miro el número encarnado del tablero. ¡KO 02!. El que tengo, el más brillante, el estelar, se pierde lejos, ¡KO 97! Agito los fragmentos que no me dejan pensar y disuelvo mi pesimismo hasta anularlo con mi desespero, me asfixio como un fraile que traga el polvo del camino que transita, combino un pensamiento de creencias y emociones, intento, como en un campo lleno de restos, alterar la realidad.
Mientras mi cuerpo deja rastros de desconfianza y de mal humor, actualizo el optimismo necesario y de paso, saco cuentas. Ligeramente distorsionado por las cortinas de mi cabeza, intento sacarle un sentido al mundo que me rodea. Las mesas languidecen como al borde de un terreno observando el juego y la extensa y dura llanura de camisas que aguardan mal dibujadas en la sala me sugestiona y me agita con su aspecto de centauros.
Comprobado el lento proceso, opto por darme una vuelta y vuelvo envuelto en colores llamativos hasta el bar, paso a pellizcar en los bolsillos tres monedas olvidadas. Huérfano de noticias, compro el diario, es martes de agosto y todo es lo mismo, sube el índice del paro en general, expertos en estos casos dicen que no recuerdan algo igual y acepto como aciertos consistentes estos datos relevantes. El aroma a sentimiento que se extiende en estas páginas, a la par que el sufrimiento de la gente que se muere en el teatro de la guerra, a pedazos se desgarra. Me dan, como me dan en el pecho las patas de las arañas, escalofríos. Es verano y no hay cambios, la pureza de los mares sigue llorando, derramando, como el hilo de una fuente que agoniza, llanto en las playas, lágrimas ciegas sobre las manchas, incesantes y oscuras, del petróleo.
Salgo de nuevo del bar, las nueve y media marca el reloj de la sala. Tomo un asiento libre, confirmo la lentitud del proceso y acepto que nadie cuestiona, ni levemente, la importancia de este hecho. Es un baile controlado, un tango de ida y vuelta. Las figuras que ensayan los pasos se mueven despacio, nos dan la espalda, caminan, hablan, flotan como fantasmas y en rápidos flases desaparecen sin dejar rastro, yo sigo abriendo los ojos y volver a cerrarlos me sigue costando.
Como ajenos a las leyes fundamentales de la física interpretativa, estamos nosotros, desafinando en este mundo cerrado, retorciendo el corazón con los últimos céntimos de nuestra sangre, guiados por una extraña sugestión aparecemos, abandonados, muriendo al paso, en mal estado, desvanecidos, como idos, dormitando como trastos de un agente de seguros, trasnochados. Los afortunados, los agraciados doctos de salarios rebajados que se sientan tras las mesas, ni nos miran menos, ni nos pueden mirar más.
Las once y cuarto. Sentada en el suelo, en el círculo sucio donde descansan mis pies, disfrutando en otro mundo a su manera, una niña, como fruta que nace de un joven durazno, lee un cuento. La portada, ilusionante, la ilumina Peter pan. Su madre, sentada, los ojos grandes, definitivamente morena, la observa de forma atenta. Lleva un pañuelo de seda azul que entre sus manos, acompañado de una voz de terciopelo, se agita en el aire. Tengo tiempo de pensar como espontaneo en su belleza, y, ella, arrebolada, dándose cuenta de que la miro, me regala una sonrisa.
En el trance sofocante de esta sala, cercado en este cuadro de reflexiones, me siento un niño perdido, se están durmiendo mis pies y pienso, que si estuviese sostenido por unas manos adecuadas, protegido ante los daños que me pueda producir, podría, este día nefasto, este día tan largo, volar. Pero aquí no hay islas, ni campanillas, solo garfios, garfios, garfios, y no hay mar. El tiempo pasa y me siento morir, muero sin mar y sin olas y sin nada más que ver que esta sala llena de dudas, de incertidumbres, agonizante. Casi estoy dispuesto a creer que me han borrado, que, discretamente, como el viejito manco, he sido difuminado.
A las once y media, los dígitos pasan y me salta el corazón, ¡KO 92! Mi objetivo está cerca, me emociono y estoy dispuesto a no morirme. Irónicamente inspirado, como cruel pirata al pie de una carabela, saco pecho y me acerco a la mesa con insólita altivez. ¡KO 97!. Mi espíritu palpitante, mi hipocresía socarrona, en un ejercicio perpetuo de imaginaria introspección, juzga y contempla y sufre, del espectáculo amargo que tiene lugar.
Después de una espera eterna, -tengo ganas de beberme un vaso de agua que esta lejos de mis manos- tomo asiento. Poco a poco me desinflo como un globo propulsado por el aire. No me extraña para nada que la chica que me atiende no me mire y no haga caso ni le importe mi presencia. Imposible es para mí, describir de qué color tiene los ojos, no levanta la mirada, no le importo. En su mundo, mi espíritu ha muerto, lo entiendo y me desdoblo, soy culpable ante su alteza, soy la causa irremediable de su estrés. Contrahecho y jorobado ante la mesa, disipado, apagado como un niño en la portada de sucesos, me dispongo vacilante, a las doce menos cuarto, a sellar mi nuevo estado. Estoy parado, lo estoy, definitivamente, desde ayer.
Sharaator escribe bien, no tengo ninguna duda. Reconozco el mérito de tu trabajo. El trasfondo de la historia, el paro, me merece todos los respetos del mundo. Sin embargo, sin intención de molestarte, creo que el problema de tu relato es que has puesto todo el énfasis en eso, en demostrarnos lo bien que escribes, y en ese esfuerzo se ha diluido todo el interés por el argumento. Entre tanta adjetivación innecesaria y tanta expresión rebuscada, me temo que es difícil comprender de qué nos estás hablando, y sólo nos enteramos justo en la última frase del cuento. No sé, es como si todo lo anterior sobrara.
Siento ser tan sincero, pero te deseo suerte de todas formas. Puede que sea yo el que esté equivocado.
Me tocó hace unas semanas ir a Hacienda a presentar unos papeles y gracias a este relato he vuelto a aquella sala, tan moderna con sus led anunciando los numeritos, sus guardias de seguridad registrando bolsos, sus carteles de autobombo y docenas de mesas que cobijaban a la mitad de los empleados que esperaban a que la otra mitad viniera de desayunar. Tiene que llover. A cántaros. Mucha suerte.
Cuando ves el título de su relato, piensas que se trata de algún medicamento, de algún tipo de artilugio.Incluso del nombre de algún agente secreto:Eso es lo que al menso me pareció a mí.
Si yo lo hubera escrito, lo hubiera titulado…»Los lunes al sol».Es solamente una introducción, porque el título una vez leído es muy apropiado.
Tengo la suerte de no estar dentro de ese fatídico número de parados.Pero hace muy poco tuve que entrar en una de esas oficinas para un asunto ajeno a mi y desde luego el panorama era desolador.Si a eso le añades la desidia por parte de algunos empleados que no se dignan ni a mirarte a la cara es para saltar por encima de la mesa y…No piense que soy una violenta, pero más de uno habrá tenido este pensamiento mío.
Siempre he estado de acuerdo que no me importaría que me tocaran mi nómina si con ello se generara empleo, pero la realidad es que me la han tocado a base de bien para seguir manteniendo a estos políticos y toda su generación.Para tapar los agujeros de la banca , para seguir hipotecado hasta las orejas.Y dentro de unos días pasará lo de siempre, que el futbol moviliza montañas y la gente no sale a echarle un pulso a los gobiernos, por no decir huevos.
Espero que por lo menos tenga derecho a subsidio, pero no se acostumbre a eso, que algunos también viven del cuento.
Le deseo suerte.Ha tenido una forma muy sútil de narrarlo